No fue excesivo el interés mostrado por Augusto en la frontera meridional del imperio. El
princeps
abandonó al Senado la administración de las provincias de Cirenaica —a la que fue anexionada Creta— y África, que, unida al antiguo reino de Numidia, constituyó la nueva Africa proconsularis. El estacionamiento, en esta última provincia, de una legión, la III
Augusta
, y la fundación de un buen número de colonias de veteranos, tanto en ambas provincias como en el reino cliente de Mauretania, fueron los principales instrumentos de seguridad y estabilización de la frontera meridional del imperio. Sólo, sobre la frontera meridional y oriental de Egipto, se emprendieron expediciones a Arabia y Etiopía, magnificadas en el relato de las
Res Gestae
, que no llegaron a ampliar los límites del imperio.
En la frontera oriental, Augusto osciló entre una política de anexión directa y el mantenimiento de estados clientes. En Asia Menor, Roma contaba con la rica y pacificada provincia de Asia, administrada por el Senado. Augusto convirtió el reino de Galacia también en provincia, pero dejó subsistir los estados clientes de Capadocia y el Ponto. Las prudentes medidas de Augusto se explican en atención al problema clave de la política exterior romana en Oriente: las relaciones con el reino de Partia. Por esta razón, el fortalecimiento militar de la provincia de Siria se convirtió en vital, como eje de la defensa de la frontera oriental. En el norte de la provincia fueron estacionadas cuatro legiones, en posiciones que permitieran su fácil concentración y envío a cualquier dirección, desde el cuartel general de Antioquía. La defensa del resto del territorio romano contra los ataques de los beduinos del desierto fue confiada a los estados vasallos de Emesa e Iturea, cuyos territorios se extendían hasta los confines del reino de Herodes. Tras la muerte del soberano en el año 4 a.C., Augusto convirtió parte del reino en la provincia de Judea. La defensa armada y la prudencia frente al poderoso enemigo parto fueron, así, las líneas maestras de la política de Augusto en Oriente.
En Europa, en cambio, la intervención de las armas romanas y la política decidida de expansión fueron un hecho manifiesto durante la mayor parte del principado de Augusto. Los objetivos más obvios y urgentes eran los que afectaban al inmediato entorno de Italia, en la frontera de los Alpes. Habitados por tribus independientes y belicosas, además de producir una continua inseguridad sobre la zona septentrional de la península, impedían la posibilidad de una comunicación más rápida y segura de Italia con el resto del imperio. En los Alpes occidentales, las repetidas expediciones contra los sálasas dieron como resultado, en el año 25 a.C., la conquista del valle de Aosta, con los pasos alpinos del Pequeño y del Gran San Bernardo. Poco después, en 14 a.C., se completaba el dominio de la zona con la anexión de la franja costera ligur, organizada como provincia (
Alpes maritimae
). Por su parte, el sometimiento de los Alpes centrales y orientales, habitados por los retios, un pueblo ilirio, parece estar en conexión con una concepción de más largo alcance, tendente a crear una continuidad territorial entre el norte de Italia y el curso superior del Rin. Los dos hijastros de Augusto, Druso y Tiberio, en operaciones combinadas, lograron incluir todo el espacio alpino y subalpino septentrional bajo el control romano (15-12 a.C.). El territorio anexionado fue convertido en la nueva provincia de Raetia (Baviera, Tirol septentrional y Suiza oriental). Poco antes (17-16 a.C.), era anexionado también, casi sin lucha, el Tirol oriental, la actual Austria, que fue en principio incluido en el ámbito de dominio romano como estado cliente, el reino del Nórico. Estas empresas llevaron a las armas romanas hasta el comienzo del curso medio del Danubio, en los alrededores de Viena.
Las tribus tracias, extendidas en los Balcanes y a lo largo del Danubio, constituían un constante factor de inseguridad para la provincia de Ma cedonia. Una doble política de represión y de atracción permitió confiar los Balcanes orientales (aproximadamente el territorio de Bulgaria) a un régulo tracio, como estado cliente. El territorio entre el reino tracio y la línea del Danubio sería convertido después en la nueva provincia de Moesia. Por lo que respecta al Ilírico, el vasto espacio que comprendía el territorio extendido entre el Adriático y el Danubio, estaba ya, desde época republicana, en poder romano. Sin embargo, era necesario vencer la inquietud de las tribus dálmatas y panonias, que se extendían entre el Save y el Drave, tarea confiada primero a Agripa y, tras su muerte, al hijastro de Augusto, Tiberio, que, en el año 12 a.C. logró la ocupación del territorio panonio hasta el curso medio del Danubio. Sin embargo, la rapidez de la ocupación y las exigencias tributarias romanas suscitaron la rebelión de dálmatas y panonios en 6 d.C., dirigidos por Bato. Fueron necesarios cuatro años para acabar con el levantamiento y, tras el sistemático sometimiento, Augusto, comprendiendo la dificultad de gobernar un territorio tan extenso, lo dividió en dos provincias independientes: Dalmacia, al sur, entre la costa dálmata y el Save, y Panonia, al norte, entre el Save y el Danubio. Con su política danubiana, Augusto aumentó considerablemente los territorios septentrionales del imperio, pero, sobre todo, les proporcionó una nueva línea fronteriza más estable y segura, durante mucho tiempo considerada como definitiva.
La defensa de las Galias, el convencimiento de que el Rin no constituía una verdadera frontera natural y las incursiones de tribus germánicas coaligadas en el curso medio del río, llevaron a Augusto al plan de la conquista de Germania. Mientras Tiberio conducía las fuerzas romanas en Panonia, su hermano, Druso, recibió el encargo de penetrar al otro lado del Rin, en el interior de Germania. Cuatro campañas, entre 12 y 9 a.C., llevaron a las armas romanas muy dentro del territorio germano, hasta el Elba. La muerte de Druso, en 9 a.C., significó para la política romana en Germania, con la pérdida de un excelente comandante, quizá también la del hilo conductor de un proyecto coherente. Le reemplazó Tiberio, que consiguió, con métodos más políticos que militares, la sumisión al control romano de todas las tribus germanas entre el Rin y el Elba, entre el año 8 y el año 6 a.C. Pero la penetración en Germanía quedó estancada por el exilio voluntario de Tiberio en Rodas, como consecuencia de sus malentendidos con Augusto. Sólo en el año 4 d. C. Tiberio volvió a hacerse cargo de las operaciones, cuyo objetivo era ahora reemprender la obra de Druso e intentar el sometimiento de la región entre el Weser y el Elba. En la campaña del año 5 d C. las legiones romanas avanzaron hasta el Elba a través del territorio de los caucos (Bremen) y longobardos (Hannover) y, remontando el río, alcanzaron la península de Jutlandia. Nada parecía impedir la transformación de Germanía en provincia regular, a excepción de un foco de rebelión dirigido por el rey marcomano, Marbod, en Bohemia. Cuando Tiberio se preparaba para la ocupación estable de Bohemia, estalló la sublevación de dálmatas y panonios, que obligó a paralizar las operaciones. Tiberio hubo de acudir apresuradamente al Ilírico y firmó la paz con el jefe marcomano. De todos modos, en los siguientes cuatro años no se registraron levantamientos en Germania. Lentamente se creaban los presupuestos para transformar el territorio, desde el norte del Main al Elba, en una provincia sometida a administración regular. Pero, precisamente unos días después de que se conociera en Roma la noticia de la feliz terminación de la guerra en el Ilírico, la opinión pública se conmocionaba con la catástrofe de Varo en Germania: el legado Publio Quintilio Varo fue aniquilado, en el año 9 d.C., con tres legiones en un bosque de Westfalia (
saltus Teotobur
gensis) por fuerzas de queruscos al mando de su régulo, Arminio (Herrmann). Augusto, profundamente afectado, clamó durante varios días: «¡Varo,Varo, devuélveme mis legiones!». Nunca podrán aclararse las causas de la catástrofe, pero lo importante es que, como corolario, Augusto decidió el abandono de la línea del Elba y el repliegue sobre la vieja frontera del Rin. Aunque probablemente no se trató de una resolución firme, con el tiempo resultó definitiva. A la muerte de Augusto, la ribera derecha del río fue evacuada y, a excepción de demostraciones militares esporádicas, las armas romanas se fortificaron en la orilla izquierda, sin intención de conquista, en el interior del territorio germano. Esta estrecha faja, a lo largo del río, dividida en dos distritos militares, Germanía Inferior (norte) y Germanía Superior (sur), fue el limitado resultado de los ambiciosos proyectos imperialistas de Augusto.
Más que en las conquistas, fue sobre todo en la organización del imperio donde Augusto mostró todo su genio y capacidad de hombre de estado, convirtiendo el caótico conglomerado de territorios sometidos al dominio de Roma en la estructura de poder más grande y estable de toda la Antigüedad: un espacio uniforme, alrededor del Mediterráneo, rodeado por un ininterrumpido anillo de fronteras fácilmente defendibles. Pero también fue obra de Augusto la organización de este espacio con una política global, tendente a considerar el imperio como un conjunto coherente y estable sobre el que debían extenderse los beneficios de la
pax
Augusta
. Esta política imperial no podía prescindir del único sistema válido de organización conocido por el mundo antiguo, la ciudad, como realidad política y cultural. Donde este tipo de organización no existía,Augusto intentó crear los presupuestos para su desarrollo o fundó centros urbanos de nueva creación, como puntos de apoyo de gobierno y administración. Es en esta política urbana donde se muestra más claramente la idea imperial de Augusto, entendida como cohesión de conjunto de los territorios dominados por Roma. En Oriente, donde la cultura urbana constituía desde siglos el elemento imprescindible de organización política y social, Augusto trató de integrar las ciudades con medidas de propaganda ideológica, apoyadas, sobre todo, en la religión. Fiestas, templos, juegos y plástica extendieron por Oriente la imagen de Augusto como el protegido de Apolo y la reencarnación de Alejandro Magno, en una veneración cultual hacia su persona y la de su padre, el
divus Iulius
.
A la promoción del helenismo en Oriente corresponde una romanización de Occidente, donde la falta de tradición urbana en muchas zonas requería la creación y organización de centros de administración romanos como soporte de dominio. En esta política, Augusto no fue un innovador. Ya César había emprendido, a gran escala, tanto la fundación de colonias romanas como la concesión de derechos de ciudadanía a centros urbanos, o la urbanización de las comunidades indígenas. Augusto continuó la obra de colonización de su padre adoptivo, con una especial intensidad en determinadas provincias, como la Galia Narbonense, Hispana y África. Estas creaciones, en zonas del imperio donde no se habían desarrollado las formas de vida urbanas, favorecieron el cambio de las estructuras políticas y sociales tradicionales hacia formas de vida romanas, en un creciente proceso de romanización. Con la extensión y el fomento de la vida urbana, la política imperial manifestó también una preocupación constante por tender una red de comunicaciones continua, que permitiera acceder a todos los territorios bajo control romano. Las numerosas calzadas construidas durante el reinado de Augusto fomentaron la unidad del imperio, como soporte de las tareas del ejército y de la administración y como medio de intercambio de hombres y mercancías. Una importante creación de Augusto en este ámbito fue el correo imperial o
cursus publicus
, mensajeros del
princeps
que, gracias a una red de postas, permitían la transmisión de noticias y la rápida comunicación del gobierno central con las provincias.
P
ero, además del aglutinante que para el imperio significaba una administración regularizada, es mérito de Augusto haber implantado las bases de un elemento de cohesión que iba a mostrarse particularmente eficaz a lo largo de los siglos siguientes: la religión y, en concreto, una religión oficial, ligada al culto imperial.
La reconstrucción del estado romano por parte de Augusto estuvo acompañada de una renovación religiosa. Augusto restauró en Roma no menos de ochenta y dos templos; resucitó y reorganizó varios colegios sacerdotales e hizo revivir viejos ceremoniales y fiestas. Pero al mismo tiempo se imprimió una nueva orientación a la religión para acoger en ella al
princeps
. Puesto que la religión pública trataba de asegurar el apoyo divino al pueblo romano y a su
res publica
, era lógico que este apoyo se concentrase sobre el
princeps
, cuya salud y fortuna estaban indisolublemente ligadas a la prosperidad del pueblo romano. Para ello se añadió al calendario de las festividades romanas una larga serie de festividades «augústeas», con las que se daban gracias a los dioses por determinadas etapas de la carrera del
princeps
. La posición de Augusto fue ensalzada con honores religiosos casi del mismo modo que los seculares. Como sus ambiciones políticas habían encontrado justificación en su deber de vengar la muerte de su padre adoptivo, la divinización del dictador asesinado proporcionó a Augusto el excepcional rango de
Divi Filius
, «hijo del divinizado».