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Authors: James Lowder

Cruzada (31 page)

BOOK: Cruzada
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—¿Por qué creéis que os he invitado aquí? —tradujo el khazari.

—Para conocer a vuestro adversario —contestó Azoun— Para saber hasta qué punto soy una amenaza.

Yamun asintió cuando Koja le dio la respuesta. El líder tuigano observó al rey por un instante con los párpados entrecerrados.

—Sabéis que mis tropas triplican o cuadriplican a las vuestras —señaló a través de Koja. Azoun se limitó a asentir mientras Yamun hacía una pausa—. Los prisioneros hechos en Thesk me advirtieron de vuestra llegada —añadió—. Dijeron que habéis reunido un gran ejército para aplastarme. Si debo creer en los informes de los exploradores que han visto a vuestras tropas, dudo mucho que puedan siquiera demorar mi avance.

—Eso sólo lo sabremos si tenemos que luchar —replicó Azoun y, volviéndose hacia Koja, añadió—Destacad el «si» en la respuesta.

El historiador calvo bebió un trago de té, asintió cortésmente, y transmitió la réplica del rey. Chanar volvió a reír, pero Yamun lo miró furioso, y el general guardó silencio.

—Entonces rendíos ahora, Azoun de Cormyr —dijo Yamun; se acomodó en el banco y se atusó el mostacho—. Es lo único que os evitará ser destruido en el campo de batalla.

Koja comenzaba la traducción de las palabras del khahan cuando Batu Min Ho intervino en la conversación. La mezcla de voces confundió un poco a Azoun, que sólo oyó en parte lo que decía el khazari. Sin embargo, el rey entendió la pregunta del general shou sin necesidad del traductor. Mostró las dos palmas vacías y miró a Batu Min Ho.

—Sí, Batu Khan —dijo en un tuigano vacilante—, busco la paz.

La respuesta de Azoun tuvo un efecto inmediato y sorprendente sobre los demás en la yurta del Khahan. Chanar, boquiabierto, se levantó de un salto. La expresión de Batu también era de sorpresa, pero el general shou controlaba mejor las emociones. Por su parte, el historiador khazari miraba alternativamente a Yamun Khahan y Azoun como si esperara sus reacciones para definirse. El líder tuigano se inclinó en el banco con una sonrisa.

—Habláis el idioma de mi gente —comentó.

—Sólo unas pocas palabras —lo corrigió Azoun, que utilizó la única frase que pronunciaba bien. Después empleó otra vez la lengua común—. Koja, necesito vuestra ayuda. Sólo entiendo una parte de lo que dicen.

—¿Qué deseáis decirle al Khahan? —preguntó el khazari. Bebió un trago de té mientras esperaba la respuesta.

—Repetid lo que os he dicho, y después decidle que confío en evitar el derramamiento de sangre.

Koja tradujo el mensaje. Chanar se sentó al tiempo que le comentaba algo a Yamun. La sonrisa del Khahan se convirtió en una mueca de burla. Recogió el pellejo que Chanar había dejado junto a sus pies, y lo destapó mientras gritaba una orden.

Dos sirvientes entraron en la tienda. Yamun dio otra orden, y los dos corrieron al fondo de la tienda para rebuscar en el contenido de un cofre. Volvieron con una copa dorada con gemas incrustadas y un objeto redondo envuelto en seda roja.

Koja palideció al ver los preparativos, y Chanar señaló al khazari con una carcajada. El Khahan le entregó la copa a Batu, que la puso boca abajo para quitarle unos coágulos del fondo, tras lo cual la secó con la alfombra que cubría el suelo. Un sirviente cogió el pellejo de manos de Yamun y llenó la copa con un líquido lechoso.

El otro sirviente desenvolvió el paquete y le ofreció al Khahan el objeto que había tapado la seda roja. Era un cráneo humano, con la parte superior aserrada para dar cabida a un bol de plata. Yamun sostuvo el siniestro recipiente de forma tal que las órbitas vacías miraran al monarca cormyta, y el criado con el pellejo llenó el bol. Chanar Khan le dijo algo a Koja que el historiador se apresuró a traducir.

—Chanar Ong Kho quiere que informe a su majestad que el cráneo perteneció una vez a Abatai, un enemigo del Khahan. —El khazari frunció el entrecejo antes de añadir—: No olvidéis lo que dije de vuestro enviado, majestad. No beber significa la muerte segura.

El rey cormyta observó, un tanto sorprendido, que Yamun y los generales lo miraban con mucha atención. «Esperan asustarme con el cráneo», pensó. Entonces advirtió que Koja estaba amilanado por el macabro trofeo. Agradeció estar en una zona muerta para la magia, porque evitaba la posibilidad de que el cráneo estuviera hechizado.

Yamun le entregó la calavera al rey antes de reclinarse en el asiento con una mirada pensativa. Batu ofreció lo que Azoun interpretó como un brindis y después bebió el líquido espeso. El criado llenó otra vez la copa, y Batu se la pasó a Chanar Khan. El general tuigano hizo una pausa antes de acercar la copa a los labios para señalar al monarca visitante que bebiera del cráneo.

—A Yamun Khahan —brindó el rey—, Ilustre Emperador de los Tuiganos. —Azoun se armó de valor y bebió dos tragos del líquido, que olía a leche agria. A continuación le pasó el cráneo a Koja, que lo aceptó con una expresión de asco.

—La bebida se llama cumis —le informó el historiador—, y está hecha con leche de yegua fermentada. —Se estremeció—. A algunos les encanta, pero yo ni siquiera tolero el olor.

Sólo después de que Azoun y Koja bebieran, Chanar levantó la copa para saludar a Yamun. Mientras ocurría todo esto, el Khahan no había dejado de mirar a Azoun. Por fin Yamun acabó lo que quedaba de cumis en la copa y se la devolvió al sirviente. Los jóvenes envolvieron el cráneo de Abatai en la seda roja y lo guardaron otra vez en el cofre, junto con la copa enjoyada, antes de marcharse.

Yamun le preguntó a Koja cuál había sido el brindis del rey. Al escuchar la respuesta frunció el entrecejo.

—Soy el emperador de todos los pueblos, Azoun de Cormyr —gruñó—. Mañana os lo demostraré cuando vacíe vuestro cráneo y me sirva de copa como el de Abatai.

Azoun escuchó con atención la traducción del historiador antes de levantarse.

—Decidle a vuestro amo que mis tropas no se rendirán. Mañana se enfrentarán nuestros ejércitos. Os estaremos esperando.

—Quizá lo mejor sería mataros ahora mismo —replicó Yamun. Chanar echó mano del sable corvo al escuchar la respuesta del Khahan.

Azoun deseó en aquel instante tener a Vangerdahast sano y salvo a su lado. Sólo había aceptado la invitación del Khahan convencido de que el hechicero real sería capaz de sacarlo de cualquier situación comprometida. Ahora era demasiado tarde para lamentarse, y se preparó para hacer frente a su destino.

—Si me matáis aquí será una prueba de que tenéis miedo a mis ejércitos.

Chanar y Batu se levantaron al unísono y desenvainaron las espadas en cuanto el historiador acabó la traducción. Koja retrocedió como un cangrejo espantado. Yamun dio un grito para llamar a los guardias de uniforme negro, que aparecieron en tropel. El Khahan permaneció sentado, con el rostro impertérrito. Dio otra orden, y los generales se volvieron para mirarlo asombrados.

Batu Min Ho envainó la espada en el acto, saludó a Yamun con una reverencia y, tras echar una mirada a Azoun, salió de la yurta sin decir palabra. En cambio, Chanar Khan comenzó a protestar furioso. El rostro del general tuigano estaba rojo como un tomate. Señaló al monarca cormyta con la espada.

Con un gruñido, Yamun se decidió por fin a levantarse, y respondió a las palabras con un grito. El general le hizo una reverencia y se retiró sin volverle la espalda a su comandante. En la expresión de su rostro se mezclaban la ira y el arrepentimiento.

Koja se acercó al Khahan para formularle una pregunta en voz baja, y Yamun se inclinó hacia el khazari para darle su respuesta. El historiador asintió antes de volverse hacia Azoun, que no había conseguido escuchar ni una sola palabra de la conversación.

—La audiencia ha concluido, majestad —anunció Koja—. Podéis reunir a vuestros hombres y marcharos. Yo os escoltaré hasta vuestro campamento.

Azoun saludó al Khahan con una reverencia. Yamun asintió en respuesta al saludo y después le dijo algo a Koja. El historiador calvo le respondió con una sonrisa. Azoun esperó cortésmente, y luego salió de la yurta detrás de Koja, escoltado por los diez guardias. Al cabo de unos minutos, Thom, Vangerdahast y los guardias cormytas se unieron a él, y juntos abandonaron el campamento tuigano a toda prisa.

El hechicero real continuaba inconsciente, tendido sobre la montura. Thom le habló al monarca de los chamanes tuiganos y de los extraños ritos practicados para curar a Vangerdahast.

—Los tuiganos encontraron la zona muerta para la magia hace uno o dos días —dijo el bardo—. Los hechiceros de Thay se marcharon tan pronto como se enteraron de las intenciones del Khahan de permanecer aquí hasta después de entrevistarse con vos.

—Yamun no confía en la brujería —señaló Koja, que cabalgaba junto al monarca—, así que no lamentó la marcha de los brujos rojos. —Al ver que Azoun y Thom lo miraban atentos, añadió—: La magia no tiene lugar en la cultura tuigana.

A Azoun le resultó sorprendente que Koja revelara esta información, porque él podía utilizarla en beneficio de su ejército. De todos modos, la confianza de los tuiganos en el poder de las armas más mundanas se basaba en la sucesión de victorias. El rey sabía que con los brujos solamente no podía ganar la guerra.

El sol estaba casi sobre el horizonte cuando Azoun y la comitiva llegaron al punto donde se habían encontrado con Koja.

—Me alegro mucho de haberos conocido, majestad —se despidió Koja con una reverencia desde la montura—. Es una pena que no volvamos a encontrarnos en este mundo.

Azoun escuchó el tono sincero de las palabras del khazari y se preguntó cómo un hombre tan pacífico soportaba la vida con los tuiganos. Un poco triste, el rey respondió al cumplido, y se disponía a marchar cuando recordó una pregunta que quería formular desde que había salido de la yurta del Khahan.

—Un momento, Koja —llamó—. Quiero haceros una última pregunta. ¿Qué os dijo el Khahan después de despedir a los generales? —Azoun esperó mientras Koja daba la vuelta y se acercaba otra vez.

—Como ya os había advertido —contestó el historiador—, insultar al Khahan significa la muerte en el acto. Le pregunté a Yamun por qué no os había matado.

—¿Qué respondió?

—El Khahan dijo que vuestras palabras no podían ser tomadas como un insulto a menos que demostraran ser ciertas. —Koja encogió los hombros—. No comprendo la diferencia, pero mañana el Khahan intentará demostrar que no es un cobarde, que no teme a vuestro ejército.

Con las palabras de Koja resonando en la mente, Azoun dio un tirón a las riendas y puso a su caballo de cara al oeste. Una vez más, el rey hizo que la comitiva avanzara a trote ligero por el Camino Dorado. Durante todo el trayecto pensó en si el heterogéneo ejército que esperaba su regreso sería rival para los señores de la estepa.

Como la mayor parte de las tropas de la Alianza, Jan el flechero esperaba ansioso el retorno del rey Azoun de su viaje al campamento tuigano. Mataba la espera fabricando flechas para la batalla, pero, como ello no le distraía la mente, escuchaba los rumores sobre el campamento bárbaro en boca de los otros armeros.

—Me han dicho que cada mediodía sacrifican a alguien en honor a su dios oscuro —afirmó un herrero, con voz autoritaria. Dejó a un lado la punta de flecha y se volvió hacia el viejo arquero sentado un paso más allá—. Se lo oí decir al capitán cormyta que fue al campamento tuigano.

—Quizá por eso mataron a los otros tres emisarios de Azoun —comentó el arquero, sin apartar la mirada del arco que estaba acabando. Le temblaron las manos, pero conocía su oficio y el arco era de primera calidad.

—Creía que sólo habían enviado a dos —señaló Jan, que cogió una punta acabada del montón que tenía a la derecha y la sujetó al astil.

—Veo que no te enteras de nada, flechero —le reprochó el herrero—. Seguro que ni siquiera sabes de los niños que los bárbaros empalan en las picas.

Aunque consideraba que ese rumor era falso, ya que, según los informes, los tuiganos no utilizaban picas, Jan prefirió callar. A poco de entrar en el ejército, había aprendido que era inútil discutir con un cotilla. Estas personas empleaban tantos hechos falsos que les resultaba imposible decir la verdad incluso en las cosas más sencillas.

El viejo arquero sacudió la cabeza como una crítica a la incredulidad de Jan. Cogió una cuerda de tripa y la sujetó en las muescas hechas en cada extremo del arco.

—Esos malditos bárbaros hicieron cosas mucho más terribles que asesinar niños cuando invadieron Tammar. —Tensó el arco y lo apuntó a un blanco imaginario—. No veo la hora de enfrentarme a ellos.

El herrero manifestó su asentimiento con un gruñido, y a continuación prosiguió con el recital de las atrocidades atribuidas a los tuiganos. Muchos de los relatos se basaban en informes de «hombres de confianza que habían estado presentes en el lugar de los hechos». Las afirmaciones más increíbles quedaban atenuadas en parte porque el herrero las había escuchado de tercera o cuarta mano.

Aburrido de la charla de los compañeros, Jan dejó vagar la imaginación. Como ya era habitual, el primer pensamiento fue para Kiri. Al flechero le gustaba cada día más la hija de Borlander el Matatrolls. En tiempos más propicios incluso habría pensado en pedirla en matrimonio, pero las probabilidades de que alguno de los dos muriera en combate eran demasiado grandes como para hacer planes antes de acabar la guerra.

Las voces de los demás, que como él se preparaban para el combate, interrumpían los pensamientos del joven sobre el futuro con Kiri. Aunque estaba rodeado por flecheros, arqueros y herreros, también le llegaba el repicar de los martillos de los fabricantes de espadas y el humo picante de las fraguas. Prestó atención al rítmico golpear de los martillos contra el metal al rojo y dejó que este sonido borrara todos los demás. Hacía mucho calor, incluso para ser verano, y Jan no tardó en perderse en sus fantasías.

Un golpe en el hombro lo devolvió a la realidad. El herrero y el flechero se partían de risa, y unos cuantos artesanos lo miraban.

—¿Te he despertado? —preguntó una voz dulce. Jan se volvió. Se encontró con Kiri Matatrolls, la hermosa recluta de Cormyr, que lo miraba con los brazos en jarras.

—No, no, Kiri —se excusó Jan mientras se levantaba con una flecha a medio terminar entre las manos—. Soñaba despierto. ¿No estabas de guardia?

—Tengo algunas noticias interesantes. —Kiri soltó una carcajada, le quitó la flecha de las manos y lo cogió del brazo—. El rey viene de regreso. Llegará al campamento antes de que salgan las estrellas.

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