Por su parte, Suetonio sugiere que el propio Claudio ratificó el contrato de matrimonio, tras haber sido convencido, abusando de su conocida credulidad, de que se trataba sólo de una pantomima, escenificada para desviar hacia un sustituto un peligro que, según ciertos prodigios, le amenazaba. Y hay quien ha supuesto que el matrimonio fue sólo un invento, urdido por los libertos de Claudio para eliminar a la emperatriz.
En efecto, fueron los libertos quienes llevaron la noticia al emperador, utilizando los servicios de dos prostitutas, Calpurnia y Cleopatra, asiduas al lecho de Claudio; sus razones: el miedo a perder su privilegiada posición, incrementado por la hostilidad hacia Mesalina, a la que juzgaban responsable de la muerte de Polibio, uno de sus colegas. Narciso, el más influyente de ellos, solo o de acuerdo con Calixto y Palante, los otros dos libertos que gozaban de la confianza de Claudio, le convenció de la necesidad de actuar de inmediato, poniéndole ante los ojos la amenaza de que Silio, ahora esposo de Mesalina, usurpara su puesto en Roma. Claudio, temeroso de perder su posición e incluso su vida, aceptó la proposición de Narciso de confiarle el mando militar por un día para abortar de inmediato el complot, vista la poca confianza que inspiraban los responsables de la seguridad del emperador, los dos prefectos de la guardia pretoriana, afectos a Mesalina.
Mientras tanto, ajenos al peligro, los dos amantes, en Roma, celebraban, entre los acostumbrados excesos orgiásticos a los que se entregaban los devotos de Baco, la fiesta de la vendimia. «Se movían las prensas —describe Tácito—, rebosaban los lagares y mujeres cubiertas con pieles saltaban como bacantes que ofrecieran un sacrificio o se hallaran en estado de delirio; Mesalina misma, con el cabello suelto, agitando un tirso, y a su lado Silio, coronado de hiedra, llevaban coturnos y movían violentamente la cabeza entre el clamor de un coro procaz»
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.
Ante la proximidad de Claudio, el grupo se disolvió, mientras los centuriones trataban de darles caza. Silio escapó hacia el foro; Mesalina se refugió en los jardines de Lúculo. Sin perder la sangre fría, persuadida de su ascendencia sobre Claudio, decidió salir al encuentro de su marido, enviando por delante a sus hijos, Británico y Octavia, para aplacar sus ánimos, mientras imploraba de Vibidia, la más anciana de las vírgenes Vestales, que intercediera ante el emperador, como pontífice máximo, para lograr su clemencia. Narciso, mientras tanto, en el trayecto de Ostia a Roma, seguía alentando la inquina de Claudio, presentándole un sumario con las tropelías de la infiel esposa, y, al llegar a la ciudad, contrarrestó los intentos de Mesalina, impidiendo que ni ella ni sus hijos, ni siquiera la vestal, pudieran acceder a presencia del emperador. Y como último golpe de efecto, condujo a Claudio a casa de Silio para mostrarle, como dice Tácito, «los bienes familiares de los Nerones y los Drusos, convertidos en pago de su deshonra». Finalmente, conducido al cuartel de los pretorianos, a instancias de Narciso, Claudio denunció ante los soldados la trama, arrancándoles en clamoroso griterío la exigencia de castigo para los culpables. A continuación, se procedió a una justicia sumaria que arrastró a la muerte, junto al propio Silio, a un buen número de personajes, amigos, protegidos, amantes o encubridores de Mesalina, entre ellos el actor Mnéster, al que no le valió su alegato de haber cedido a los caprichos de la emperatriz por orden del propio Claudio.
Fue Narciso quien se encargó directamente de acelerar la muerte de Mesalina, temeroso de la pusilanimidad de Claudio, que, reblandecido por los efectos del vino, tras un prolongado banquete, todavía se sentía dispuesto a escuchar la defensa de «aquella pobre mujer», según su propia expresión. A su mandato, un liberto, acompañado de un oficial, se acercó a los jardines de Lúculo, donde Mesalina y su madre esperaban angustiadas el desarrollo de los acontecimientos. Lépida trataba de convencer a su compungida hija de acabar dignamente con su vida, ofreciéndole un puñal. El oficial resolvió sus dudas atravesándola con su espada. Según Tácito:
Se anunció a Claudio, que se hallaba a la mesa, que Mesalina había perecido, sin aclararle si por su mano o por la ajena; tampoco él lo preguntó; pidió una copa y continuó haciendo los honores acostumbrados al banquete. Ni siquiera en los días siguientes dio señales de odio o de alegría,
De ira
o de tristeza, en fin, de afecto humano alguno…
Una
damnatio memoriae
decretada por el Senado borró el recuerdo de Mesalina de los lugares públicos. Narciso, el artífice de su caída, hubo de contentarse con la modesta recompensa de las insignias de cuestor, el más bajo grado en la escala de las magistraturas.
Se ha tratado de buscar implicaciones políticas al extraño matrimonio que desencadenó la perdición de Mesalina y, entre ellas, la amenaza que para su causa y la de su hijo Británico representaban las ambiciones de Agripina, la sobrina del emperador, empeñada por todos los medios en lograr para su propio hijo, Nerón, la posición de heredero del trono. Según esta teoría, Mesalina trató de adelantarse a los acontecimientos estrechando sus lazos con Silio y preparando un golpe de Estado: Silio abrigaba la esperanza de convertirse en alternativa al trono, presentando a Mesalina y Británico como su propia familia ante los pretorianos, con la connivencia de los dos prefectos del pretorio.
La teoría cuenta con los suficientes puntos oscuros para dudar de su consistencia. Y al final sólo nos queda un episodio sentimental, que, con todos sus absurdos componentes, tiene cabida en la mente enferma de una mujer que, como dice Tácito, «hastiada por la facilidad de sus adulterios, se lanzaba a placeres desconocidos». El furor uterino, la desfachatez y el desprecio por Claudio fueron los impulsores de una nueva y loca aventura, que los libertos del emperador y, sobre todo, Narciso, juzgaron que debía ser la última.
C
uenta Tácito que, tras la muerte de Mesalina, Claudio confesó a un soldado de la guardia que deberían matarlo si mostraba intención de volver a casarse. Tres meses después el emperador desposaba a su sobrina Agripina, la única superviviente de los hijos de su hermano Germánico.
Agripina había nacido el año 15 a las orillas del Rin, en un asentamiento indígena,
ara Ubiorum
(«el Altar de los Ubios» ), mientras su padre comandaba los ejércitos de Germania. Educada, tras la desaparición de sus padres, con su bisabuela Livia, se había casado con Cneo Domicio Ahenobarbo, un nieto de Marco Antonio y Octavia, la hermana de Augusto, que, antes de morir de hidropesía, le había dado un hijo, el futuro emperador Nerón. En el año 39, su hermano Calígula la desterró a la isla de Pontia por su implicación en la conspiración urdida por Getúlico, en la que había jugado un importante papel Marco Lépido, viudo de Drusila, la malograda hermana del emperador. Lépido abrigaba esperanzas de ocupar el trono y, para ello, no dudó en arriesgarse a un peligroso juego sexual con las otras dos hermanas del emperador, Agripina y Livila. Dos años después, cuando Claudio sucedió a su sobrino, Agripina regresó a Roma, donde volvió a casarse, esta vez con Cayo Salustio Pasieno Crispo, su cuñado, puesto que había estado casado previamente con Domicia, la hermana de su fallecido esposo. Pasieno murió a los pocos años y Agripina no pudo librarse del rumor de haberle envenenado para quedar libre e intentar la aventura de sustituir a Mesalina como esposa del emperador. No obstante, trató de conducir con prudencia sus relaciones con la peligrosa rival, aunque sin poder evitar algún choque, como el que se produjo en el año 47 en el transcurso de los juegos Seculares, una vieja celebración que Augusto había resucitado en el año 17 a.C. para marcar solemnemente el comienzo de un nuevo siglo desde la fundación de Roma. En uno de los espectáculos que incluían el «Juego de Troya», un desfile a caballo en el que participaban los niños de la aristocracia, no pudo evitarse que Nerón y Británico aparecieran como rivales ni que el hijo de Agripina fuera vitoreado con más calor que el hijo del emperador. Según Suetonio, «corrió incluso el rumor de que Mesalina había intentado hacer estrangular a Nerón mientras dormía, como a un peligroso rival de Británico».
Aunque Agripina fue ajena a los acontecimientos que provocaron la caída de Mesalina, su eliminación le ofreció una magnífica oportunidad de cambiar su destino. No le faltaron rivales, propuestas por los libertos imperiales a un patrono reluctante, que había hecho voto, tras las recientes desgraciadas experiencias, de permanecer célibe el resto de su vida. Narciso abogaba por Ella Petina, la esposa de Claudio desbancada por Mesalina, que le había dado una hija, Antonia, y cuya principal virtud era su falta de interés por la política y las intrigas cortesanas. Calixto proponía a Lolia Paulina, la rica heredera que había estado casada con Calígula. Palante apoyaba a Agripina, que, por su parte, si hemos de creer a Suetonio, empujaba a la elección desplegando sus dotes de seducción con el maduro tío, «ayudada por el derecho de abrazarle y el frecuente trato», sin importarle el impedimento de consanguinidad, impuesto por la moral y las propias leyes romanas, que consideraban una unión así como incestuosa. Claudio no tardó en decidirse por su sobrina, y no sólo por sus encantos, entre los que las fuentes recuerdan un doble canino en la encía derecha, símbolo de buena suerte. La doble ascendencia de julios y Claudios de la novia era una importante dote para quien siempre había buscado fortalecer sus endebles lazos familiares con la domas
Augusta
como justificación de su derecho al trono. Y además aportaba al matrimonio un hijo, nieto de Germánico y por tanto de irreprochable pedigrí, que, en la vieja tradición de la doble herencia, iniciada por Augusto, reforzaría la seguridad de la sucesión, emparejado con su propio hijo, Británico. No costó mucho esquivar el tabú religioso y moral que impedía la boda. Lucio Vitelio, el metomentodo y rastrero factótum de Claudio, se ocupó de obtener del Senado una dispensa especial y la unión se celebró a comienzos del año 49.
La nueva esposa del emperador iba a marcar su impronta en la política cortesana con la misma determinación que Mesalina, pero con otro estilo, y sobre todo con otro fin: asegurar para su hijo Nerón la sucesión al trono. Enérgica y violenta, como su madre, era, en cambio, más astuta y resuelta y también más fríamente calculadora. Como su antecesora, se aplicó a eliminar cualquier obstáculo que se interpusiera en este objetivo con la misma despiadada eficiencia. En cierto sentido, ambas compartían el mismo desprecio hacia la moralidad convencional, con la diferencia de que Agripina controlaba mejor sus pasiones. Pero, además de favorecer el futuro de su hijo, se propuso conseguir para ella misma una posición de preeminencia en la corte como ninguna otra mujer había gozado hasta entonces, o todavía más, una participación en el poder, convirtiéndose de hecho, si no de derecho, en corregente, en
socia imperii
. Así retrata Tácito el estilo de la nueva emperatriz:
Todo quedó a merced de una mujer, pero que, a diferencia de Mesalina, no hacía escarnio con su capricho de los intereses romanos; era más bien una servidumbre estricta y como impuesta por un hombre; al exterior, severidad y, sobre todo, soberbia; en el plano doméstico, nada de escándalos si no eran exigidos por la dominación.
Para fortalecer la posición de su hijo, el primer paso era ligarlo con lazos más fuertes a la
domus
de Claudio, desposándolo con su hija Octavia. No importó que la joven ya estuviera prometida a Lucio junio Silano, un destacado personaje al que Claudio había favorecido repetidamente con especiales honores. Fue de nuevoVitelio quien se ocupó del trabajo sucio para apartar el obstáculo, en esta ocasión con una desvergonzada y repugnante calumnia. En su condición de censor, expulsó del Senado a Silano acusándolo de incesto con su hermana, Junia Clavina. No fue obstáculo que Junia hubiera desposado recientemente a un hijo deVitelio. El rastrero alcahuete consiguió su propósito, con el trágico resultado del destierro de su nuera y del suicidio de Silano, precisamente el mismo día en que Claudio y Agripina celebraban los esponsales. En el año 53, Nerón y Octavia también contraían matrimonio.
Apenas unos meses después de convertirse en esposa del emperador,Agripina conseguía que Claudio adoptara a su hijo Domicio Ahenobarbo —desde ahora, Nerón Claudio Druso Germánico César—, y que sobre su persona comenzaran a acumularse los honores: su designación como cónsul y el otorgamiento del título de
princeps iuventutis
, «el primero entre los jóvenes», un modo oficioso de señalarlo como sucesor al trono. Pero también ella lograba para sí el ambicionado título de
Augusta
y privilegios des proporcionados, como el derecho a entrar en el Capitolio en
carpentum
, un carruaje de dos ruedas, reservado hasta entonces a los sacerdotes y a los objetos sagrados. Fue el liberto Palante, a quien Tácito describe como «muñidor de las bodas de Agripina y partícipe de su deshonestidad», el instrumento utilizado para convencer a Claudio, con una bien adobada lista de ventajas entre las que se esgrimían la protección de Británico, proporcionándole un hermano mayor que él, y los ejemplos de Augusto —que había adoptado a sus hijastros, Tiberio y Druso— y del propio Tiberio, que había hecho lo propio con su sobrino Germánico.