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Authors: José Manuel Roldán

Tags: #Histórico

Césares (53 page)

BOOK: Césares
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Tras el proceso de Livila y Séneca se produjo la caída de Apio junio Silano. Poco antes se había visto obligado a regresar de la Hispana Citerior, donde cumplía funciones de gobernador, para casarse con Domicia Lépida, la madre de Mesalina. Pero Lépida no estaba destinada a disfrutar por mucho tiempo de su tercer experimento matrimonial, porque en el mismo año, 42 d.C., Silano fue ejecutado. Mesalina, la responsable de la condena, utilizó en este caso la colaboración del liberto Narciso. Según Dión, la causa de la persecución habría sido el despecho de la emperatriz por no haber logrado obtener los favores de su padrastro. El medio utilizado por Mesalina y Narciso para eliminar a Silano nos descubre otro de los lados oscuros de Claudio, obsesionado desde su subida al trono por el miedo a una posible conjura, en cierto modo justificable tras el trágico fin de su sobrino. Según Suetonio, la desconfianza y el miedo eran los rasgos más sobresalientes de su carácter, pero también una infantil credulidad, que, aliados, proporcionarían a los cómplices el pretexto deseado. Así relata el biógrafo la perdición de Silano:

No había sospecha, por ligera que fuese, ni denuncia, por falsa, ante las cuales el temor no le indujese a precauciones excesivas y a la venganza. Un litigante, que había ido a saludarle, le dijo secretamente que había visto en sueños cómo le asesinaba un desconocido; pocos momentos después, al ver entrar a su adversario con un escrito, fingió reconocer en él al asesino que había visto en su sueño y lo mostró al emperador. Claudio mandó en el acto que le llevaran al suplicio como a un criminal. Se dice que también obraron así para perder a Apio Silano; Mesalina y Narciso, que habían urdido la trama, se repartieron los papeles. Narciso entró antes del amanecer, con aspecto agitado, en la cámara del emperador y le dijo que acababa de ver en sueños a Apio atentar contra su vida; Mesalina, fingiéndose sorprendida, dijo que también por su parte hacía muchas noches que soñaba lo mismo. Un momento después llegaba Apio, que la víspera había recibido orden terminante de presentarse a aquella hora, y Claudio, persuadido de que iba a realizar el sueño, le hizo detener y darle muerte en el acto. A la mañana siguiente hizo al Senado una relación de todo lo ocurrido y dio gracias a su liberto porque, incluso durmiendo, velaba por su vida.

De todos modos, los temores de Claudio no carecían de fundamento. Apenas liquidado Silano, el gobernador de Dalmacia, Lucio Arruntio Camilo Escriboniano, se rebeló contra Claudio con el apoyo de un grupo de senadores, entre los que se contaban Anio Viniciano —que había tenido un papel principal en la conjura contra Calígula—, Quinto Pomponio Segundo y Aulo Cecina Peto. La revuelta, no obstante, apenas duró cinco días, porque las legiones implicadas, la VII y la XI, se negaron a secundarla. Las razones de Escriboniano no están suficientemente claras: o pretendía suplantar a Claudio como emperador o restaurarla república. Al fracaso del golpe siguió la muerte de su instigador, que se suicidó en Issa, una isla cercana de la costa dálmata, adonde había conseguido escapar. El efecto traumático de la rebelión empujó al emperador a utilizar la tortura, no sólo con los esclavos, sino con hombres libres, para descubrir a los cómplices. Los conjurados, entre ellosViniciano, fueron ejecutados en prisión, y sus cuerpos, colgados en ganchos en las escaleras Gemonias
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. Peto consiguió escapar al infamante castigo, suicidándose. Según Dión, fue su esposa Arria quien le animó a ello, clavándose primero el puñal y ofreciéndoselo luego con las palabras: «¿Ves, Peto? No duele».

También cargada de consecuencias fue, al año siguiente, según nuestras fuentes, la intervención de Mesalina en la eliminación de uno de los prefectos de la guardia pretoriana, Catonio justo, por haber amenazado a la emperatriz con revelar sus infidelidades a Claudio. No sabemos mucho más del asunto, que acabó con la muerte del personaje, pero sí la relación imprecisa del prefecto con otra Julia Livila, nieta de Tiberio y viuda de Nerón, un hijo de Germánico. Julia, una honesta matrona, casada en segundas nupcias y madre de un hijo, Rubelio Plauto, fue llevada a juicio por instigación de Mesalina, que utilizó en esta ocasión los buenos oficios de su agente Suilio. Se ha sugerido que Julia tramaba, en alianza con Catomo, la perdición de Mesalina para suplantarla como esposa de Claudio y colocar a su hijo Plauto en una privilegiada posición como posible heredero del trono, en detrimento de Británico, el hijo de Claudio y Mesalina. La muerte de Catonio fue seguida de la eliminación de su colega en la prefectura de la guardia, Rufrio Polión, y la sustitución de ambos por dos hombres de confianza de la emperatriz, Lusio Geta y Rufrio Crispino. El poder fáctico de Mesalina, que controlaba ahora el vital mecanismo de la guardia imperial, se consolidaría aún más en ese mismo año 43, mientras el emperador se hallaba ausente en Britania, gracias a su ascendencia sobre el virtual regente, el versátil y adulador Lucio Vitelio, padre del futuro emperador, tan devoto de Mesalina que, al decir de Suetonio, «solicitó un día de ella, como gracia excepcional, permiso para descalzarla; le quitó la sandalia derecha, que llevaba constantemente entre la toga y la túnica, besándola de tiempo en tiempo».

El peligro que comportaba, en la corte dominada por la emperatriz, la proximidad familiar a Claudio, sentida por Mesalina como directa amenaza a su posición, todavía contaría unos años después, a finales de 46, con otro siniestro ejemplo, cuyo desgraciado protagonista sería Cneo Pompeyo Magno, yerno del emperador. La hija mayor de Claudio,Anto nia, nacida del matrimonio con Ella Petina, había sido desposada en el año 41 con Pompeyo. Según Dión, Mesalina presentó contra él falsos testimonios y perdió la vida sólo por pertenecer a una insigne familia y por su proximidad al emperador, aunque no especifica los cargos. La morbosa versión de Suetonio, en cambio, relata que Pompeyo, sorprendido en los brazos de un joven amante, fue degollado en el acto. Por su parte, Séneca responsabiliza a Claudio también de la muerte de los padres del joven y del exilio de sus dos hermanas. El sanguinario proceder contra la desgraciada familia no encuentra explicación. El hecho de que, tras la muerte de Pompeyo, Antonia se casase con un medio hermano de Mesalina, Fausto Sila, ha hecho suponer que la emperatriz buscaba mantener controlados los hilos que la unían a su hijastra, sustituyendo por un familiar de confianza a un peligroso competidor, descendiente por su madre, Escribonia, de Julia, la hija de Augusto.

Pero, sin duda, el más sonado de los procesos instigados por la inquietante Mesalina fue, en el año 47, el incoado contra Décimo Valerio Asiático, con el que se reanuda el relato de los
Anales
de Tácito, interrumpido en la muerte de Tiberio por la pérdida de los libros VII al X. La ocasión parecía ser, una vez más, la ambición y los celos: Mesalina anhelaba los jardines de Lúculo, que habían pasado a las manos de Asiático, y para conseguirlos le acusó de mantener una relación ilícita con Popea Sabina, su rival en la obtención de favores del actor Mnéster, en otro tiempo amante de Calígula.Al destruir a Asiático, podía vengarse de Popea, sin involucrar a Mnéster. Asiático, ex cónsul, que había acompañado a Claudio en la campaña de Britania, tenía estrechas relaciones con la familia imperial: su esposa, Lolia Saturnia, era hermana de Lolia Paulina, la segunda mujer de Calígula, y por línea materna estaba emparentado con Tiberio. Ello no fue obstáculo para que, cargado de cadenas, fuera conducido ante el emperador para ser juzgado en sus habitaciones privadas (
intra cubiculum
), con la presencia de Mesalina y del devoto admirador de ésta, LucioVitelio. Suilio, como acusador principal, añadió nuevos cargos: incapacidad de mantener la disciplina de sus tropas y homosexualidad. La encendida defensa de Asiático, que espetó a su acusador con sarcasmo «¡Pregúntaselo a tus hijos y ellos te confesarán que soy un hombre!», estuvo a punto de arrancar de Claudio su absolución. Fue entonces cuando intervino Vitelio, conduciendo sibilinamente un remedo de defensa, que, prejuzgando la culpabilidad del reo, solicitaba de Claudio clemencia, en atención a sus servicios al Estado, permitiéndole elegir el modo de morir. Popea, que ni siquiera fue llamada a declarar, también se quitó la vida ante la amenaza de ser encarcelada. Unos días más tarde, cuando Claudio, en uno de sus frecuentes despistes, preguntó a su marido por qué no la acompañaba a la mesa, se le comunicó su muerte.

La obsesión de Mesalina por Mnéster y sus locos celos aún iban a acarrear nuevas víctimas. Cuenta Tácito que, tras la condena de Asiático, dos caballeros, de nombre Petra, fueron llevados a juicio ante el Senado por el agente de la emperatriz, Suilio, bajo estúpidos cargos, que, en todo caso, les acarrearon la condena a muerte. Y añade que la verdadera causa de su perdición fue haberse prestado a ofrecer su casa para los encuentros amorosos de Mnéster y Popea. Según Dión, la emperatriz, desesperada por el rechazo del actor, persuadió a Claudio para que obligara a Mnéster a obedecerla en todo lo que le pidiera, naturalmente con la excusa de conseguir algún inocente propósito. Mesalina lo sacó del teatro y lo llevó a palacio para encerrarse con él en sus habitaciones. Posteriormente el actor trataría de defenderse ante Claudio de la purga contra los amantes de la emperatriz «pidiendo a gritos que mirara las marcas de los azotes y que se acordara de la orden que le había dado de someterse a los dictados de Mesalina».

No han faltado justificaciones a las andanzas de Mesalina, que, minimizando el factor pasional, la proponen como agente activo en la defensa de los intereses de Claudio, protegiéndolo de amenazas a la estabilidad de su poder, siempre débil como consecuencia de la desafección del Senado y de su secundaria posición frente a miembros de otras familias, como la de los
Junii Silani
, que podían esgrimir mejores derechos como descendientes del clan de los julios. Naturalmente, podía contar con la colaboración de todos aquellos cuya suerte pendía de la salud del emperador —sobre todo, sus libertos—, que al defender los intereses de Claudio estaban defendiendo los suyos propios. Y tampoco han faltado voces reacias a minimizar la responsabilidad del emperador en muchos de los crímenes, adobados con remedos de procesos legales, cometidos a lo largo de los trece años de reinado. El número de víctimas, según la seca estadística de Suetonio, alcanzó la cifra de treinta y cinco senadores y unos trescientos caballeros; Tácito, por su parte, ofrece, cuando se reanuda en el año 47 el interrumpido relato de los
Anales
, una buena cantidad de pro cesos, en ocasiones por motivos fútiles, en su mayor parte desencadenados por el miedo de Claudio a caer víctima de una conjura, de las que efectivamente no faltaron ejemplos, fuesen reales o imaginadas por los agentes que pretendían protegerlo, para enmascarar inconfesables propósitos, utilizando la credulidad y la timidez del emperador.

El juicio contra Asiático significó, con el cenit de Mesalina, también el principio de su caída, que la propia emperatriz iba a provocar con su insensata pasión por uno de sus amantes, el joven Cayo Silio. Aunque conocemos con numerosos detalles el curso de los acontecimientos, gracias, sobre todo, a las brillantes páginas de Tácito, probablemente jamás podrá explicarse satisfactoriamente todo el trasfondo del desgraciado affaire.

Cayo Silio, hijo de un aliado de Agripina la Mayor, eliminado por Tiberio, había conseguido gracias al favor de la emperatriz, sin particulares méritos, su designación como cónsul para el año 48. Así describe Tácito la relación:

[…] entretenida a causa de un amor nuevo y próximo a la locura, ardía de tal modo por Cayo Silio, el más bello de los jóvenes romanos, que eliminó de su matrimonio a Junia Silana, dama noble, para gozar en exclusiva de su amante… Ella iba a menudo a su casa, no a escondidas, sino con gran acompañamiento; lo seguía paso a paso y lo colmaba de riqueza y honores, y, al fin, como si hubiera ya cambiado la fortuna, los esclavos, libertos y lujos del príncipe, se veían en casa del amante.

Convencido por Mesalina para divorciarse de su esposa, Silio, que no tenía hijos, hizo a la emperatriz la sorprendente proposición de desposarla y adoptar a su hijo Británico, aun en vida de Claudio, adobando la petición con una serie de razones que disiparon pronto las dudas de Mesalina sobre las intenciones del amante. Y para cumplir su propósito eligieron una de las ausencias de Claudio, ocupado por entonces en la inspección de las obras del nuevo puerto de Ostia, a una veintena de kilómetros de Roma. El propio Tácito no esconde su sorpresa e incluso incredulidad ante la disparatada ceremonia:

No ignoro que parecerá fabuloso el que haya habido mortales que, en una ciudad que de todo se enteraba y nada callaba, llegaran a sentirse tan segu ros; nada digo ya de que un cónsul designado, en un día fijado de antemano, se uniera con la esposa del emperador y ante testigos llamados para firmar, como si se tratara de legitimar a los hijos; de que ella escuchara las palabras de los auspicios, tomara el velo nupcial, sacrificara a los dioses, que se sentaran entre los invitados en medio de besos y abrazos y, en fin, de que pasaran la noche entregados a la licencia propia de un matrimonio. Ahora bien, no cuento nada amañado para producir asombro, sino que lo oí a personas más viejas y lo que de ellas leí.

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