Domingo, 22 de julio, 7:45 h, DUMHO, Brooklyn.
Kate cerró los ojos, sin querer ver todas las luces traseras de los coches que se deslizaban delante de ellos, avanzando a paso de tortuga por el puente por el que habían paseado hacía apenas una hora.
«¿Desde cuándo los neoyorquinos prestan atención a lo que dice el alcalde o algún otro burócrata?».
—Mamá, sé que es temprano y que estás asustada —dijo Kate, con los nervios a punto de estallar, haciendo acopio de su muy escasa paciencia—. Pero esto es serio y tenemos que salir de la ciudad.
—Tu padre no quiere irse.
—No tiene opción —dijo Kate, lenta y enfáticamente—. Tenéis que iros, y ahora mismo, mientras las cosas estén en relativa calma. ¿Ves el viento? Si te parece que es fuerte ahora, dentro de doce horas será mucho peor, y en veinticuatro el agua podría subir hasta el segundo piso. No estoy bromeando, mamá. ¿Me entiendes?
—No me hables como si fuera una niña —se quejó su madre.
—Bueno, deja entonces de actuar como si lo fueras —replicó Kate—. Estoy intentando decirte que no sabemos adónde se dirigirá esta tormenta. Pero si llega a la ciudad, lo cual es muy probable, tú estarías en primera fila para recibirla. ¿Recuerdas las fotos de Nueva Orleans después del
Katrina
? ¿Qué no podías creer que hubiese gente que se quedara? Bueno, tú serías una de esas personas. Vives a dos manzanas de la playa.
—Tu padre…
—Dile que está loco. Dile que no tiene la botella de oxígeno adecuada para respirar bajo el agua —respondió enojada—. Tienes que subirte al coche y dirigirte a casa de tía Molly en Vermont. Lleva agua, comida y mantas, porque puede que tardéis mucho tiempo en llegar. Mantén tu móvil cargado y el tanque de gasolina lleno durante el viaje, ¿vale?
—¿Vendrás con nosotros? ¿Dónde estás? ¿Vienes para aquí?
Ella contuvo el aliento por un momento, luchando contra las lágrimas que la ahogaban.
—No, yo, eh, tengo que salir de la ciudad por un asunto de negocios.
—¿Un domingo por la mañana? No lo mencionaste la otra noche. ¿Adónde vas?
—Washington. —Cerró los ojos y esperó el grito, que llegó justo al instante.
—¿Washington? ¿D.C.? Katharine, ¿estás loca? Todos se han marchado de Washington, incluso el presidente. ¿Para qué vas hacia allí? ¿Estás sola?
Ella apartó el teléfono de su oído y le echó a Jake, que tenía los ojos fijos en la carretera, una mirada irritada.
—No, no estoy sola. Estoy con alguien del trabajo. El viaje es un asunto repentino. Estaré bien.
Jake la miró y ella hizo un gesto con los ojos.
—Creo que deberías decirle a tu jefe que está loco y venir a Vermont con nosotros.
«Al menos ya se había decidido».
—Estaré bien —repitió Kate con firmeza—. Quiero que salgas de esa casa y te pongas en camino en menos de una hora, ¿entendido? Ve a uno de esos centros de evacuación si te ves forzada a hacerlo, pero aléjate de la playa. Te llamaré dentro una hora, y será mejor que hayas emprendido ya el viaje.
—Veré qué puedo hacer con tu padre.
—Que el señor O'Neal vaya y te ayude y lo amenace con meterlo en el maletero si no quiere marcharse por sus propios medios —respondió con firmeza—. ¿Entendido?
—Le encantará oír algo así. —Hubo una larga y densa pausa al otro lado de la línea—. Katie, ¿has oído lo de Richard?
La voz de su madre era suave y dubitativa, y Kate tragó saliva para deshacerse del nudo en la garganta que intentaba ignorar. Apretó los párpados.
—Sí, lo he oído.
—Lo siento mucho, Katie.
—Gracias, mamá. —Respiró con fuerza y abrió los ojos—. Escucha, te llamo dentro de un rato, ¿vale?
—Bueno.
—Te quiero —concluyó lentamente. Al otro lado de la línea le respondió un silencio.
—Yo también te quiero, Katie. Ten cuidado.
—Lo tendré, mamá. Tú también.
Finalizó la llamada y apoyó la cabeza contra el asiento, cerró los ojos y ni siquiera intentó detener sus lágrimas.
Domingo, 22 de julio, 8:30 h, Distrito Financiero, Nueva York.
Davis Lee se detuvo delante de la puerta abierta de su despacho y miró la inesperada figura de Carter Thompson en él. Su despacho. Apretó los dientes ante aquella intromisión y tosió levemente al entrar.
El condenado de Carter ni siquiera se dio la vuelta hasta transcurridos unos segundos.
—Buenos días. No sueles ser un hombre que dé sorpresas, Carter. Pensé que nuestra reunión era a las nueve —dijo Davis Lee con soltura mientras dejaba su café Starbucks sobre la mesa y se acercaba a estrechar la mano de su jefe. Éste parecía cansado. No sólo cansado. Exhausto. Pero cuando sonrió un brillo extraño apareció en sus ojos que Davis Lee no supo interpretar.
—Buenos días. No te habré hecho madrugar demasiado, ¿verdad?
«Es domingo».
—Por supuesto que no —mintió con una sonrisa mientras se detenía junto a él—. El paisaje es más agradable cuando no llueve. Ya han avisado de la evacuación. No puedo creerlo. La tormenta no se detuvo a destrozar las Carolinas, qué pena.
—Es una gran tormenta y ésta es una ciudad grande —dijo Carter distraído.
Ambos observaron la ciudad gris, bajo la lluvia, en silencio, durante varios minutos. Los relámpagos eran espectaculares, y Davis Lee podía sentir los truenos al estallar y retumbar a su alrededor.
—Y bien, ¿qué es lo que tienes en mente, Carter? ¿Alguna cosa en particular?
—Una de nuestras meteorólogas me envió un trabajo que escribió. Parece que lo presentó en un congreso hace unos días.
Carter permanecía con las manos en los bolsillos de los pantalones, pero Davis Lee se daba cuenta por la inclinación de su cabeza de que el hombre no estaba hablando de un asunto intrascendente. Probablemente estuviera muy furioso.
—Ésa tiene que ser Kate Sherman. Es excelente en su trabajo.
—Su escrito hace que parezca que se equivocó de carrera. Debería haber sido guionista de
Expediente X.
«Mierda».
—¿Conocías el trabajo? ¿Lo aprobaste? —continuó Carter. Comenzó a juguetear con las monedas en los bolsillos. Eso no era nunca una buena señal.
—Sabía que estaba escribiendo una ponencia y vi un borrador, pero no conocí la redacción final hasta que tú la recibiste. Nos la envió al mismo tiempo, después de que la aceptaran en el congreso —reconoció Davis Lee—. Nunca pensé que querría aparecer como una tonta. Es inteligente…
—Ella se presentó como nuestra meteoróloga jefe —interrumpió Carter con agudeza—, lo que parece significar que la compañía aprobó el trabajo y sus desaforadas conjeturas. No debería haberlo escrito. No debería haberse publicado. Es una pena que no lo leyeras antes de que comenzara este embrollo. Me sorprende que la prensa no lo haya comentado. Sin duda lo harán. —Carter se volvió a mirarlo con ojos helados—. Despídela. De inmediato.
«Ya tenemos suficientes problemas entre manos». Davis Lee le devolvió la mirada.
—Carter, eso es un tanto exagerado. Si te preocupa que la prensa se interese en su trabajo, ¿qué crees que harán si la despiden por haberlo escrito?
—¿Lo aprobaste por escrito?
Davis Lee separó los pies como para plantarse con firmeza y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Eso es generalmente un asunto formal, Carter. Estoy seguro de que hay algo, algún correo electrónico…
—Deshazte de ello —le dijo secamente—. Que alguien despeje su mesa, borre sus archivos y la elimine del sistema. Y después, despídela, Davis Lee. Hoy.
Las observaciones que había hecho Elle le vinieron a la memoria, cuando miraba a Carter a los ojos.
—Quiero asegurarme de que te entiendo correctamente, Carter. Kate Sherman ha trabajado para nosotros durante más de diez años, pero la despedimos porque piensas que podría haber desacreditado a la compañía por escribir una ponencia que no va a leer nadie, excepto los locos del clima. —Hizo una pausa—. Hay otros modos de resolver esto que no terminan con un juicio y titulares en los periódicos. Mierda, podríamos decirle que tiene que trasladarse a Iowa a trabajar en la sede central. Ella es una chica de Brooklyn. Renunciaría en un santiamén.
Carter no dijo nada, se limitó a seguir mirando por la ventana.
—¿Exactamente de qué tenemos miedo? —preguntó Davis Lee—. Somos una compañía privada con una reputación sólida. No veo cómo un escrito delirante repleto de hipótesis descabelladas y mala ciencia puede perjudicarnos. En todo caso, ella ha convertido su propia vida en un asunto complicado, torpedeando su próximo aumento. Kate no es un gurú demente, Carter, y francamente, no puedo creer que haya hecho esos comentarios. Es terriblemente inteligente y en general cuidadosa hasta la exageración. No quiero perderla. Déjame que hable con ella. Estoy seguro que le quedará todo muy claro.
—Harás lo que ordeno.
La furia hirvió dentro de Davis Lee mientras Carter se mantenía obstinadamente de espaldas a él.
—Muy bien, Carter. La despediré cuando la vea. Pero dejo constancia de que creo que es una mala idea. —Miró su mesa y vio una nota escrita de puño y letra de Elle.
«El hijo de puta está de pésimo humor. Hoy es tan buena oportunidad como cualquier otra».
—Hay otro asunto que es necesario discutir. —Davis Lee volvió a alzar la vista, relajando la voz, más de lo que estaba hacía apenas unos segundos—. Una asistente mía estuvo echando una mirada a tu historial, para preparar tu anuncio a una posible candidatura. Encontró algunas cosas que creo que serían difíciles de explicarle a Bill O'Reilly.
Carter se puso rígido.
—No hay nada en mi historial que necesite explicaciones.
—Por eso hice que ella lo revisara, para asegurarnos. —Hizo una pausa para tomar un sorbo de café que ni necesitaba ni deseaba, y luego colocó con cuidado el vaso de plástico sobre su mesa—. No dije que hubiera encontrado nada malo, sólo algunas cosas que podrían malinterpretarse si alguien tuviera el deseo de hacerlo. ¿Nos sentamos?
Carter ignoró la invitación, por lo que Davis Lee permaneció de pie.
—Ella descubrió dos cosas que podrían ser problemáticas. La primera fue una serie de trabajos que escribiste en la universidad y que fueron citados en algunos libros un tanto estrambóticos sobre el control climático. —Davis Lee se aseguró de mantener una expresión neutra mientras observaba cómo Carter se quedaba rígido—. La otra son unos artículos de constitución de una fundación para… —Revolvió algunos papeles en su escritorio, para crear un efecto, como si estuviera buscando algo—. Algo del medio ambiente. ¿Selvas tropicales? Y algo sobre desiertos. Con base en… ¿era en India? ¿Hay selvas tropicales en India?
Alzó la vista y vio que Carter finalmente se había dado la vuelta para ponerse frente a él. La repentina palidez en el rostro de su jefe lo alarmó, pero también le resultó gratificante.
—Esos artículos de investigación podrían parecerle algo desequilibrados al electorado, creo, así que vamos a tener que pensar en controlar un poco el daño. Tener algo preparado en caso de que tengamos que explicarlos. Pero esa fundación podría parecer algo… ¿caprichoso?
Como había previsto, Carter enrojeció profundamente ante el insulto, y Davis Lee lo interrumpió antes de que pudiera responderle.
—Tal vez no sea la palabra justa. Quiero decir que a lo mejor no tiene mucho eco entre el electorado porque no es un tema que preocupe a los estadounidenses en estos momentos. Tenemos algunos desiertos, pero son atracciones turísticas, y no contamos con selvas tropicales. —Se encogió de hombros—. Estoy pensando que podrían hacer algunas preguntas con respecto a los motivos que te han llevado a concentrar tu energía y recursos fuera del país y no dentro. Quiero decir, Buffet y Gates pueden tirar su dinero en África o en cualquier otro lugar porque no se presentan como candidatos en las elecciones. —Hizo una pausa—. Por otro lado, los esfuerzos filantrópicos de su esposa no ayudaron en mucho a John Kerry, ¿no es cierto? Así que tal vez esto no esté bien.
—Siempre he defendido el medio ambiente y no estoy avergonzado de ello. Y financiaré cualquier causa que crea que valga la pena. —La voz de Carter sonó grave y casi temblorosa por la ira, y tenía los puños apretados junto a su cuerpo cuando se dio media vuelta—. En cuanto a mis escritos de juventud, no puedo evitar que la gente me cite. Y para tu información, los esfuerzos por controlar el clima han tenido lugar desde hace cientos de años. Muchos avances significativos han tenido lugar en las últimas décadas.
«Por todos los demonios».
—Entonces eso bastará para controlar el asunto, supongo. A menos que hayas tenido algo que ver con alguno de esos avances —concluyó con un tono despreocupado en la voz.
Carter se volvió a mirarlo con la furia brillándole en la mirada.
—Sí, eso bastará para controlarlo. Y para que quede claro, no tengo intención de ser cuestionado sobre nada de esto ni por ti en este momento ni por el Congreso más adelante.
Salió del despacho, dejando a Davis Lee mirando incrédulo su retirada y los pequeños restos de hierba embarrada que se desprendían de las suelas de sus zapatos.
«En qué sitio se llena uno los zapatos de barro entre el aeropuerto de Westchester y el centro de Manhattan? ¿Y por qué demonios habría de entrometerse el Congreso?».
Domingo, 22 de julio, 15:00 h, Camp David, Maryland.
Resultaba siempre agradable dirigirse a las montañas y alejarse del pegajoso calor de Washington, pero, cuando llovía, el complejo presidencial parecía más claustrofóbico que el túnel del metro. El sonido de la lluvia cayendo sobre los árboles y el retumbar en los techos y en el suelo era incesante, y después de dos días todos se estaban poniendo de mal humor. Win, que había llegado con sus padres el sábado por la mañana, observaba al principal asesor de seguridad nacional intentar por todos los medios mantener una expresión neutra frente a la furia del presidente.
—Dime una vez más por qué esto nunca llegó al PDB —exigió saber el presidente, haciendo referencia al informe presidencial diario, un sumario de todos los asuntos de seguridad o inteligencia que afectaban a los intereses estadounidenses en todo el mundo—. Tenemos a la cuarta parte de la población en movimiento a causa del
Simone
¿y el hecho de que los servicios de inteligencia piensen que la tormenta podría ser un acto terrorista no es lo suficientemente importante para ser mencionado?