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Authors: Carl Bowen

Tags: #Fantástico

Caminantes Silenciosos (2 page)

BOOK: Caminantes Silenciosos
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—Os buscan. La
Greifynya
quiere hablar con usted. Y los demás.

—Ya veo —dijo Mephi, con apenas un matiz más de respetuosidad. Si bien habían venido para llevárselo, lo llevaban ante Karin Jarlsdottir, la líder de los hombres lobo de aquella manada—. ¿Quiénes son «los demás»?

—El margrave Konietzko se cuenta entre ellos —contestó el hombre, cuyos ojos se empañaron por un instante a causa de la admiración. Mephi comprendía su reacción, puesto que él había oído hablar del margrave incluso en la otra orilla del Atlántico. Aunque Konietzko era un Señor de la Sombra, heredero por tanto de la desconfianza que sentían las demás tribus por la suya, el genio táctico del margrave y su inspirador coraje habían conducido a sus seguidores a la victoria por toda Europa, una y otra vez—. Y uno de los que se marcha mañana —añadió el hombre, como si se le acabara de ocurrir—. Del Viento Errante.

Mephi frunció el ceño. Se había extendido el rumor por el clan de que la manada del Viento Errante se había ofrecido voluntaria para partir en una misión relacionada de algún modo con la campaña que estaba llevando a cabo el margrave Konietzko contra las fuerzas del Wyrm en el centro de Europa. Aunque Mephi desconocía los pormenores, había escuchado las murmuraciones igual que todos.

—Ya veo —le dijo al guardián, con un gruñido—. El margrave Konietzko y alguien del Viento Errante. ¿Qué tengo en común con ellos para que la
Greifynya
nos quiera ver reunidos?

El nativo meneó la cabeza con el ceño fruncido cuando Mephi hubo terminado de formular la pregunta. Guardó silencio por unos instantes para ordenar sus ideas.

—No me ha entendido. La
Greifynya
y los demás me han enviado a buscarlo.
Todos
ellos desean hablar con usted.

En esta ocasión, le tocó a Mephi guardar silencio y fruncir el ceño.

—¿Por qué?

—No les he pedido explicaciones.

—Ya veo —bufó Mephi—. Buen chico. Entonces, ¿por qué no me enseñas dónde están?

Los ojos azules del guardián relampaguearon como chispas en una soldadura, pero se mordió la lengua. Al parecer, sabía cuándo zanjar un tema espinoso frente a un hombre lobo susceptible. Eso, o sabía que tenía trabajo por hacer y pretendía terminarlo.

—Por aquí. —Se dio la vuelta cuando Mephi asintió con la cabeza y comenzó a desandar sus pasos.

Mephi miró de soslayo la cabeza de cobra que coronaba su cayado con una mezcla de diversión, poca satisfacción y algo de decepción por el hecho de que la competición de comentarios mordaces no hubiese terminado en puñetazos. Hacía meses que no participaba en una buena pelea en la que lo que estuviese en juego fuese su honor en vez de su vida. Nada de refriegas de bar, nada de concursos de empujones, nada de discusiones a voz en grito con mujeres celosas que no sabían dónde se había metido desde la última vez que lo vieron. Nada. La ira crecía en su interior y buscaba en vano una vía de escape. Le ocurría siempre que permanecía en el mismo sitio durante demasiado tiempo.

Meneó la cabeza y comenzó a caminar. Cuando descubriera para qué lo querían Karin Jarlsdottir y el margrave, tendría que reanudar su camino. Tenía que regresar a los Estados Unidos. Al menos allí podría ser de alguna utilidad.

Capítulo dos

Tajo Infectado no agachó los hombros mientras recorría el pasillo húmedo y malsano. Estaría fuera de lugar, e invitaría al ataque incluso en un lugar como aquel. Los queridos de Arastha que vivían en aquella Colmena acechaban siempre en las esquinas y en las bocas de los túneles vacíos que conectaban con el pasillo principal antes de llegar a la cámara de Arastha. Cuando se corría el rumor de que alguien había sido llamado a presencia de la señora, aquellos cretinos, ilusos y celosos se apiñaban en el pasillo para esperar al sujeto de la convocatoria. Si el Danzante invitado mostraba cualquier signo de debilidad, era probable que lo retaran y se le echaran encima, con independencia de que hubiese provocado o no al retador. La única justificación que podía ofrecer el superviviente de la reyerta por lo que había hecho era decir que la víctima había sido débil, indigna de ofender a Lady Arastha con su presencia.

Tajo Infectado sabía por experiencia personal que proyectar una imagen de fortaleza solía dar al traste con casi todas esas vanas emboscadas, pero también era consciente de que las apariencias sin más no eran suficientes. Si no se mantenía alerta por si llegaba a tener lugar el asalto, le daría igual lo fuerte que pareciese.

La luz oscilante de las antorchas le echaba el techo encima y conseguía que sus ojos no dejaran de saltar de sombra en sombra. No obstante, incluso las sombras culebreaban y se retorcían a la luz de las teas; a Tajo Infectado le recordaban a amantes enfermos que quisieran compartir un último abrazo. No veía a nadie en las inmediaciones, pero no por ello bajó la guardia. Las sombras ondulantes podían ocultar formas inmóviles. El rítmico eco de los tacones de sus botas bien podría encubrir el sonido de una respiración. Su sentido del olfato era casi inexistente en esa forma, por lo que sólo la peste más hedionda conseguiría hacerle arrugar la nariz. Quizá estuviese solo en el pasillo subterráneo, quizá estuviese rodeado.

La vigilancia de Tajo Infectado lo condujo sano y salvo casi todo el camino hasta su destino, pero los problemas le estaban esperando. Una masa desgreñada de pelaje naranja moteado y encostrado de sangre aguardaba agazapada ante la puerta de reja de huesos de la cámara de Lady Arastha. Aquel feo corpachón miró a Tajo Infectado y giró sus ojos, amarillos como el pus, presa de la anticipación. Irguió las orejas, tupidas y maltrechas. Tajo Infectado podía escuchar el excitado barrido de la cola del hombre lobo en forma de Crinos. Reconoció al monstruo de inmediato.

—Astillahuesos —gruñó Tajo Infectado, mirando a su adversario a los agitados ojos amarillos—. Apártate.

—Arastha está ocupada —gruñó Astillahuesos a su vez, incorporándose a medias. Sacudió las manos cuando las levantó del suelo; sus largas y descascarilladas garras chirriaron contra la roca.

—Me han llamado —siseó Tajo Infectado, entre dientes. Aunque se encontraba tan sólo en forma homínida, sus ojos miraban sin miedo los del hombre lobo en forma de Crinos. Con Astillahuesos medio agachado, Tajo Infectado no tenía que levantar la barbilla y exponer la garganta para hacerlo—. Arastha quiere verme.

—Estoy montando guardia —roncó Astillahuesos. Se humedeció los colmillos con su lengua jaspeada—. Vete.

Tajo Infectado le enseñó los dientes.

—Si la señora te ha puesto a ti solo de guardián, será que no le importa que la asesinen.

Astillahuesos desorbitó los ojos, ofendido, y se irguió cuan alto era.

—¡Estoy de guardia! —aulló, golpeándose el pecho con una mano que podría aplastarle la cabeza a un hombre. Dio un paso al frente y rugió a Tajo Infectado. El aliento sulfuroso de la bestia golpeó el rostro de Tajo Infectado; unas gotas de saliva aceitosa salpicaron el suelo que los separaba. Tajo Infectado apartó la bota para evitar que se la rociaran. Consideró todo un triunfo que Astillahuesos no lo hubiera lanzado de cabeza contra la pared. Astillahuesos era un fanático joven y duro de pelar, pero demasiado estúpido para actuar primero. Resultaba obvio que aquella «astuta» artimaña había agotado sus reservas de ingenio por ese día.

—En ese caso —dijo Tajo Infectado, mientras la rabia comenzaba a agolparse en algún lugar entre su estómago y su corazón—, ve y anúnciale a Lady Arastha que estoy aquí. —Se preocupó de aparentar estar enojado en vez de furioso. La expresión humana no pronosticaba ningún ataque. Conseguía que pareciera dispuesto a someterse a la ridícula autoridad de Astillahuesos.

La inmensa cabeza de éste se estremeció al escuchar las palabras de Tajo Infectado. Sus pupilas se dilataron en sus ojos vidriosos.

—Anunciar…

—Deprisa —espetó Tajo Infectado. La rabia comenzaba a oprimirle el diafragma; tuvo que contenerse para no asumir la forma de Glabro a fin de aliviar la presión—. ¡Entra y dile a Arastha que estoy aquí!

Astillahuesos retrocedió de espaldas hacia la puerta de Arastha, con una expresión de tenue diversión en sus ojos salvajes. El débil brillo de aquellos lóbregos ojos indicaba que creía que se había salido con la suya.

—Que te anuncie. Sí. —Su respiración comenzó a acelerarse, y sus siguientes palabras brotaron pastosas—. Espera.

—¡Deja de darme largas! —gritó Tajo Infectado, con frustración fingida, mientras la furia lo llenaba hasta rebosar. Apretó los puños con fuerza para detener el temblor de sus dedos—. ¡Ve!

Tajo Infectado ya era un recuerdo en la mente del coloso, que dio otro paso hacia la puerta de Arastha, antes de abrirla con mirada ausente.

En cuanto aquellos ojos dejaron de fijarse en Tajo Infectado, éste permitió que su rabia rompiera por fin su dique. Explotó en forma de Crinos, saltó y hundió las garras en el pelo, la piel y los músculos de la espalda de Astillahuesos. Dos parábolas ensañadas despellejaron a Astillahuesos desde la cola hasta el omoplato. Presa de la agonía y la sorpresa, Astillahuesos se puso de puntillas y soltó un gañido de cachorro aterrorizado.

Tajo Infectado, a lomos de la ola de su impulso inicial, chocó con su rival y redobló el asalto. Hundió las garras de su pie derecho en la parte posterior de la pierna de Astillahuesos, convirtiendo la zona entre los testículos y la rodilla en una masa sanguinolenta, antes de sujetar a su víctima con un abrazo de hierro. Con los codos sujetando los brazos enemigos, cruzó las muñecas y clavó las garras en los músculos nervudos de ambos lados de la garganta de Astillahuesos. Éste lloriqueó y una baba de color rojo brotó de la comisura de sus labios para bañar la muñeca de Tajo Infectado.

—¿Cuánto me quieres, imbécil bobalicón? —gruñó Tajo Infectado al oído de Astillahuesos cuando el hombre lobo de mayor tamaño hubo quedado inmovilizado. Le propinó un pellizco en la punta de la oreja para recalcar la pregunta.

Astillahuesos no respondió.

—Te he hecho una pregunta —volvió a gruñir Tajo Infectado, lamiéndole la mejilla—. ¿Me quieres más que a Arastha? En tal caso, vivirás.

La cabeza de Astillahuesos se estremeció en lo que podía ser un leve asentimiento o un intento por tragar más sangre antes de que se le escapara entre los labios y le bañara el rostro.

—Dilo —ordenó Tajo Infectado, flexionando las puntas de los dedos cuando la piel de Astillahuesos intentó curarse a su alrededor—. Di que me quieres.

—Te… quiero… —gorgoteó Astillahuesos, lo mejor que pudo. Los brazos pendían inertes a sus costados, y un gemido débil y lastimero escapó de su garganta.

—Más que a Arastha —exigió Tajo Infectado, arrancándole un trozo de oreja de un bocado. Utilizó la lengua para colocar la triza de carne en la boca de Astillahuesos. Éste ni siquiera intentó morderle.

—Más… —boqueó el bruto—. Más… Arastha…

—Buen chico —gruñó Tajo Infectado. Redujo la presión sobre el cuello de Astillahuesos, pero no lo soltó, sino que se inclinó hacia delante y le propinó un leve empellón con el hocico en la cabeza para que la girara en dirección a la puerta enrejada de huesos de Lady Arastha. Ambos pudieron ver la silueta de una mujer, alta y desnuda, en los amplios espacios en forma de rombo que separaban los barrotes. Los esbeltos dedos de la mujer asomaron entre los huecos de la reja mientras los observaba. Astillahuesos gimió y comenzó a temblar.

—Deja que viva, mi celoso Tajo Infectado —dijo la mujer. Podría haber utilizado el mismo tono para pedir un beso—. No le hagas más daño a tu nueva mascota. Ven conmigo.

Tajo Infectado asintió, desdeñoso, pero hizo lo que Lady Arastha le ordenaba. Con un giro y un empujón, tiró rodando al suelo a Astillahuesos; éste aterrizó de bruces, antes de trastabillar para incorporarse a cuatro patas. Se llevó una mano al cuello ensangrentado e intentó erguirse, pese a la agonía que laceraba su espalda. Escupió, y un coágulo de flema sanguinolenta golpeó el suelo de piedra con un chasquido.

—Ve y cúrate, mascota de Tajo Infectado —arrulló Arastha—. Le harán falta tus servicios cuando termine su visita. Apresúrate.

Sin mediar palabra, Astillahuesos se incorporó hasta quedar acuclillado y se marchó, arrastrando los pies y la cola. Sólo dedicó un instante para fulminar a Tajo Infectado con la mirada antes de desaparecer por el primer túnel que encontró.

Cuando el cretino se hubo marchado, la rabia de Tajo Infectado comenzó a amainar. Al mismo tiempo, su cuerpo se fundió y replegó hasta recuperar su apariencia humana. Sólo la carne y el pelo adheridos a sus uñas lo relacionaban con las acciones del monstruo que fuera hacía tan sólo un momento.

—Magnífico —celebró Arastha detrás de la puerta—. Muy bien hecho.

Tajo Infectado estaba seguro de que le habría dicho lo mismo a Astillahuesos si el resultado hubiese sido distinto. Lady Arastha fomentaba ese perverso cortejo entre los machos más fuertes de la Colmena.

—Los jóvenes degenerados siempre caen en ésa. Déjame entrar.

—No seas tan vehemente —bromeó Arastha—. ¿Y si Astillahuesos hubiese sido mi favorito?

—No lo era —roncó Tajo Infectado. Avanzó hacia Arastha. Colocó la mano en la puerta para que sus dedos se cerraran en torno al mismo barrote que los de ella. Se contuvo para no intentar abrir la puerta sin su consentimiento, o para no descerrajarla con independencia de sus deseos. Aunque le hervía la sangre tras el combate, su ansia aún no le había privado del todo del uso de razón. Ni siquiera rozó los dedos de Arastha—. Si hubiese sido tu favorito, habrías mandado que fueran a buscarlo a él.

—Cierto —convino Arastha. Retrocedió para sumergirse en las sombras de su cámara, en dirección a su lecho. Acarició con los dedos la pared más cercana, por encima de un mosaico mural de hueso y cristal que representaba al Wyrm Profanador; a Mahsstrac, el Impulso del Poder; y a G'louogh, el espíritu tótem patrón de Arastha. El sonido de las uñas de Arastha deslizándose sobre la exquisita obra de arte la acompañó en su inmersión en la penumbra.

—Entra pues, mi impaciente Tajo Infectado —dijo, a medida que desaparecía—. Y cierra la puerta detrás de ti.

Capítulo tres

Mephi siguió al silencioso guardián hasta una cabaña achatada de madera oculta a la sombra de la Casa del Vuelo de Lanza, donde le ordenaron que entrara. Según le dijeron, los demás le esperaban en el interior, y no podían comenzar la reunión hasta que él se hubiese unido a ellos. Sin mediar más palabra con el guardián, asintió y pasó adentro.

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