—¡Lord Blackwood! —el señor de Willows Hall se acercó por el pasillo seguido por el semblante hosco de Worthmore, quien veía cómo sus méritos caían en picado—. Señor Yale —lord Vale inclinó la cabeza con elegancia—. Bienvenido de nuevo. ¿Cómo estaba el camino con este tiempo tan terrible?
—Pasable, señor, lo bastante para permitirnos llegar aquí rápidamente —contestó Yale mientras dirigía una mirada elocuente al pasamano donde su fausse amant se escondía detrás de su amiga.
Lord Vale era todo sonrisas.
—Quítese el barro de las botas y reúnase luego con nosotros en el salón —dijo señalando hacia la escalera—. Esta mañana he recibido la visita de alguien que resulta ser un conocido suyo. Un tal señor Seton, de Liverpool. Se mostró muy contento de poder aguardar su regreso, aunque nosotros no esperábamos que fuera tan pronto. Ahora está en la biblioteca.
Leam subió la escalera y se encontró ante la mujer cuyos labios sabían a humo de leña y cerezas.
—Milord —dijo ella delicadamente, con apenas rastro del sonrojo en sus mejillas de porcelana—, no contábamos con verlo de nuevo, y desde luego no tan pronto.
—Tenía que cuidar a este imprudente.
Los labios de cereza y de sabor a leña temblaron nerviosos.
—Lady Marie Antoine —Yale hizo una profunda reverencia, mirando detrás del hombro de Kitty—. Tan encantadora como siempre.
—¡Oh, cállese! Mi madre, mi padre y ese cebo con cara de pescado ya se han ido.
—De todos modos, tengo que decir la verdad.
—Es usted abominable.
—Su gratitud me conmueve, señora.
Ella endureció la mirada.
—Usted ahora piensa que yo le debo algo a cambio, ¿verdad? Se me ocurrió esa idea cuando se marchó.
—La dama me dedica un pensamiento. ¡Calma, corazón!
Lady Emily se dio la vuelta y desapareció por el pasillo con paso firme y rápido. Kitty la miró mientras se marchaba.
—Creo que empieza a pensar que usted la pretende de verdad.
—Soy todo humildad —repuso él con perfecta afabilidad.
—Sí, eso creía yo. Pero ella está un poco preocupada.
El galés dibujó una sonrisa. Ella se lo quedó mirando un instante.
—Señor, ha roto usted la promesa que me hizo. Me dijo que no se burlaría de ella —la voz de Kitty había adquirido un tono algo más grave pese a su amabilidad—. La verdad, no sé por qué confié en ustedes —volvió sus grandes ojos grises hacia Leam—. A fin de cuentas, no les conozco de nada.
La mirada penetrante de esos ojos grises hizo que a Leam se le secara la garganta. Ella pasó junto a él y bajó por la escalera apresuradamente. Yale, por una vez, no dijo ni una sola palabra.
Cuando Leam cruzó la biblioteca, Jinan se levantó y se le acercó para estrecharle la mano.
—¡Jin, cuánto tiempo!
—Leam, ¿supongo que estás bien, no? —Jin se reclinó en una butaca; aunque se sentía cómodo, aquel lugar suntuoso le resultaba un poco ajeno. La apariencia extraña y aristocrática de sus rasgos oscurecidos por el sol contrastaba vivamente con su vestimenta sencilla, y en sus ojos claros se reflejaba una inteligencia aguda. Jinan Seton, algunos años más joven que Leam, había tomado las riendas de su vida antes de que Leam hablara inglés.
—Estoy tan bien como cabe esperar, con Colin entrometiéndose aún en los asuntos de todo el mundo —dijo Leam tomando asiento.
—Sí. Me envió unas palabras hace poco, antes de que te marcharas de Londres.
—¿Qué?
—La pregunta correcta sería ¿sobre qué? —dijo Yale al entrar. Jin se levantó, pero el galés desestimó con un gesto esa formalidad y se dirigió hacia el mueble de los licores.
Leam negó con la cabeza.
—Maldita sea, Wyn, ¿tú ya sabías que Colin había estado en contacto con Jin?
—¿Si sabía que nuestro amigo el vizconde dijo una mentirijilla para que te implicaras en el asunto que Jin ha venido a tratar con nosotros? No, no lo sabía. Pero no me sorprende. Colin Gray consigue siempre a su hombre.
Leam se volvió hacia el corsario.
—¿Así que Colin ha sabido todo el tiempo dónde estabas?
—Según parece, no compartió esa información contigo —respondió Jin—. En cambio, me hizo llegar una noticia interesante y me dijo que nos encontraríamos.
—Leam, tal vez deberías permitir que Jin nos lo cuente. Colin encontrará más adelante el modo de involucrarte aunque ahora no sientas, por lo menos, curiosidad —Yale sirvió tres copas de clarete y las repartió.
Jin colocó la suya sobre la mesa.
—El Ministerio del Interior ha sabido por dos fuentes distintas que recientemente un barco mercante con destino a Calcuta desapareció después de abandonar el puerto de Newcastle Upon Tyne.
—Eso está muy cerca de la frontera escocesa —Yale enarcó una ceja—. ¿Piratas o insurgentes?
—Como los propietarios del barco todavía no se han presentado con una reclamación al seguro, aún no se sabe qué cargamento llevaba. Según parece, los informantes creen que los rebeldes escoceses lo tomaron porque creían que su cargamento tenía un valor especial.
—Un cargamento que podría financiar una insurrección contra la corona británica —añadió Yale—. Esos insurgentes son una lata. ¿Qué cargamento de tan alto valor podría ser enviado a Calcuta? Seguro que lana inglesa no.
—Lo más probable es que se tratase de información sobre las estrategias británicas en Bengala, que se enviaba camuflada como artículo comercial —contestó Jin—. Esto se hace a veces a fin de salvaguardar información importante mandada también por duplicado en buques navales.
—Ajá —Yale se reclinó en su asiento—. Es el tipo de información que a los franceses de la India seguramente les encantaría tener, ¿no? ¡Qué hermoso círculo de amigos! Los rebeldes escoceses reclaman la ayuda francesa y están dispuestos a comerciar con secretos ingleses para asegurársela —el galés tomó un pequeño sorbo. Cuando trabajaba, pocas veces se permitía un gusto.
—Nuestro director pidió al Almirantazgo que me concediera permiso para embarcarme en todos los barcos, británicos o no, en busca de información —dijo Jin.
—¿Y el Almirantazgo estuvo de acuerdo?
El marinero asintió.
—El Cavalier parte de Liverpool la semana próxima.
—Pensé que tú también te irías, Jin —Yale lo miró atentamente.
—Renuncié al
Club Falcon
—Jin por fin se acercó la copa a los labios, un anillo grueso del color del rubí se agitaba en su mano—. Pero no a mi sustento.
—Como si tú necesitases más oro. Si eres tan rico como Midas.
Jin hizo una mueca.
—¿De nuevo andas corto de fondos, Wyn?
—Caballeros —Leam, con el rostro contraído, se puso en pie—. Como este asunto no es de mi incumbencia, voy a retirarme.
—Leam…
La puerta se abrió con un crujido. Kitty entró en la estancia. Los hombres se levantaron. Ella se dirigió hacia Jin y le tendió las manos.
—Jinan, ¡qué contenta estoy de verte! —su sonrisa era auténtica—. De haber sabido antes que estabas aquí, te habría buscado —le soltó las manos.
—¡Hola, Kitty! ¿Cómo has venido a parar aquí?
—He venido con mi amiga, la hija mayor de lord y lady Vale. Pero, cuéntame, ¿qué tal está tu barco?
Sus ojos grises refulgían en aquella estancia poco iluminada, reflejando un afecto que Leam nunca antes había visto en ellos; su cara reflejaba más calidez que incomodidad. Su elegancia deslumbrante lo impresionó vivamente.
Era por otro hombre, y eso a Leam no le gustó.
—Muy bien —contestó Jin—. ¿Y Alex?
—Igual que siempre. Serena espera poder darle un heredero muy pronto.
—Así pues, Seton, conoces a lord Savege —inquirió Yale.
—El señor Seton y mi hermano se conocieron hace muchos años en la India. Nos conocemos desde hace siglos. Pero ¿de qué se conocen ustedes? ¿Acaso son marineros? Y yo que les creía unos dandis indolentes de ciudad… —aunque sus palabras eran mordaces, el brillo de su mirada disminuyó.
—No. Ese sería el caso de Worthmore, claro —dijo Yale con una risita.
—Tenemos una amistad en común en Lunnon, milady —dijo Leam con su acento característico—. Nos ha hecho llegar noticias de interés común.
—¿De veras, milord? ¿Y qué tipo de noticias? —aunque el tono de voz de ella era el mismo, Leam reparó en el brillo desafiante de su mirada.
—Noticias sobre barcos —respondió él.
—Ah, entiendo —Kitty les dirigió una rápida mirada a todos—. Lady Vale me ha pedido que les comunique que la cena se servirá en un cuarto de hora —dirigió a Jin una breve sonrisa, hizo una breve inclinación y se marchó.
Yale se sentó de nuevo en su butaca y cogió la copa.
Jin se volvió hacia Leam.
—¿Katherine Savege?
—¿Conoces bien a la dama? —murmuró Yale—. Seguro que pasaste un tiempo bebiendo ron con el granuja de su hermano en la India, antes de que Savege sentara cabeza y se dedicara a eso del «fueron felices y comieron perdices».
—Se podría decir así —los ojos claros del marinero se quedaron pensativos—. Leam, ella y su madre juegan a las cartas a menudo con el conde de Chance, ¿verdad?
—Eso creo.
—Lo tenemos en nuestra lista.
—¿Una lista?
—Es un escocés… —murmuró Yale.
—¿La lista de quién? —insistió Leam.
—La del director, con datos del Almirantazgo —respondió Jin—. Es una lista de lores escoceses sospechosos de estar dispuestos a aliarse con los franceses.
Yale, con un puro entre el pulgar y el dedo índice, encendió una cerilla.
—La verdad completa toma forma. Sin duda, el director quiere que Leam trabe amistad con esos lores escoceses.
—Los espías y los traidores son cosa del Ministerio del Interior, no del
Club Falcon
—aseveró Leam con una sensación de vacío en las entrañas—. Sin embargo, aunque este no fuera el caso, yo ya no trabajo para la corona —dijo de forma lenta y definitiva.
La mirada clara de Jin no se alteraba nunca.
—Entonces ¿qué haces aquí?
Un Leam más joven tal vez habría tenido la tentación de decir que el destino lo había conducido a los pies de Kitty Savege. Pero, por mucho que la presencia de esa mujer provocara en él unos celos que le quemaban como si fueran de hierro candente, él ya no era aquel joven alocado. Sin aguardar su respuesta, Jin metió la mano en el bolsillo del chaleco.
—Me marcho.
Yale le dirigió una sonrisa.
—Hola y adiós. ¿Por qué no me sorprende?
—Tengo que resolver algunos asuntos antes de levar anclas —Jin arrojó un papel doblado sobre la mesa.
—¿La lista del director?
Tras un breve asentimiento, el marino se marchó.
Leam inspiró lentamente y se dirigió hacia la puerta.
—¿No quieres ver los otros nombres de la lista? —quiso saber Yale.
—Quiero irme a casa. Intentaré partir mañana.
Nada lo retenía ya en Inglaterra. Ni un club, ni los rebeldes de las Tierras Altas, ni los lores traidores ni los barcos repletos de información secreta. Ni siquiera una mujer. Si un asesino iba a por él, también lo seguiría hasta Escocia.
Tras la cena, ya en la sala, Leam comunicó a sus anfitriones que partiría a la mañana siguiente.
—Si vite! —se lamentó madame Roche—. Pero si acaba usted de volver…
—¿El señor Yale se marchará con usted? —preguntó Worthmore con aspereza.
—No podría marcharme de aquí en menos de dos semanas, señor —dijo el galés—. La compañía es demasiado grata para irme de un modo tan repentino —dirigió una sonrisa a su anfitriona. Ella se rio con disimulo, y Leam vio en ella un reflejo de lo que Cornelia habría podido llegar a ser, bella aún y tremendamente amable.
—Mi familia me aguarda en casa, milady —añadió con su acento.
—Tiene usted que ser un padre muy atento. ¡Qué lástima que su querida esposa no pueda ver crecer a su hijo! —lady Vale asió a Leam de las manos—. Le vamos a echar mucho de menos —esa ingenuidad superficial e irritante; esa simpatía dulce y dorada… Sí, en efecto, Cornelia habría sido así. Él debería haberse percatado en su momento. En cambio, había sido un idiota ingenuo y perdidamente enamorado. Y además celoso.
Pero los celos eran parte de su modo de ser. Eso no se podía cambiar. Lo único que podía hacer era evitar situaciones en las que él pudiera volver a dejarse arrastrar por ellos.
El grupo se separó y Leam se despidió de todos. Kitty no dijo nada. De nuevo tenía las mejillas brillantes y sus ojos reflejaban cierta vacilación. Algo totalmente inoportuno.
Él se fue a su dormitorio, destapó una botella de cristal y se sirvió un brandy. Una hora más tarde, con la bebida sin tocar y el fuego chisporroteando en la chimenea, se levantó de la butaca en la que había permanecido inmóvil y se acercó a la ventana. Corrió las cortinas.
La luz de la luna se reflejaba en la nieve fresca, y el cielo despejado era de color negro y plata. En el jardín, moviéndose graciosamente entre las estatuas y dirigiéndose hacia un trío de árboles antiguos situados al borde de la colina, con la capa agitándose a su espalda, un ángel paseaba. Un ángel de grandes ojos grises y labios dulces, de charla inteligente, y un pasado de encuentros imprudentes con caballeros entre los cuales Leam no deseaba contarse. ¡Maldición!
La contempló mientras vagaba entre las ramas de los sauces y los abetos y, a pesar de la advertencia procedente del fondo de sus entrañas, no pudo evitar salir tras ella.
Kitty hundía los pies en la nieve blanda; a pesar del frío y la humedad le resultaba agradable. Necesitaba distraerse con cualquier cosa.
No podía sentirse así porque él se marchara al día siguiente. Él ya había partido de Willows Hall en una ocasión sin previo aviso, sumiéndola en la mayor de las confusiones, al ver que era capaz de abandonarla sin tan sólo despedirse. De todos modos, incluso antes de irse de Willows Hall de un modo tan repentino, él se había mantenido bastante distante. Parecía como si ahora no quisiera tener nada que ver con ella.
Mejor así. No se fiaba de él. Además, por la asociación de él con Jin, ella ahora sabía que lord Blackwood estaba metido en asuntos que iban mucho más allá de la mera apariencia.
Jin no era un alma cándida. En absoluto. Atractivo, rico y carente en su opinión de cualquier atisbo de moral —excepto una lealtad feroz hacia su hermano mayor—, Jinan Seton no era hombre de fiar. Alex no había conocido a Jin en las mesas de juego, no era un caballero de cuna. Ahora se dedicaba a navegar con su barco como un corsario al servicio de la corona. Sin embargo, durante más de una década había surcado el océano como pirata.