Césares (60 page)

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Authors: José Manuel Roldán

Tags: #Histórico

BOOK: Césares
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Los estrechos lazos que Agripina iba tejiendo entre Claudio y Nerón para hacer más fluido el deseado traspaso del poder todavía se hicieron más fuertes con las nupcias del joven príncipe con Octavia, la hija del emperador, en el año 52. Una vez más, la impaciencia de Agripina obligó a recurrir a una dispensa legal para los esponsales, habida cuenta de que Nerón acababa de cumplir los quince años y Octavia no llegaba a los trece.

Pero el camino hacia el trono, allanado porAgripina, no estaba exento de obstáculos, en una corte entrecruzada de encontrados intereses y de retorcidas intrigas. A pesar de todos los esfuerzos para hacer brillar a Nerón y empalidecer a su único posible competidor, su hermano por adopción, Británico, el peligro de un cambio en las intenciones sucesorias de Claudio existía, y ciertos indicios lo barruntaban. Demasiado joven para defender por sí mismo sus derechos, Británico debía contar con la protección de valedores, movidos no sólo por afecto a su persona, sino por su consideración de única alternativa a la desmedida ambición de Agripina. Entre ellos estaba Domicia Lépida, su abuela, pero también tía de Nerón, cuyo afecto por el sobrino quedaba ahogado por el intenso odio que sentía hacia Agripina. Y luego estaba uno de los poderosos ministros de Claudio, el liberto Narciso. Ya sabemos cómo Agripina se libró de uno y otro, y también cómo se vio empujada a precipitar el desenlace de una trama tan laboriosamente urdida. La noche del 12 de octubre de 53 Claudio tomaba su última cena; a mediodía del día siguiente, Nerón se convertía en emperador.

El intelectual, Séneca, había cumplido con su papel. Había llegado la hora del hombre de acción, el prefecto Burro. Nerón, en litera —llovía copiosamente—, fue llevado al cuartel de los pretorianos, que le aclamaron con entusiasmo en cuanto recibieron la promesa de un
donativum
de quince mil sestercios por cabeza, la paga de cuatro años. Sólo algunas tímidas voces se preguntaban dónde se encontraba Británico. Del cuartel, Nerón se trasladó al Senado, que, obsequioso, se apresuró a acumular sobre el nuevo emperador honores y felicitaciones. Pero, en la borrachera de las primeras horas de triunfo, Nerón no se olvidó de quién le había elevado a la cumbre del poder. Por ello, cuando el oficial de guardia del palacio le solicitó la consigna para aquella noche, Nerón respondió: «
¡Optima mater!
» (¡la mejor de las madres!).

El «Quinquenio Dorado»

L
a falta de experiencia en las tareas de gobierno del joven Nerón y su escaso interés por los asuntos públicos no supusieron problema alguno para que el relevo en la cabeza del Estado se cumpliera sin incidentes o, aún más, suscitara entre la nobleza senatorial esperanzas de cambios positivos. Obviamente, se sabía que la dirección de los asuntos públicos estaría en las manos de Agripina y de sus dos hombres de confianza, Séneca y Burro. La influencia de Séneca sobre el joven Nerón y el poder real de Burro al frente de la administración civil y militar del imperio, desde la prefectura del pretorio, se aliaron para asumir de común acuerdo las tareas de gobierno. Se ha acuñado así, de la mano de una frase supuestamente puesta en boca del futuro emperador Trajano por Aurelio Víctor, la etiqueta de un
quinquennium
aureum
o
Neronis
para definir los primeros años dorados de gobierno, y contraponerlos a la espiral de locura y violencia de la segunda parte, cuando, muerto Burro y alejado Séneca de la corte, Nerón iba a desplegar todos los rasgos negativos del tirano.

El discurso ante el Senado con el que el nuevo emperador inauguraba su reinado tuvo el carácter de escrupulosa observancia formal de la tradición, y en él se adivinaba la mano oculta de Séneca: Nerón rechazó de principio el título de
pater patriae
y la erección de estatuas en su honor y desarrolló la teoría del doble origen del poder, fundado tanto en el consenso del Senado como en el de las tropas. Se comprometía a poner fin a los juicios secretos
intra cubiculum
, acabar con la corrupción de favoritos y libertos, respetar los privilegios del Senado y de los senadores, restituir a la cámara sus poderes judiciales y poner fin a la fusión de la administración privada de la
domus
imperial y del gobierno del Estado, es decir, se manifestaba dispuesto a seguir el modelo de Augusto en su principado, frente a las arbitrariedades de Claudio. No obstante y de forma contradictoria, el emperador difunto fue divinizado. Nerón había pronunciado en las exequias un encendido elogio fúnebre, en el que Séneca cargó la mano, glosando la figura de Claudio con tan desmedidas alabanzas que aún la hizo parecer más ridícula, hasta el punto de que, como dice Tácito, «cuando Nerón pasó a hablar de su prudencia y sabiduría, nadie era capaz de contener la risa».

Pero este discurso programático no buscaba en absoluto volver al principado de Augusto, por más que las necesidades de propaganda implicaran el elogio del fundador del imperio: tendía a afirmar, en la línea imaginada por la filosofía política de Séneca, el absolutismo monárquico en un difícil compromiso con las aspiraciones senatoriales. No obstante, las dificultades de esta política, destinada a acordar las exigencias del Senado y la consolidación del despotismo, habría de enfrentarse a una encarnizada oposición de la madre del emperador Agripina, y de sus partidarios, deseosos de conservar la orientación de gobierno dada por Claudio. No dejaba de ser una cruel paradoja que la que había empujado a Claudio a la tumba ahora se mostrara tan estricta guardiana de su legado político.

Con la subida al trono de Nerón, Agripina había logrado el cenit de sus aspiraciones, que pretendían el real ejercicio del poder, materializado en una política dura y represiva, destinada a eliminar a los principales adversarios del régimen y los eventuales pretendientes al trono. Esta tendencia, apoyada por los libertos ricos, los financieros de rango ecuestre, numerosos mercaderes y antiguos funcionarios de Claudio, estaba en abierta antítesis con las aspiraciones de la aristocracia y con la orientación que Burro y Séneca deseaban dar a la política y, todavía más, con la propia lógica de la soberanía absoluta en la que se había educado a Nerón, que no podía aprobar ni consentir una especie de corregencia de Agripina. En el marco de la oposición a la continuación de la política de Claudio se inscribe la ya mencionada mordaz sátira de Séneca, la Apocolokyntosis, en la que la intensidad del sarcasmo contra el emperador Claudio y la crítica a su política también se extendían a la facción de Agripina, a la que incriminaba y condenaba, lo mismo que a las categorías sociales y profesionales que habían suscrito esta política y se habían beneficiado de ella.

Bien es cierto que en un principio pareció que el poder de Nerón y de sus consejeros se encontraba sometido al efectivo control de la madre del emperador. En las primeras acuñaciones del nuevo reinado, Agripina aparecía representada al lado del hijo, en condición de perfecta paridad, proclamada como
Augusta Mater Augusti
, la
Augusta
madre del emperador. Consiguió el inusual derecho a disponer de dos lictores, oficiales públicos encargados de escoltar a los magistrados en ejercicio, provistos de las
fasces
, un haz de varas, símbolo del poder. Incluso pretendió participar en las deliberaciones del Senado y, cuando se le hizo ver que su condición de mujer hacía este deseo imposible, obligó a la cámara a reunirse en el propio palacio imperial, para, al menos, poder escuchar los debates tras una cortina. Una anécdota refleja plásticamente tanto la pretensión de Agripina de ejercer de auténtica corregente como los esfuerzos de los consejeros de Nerón por impedirlo sin herir la susceptibilidad de la arrogante mujer. En el curso de una audiencia solemne a una comisión del reino armenio —uno de los puntos calientes de la política exterior romana—, Agripina trató de sentarse al lado del emperador. Séneca logró con su ingenio abortar la embarazosa situación, acercándose a Nerón y sugiriéndole que se levantara para saludar a su madre y poder así alejarla con la debida dignidad.

Pero estas concesiones a su desmedida soberbia eran sólo minucias frente a la fría determinación de utilizar el poder al servicio de sus odios y fantasmas. Tácito comienza el relato del reinado de Nerón con estas palabras:

El primer asesinato del nuevo principado, el del procónsul de Asia, junio Silano, fue dispuesto a espaldas de Nerón por una insidia de Agripina; y no es que hubiera provocado su perdición con un carácter violento, pues era un hombre sin energía, despreciado durante las tiranías anteriores, hasta el punto de que Cayo César solía llamarlo «oveja de oro». Lo que ocurría era que Agripina, que había urdido la muerte de su hermano Lucio Silano, temía su venganza…

En efecto, Agripina había maquinado la muerte de Lucio, el prometido de Octavia, la hija de Claudio, para allanar el camino a Nerón. Pero, además del miedo, también intervenía en la despiadada determinación la condición de Silano como lejano descendiente de Augusto, con la consiguiente competencia para la estabilidad de su hijo en el trono. La irreprochable conducta del inocente procónsul sólo dejó lugar para el veneno, administrado por dos de los esbirros de Agripina en un banquete, según Tácito, «de manera demasiado visible como para pasar desapercibidos».

También tenía Agripina una cuenta pendiente con el liberto Narciso, que había estado a punto de arruinar sus ambiciosos propósitos. El fiel colaborador de Claudio fue encarcelado por orden de la emperatriz y obligado a darse muerte. Los agentes de Agripina se encargaron de hacer desaparecer los papeles secretos de Claudio, que custodiaba. Las tropelías que la emperatriz iba acumulando en su débito, pero, sobre todo, el desusado y antinatural ejercicio directo del poder que pretendía, eran incompatibles con el elevado puesto en que ella misma había deseado colocar a su hijo. El conflicto con Burro y Séneca no tardaría en estallar, complicado por rivalidades personales y por la pasión del poder, y en él, Agripina, en estrecha colaboración con el liberto Palante, llevó la peor parte en su determinación de que se respetara la dirección política querida por Claudio.

El primer signo de debilitamiento de la ascendencia de Agripina sobre Nerón y, con ella, de su poder, vino de la mano de otra mujer, una liberta imperial de origen sirio, perteneciente al personal doméstico de Octavia, Claudia Acté, de la que el joven soberano se enamoró perdidamente. De notable belleza, honesta y carente de ambiciones personales, Séneca consideró que podía constituir una influencia positiva para su pupilo, a condición de mantener en secreto la relación, como dice Tácito, «en la idea de que aquella mujer sin importancia saciaba las pasiones del príncipe sin hacer agravio a nadie… y además se temía que acabara lanzándose a corromper a mujeres ilustres si se le apartaba de aquella pasión». Un pariente de Séneca, Anneo Sereno, incluso se prestó a hacerse pasar por amante de Acté para permitir que su casa sirviera de refugio a la escondida relación.

Nerón no se conformaba con este amor de tapadillo y consideró incluso la posibilidad de repudiar a su mujer, Octavia, y desposar a la liberta. Agripina, al enterarse, montó en cólera y escupió los peores insultos contra la amante, pero sus virulentos reproches sólo consiguieron que Nerón se le enfrentara abiertamente. Agripina, dándose cuenta de que estaba perdiendo la ascendencia sobre su hijo, no tuvo reparos en cambiar de táctica y trató de atraerse con halagos su voluntad, mostrándose incluso dispuesta a ofrecer sus propias habitaciones privadas para que Nerón pudiera desfogar discretamente su pasión. Como apostilla Tácito, «este cambio tampoco engañó a Nerón, al que le aconsejaron que se guardara de las insidias de aquella mujer siempre feroz y ahora, además, hipócrita». Pero cuando Nerón, en un intento de conciliación, envió a su madre un vestido y varias piedras preciosas del ajuar imperial, Agripina reaccionó, soberbia e imprudentemente, con el comentario de que sólo le estaba ofreciendo una mínima parte de lo que su hijo disfrutaba en su totalidad gracias a ella.

La reacción de Nerón todavía no se volvió directamente contra Agripina, pero, para debilitar su posición, destituyó a uno de sus principales soportes, el liberto Palante, de su cargo al frente de la administración imperial. Ante el ataque, Agripina perdió el control y en una tormentosa entrevista con su hijo descubrió imprudentemente sus cartas: amenazando con hacer públicas todas las maquinaciones y crímenes que había cometido para poder sentarle en el trono, se manifestó dispuesta a defender los derechos de Británico ante el ejército, para pedir «que se oyera, por una parte, a la hija de Germánico, y, por otra, a Burro, un tullido, y a Séneca, un desterrado, reclamando el uno con su mano mutilada y el otro con su lengua de charlatán el gobierno del género humano». Es poco probable que Agripina pensase realmente en esta posibilidad, pero con sus amenazas atrajo la atención de Nerón sobre el hijo de Claudio y sobre el peligro que realmente representaba, puesto que en unos meses alcanzaría la mayoría de edad. Y, tras un desafortunado incidente, decidió su destino. Durante las Saturnales, que se celebraban en Roma a mediados de diciembre, en el curso de un banquete, Nerón propuso que Británico entonase una canción, para ridiculizarle. Sucedió lo contrario: logró conmover a los asistentes, improvisando unos versos sobre el trágico destino de un príncipe despojado de la herencia paterna.Apenas dos meses después, caía fulminado en un banquete por el veneno administrado por esbirros de Nerón y preparado por la experta Locusta, que tan buenos servicios había prestado a su madre. La muerte se achacó a un ataque de epilepsia y el cadáver del infortunado joven recibió un humilde y rápido entierro, cuyos tétricos detalles recuerda el historiador Dión Casio: conducido aquella misma noche el cadáver al Campo de Marte, donde estaba preparada la pira, para ocultar su aspecto lívido, Nerón ordenó que fuese embadurnado con yeso. Pero, en el trayecto a lo largo del foro, la abundante lluvia que caía lo disolvió y de este modo «el crimen se puso de relieve no sólo a los oídos, sino también a los ojos de la gente».

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