Césares (56 page)

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Authors: José Manuel Roldán

Tags: #Histórico

BOOK: Césares
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Hacia finales del año 42 se inició la campaña, cuyo objetivo inmediato era la conquista del fértil sur de la isla, con tres legiones del Rin y una de Panoma, reforzadas por una sección de la guardia pretoriana y las correspondientes tropas auxiliares, en total unos cuarenta mil soldados. No fue fácil convencer a los soldados de emprender una campaña en un remoto lugar desconocido, imaginado con un temor reverencial. El emperador hubo de enviar a la costa francesa a Narciso, que intentó convencerles de cumplir con su deber. Según Dión, los soldados, ante el insólito espectáculo de un liberto dando órdenes a hombres libres, tomaron a broma la arenga y gritando lo, Saturnalia se embarcaron sin protestar
[32]
.

No conocemos con precisión el desarrollo de la campaña, cuyo objetivo final era Camalodunum (Colchester), la capital de Carataco. Tras una serie de feroces encuentros iniciales, las tropas romanas avanzaron hasta el Támesis, donde Claudio se hizo cargo personalmente de la dirección de las operaciones. Sin tropiezos, el emperador alcanzó la capital, Camulodunum, donde recibió la sumisión de buen número de tribus, y a comienzos de 44 d.C., tras sólo dieciséis días de campaña, pudo regresar a Roma para celebrar un espectacular triunfo. Aclamado como
imperator
, el emperador ascendió las gradas del Capitolio de rodillas, y el Senado votó para él y su hijo el título de Británico. El territorio conquistado fue convertido en provincia, extendida a la mitad sur de la isla, que, protegida en sus confines con estados clientes y con un permanente sistema de fortificaciones, fue confiada a un legado imperial de rango senatorial.

Con la conquista de Mauretania y Britania, los dos éxitos militares más importantes desde Augusto, Claudio podía considerar bien cimentado su prestigio ante el ejército, al que, no obstante, no dejó de hacer objeto de sus atenciones, con la concesión de honores y privilegios. Pero aún habrían de añadirse otras provincias al imperio durante su reinado. Continuos disturbios civiles entre las ciudades libres de Licia, una región de cierta importancia estratégica en el suroeste de Asia Menor, en los que murieron ciudadanos romanos, dio el pretexto para su anexión como provincia en el año 43. También Tracia, un reino cliente entre el curso inferior del Danubio y el mar Egeo, fue anexionada en 46, tras la muerte de su rey, y convertida en provincia procuratorial.

En la frontera septentrional, a lo largo del Rin, Claudio, en cambio, siguió aplicando la prudente política de Tiberio, basada en una atenta vigilancia, sin veleidades expansivas, sobre las tribus germanas y, sobre todo, en fomentar el enfrentamiento entre ellas para evitar peligrosas coaliciones como la que, en tiempos de Augusto, acaudillada porArminio, había conducido al desastre del bosque de Teotoburgo. La conquista de Britania, que había obligado a detraer de la frontera renana tres legiones, exigía aún más extremar la prudencia en la zona. La suerte vino en ayuda de Claudio, que logró imponer a los queruscos un rey, nieto de Arminio, educado en Roma.

En cuanto al otro frente septentrional, a lo largo del Danubio, el rey cliente de cuados y marcomanos,Vanio, asentado por Tiberio al norte del curso medio del río, fue obligado a establecerse con sus seguidores en el interior del imperio, en Panonia, bajo la vigilancia del gobernador de la provincia. Por lo demás, dos flotas fluviales se encargaban de supervisar el curso del río en toda su extensión.

Por lo que respecta al Oriente, existía una serie de problemas que exigían atención. En general, Claudio mantuvo intacta la sistematización de Tiberio y Calígula, aunque intervino en numerosas cuestiones de detalle. En este conflictivo ámbito, fronterizo con la poderosa Partia, Claudio prefirió mantener el sistema de reyes clientes. Fue Herodes Agripa el más beneficiado de estos dinastas. Ya sabemos de la intervención, quizás magnificada, de este astuto aventurero en la elevación al trono de Claudio, que, en todo caso, lo distinguió con su amistad personal. A sus dominios, el emperador añadió Judea, Samaria y territorios en el Líbano, que significaban la reconstrucción del antiguo reino de Herodes el Grande. Agripa reinaría con el beneplácito de la población judía en Jerusalén hasta su muerte en el año 44 d.C. Pero Claudio no confirmó el reino a su hijo, Agripa II, que, educado en Roma, debió contentarse con el principado de Calcis. El emperador, temeroso de las consecuencias que las peligrosas iniciativas de Agripa podrían acarrear de mantenerse en el trono la dinastía, transformó Judea en provincia romana bajo la administración de dos procuradores. La decisión fue desafortunada. Si bien el control directo prometía mayor se guridad, la dependencia de Roma desarrolló de nuevo en la población hebrea el latente odio hacia los dominadores, que la arbitrariedad de los procuradores al frente de la provincia contribuyó a atizar.

Pero las mayores dificultades procedían de la frontera oriental, continuamente en peligro por el problema de la amenaza parta. Durante la mayor parte de su reinado, el emperador logró aplicar con éxito la política diplomática desarrollada por Augusto y Tiberio de fomentar las discordias dinásticas en el interior de Partia y mantener bajo control el pequeño pero estratégico Estado tapón, frontero entre los dos colosos, de Armenia. Pero tras ocho años de tranquilidad sin interferencia de Partia, envuelta en una guerra civil, la región armenia volvió a convertirse en teatro de fermentos, que produjeron como resultado el fin de la influencia de Roma. La subida al trono de Partia deVologeses 1, el descuido de los representantes de Roma en la supervisión de estos límites del imperio y el desinterés del gobierno central, con un emperador viejo y cansado, envuelto en intrigas cortesanas y alejado de la gestión directa del imperio por la interposición de una burocracia cada vez mayor, explican que el nuevo soberano arsácida pudiera establecer a su propio hermano Tirídates en el trono armenio, dejando abierta una vez más para el reinado siguiente la cuestión de la frontera oriental.

Si la política de frontera se mantuvo en la vieja línea diseñada porAugusto, aunque con un mayor dinamismo impuesto por las circunstancias, en cambio, en el interior del imperio Claudio apostó fuertemente por el sistema de administración directa, con una política de centralización tendente a conseguir la unificación e igualación de las provincias, liberándolas de la inferioridad en la que se encontraban respecto de Roma e Italia. Frente al pensamiento republicano, que consideraba las provincias apenas otra cosa que ámbito de explotación, donde la aristocracia senatorial podía cumplir sus ansias de gloria y enriquecimiento, Claudio trató de superar las barreras que separaban a los antiguos vencedores y vencidos en aras de la constitución de una construcción estatal más sólida y justa, presidida por la figura de un monarca que, abolida toda distinción entre dominadores y dominados, reinaba sobre súbditos. Pero el drástico cambio Claudio no intentó provocarlo de forma revolucionaria, sino a través de una lenta y circunspecta, aunque resuelta, actividad reformadora. A cumplirla llamaba a las clases rectoras, con un nuevo espíritu que no era fácilmente asimilable por quienes habían considerado las tareas de administración más como una posesión privada que como un servicio. Según Dión:

No permitía que los gobernadores a los que designaba le expresaran directamente, como era costumbre, su agradecimiento ante el Senado, porque decía: «Estos hombres no tienen que darme las gracias como si hubieran estado buscando un cargo; más bien yo debo agradecerles que me ayuden a soportar con alegría la carga de gobierno. Y si cumplen bien con su tarea, los alabaré mucho más con mi silencio».

El nuevo concepto de unificación del imperio, bajo la aparente contradicción entre tradición e innovación, se vio manifestado, sobre todo, en la generosa y original actitud del emperador en materia de derecho de ciudadanía. Es un lugar común de la tradición hostil a Claudio ridiculizar el interés del emperador por la ampliación de la ciudadanía a las provincias, resumido en la conocida frase de Séneca de que «intentaba ver vestidos con la toga a todos los griegos, galos, hispanos y britanos», interés que certifican documentos como el edicto donde se garantizaba la ciudadanía a varias tribus de los Alpes. Estos otorgamientos a comunidades o individuos concretos no pueden ser exagerados en el sentido de la tradición literaria como un capricho o manía, sino como una reflexión consciente por reconocer un estatus legal a los esfuerzos de romanización de ciertas
regiones
, en interés de la propia cohesión del imperio y del desarrollo dinámico de las fuerzas provinciales, cuya iniciativa era necesaria para mantener vivo este gigantesco edificio político.

La posesión del derecho de ciudadanía daba a los provinciales importantes ventajas económicas y sociales y, en última instancia, la posibilidad de formar parte del estamento dirigente, el Senado. Y Claudio, en esta línea, se prestó incluso a servir de valedor ante el reticente colectivo senatorial cuando algunos miembros de la aristocracia gala solicitaron su admisión en la cámara, con un discurso, conservado en parte en una inscripción hallada en el siglo XIX en Lyon (la llamada
tabula Lugdunensis
), y en la ver sión que ofrece Tácito en sus
Anales
. En él, el emperador exponía las líneas maestras de esta política, utilizando sus conocimientos de historia romana para resaltar que la república había florecido precisamente por haber aceptado elementos extranjeros en la ciudadanía y que él, al proceder así, obraba de acuerdo con la más genuina tradición romana:

Si se pasa revista a todas las guerras, ninguna se terminó en tiempo más breve que la que hicimos contra los galos y, desde entonces, hemos tenido una paz continua y segura. Unidos ya a nuestras costumbres, artes y parentescos, que nos traigan su oro y riquezas en lugar de disfrutarlas separados.Todas las cosas, senadores, que ahora se consideran muy antiguas, fueron nuevas: los magistrados plebeyos tras los patricios, los latinos tras los plebeyos, los de los restantes pueblos de Italia tras los latinos.También esto se hará viejo,y lo que hoy apoyamos en precedentes, entre los precedentes estará algún día.

En resumen, la política provincial de Claudio en materia de derecho de ciudadanía manifestaba una pluralidad de procesos simultáneos en marcha que correspondía a la diversidad de condiciones en el propio imperio. Frente a la crítica de la tradición literaria, no es tanto la grandiosidad, sino la edificación prudente y paciente de este proyecto político, su característica principal. Claudio aparece con él como el directo sucesor de César y Augusto, que ya antes habían utilizado el expediente de la promoción de estatus individual o colectivo como recompensa por servicios de lealtad al Estado romano. Pero Claudio también tuvo presente la unidad del imperio y trató de compensar las profundas diferencias entre sus diversas partes con el mismo elemento de cohesión, aplicable de forma general: la urbanización. Una abundante documentación epigráfica en Italia y las provincias atestigua la vitalidad del fenómeno urbano durante el reinado de Claudio, con inscripciones conmemorativas de construcciones y restauraciones de edificios públicos, donaciones, fijación de fronteras y
miliarios
[33]
. Estos últimos nos atestiguan el interés de Claudio por la red viaria como elemento imprescindible en la deseada unidad y cohesión política del imperio y como
auxilia
r necesario para su desarrollo económico.

Pero todavía más importante que las provincias era la propia Roma, a cuyo bienestar social Claudio dedicó no pocos esfuerzos. El despreciativo juicio de Juvenal en una de sus sátiras, de que «el pueblo, que antes distribuía mandos,
fasces
, legiones, todo, ahora ha disminuido sus pretensiones y tan sólo desea ardientemente dos cosas: pan y juegos (
panem et circenses
)», contenía una aplastante verdad. El emperador extendía su poder sobre decenas de millones de súbditos, pero la estabilidad de su ejercicio dependía en gran medida de la población urbana, que seguía, como antes, exigiendo sus privilegios como integrantes de la ciudad-estado, sede de las instituciones políticas que gobernaban un gigantesco imperio. El núcleo de esa población era una ingente masa parasitaria, acostumbrada desde hacía siglos a ser alimentada y entretenida con la corrupción que genera el poder. Esta población, por su cercanía al emperador, constituía una peligrosa arma de doble filo, tan dispuesta a mostrar con sus gritos su devoción por el príncipe como a convertirse en fuente de graves problemas, si, acuciada por la necesidad o instigada por elementales intereses, estallaba en tumultuoso desorden. Pero, además, Claudio, enfrentado desde los comienzos de su reinado al Senado, todavía necesitaba más de la plebe, si no como apoyo de su poder —antes como ahora en manos del ejército—, sí como respaldo de su gestión en el gigantesco escenario de la ciudad por antonomasia.

La plebe no podía quejarse de la generosidad de Claudio en entretenerla. El emperador instituyó nuevas fiestas para conmemorar los natalicios de sus padres, Antonia y Druso, y de su abuela Livia. Pero también ofreció magníficos espectáculos para celebrar diversos acontecimientos: la victoria sobre Britania, los juegos Seculares en conmemoración del octavo centenario de la fundación de Roma, la restauración del teatro de Pompeyo…

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