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Authors: Herman Koch

Tags: #Intriga, Relato

Casa de verano con piscina (37 page)

BOOK: Casa de verano con piscina
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—¿De qué hablas? —le pregunté mirándolo.

—De tu hija, Marc. De Julia.

Sin querer, desvié la mirada hacia la puerta, y después al vasito que tenía al lado de la cama. Ralph se dio cuenta.

—Al final creo que tienes que saberlo. A lo mejor es un poco tarde, pero yo mismo lo he sabido hace poco. Un par de semanas atrás, para ser exactos.

Durante medio segundo pensé que me contaría algo sobre Judith: que sabía lo nuestro, por ejemplo, que ella se lo había confesado y que nos deseaba toda la suerte del mundo. Al instante me acordé de que había dicho que se trataba de Julia.

—Alex insistió mucho en que no dijera nada. Me lo reveló porque sabe que no me queda demasiado tiempo. Dijo que tenía que contárselo a alguien, que iba a volverse loco si se lo guardaba más tiempo. Su madre no sabe nada, sólo lo saben él y Julia.

Pensé en aquella noche en la playa. En el comportamiento de Alex cuando se encontró con Judith y conmigo cerca del otro bar. Yo ya había sospechado que ocultaba algo. Que no lo había contado todo.

—¿Te acuerdas del fontanero que vino un par de veces a desatascar el depósito del tejado? ¿Cuando nos quedamos sin agua? —Debí de parpadear, o quizá puse cara de incomprensión, porque Ralph insistió—: El fontanero de la inmobiliaria. Un tipo bajito, de unos treinta años…

—Sí, ya me acuerdo… El fontanero… ¿Y qué?

Ralph aspiró con dificultad; sonó como un colchón inflable deshinchándose.

—Julia había quedado con él aquella noche —prosiguió—. Con el fontanero. No sé exactamente cuándo lo arreglaron, probablemente alguna de las veces que estuvo en la casa. O, quién sabe, quizá se vieron en el pueblo o la playa. En todo caso, la noche de la fiesta del solsticio de verano habían quedado en el otro bar. Alex intentó convencerla de que no fuera, porque no se fiaba. Quiero decir, bastante lo incomodaba ya que Julia no se contentase con él. Ella le había dicho que le parecía demasiado niño, que le gustaban más los hombres hechos y derechos. Bueno, pues eso, que aquella noche… Al final, Alex la acompañó. Porque no se fiaba, ya te lo he dicho. Y entonces pasó lo que pasó. Ese hombre amenazó a Alex, Marc. Le aseguró que se lo haría pagar si se lo contaba a sus padres. Oh, si lo hubiese sabido entonces… ¡ese gilipollas no habría vivido para contarlo!

—Pero… Julia, ¿cómo…?

—Espera, todavía no he acabado. Tu hija acordó con Alex que no dirían nada de lo ocurrido. De hecho, él tuvo que jurarle que nunca hablaría. En la playa, después de que ocurriese.

—Pero yo la encontré… Cuando la encontré…

—Estaba muy avergonzada, se creía culpable de todo. Temía que Caroline y tú pensarais que era una estúpida y que nunca más confiarais en ella. Que no la dejarais ir a ninguna parte jamás. Por eso decidió fingirse inconsciente, y que no recordaba nada.

Media hora más tarde, Judith y yo estábamos en el pasillo. Alex y Thomas habían ido a la cafetería. Ella acababa de decirme cuánto se alegraba de que yo hubiese estado presente. Y yo acababa de decirle que Ralph «se había ido tranquilo».

Entonces apareció el doctor Maasland dando la lata sobre la biopsia que nunca llegó, y le pidió autorización a Judith para realizar la autopsia.

—¿No te parece muy raro todo esto? —preguntó Judith cuando Maasland se hubo ido—. ¿En serio que no te acuerdas? Dijiste que en el hospital habían dictaminado que no era nada grave, lo recuerdo muy bien.

—Sí, es raro. Ese capullo arrogante intenta cargarme las culpas, cuando quizá ellos mismos perdieron la muestra.

—Pero primero has dicho que no te acordabas. ¿Por qué, Marc? No lo entiendo. He pensado que había alguna otra cosa, algo entre Ralph y tú. ¿De qué quería hablar contigo hace un rato? ¿Algo relacionado con esto?

—Escúchame, Judith. Creo que lo mejor para los dos es que no nos veamos durante una temporada. O más que una temporada. De hecho, mejor que sea por mucho tiempo. Hasta ahora te he apoyado, pero tengo que poner orden en mi vida. Han ocurrido demasiadas cosas. Cosas de las que tú no tienes ni idea. Ahora mismo, lo último que necesito es a ti.

Capítulo 49

Dos días más tarde recibí una llamada del doctor Maasland. Yo estaba en la consulta con una escritora que debido al consumo excesivo de vino parecía veinte años mayor. Hasta en la fotografía trucada con Photoshop de la contraportada de su último libro parecía quince años mayor.

—¿Puedo llamarle más tarde? Estoy con una paciente.

—Me temo que no, doctor Schlosser. Se trata de un asunto demasiado grave.

A lo largo de los últimos años, el envejecimiento facial de la escritora se había acelerado. El vino tinto drena la piel desde abajo. Es como cuando baja el nivel de agua. El líquido acaba por debajo de la epidermis. La piel queda yerma. La vida se extingue. Los animales buscan un entorno con más agua. Las plantas se marchitan y mueren. El sol y el viento tienen campo libre. La tierra se agrieta. Erosión. La arenilla pule todavía más la superficie.

—¿Habéis dado con la muestra? —le pregunté a Maasland—. La muestra del tejido que os envié. Es que resulta muy raro que se haya perdido.

Oí un suspiro. El tipo de suspiro que exhalan los especialistas cuando tienen que explicarle algo complicado a un médico de cabecera. Algo demasiado complicado para un simple médico de cabecera.

—Todavía no hemos podido ocuparnos de eso, pero la cuestión es otra. Ayer hicimos un examen al cuerpo del señor Meier y hemos llegado a la conclusión de que alguien, y debemos asumir que fue usted, doctor Schlosser, extrajo tejido del muslo del fallecido…

—Eso ya se lo he dicho yo muchas veces.

—Le ruego que me deje acabar, doctor. El caso es que se retiró demasiado tejido de una zona demasiado amplia. Y eso que cualquier médico sabe que, a la menor sospecha de que pueda haber una enfermedad de tal gravedad, en primera instancia no hay que retirar absolutamente nada. Que lo primero es comprobar los valores de los glóbulos blancos, y sólo después pedir un cultivo. Son conocimientos elementales de primer curso de Medicina, doctor Schlosser.

—Pensé que se trataba de un quiste seboso, cosa bastante plausible teniendo en cuenta los hábitos alimentarios del señor Meier.

—Muy probablemente, su poca precaución al cortar provocó que las células enfermas llegaran al flujo sanguíneo. A partir de ese momento el señor Meier ya no tenía ninguna posibilidad. Por eso he informado inmediatamente a las instancias competentes. Por lo general, el proceso tarda semanas o meses, pero teniendo en cuenta la gravedad del caso y que también está en juego el buen nombre de nuestro hospital, han conseguido hacerle un hueco a corto plazo.

—¿Un hueco?

—En el Tribunal Disciplinario del Colegio, de Médicos. Le esperan el martes a las nueve.

Sonreí un momento a la escritora, que empezaba a mostrar signos de impaciencia y se mecía adelante y atrás en su silla.

—¿El martes, dice? Pero el funeral es el viernes. Pensé que…

—Doctor Schlosser, espero que estemos entendiéndonos. Por lo demás, supongo que la familia no tendrá muchas ganas de verlo en el funeral. No después de que les informemos de los resultados de nuestra investigación.

—¿Y cuándo será eso? ¿Tiene que hacerse todo tan rápido? Todavía no hay ningún resultado definitivo, ¿no? No saldrá hasta el martes, ¿verdad? O tal vez ni siquiera entonces, ¿cierto? Además, el Tribunal Disciplinario querrá analizarlo todo detenidamente.

Estaba haciendo demasiadas preguntas. La gente nerviosa formula demasiadas preguntas a la vez. Pero yo no estaba nervioso, me dije. Sólo que nunca debería haber pronunciado «Tribunal Disciplinario» en presencia de un paciente.

Al otro lado de la línea volvió a oírse un profundo suspiro.

—Siempre enviamos nuestras conclusiones por correo. De hecho, es lo único que puedo hacer por usted. Estamos obligados a informar a la familia, pero, al hacerlo por correo, además de cumplir con nuestro deber damos al médico implicado un día de margen. Tómeselo como un detalle por parte de un colega, doctor.

Capítulo 50

—Hola, soy Herzl.

La voz humana no envejece. Aunque no se hubiese presentado enseguida, habría reconocido entre miles de voces la de mi antiguo profesor de Biología Médica.

—Profesor Herzl, ¿cómo está usted?

—Creo que sería mejor que eso te lo preguntara yo, Marc. ¿Estás solo? ¿Puedes hablar libremente?

Estaba solo, sentado al escritorio de mi despacho. Había un ajetreo inusual en la sala de espera: ni más ni menos que cuatro pacientes esperaban turno, pero como todavía no tenía ganas de ver a ninguno, de momento seguían aguardando.

—Estoy solo.

—Bien. No te tomes a mal que vaya directamente al grano, Marc, y que me salte la cháchara. Propongo que primero me escuches y que luego, cuando acabe, me hagas las preguntas. Como antiguamente en clase, de hecho. ¿Te parece bien?

—Sí.

—Bien. Escucha. Desde que me retiraron de la universidad he desempeñado todo tipo de cargos y no quiero aburrirte con ello. Holanda es un país comunista. Quien cae en desgracia puede acabar limpiando váteres. Yo no llegué a tanto, pero sí pasé años trabajando en lugares en que no debería haber trabajado. A lo que iba: en la actualidad, mis ideas de entonces son plenamente aceptadas, pero no creas que ha venido alguien a presentarme sus excusas. Aunque también es cierto que en los últimos años vuelven a ofrecerme trabajos que encajan mejor con mi perfil, por decirlo de algún modo. Y resulta que desde hace un par de años trabajo como asesor del Tribunal Disciplinario del Colegio de Médicos. —Aquí hizo una breve pausa, pero yo me contuve y no pregunté. Sí que me apreté el auricular un poco más fuerte contra la oreja—. Bien —continuó—. Sólo asesoro, no tengo competencia para tomar decisiones. A veces veo cosas que otros no ven. Hace un par de días me encontré con tu nombre, Marc. Lo reconocí enseguida. Médico de cabecera. Siempre me pareció una pena que no siguieras, tenías las aptitudes necesarias. Bien, la hora de la verdad será mañana a las nueve. He estudiado todos los detalles de tu caso, no comparecen antiguos alumnos míos ante el tribunal todos los días. Y he dicho «todos los detalles», aunque ni siquiera hizo falta. Lo vi enseguida. Escúchame bien, Marc. Voy a hacerte un par de preguntas y me responderás sólo con un sí o un no. Todo esto es extraoficial. Sólo podré ayudarte si eres sincero conmigo. También es importante que yo no lo sepa todo; espero que lo entiendas.

—Sí —dije. En aquel momento mi asistenta asomó la cabeza por la puerta con expresión interrogativa. Señaló con la mano detrás de sí, hacia la sala de espera.

Con los labios formé la palabra «¡Largo!». Ella lo entendió y su cabeza desapareció de nuevo.

Pensé que Herzl volvería a decir «Bien», pero no lo hizo. O tal vez no lo oí.

—Un médico de cabecera nunca retira tejido para hacer un cultivo, Marc; no hace falta que te lo diga. Y menos aún si sospecha que puede tratarse de una enfermedad mortal. Por tanto, ni siquiera puede hablarse de un error médico propiamente dicho. Más bien de ofuscación. Un médico de cabecera puede cauterizar una peca o extraer un quiste. Pero ante la mínima sospecha de que pueda tratarse de algo grave, no puede tocar la peca o el quiste. Aquí esta norma no se cumplió. Aún más, el tejido se retiró con tan poca delicadeza que, en caso de enfermedad mortal, su expansión sólo se aceleraría. ¿Es correcto hasta aquí, Marc?

—Sí.

—A continuación, la muestra del tejido nunca llegó al hospital. Por supuesto, es posible que se perdiera. Pero también es posible que se te olvidase enviarla. Atento, Marc, sólo quiero un sí o un no. ¿Se te olvidó?

—Sí.

El profesor suspiró profundamente. Parecía un suspiro de alivio. A continuación lo oí hojear unos papeles.

—Me alegro de que seas tan sincero conmigo, Marc… Ahora pasemos a tu paciente. El difunto… Ralph Meier. Actor. Yo jamás había oído hablar de él, pero eso no significa nada. Salgo poco; me quedo en casa leyendo o escuchando música. Pero bueno, al grano. ¿Había algún motivo para que prefirieses no ver más a este paciente en concreto?

Y no me refiero a que se visitara con otro médico, no. Quiero decir, literalmente, no verlo más. En el sentido de que ya no esté entre nosotros. Que desapareciese, como es el caso, de este mundo. ¿Jugueteabas con esta idea, Marc?

—Sí.

—Así pues, ocurrió algo por lo cual, en tu opinión, Ralph Meier no debía seguir vivo. Puede pasar. Todos lo hemos pensado alguna vez. Al fin y al cabo, somos humanos. Tendrías tus razones. Lo que voy a preguntarte es independiente de este asunto y de cómo va a tratarlo mañana el tribunal. Es puramente interés personal. Mi interés personal por ti, pero también por el ser humano en cuanto especie. Por supuesto, tienes todo el derecho a no responder. No es que haya estado hurgando en tu vida privada, pero sé que tienes esposa y dos niñas adolescentes. Mi pregunta es muy simple. ¿Tiene la muerte de Ralph Meier algo que ver con tu familia, Marc?

Titubeé.

—Sí —admití finalmente, pero Aaron Herzl captó mi vacilación.

—Ya te lo he dicho, si no quieres responder a algo, no digas nada. No me lo tomaré a mal. Bien, así que tiene que ver con tu familia. ¿Con tu esposa?

Dudé de nuevo. Una parte de mí quería dar por terminada la conversación, pero otra no quería seguir contestando sólo con monosílabos. Esta última quería explicarle toda la historia a mi antiguo profesor de Biología Médica.

—No. Es decir, al principio… No, en realidad no.

—No quiero hacerme el perspicaz, Marc, pero desde el principio eso no me había parecido probable. Habría apostado antes por una de tus hijas. ¿Cuántos años tienen ahora? Creo que catorce y doce. ¿Correcto?

—Sí. —Habría querido contárselo todo, pero ni siquiera hacía falta. Ya lo sabía.

—Marc. Puedo imaginarme que quieras decir más de lo que quizá te conviene. De lo que nos conviene a ambos. Pero es importante que nos limitemos a los hechos. Por eso te recuerdo que sólo contestes sí o no. En una ocasión tuve un caso que no era exactamente competencia del Tribunal Disciplinario. Un hombre adulto había abusado de una niña de doce años y aseguraba que a ella también le había gustado. Como dicen todos. Los médicos, por supuesto, sabemos la verdad. Es un defecto. Las partidas defectuosas se retiran del mercado. O al menos eso es lo que deberíamos hacer. Pero bueno, estoy yéndome por las ramas. ¿Fue algo así, Marc? Sólo sí o no.

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