Césares (27 page)

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Authors: José Manuel Roldán

Tags: #Histórico

BOOK: Césares
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El camino hacia el principado

T
iberio constituye en la historia del imperio un eslabón clave, al representar la transición del poder personal, fundamentado en méritos propios, a un principio en cierto modo dinástico, como sucesor señalado por Augusto. Este papel decisivo y su personalidad compleja y controvertida explican el interés que han despertado su figura y su reinado, que, en no pocas ocasiones, ha trascendido los límites puramente históricos para adentrarse en interpretaciones psicológicas o novelescas, de las que son buenos ejemplos el estudio de nuestro Marañón o la deliciosa
Historia de San Michele
, de Munthe. Es difícil dar una interpretación objetiva sobre el sucesor de Augusto, levantando la pesada losa de la tradición y sobre todo el casi definitivo juicio que Tácito y Suetonio han pronunciado sobre el personaje: un emperador altivo e hipócrita, desconfiado y misántropo, que, asqueado por la atmósfera de adulación y de servilismo que le rodeaba, desarrolló el lado más oscuro del poder, apoyado en la siniestra figura del prefecto del pretorio, Ello Sejano, cuyas intrigas y crueldades contribuyeron a degradar todavía más el clima político, mientras el viejo
princeps
, recluido en Capri, se abandonaba a los más abyectos excesos sexuales. Pero un recorrido por su atormentada existencia puede ayudar a suavizar, si no corregir, esta negativa imagen que nos ha legado la Antigüedad.

Tiberio Claudio Nerón nació en Roma el 16 de noviembre de 42 a.C. Pertenecía por su origen a una de las más rancias familias aristocráticas de Roma. Tanto el padre, Tiberio Claudio Nerón, como la madre, Livia Drusila, descendían del linaje patricio de los Claudios, inseparable de la historia de la república desde sus propios orígenes. Se decía que el ancestro del linaje,Atta Clausus (Apio Claudio) había emigrado a Roma, hacia el año 500 a.C., desde Regillum, en el país de los sabinos y, apenas unos años después, obtenía el primer consulado para su estirpe. Los Claudios, desde entonces, habían jugado un papel preeminente, no exento de controversia: si el linaje había dado representantes ultraconservadores, pagados de su orgullo patricio, arrogantes y excéntricos, también contaba con otros que se habían erigido en defensores de los derechos del pueblo. Entre ellos se contaban, desde Apio Claudio, el decenviro, que había dado a Roma su primera ley escrita —las Doce Tablas— a Claudio Ceco, el censor de 312 a.C., cuyos dos hijos serían el origen de las dos ramas más caracterizadas de la
gens
, los
Pulchri
y los
Nerones
.

La madre del futuro emperador pertenecía a la primera. Uno de sus antepasados, Apio Claudio Pulcro, cónsul en 143 a.C., había propiciado la ley agraria del tribuno de la plebe Tiberio Sempronio Graco, su yerno, cuya actividad política revolucionaria en favor de la plebe señalaría el comienzo de la crisis de la república.A la familia pertenecía también Publio Clodio, enemigo de Cicerón y uno de los agitadores políticos más activos en la década de los años 50 a.C. El padre de Livia, aunque descendiente de esta rama, había sido adoptado por Marco Livio Druso, el tribuno de la plebe del año 91 a.C., campeón de los itálicos en su aspiración a obtener los derechos de ciudadanía. Partidario de Craso, Pompeyo y César, tras la muerte del dictador abrazó la causa de sus asesinos y participó con Bruto y Casio en la batalla de Filipos, suicidándose poco después.

La rama de los Nerones («Bravo» en dialecto sabino), a la que pertenecía el padre, no era tan brillante. Es cierto que algunos de sus miembros se habían distinguido en el siglo III a.C. durante las guerras contra Cartago, pero después se había disuelto en la mediocridad. En los años 40 a.C., el padre de Tiberio había pasado, de seguidor de César, a uno de sus más radicales oponentes, alineándose con sus asesinos. Después, con un comportamiento político oportunista e imprudente, se había enfrentado al joven César, apoyando a Sexto Pompeyo y luego a Antonio: sus veleidades le acarrearon la proscripción y una incesante huida —Preneste, Nápoles, Sicilia,Atenas y Esparta—, seguido de su joven esposa y del niño, de apenas dos años, que, finalmente, acabó cuando, tras la firma del acuerdo de Brindisi en el año 40 a.C., una amnistía le permitió regresar a Roma. Poco después, el malogrado político se veía obligado, para hacerse perdonar su equivocado pasado, a ceder su esposa al joven César, que de inmediato se casó con ella, sin importarle que estuviera embarazada de su segundo hijo.

Tiberio, que acompañó a su madre y su hermano, Nerón Druso, nacido tres meses después, se criaron en la casa del padrastro, aunque sin perder del todo la relación con su padre, al que honraría en 33 a.C., cuando, con nueve años, tuvo que pronunciar el elogio fúnebre en su funeral. Y así Tiberio y Druso crecieron en el centro del huracán que barrió los últimos restos de la república para gestar el nuevo régimen de autoridad que cristalizaría en el año 27 a.C. cuando el padrastro recibió, con el título de Augusto, las riendas del Estado. No cabe duda de que fue, en estos turbulentos años, en un hogar en el que se sentía un extraño, cuando se forjaron los rasgos de ese carácter difícil, que los avatares de la vida se encargarían de subrayar: un niño tímido y reservado, con dificultades para comunicarse con los demás y, en consecuencia, amante de la soledad y propenso a desarrollar mecanismos de defensa contra ese entorno que consideraba hostil, ora con actitudes hipócritas, ora encerrándose en el silencio, o bien con reacciones tardas, cuando se veía obligado a tomar una decisión inmediata.

Tenemos una detallada descripción física de Tiberio, que lo muestra en esta época como un joven de elevada estatura, dotado de hermosos rasgos y de prestancia física. Más tarde, en la edad madura, Suetonio lo describiría así:

Era grueso y robusto, y su estatura mayor que la ordinaria, ancho de hombros y de pecho, apuesto y bien proporcionado. Tenía la mano izquierda más robusta y ágil que la otra, y tan fuertes las articulaciones, que traspasaba con el dedo una manzana, y de un coscorrón abría una herida en la cabeza de un niño y hasta de un joven. Tenía la tez blanca; los cabellos, según la costumbre de la familia, los llevaba largos por detrás, cayéndole sobre el cuello; tenía el rostro hermoso, pero sujeto a cubrirse súbitamente de granos; sus ojos eran grandes y, cosa extraña, veían también de noche y en la oscuridad… Marchaba con la cabeza inmóvil y baja, con aspecto triste y casi siempre en silencio; no dirigía ni una palabra a los que le rodeaban, o si les hablaba, cosa muy rara en él, era con lentitud y con blanda gesticulación de dedos.

Y, finalmente, Tácito caricaturizaría estos rasgos en la vejez comentando:

Había también quienes creían que en su vejez sentía vergüenza de su físico; la verdad es que tenía una talla elevada, pero flaca y encorvada, la cima de la cabeza calva, la cara llena de úlceras y por lo general untada de medicamentos.

A este físico correspondía una cuidada formación, que él mismo se encargó de desarrollar de la mano de buenos maestros, en las letras griegas y latinas, lenguas en las que compuso obras de poesía y prosa.

Pocos pueblos en la historia de la humanidad han tenido en la familia y en los lazos familiares unos fundamentos tan fuertes como el romano. Tiberio, como parte integrante de la casa de Augusto, se vio incluido en las componendas familiares y en el reparto de los honores que todo patea familias se enorgullecía de compartir con sus miembros. Hubo de aceptar así un compromiso de matrimonio, impuesto por el joven César, conVipsania, la hija del fiel amigo y colaborador del
princeps
, Marco Agripa, aunque la niña apenas contaba un año de edad. Y, con trece años, participó en el triunfo celebrado por su padrastro en 29 a.C., cabalgando en un puesto de honor junto a su carro triunfal. Tras la recepción de la toga viril en 27 a.C., comenzó la carrera de los honores, por dispensa especial cinco años antes de la edad requerida. Pero esta carrera, similar a la de cualquier miembro de la vieja aristocracia, quedaría eclipsada por sus méritos militares, en los que no intervendría tanto la mano de Augusto como su propia capacidad, que hicieron del joven Tiberio uno de los más brillantes generales de su tiempo. Con sólo dieciséis años, en 26-25 a.C., había recibido su bautismo de fuego, como oficial, en Hispania, en la campaña contra cántabros y astures dirigida por el propio Augusto, y en los años siguientes comenzó a acumular méritos en la diplomacia: primero, como interlocutor, en 20 a.C., en las conversaciones para obtener la recuperación de los estandartes romanos arrebatados a Craso por los partos en el desastre del año 53 a.C.; luego, en 16 a.C., en la Galia, donde con Augusto participó en su reorganización y gobierno.

Tanto los méritos de Tiberio como las muestras de atención del
princeps
, tras las que se adivina la mano de una madre atenta a aupar a su hijo hasta los más altos puestos, no significaron que, llegado el momento de plantearse la cuestión de un sucesor, Augusto tuviese en cuenta al hijo de su esposa. Lo mostró la decisión de casar a su hija Julia con Cayo Claudio Marcelo, hijo de su hermana Octavia, señalándolo así in péctore como su preferido. Su temprana muerte, en el año 22 a.C., evitó una grave crisis en el entorno imperial por la animadversión que enfrentaba al malogrado joven con Marco Agripa, el viejo compañero de armas del
princeps
, que se sintió frustrado al ser relegado en favor del sobrino. Y Augusto trató de remediarlo casándolo con la joven viuda, sin que le importase la diferencia de edad. Por segunda vez, Tiberio —o, más bien, su madre— veía desvanecerse las esperanzas de sucesión ante la férrea voluntad de Augusto. Fue por entonces cuando Tiberio tomó finalmente en matrimonio aVipsania y, contra lo que pudiera esperarse, la unión de conveniencia fructificó en un sincero afecto mutuo y en un hijo varón, Druso. Esas esperanzas se iban a difuminar más cuando Agripa y Julia pudieron ofrecer a Augusto dos hijos varones, Cayo y Lucio, que fueron adoptados por el abuelo y señalados como herederos. Pero, mientras tanto, Tiberio desplegaba en las fronteras septentrionales del imperio, en las montañas alpinas, con su hermano Druso, sus estimables dotes militares contra retios y vindélicos y al otro lado del Adriático contra dálmatas y panonios en una serie de brillantes campañas que sus soldados reconocieron al aclamarlo por dos veces como
imperator
. Los celos de su padrastro —el único
imperator
, en quien debían confluir los méritos de cualquier victoria romana— no le iban a permitir, sin embargo, celebrar el triunfo, contentándose con los
ornamenta triumphalia
, los honores correspondientes a esta distinción. Pero para Tiberio era más importante la estima de sus soldados. La vida militar y las costumbres castrenses parecían hechas a propósito para una personalidad como la de Tiberio, modesta y reservada, que se adaptaba mejor a la ruda y franca camaradería de los compañeros de armas y al ácido humor de sus soldados —que habían transformado el nombre de su general en el de
Biberius Caldius Mero
, tres apelativos alusivos a su renombre como bebedorque a las retorcidas e hipócritas relaciones que era preciso cultivar en el centro del poder en Roma.

Pero, como miembro relevante de la familia del
princeps
, no iba a poder sustraerse a este odioso ambiente, utilizado de nuevo por su padrastro como peón en el complicado juego de la política. El año 12 a.C. moría Marco Agripa, dejando a su alrededor vacíos difíciles de llenar: Augusto perdía a un irreemplazable amigo y camarada; Tiberio, a un suegro con el que compartía el gusto por la milicia; Julia, a un marido que la había tratado con paciencia y ternura; Lucio y Cayo, a un padre admirado. El frío cálculo del
princeps
pondría sobre todos estos sentimientos la razón de estado: Cayo y Lucio, sus herederos, necesitaban aún de los cuidados y atenciones de un padre y Augusto no dudó en exigir a Tiberio el sacrificio de separarse de su amada Vipsania, que estaba en su segundo embarazo, para tomar por esposa a la viuda Julia, madre ya de cinco hijos. Más que sacrificio, fue una catástrofe. Así lo relata Suetonio:

Vipsania le dio un hijo, llamado Druso, y él le profesaba hondo cariño, pero, a pesar de ello, se vio obligado a repudiarla durante su segundo embarazo, para casarse de inmediato con Julia, hija de Augusto. Este matrimonio le causó tanto más disgusto cuanto que apreciaba profundamente a la primera y reprobaba los hábitos de Julia, la cual, viviendo aún su primer marido, le había hecho públicamente insinuaciones, hasta el punto de haberse divulgado su pasión. No pudo por ello consolarse de su divorcio con Vipsania,y habiéndola encontrado un día por casualidad, fijó en ella los ojos con tanta pena que tuvo cuidado para lo sucesivo de que no se presentase delante de él.

Mal podía fructificar un matrimonio que unía dos caracteres tan dispares: el austero y retraído Tiberio y la vitalista Julia. Tras la muerte de un hijo común, apenas al nacer, sus vidas se separaron definitivamente. Y mientras en Roma Julia se abandonaba a comportamientos inadecuados a su condición de esposa,Tiberio volvió a refugiarse en la aspereza de la vida en los campamentos.

Un nuevo mazazo supuso para el brillante militar la muerte en 9 a.C. de su hermano menor, Druso, a consecuencia de una caída de su montura, mientras luchaba en Germania. Tiberio, a uña de caballo, desde Roma recorrió en veinticuatro horas las doscientas millas que le separaban del lugar del accidente, para encontrar a su hermano agonizante. Él mismo acompañó a pie el cadáver hasta Roma y pronunció la oración fúnebre, cumpliendo con ello uno de los más sagrados deberes para cualquier romano, la
pietas
, la devoción por un familiar. Tiberio hubo de tapar la brecha dejada por Druso en un teatro de operaciones tan importante como Germania, cuya conquista, según la concepción estratégica de Augusto, permitiría el avance de la frontera romana en el norte desde el Rin hasta la línea del Elba. Los éxitos de Tiberio en su nuevo destino, tanto con las armas como con la diplomacia, recibirían una vez más la recompensa del triunfo, que, en esta ocasión, sí pudo celebrar en Roma en el año 7 a.C. Nombrado cónsul por segunda vez e investido con la potestad tribunicia por cinco años, Tiberio, en la plenitud de la edad, ocupaba ahora el segundo rango en el imperio y se convertía prácticamente en corregente del
princeps
.

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