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Authors: José Manuel Roldán

Tags: #Histórico

Césares (31 page)

BOOK: Césares
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Tiberio, que, sin duda, no confiaba plenamente en su sobrino, trató de encontrar un contrapeso que pusiese un freno a la excesiva libertad de acción y a la imprudencia del impulsivo Germánico, y su elección no pudo ser más desafortunada, al enviar, de acuerdo con el Senado, como nuevo procónsul de Siria a su viejo amigo Cneo Calpurnio Pisón, un aristócrata a la antigua usanza, arrogante, inflexible y violento, que tenía en su mujer, la rica y aristócrata Munacia Plancina, una buena amiga de Livia, su peor consejero. Si Plancina, como afirma Tácito, recibió de Livia instrucciones para tratar de incordiar a Agripina, con quien mantenía agrias relaciones, no es posible determinarlo. En todo caso, los actos de Germánico en la provincia de Siria y la actitud de Plancina hacia Agripina, aprovechando cualquier ocasión para denigrarla, abrieron la brecha en las relaciones entre las dos prominentes parejas. No obstante, Germánico cumplió su misión, tanto en Armenia, coronando rey al príncipe cliente Zenón, como en otros reinos vecinos incluidos dentro de la órbita romana, alguno de los cuales, como Capadocia, incorporó al imperio. A finales del año 18 d.C., el encuentro de Germánico y Pisón en un campamento legionario de la provincia siria dio lugar a serias fricciones, que iban a agravarse tras un inoportuno viaje de placer del sobrino de Tiberio a Egipto.

Desde los días de Augusto, la provincia del Nilo, considerada casi como propiedad privada imperial, estaba expresamente vedada a los miembros del orden senatorial. Germánico no sólo ignoró la prohibición, sino que, además, irritó innecesariamente al emperador con una serie de ligerezas que no tardaron en llegar, amplificadas y tergiversadas, a Roma. La vuelta a Siria significó la ruptura con Pisón, a quien, al parecer, haciendo uso de sus poderes superiores, expulsó de la provincia, convencido de que el gobernador trataba de minar su autoridad ignorando sus disposiciones. Poco después Germánico caía enfermo de accesos febriles en Antioquía del Orontes, y el descubrimiento en su residencia de conjuros, maldiciones y otras pruebas de brujería le convenció de que alguien le había envenenado por instigación de Livia. Cuando su estado empeoró, pidió a sus amigos como último deseo que Pisón y Plancina fueran sometidos a juicio y, después de solicitar protección para su esposa Agripina, murió el 10 de octubre. Así, según Tácito fueron sus últimas palabras:

Si yo muriera por disposición del hado, tendría derecho a dolerme incluso frente a los dioses, por verme arrebatado de mis padres, de mis hijos, de mi patria, en plena juventud con una muerte tan prematura. Pues bien, ahora, detenido en mi carrera por el crimen de Pisón y Plancina, conflo mis últimos ruegos a vuestros pechos: que hagáis saber a mi padre y a mi hermano por qué crueldades desgarrado, por qué asechanzas rodeado he terminado mi desdichada vida con la peor de las muertes… y llorarán el que yo, antaño floreciente y tras haber sobrevivido a tantas guerras, haya caído víctima por la traición de una mujer.

Su viuda Agripina compartía esta convicción, y con las cenizas de su marido regresó a Roma reclamando venganza no sólo contra Pisón, sino contra el propio Tiberio, por cuya instigación se habría cometido el crimen. El magistral relato de Tácito de estos acontecimientos, lleno de dramatismo, no trata de ocultar sus simpatías por la causa de Agripina y paralelamente arroja una sombra de acusación sobre el
princeps
, que ciertamente no hizo mucho por desviar las sospechas de participación en la muerte de Germánico con su actitud fría y distante ante la viuda y las cenizas de su hijo adoptivo. Es cierto que luego decretó, en unión del Senado, diferentes medidas para honrar la memoria del difunto Germánico —así lo testifica una gran placa de bronce hallada en la provincia de Sevilla, la llamada
tabula Siarensis
—, pero también que el descontento del pueblo por el trato dispensado a su héroe obligó al
princeps
a justificar, en su condición de gobernante, la adopción de una actitud comedida, digna y reservada, de acuerdo con las más rancias tradiciones romanas.

La orgullosa Agripina, alrededor de cuya persona se había formado un partido de oposición a Tiberio, logró llevar a juicio a Pisón, que mientras tanto había cometido la torpeza de intentar recuperar con fuerzas armadas la provincia de la que había sido expulsado. Pisón fue acusado de asesinato, extorsión y traición, con su mujer como cómplice. El
princeps
remitió el caso al Senado y, si bien los defensores de Pisón lograron demostrar lo absurdo de la acusación de envenenamiento, no pudieron impedir que la opinión tomara postura frente al inculpado como responsable de insubordinación ante un superior e intento de invasión de una provincia con la fuerza. Mientras, Plancina consiguió, a lo largo del juicio, disociar su defensa de la de Pisón, al tiempo que convenció a Livia de que intercediera por ella. Ante la certeza de la condena, Pisón, para salvar nombre y bienes, decidió quitarse la vida, añadiendo nuevos motivos de especulaciones a las circunstancias de la muerte de Germánico. El suicidio del gobernador no puso fin al juicio. Tiberio ordenó al Senado una resolución final contra Pisón, su hijo, su esposa y sus principales colaboradores. El Senado emitió su veredicto en forma de senatus consultus, que por orden de Tiberio debía ser expuesto en público en las principales ciudades del imperio y en los campamentos legionarios. Contamos con una sorprendente confirmación de este decreto por varios fragmentos de bronce, hallados también en la provincia de Sevilla, que recogen el resumen de las conclusiones (
senatus consultum
de Cneo Pisone patre
): el nombre de Pisón se condenaba a la infamia, su hijo era exculpado y sus colaboradores recibían castigos atenuados. En el mismo decreto, aunque Plancina no era absuelta de los cargos, el Senado, a ruegos de Livia y por intercesión del propio Tiberio, renunciaba a aplicar la pena. Así expresa Tácito la indignación popular ante la infamia cometida con Germánico y su familia, que iba a acabar con la escasa popularidad del
princeps
:

En favor de Plancina habló [Tiberio] con vergüenza y en términos infamantes, sacando a relucir los ruegos de su madre, contra quien se encendían con mayor fuerza las quejas secretas de los hombres mejores. Así pues —decían—, ¡era lícito a la abuela mirar cara a cara, hablar y arrancar de manos del Senado a la asesina de su nieto! Lo que a todos los ciudadanos asegura ban las leyes, sólo a Germánico le había faltado. Vitelio yVeranio habían llorado a voces a Germánico; el emperador y
Augusta
habían defendido a Plancina. Ahora sólo faltaba —decían— que volviera del mismo modo contra Agripina y sus hijos sus artes de envenenadora, tan felizmente experimentadas, y que saciara con la sangre de aquella casa tan desgraciada a la egregia abuela y al tío.

No se puede culpar a Tiberio y a Livia, como hace Tácito, de persecución hacia la familia de Germánico, por muy distantes que hayan sido las relaciones, pero el orgullo inconmensurable y la indomable ambición de Agripina, convencida de haber sido objeto de una tremenda injusticia, hacían imposible una reconciliación. Así, el destino seguiría golpeando a la familia de Germánico, ayudado por una siniestra mano que durante varios años habría de jugar un fatal papel en el más íntimo entorno del emperador: Lucio Ello Sejano.

Sejano

S
ejano era hijo de Seyo Estrabón, un caballero de origen etrusco a quien se había confiado el mando de la guardia pretoriana creada por Augusto, como cuerpo militar escogido inmediato al emperador. Sejano había acompañado a Druso, el hijo de Tiberio, en la sofocación de la revuelta del ejército del Danubio. Poco después fue nombrado adjunto de la guardia pretoriana, al lado de su padre, y en 16 o 17 d. C. prefecto único, cuando Seyo fue ascendido al más alto rango a que podía aspirar un caballero, el gobierno de Egipto. La tradición considera, unánime, a Sejano como una de las más siniestras figuras de la historia romana, y la posterior investigación histórica no ha podido hacer mucho para reivindicarlo. Su personalidad ha quedado como ejemplo de arribista ambicioso que, tras ganarse la confianza sin reservas del soberano, logra un poder ilimitado e irresponsable al servicio de su propio interés.

No conocemos los pormenores que elevaron a Sejano al importante cargo de prefecto del pretorio, es decir, de responsable de la seguridad del
princeps
y del mantenimiento de la ley y el orden en toda Italia. Sin duda, sus dotes debían de ser estimables, y la confianza de Tiberio en su capacidad, tan ciega que se dejó convencer para la concentración de las cohortes pretorianas, creadas por Augusto y dispersas, en parte, fuera de Roma, en un acuartelamiento dentro de la Urbe, los
castra praetoria
. Con ello, se hacía de su comandante uno de los factores de poder más decisivos e imprevisibles del principado. No es inverosímil que este poder, refrendado por continuas manifestaciones de deferencia del emperador con su favorito, hicieran crecer en la mente de Sejano planes fantásticos que, aun en toda su locura, fueron emprendidos con sistemática frialdad y determinación con la meta final del trono.

Los planes de Sejano y su ejecución encuentran una fácil explicación en la siempre débil edificación de la cuestión sucesoria, que ya antes había procurado difíciles problemas a Augusto. Una vez muerto Germánico, hijo adoptivo y presumible heredero de Tiberio por voluntad de Augusto, Druso, el propio hijo del
princeps
, era el más cualificado aspirante al trono. Pero el destino inferiría un fatal golpe a Tiberio cuando Druso, tras haber recibido la potestad tribunicia, murió inesperadamente el año 22 d. C. Sólo ocho años más tarde, se supo que Druso había muerto envenenado por su mujer, con la complicidad de Sejano. Si bien Druso había dejado como descendencia dos gemelos, de los que sólo sobrevivió uno, Tiberio Gemelo, su corta edad obligó al emperador, en bien de la razón de estado, a volverse hacia los hijos de Germánico, por más que conociera los sentimientos de animadversión de Agripina, recomendando por ello a los dos mayores, Nerón y Druso, ante el Senado. Las circunstancias no parecían tan desfavorables a los planes de Sejano si lograba desembarazarse de los hijos de Agripina, siempre sospechosos a los ojos de un emperador desconfiado, y fortificar su posición personal con su inclusión en la familia imperial. El propio Tiberio había manifestado su complacencia en dar por esposo a un miembro de su familia —el hijo del luego emperador Claudio, sobrino de Tiberio— a la hija de Sejano, y el prefecto creyó lograr para él mismo la mano de Livila, la viuda de Druso, el hijo de Tiberio, a la que había convertido en su amante. Pero la meta más inmediata consistía en profundizar al máximo el abismo entre el emperador y Agripina y su círculo. Para ello, el omnipotente prefecto contaba con un arma de imprevisibles posibilidades, la ley
de maiestate
y una tupida red de delatores o informadores, susceptible de ser puesta en movimiento para sus propósitos. Y, así, mientras involucraba en procesos de alta traición a los principales sostenedores del partido de Agripina, provocaba los ánimos de sus hijos, Nerón y Druso, para lanzarlos a actos irreparables que los pusieran en evidencia ante el emperador.

El poder de Sejano comenzó a aumentar sensiblemente desde el año 24. Fue a partir de ese año cuando la demoníaca influencia del valido se volcó en lograr la perdición de los más notorios partidarios de Germánico y Agripina. Precedentemente habían tenido lugar algunos procesos de lesa majestad, en los que Tiberio, en su papel de
primus inter pares
e impulsado por su interés por las cuestiones jurídicas, había intervenido, las más de las veces de forma desafortunada. El
princeps
protestaba de su actitud de no injerencia una vez iniciado el proceso judicial, pero, de hecho, prodigaba estas intervenciones, que, aunque en muchas ocasiones sólo buscaban un mayor esclarecimiento de la verdad, resultaban arbitrarias al Senado. También ocurría que, una vez cerrado y sentenciado el caso, concediese el perdón a los acusados. Ello sólo podía redundar en una falta de entendimiento creciente entre
princeps
y Senado, perjudicial para unas relaciones mutuas fluidas. En todo caso, durante los primeros años de su reinado, no puede dudarse de la rectitud de intenciones de Tiberio y una inclinación en los veredictos más del lado de la clemencia que de la crueldad, incluso en los procesos de lesa majestad. Pero, poco a poco, el emperador fue desinteresándose de la actividad judicial del Senado, y con ello abrió la puerta a la nefasta influencia de su prefecto del pretorio.

El primer y vergonzoso ejemplo de esta nueva línea procesal trazada por Sejano fue el juicio contra un respetable senador, Cayo Silio. Como comandante en jefe del ejército de Germanía Superior, Silio había colaborado lealmente con Germánico y había ganado incluso los
ornamenta triumphalia
. Su mujer, Sosia Gala, era también amiga de Agripina desde la época en que Germánico mandaba los ejércitos del Rin. Sejano utilizó los oficios de uno de sus incondicionales para acusar a Silio de extorsionar a los provinciales durante su gobierno de la Galia y de haber sido cómplice de julio Sacrovir, uno de los cabecillas de la revuelta que prendió en la provincia el año 21 d.C
[21]
. Como antes hiciera Pisón, y para sustraerse a la segura condena, Silio se dio muerte. No obstante, su memoria fue condenada a la infamia, sus bienes confiscados y su esposa conducida al exilio. A partir de esta condena, iban a sucederse sin interrupción proceso tras proceso, en una cadena interminable, de cuyo relato el propio Tácito pide disculpas a sus lectores:

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