—Nada.
—¿No había referencias a sus primeros artículos o a querer ponerlos en práctica?
—No. Es decir, es muy conocido como experto en medio ambiente, así que tiene cierto sentido, pero no me encontré con su diario personal ni nada similar. Pero la creó hace unos quince años, que es cuando su compañía comenzó a obtener importantes beneficios. —Hizo una pausa, pero a Kate le dio la sensación de que quería continuar.
Y lo mismo le pareció a Tom, que escribió: «Insiste».
—¿Qué más?
—Bueno, ésta es sólo mi opinión, y quizás sea sólo un delirio de investigador, ¿vale? Pero los antiguos trabajos que escribió tenían una especie de pasión que no se encuentra en los más recientes, como los que hizo mientras estaba en la NOAA. Ésos eran completamente aburridos. Y parece que intentó volver a la universidad después de irse de la NOAA. Hay muchas cartas a las universidades y solicitudes de becas en los archivos. Pero no le ofrecieron ningún puesto y no recibió ningún dinero, y por eso creó Coriolis. Supuse que la fundación empezó a funcionar cuando consiguió suficiente dinero para volver a lo que le interesaba. Ya sabes, a lo mejor fue su manera de entrar de nuevo en el juego.
Tom comenzó a escribir inmediatamente, pero no aparecieron instrucciones en la pantalla de Kate. Ella miró a Jake, que observaba el monitor de Tom como hipnotizado. Volvió a mirar a cámara.
—¿Dónde te encuentras?
—En Nueva York. Creo que en las oficinas del FBI.
—¿Qué te ha sucedido?
Bajó la vista a su regazo.
—Prefiero no hablar de eso, Kate. No voy a volver al trabajo. Pero estaré bien —dijo débilmente—. Cuídate.
Se le hizo un nudo en el estómago justo cuando el icono de finalizar apareció en la barra blanca en la base de la pantalla.
—Elle, cuídate mucho tú también. Y si necesitas algo… —La pantalla se oscureció y Kate miró el monitor de Tom Taylor—. ¿Ni siquiera puedo decirle adiós?
—Tienes cosas más importantes que hacer —respondió, y tecleó algo. La pantalla detrás de él, que había estado proyectando una vista lateral de Elle, pasó a mostrar una imagen del océano Atlántico—.
Simone
ha crecido y aumentado de velocidad en la última hora. Está a doscientas cincuenta millas de la costa de Delaware y a unas seiscientas millas al sureste de Nueva York. De acuerdo con el Centro Nacional de Huracanes y el Servicio Nacional de Meteorología, sigue una trayectoria estable nor-noroeste. Su presión ha continuado en lento y constante descenso durante las últimas doce horas y está ahora en los novecientos ochenta y nueve milibares. Dime qué quiere decir eso.
—Quiere decir que estamos con la mierda hasta el cuello —intervino Jake.
—Está sobre las Bermudas —murmuró Kate.
—Avancemos, Kate. Va a caer sobre Nueva York, ¿verdad? —preguntó Tom.
Kate lo miró.
—A menos que se dirija a Boston. En ese caso las cosas no se pondrán peores de lo que ya lo están en el área de los tres estados. Tendremos el agua y el viento, pero no la tormenta. No tocará tierra.
—¿Cuáles son las probabilidades de que eso suceda?
Kate miró a Jake y se encogió de hombros.
—¿Menos del cincuenta por ciento?
Jake asintió.
—Hay que esperar y ver. Las próximas veinticuatro horas…
—Son veinticuatro horas que no podemos permitirnos el lujo de esperar. Hemos confirmado la actividad sísmica submarina que mencionaste, pero si el segundo flash que habéis visto fue artificial, entonces es posible que haya otros intentos. Tenemos satélites de vigilancia adicionales en la tormenta para rastrear cualquier avión o barco que se acerque a unos cientos de kilómetros. Tengo pilotos de combate en alerta a lo largo de la costa en caso de que aparezca algún invitado inesperado. —Tom se puso de pie—. Tendremos personal en Hyderabad en unas horas. El FBI ya está en camino para traer a Carter Thompson y a Davis Lee Longstreet para interrogarlos.
—¿Por qué Davis Lee? —preguntó Kate.
—Porque puede que sepa algo —respondió Tom por encima de su hombro con un tono que no podía ser más desdeñoso—. Tengo una reunión. Mientras tanto, ¿por qué no pensáis en alguna manera de detener esto?
Lunes, 23 de julio, 9:10 h, una «casa segura» en una zona rural de Virginia del Norte.
Jake dejó su taza sobre la encimera de la cocina y el sonido al golpear contra la superficie pareció tener un tono concluyente. Miró a Kate, que se encontraba de pie entre la mesa de la cocina y la nevera, mirándolo de un modo extraño.
—Ya no puedo tomar más café. ¿Quieres una
Coca-Cola
?
Ella sonrió. Parecía tan exhausta como realmente se sentía.
—Me encantaría.
Jake abrió la nevera. Cuando volvió a darse la vuelta, Kate estaba sentada a la pequeña mesa.
—¿Light o normal?
—Normal.
Agarró una botella y un abridor y bebió un largo trago. La efervescente bebida, fría y dulcemente picante, lo espabiló y lo tranquilizó al mismo tiempo.
—No sé qué opinas tú, pero me gustaría poder despertar y que todo esto fuera una pesadilla verdaderamente espantosa —dijo Kate tras tomar un sorbo un poco menos largo.
—Las cosas van a empeorar.
—¿Qué detendrá a ese monstruo, Jake? Ya ha devastado la mayor parte de la Costa Este. ¿Qué más puede pasar? Si
Simone
sigue avanzando en esta dirección… —Kate se detuvo y tomó aliento, poniendo una falsa nota alegre en su voz—. Caramba, todas esas predicciones apocalípticas se harán realidad.
Jake no tenía una respuesta para ello, así que tomó otro trago de Coca-Cola.
Ella cerró los ojos y respiró hondo.
—¿De verdad crees que alguien está detrás de todas estas tormentas que hemos estado investigando? —preguntó casi en susurro.
—No me queda la menor duda, Kate. Estoy absolutamente convencido de que cada uno de esos destellos de calor fue producto de un láser aéreo.
—Eso es una locura. ¿Quién haría algo así? ¿Por qué?
Se encogió de hombros.
—Es probable que sea tu jefe, Carter. Supongo que dependerá de lo que encuentren en Hyderabad cuando lleguen allí, pero las cosas parecen ir encajando en su sitio.
—¿Pero por qué haría una cosa así? Sobre todo Carter Thompson. Tiene todo lo que cualquiera puede desear. Quiero decir que me niego a creer que es sólo por hacer dinero. Generar un desastre y luego repararlo. Es de locos. ¿Será una especie de declaración? Si Elle tiene razón respecto a que él quiere presentarse como candidato a la presidencia, ésta no parece una buena estrategia de campaña. Millones de personas podrían resultar heridas. O muertas —murmuró; a continuación se frotó los ojos—. Vivimos en un mundo caótico, Jake. Un mundo que se está yendo a la mismísima mierda, si es que alguien está detrás de esto —continuó. Su voz osciló entre el cansancio y el temor.
Él se acercó a ella hasta colocarse a su lado, sin saber muy bien cómo reaccionar. Sintió el impulso natural de consolarla, pero existía la posibilidad de que las cosas se complicaran, así que se limitó a asentir, llevándose la Coca-Cola a los labios.
Para su sorpresa, ella comenzó a reír. Él la miró hasta que la risa se fue apagando poco a poco.
—¿Te encuentras bien?
—Lo siento. Ese gesto de asentimiento ha sido muy elocuente —dijo con sarcasmo.
—Sí, bueno. Soy un científico. No sabemos reflejar muy bien las emociones.
—No hace falta que lo jures.
Él sonrió y se inclinó sobre la encimera.
—¿Cómo demonios hacemos para detener esto?
—Nosotros sabemos que no se puede. Si hubiera alguna forma, ya se le habría ocurrido a alguien. Probablemente sepas mejor que yo cuánta gente lo ha intentado a lo largo de los años. Eso es lo que tú, en realidad, estabas investigando cuando estudiabas las tormentas, ¿verdad?
—No. Yo estudiaba las tormentas, como te dije, pero no te conté por qué lo hacía. Estaba ese pequeño detalle de la seguridad nacional a considerar.
—¿Y ahora que estoy dentro podemos hablar del asunto?
Casi se ahoga con la bebida.
—No estás dentro. Eres una mosca atrapada en uno de esos pegajosos papeles.
—¿No podré irme nunca?
—Estoy seguro de que te dejarán marchar. Tal vez neutralicen el campo magnético de tu cerebro primero. ¿Candy no habló contigo? Jamás podrás contar nada de esto.
—¿Lo decía en serio? —preguntó Kate, y él tuvo que mirarla un par de veces antes de ver el temblor en sus labios—. Entonces, ¿por qué Tom no quiso que Elle supiera quién era él?
—Por tres motivos. El primero es que la gente teme más al Departamento del Tesoro que a la CIA; el segundo es que la CIA no está autorizada a trabajar dentro de los Estados Unidos; y el tercero es que todo integrante de los servicios de inteligencia miente. Apostaría cualquier cosa a que ni siquiera Tom Taylor es su verdadero nombre.
—Eso me hace sentir mucho mejor —repuso ella secamente, y se llevó la botella de refresco a los labios y la terminó. Luego la dejó sobre la mesa y se puso en pie—. Odio beber y marcharme, pero necesito estar sola un rato antes de que se me desintegre el cerebro. Estaré arriba en la suite de lujo. Grita si necesitas algo.
Jake asintió y la observó mientras abandonaba la cocina.
Lunes, 23 de julio, 8:25 h, Campbelltown, Iowa.
—Esto es totalmente absurdo.
Carter sonrió ante el claro comentario del piloto y no contestó mientras observaba el avance del avión en el monitor de su ordenador. La caída constante de una lluvia ligera contra las ventanas del despacho de su casa era bienvenida tras tantas semanas de plácido tiempo.
—Estamos volando demasiado bajo, demasiado despacio y demasiado cerca del espacio aéreo estadounidense. Tienen aviones de reconocimiento con esta visibilidad espantosa y nosotros no aparecemos en el radar. Si alguien me ve, tendré a los F-18 dándome un enema de Sidewinder antes de que pueda parpadear. Eso si no nos estrellamos primero. Esto es una locura. Voy a anular la operación y largarme mientras todavía exista la posibilidad. Cambio.
El avión comenzó a elevarse inmediatamente en una curva que lo alejaba de la tormenta, aunque pasaría un tiempo antes de encontrarse fuera del alcance de los vientos que soplaban en dirección opuesta a las agujas del reloj. Carter apretó el botón que controlaba el micrófono.
—Negativo. Volverás al curso y altitud anterior y procederás según el plan. Cambio.
—De ninguna manera, amigo. Me largo. Cambio y fuera.
Carter parpadeó cuando el icono de las comunicaciones se oscureció, pero luego sonrió ampliamente.
—Hijo de puta —murmuró mientras pulsaba unas teclas y asumía el control remoto del módulo de mando del láser en el avión—. Veamos qué piensas de esto.
Era evidente que el piloto no tenía intenciones de llevar a cabo la operación. Raoul no había encendido todo el equipamiento necesario, una omisión que Carter rectificó rápidamente, accionando a distancia la secuencia necesaria para activar el combustible y las fuentes de energía.
El avión estaba ganando velocidad y altura y ya había cambiado el curso en dirección a la costa estadounidense.
El icono de las comunicaciones se encendió justo cuando el láser fue activado, lo cual hizo que Carter se riera en silencio.
—Bastardo demente. Apaga eso. —El británico estaba furioso.
—Es mi avión, mayor Patterson, por si lo había olvidado —respondió Carter con una sonrisa en la voz—. Tengo una operación que completar y pienso hacerlo, con o sin su ayuda.
—No me he olvidado de nada. Pero deseará que lo haya hecho. Me he puesto en contacto con la torre de Filadelfia y he pedido permiso para un aterrizaje de emergencia…
—No le hará falta. Cálmese. —Carter cerró el canal de comunicaciones, completó la siguiente secuencia a distancia e introdujo la información de las coordenadas necesarias. La ubicación no era precisamente ideal. El avión estaba demasiado lejos del ojo del huracán para otra descarga, pero ahora tenía la oportunidad de probar algo que no había intentado desde el
Iván
en 2004: apuntar sobre el propio océano. Sobrecalentar el agua delante de la tormenta no sería tan efectivo como calentar su centro, pero el calor adicional en la superficie e inmediatamente debajo actuaría como combustible.
Programó la descarga para una duración de quince segundos, mucho más larga de lo habitual, e inició la secuencia de disparo. Segundos más tarde, observó cómo la pequeña área de la superficie del océano pasaba de un azul claro al verde, y luego al amarillo a medida que se calentaba.
Cuando llegó el momento, los sensores del monitor de Carter comenzaron a chispear amenazadores. Con una expresión apenada, activó el mecanismo de seguridad que había instalado en el avión para casos como ése. Deseaba no haber tenido que usarlo nunca, pero ahora no le quedaba otra alternativa.
Con el corazón acongojado escribió la última contraseña y apretó «enter» para activar los pequeños explosivos montados dentro de los tanques de combustible en las alas del avión. Dejó escapar un pesado suspiro y centró su atención en la tormenta del otro monitor. El área del océano se había estabilizado y volvía al verde oscuro, mientras la tormenta comenzaba a cambiar bruscamente de dirección. Y a crecer.
—Saldrá bien —se dijo a sí mismo mientras se ponía de pie y se ajustaba el cinturón de su bata—. Saldrá bien.
Lunes, 23 de julio, 9:45 h, una «casa segura» de la CIA en una zona rural de Virginia del Norte.
—¿Kate?
Ella dio un salto, sentándose e intentando mirar a la figura que se inclinaba sobre ella. Escuchó el chasquido de su cabeza al chocar contra la de Jake, apenas un segundo antes de recibir el impacto. La sensación la volvió a dejar tendida sobre la cama, sin aliento durante un segundo antes de sentir el dolor.
Él soltó una imprecación mientras luchaba por controlar las involuntarias lágrimas.
—¿Qué demonios estás haciendo? —quiso saber ella. La habitación estaba completamente a oscuras. La cama seguía siendo incómoda.
Él se sentó en su cama agarrándose la cabeza entre las manos.
—Tom nos quiere a ambos despejados y listos para el trabajo, ahí abajo.
—¿Qué hora es?
—Sólo has dormido un rato. Una media hora.
Ella se volvió a sentar, apoyándose contra la pared mientras se frotaba con cuidado el creciente chichón que empezaba a aparecer en su cabeza.