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Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

Cuando un hombre se enamora (22 page)

BOOK: Cuando un hombre se enamora
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Por casi nada.

—Monseigneur, ¡cuánto me alegro de verlo aquí!

Madame Roche entró hecha un remolino de faldas y velos, como si fuera un cruce de monja y cantante de ópera.

Él se levantó.

—Oh, non, non, señor. ¡No tiene que hacer eso! Tiene que tratarme como al personal de servicio, puesto que esto es lo que yo soy en esta casa.

—Madame, el caballero que no se levanta cuando una dama entra en una estancia debería ser azotado.

—Y usted, lord Blackwood, es un caballero educado, n’est-ce pas? —le dio un golpecito en el hombro con el abanico y se sentó frente a él, mientras la tela de su vestido se desparramaba sobre los brazos del sillón y por el suelo.

Él se permitió una sonrisa.

—¿Desea usted tomar algún licor, madame? —preguntó con su típico acento mientras señalaba su copa.

—No, no. ¡Siéntese! Tenemos que hablar.

Él obedeció. Ella se inclinó hacia delante y frunció los labios pintados de carmín.

—¿Ya no llora usted la muerte de su joven esposa? —ella lo atravesó con sus ojos oscuros y penetrantes.

Leam, acostumbrado a este tipo de intromisiones, no contestó.

—Bon —siguió diciendo ella tras dar una palmadita—. Ya me lo imaginaba. Dígame, ¿por qué no interviene usted en el plan del cortejo?

Se la quedó mirando por un instante. Su intención parecía sincera, y era evidente que adoraba a la muchacha que tenía a su cargo. Pero las mujeres eran criaturas complicadas.

—Madame, el muchacho lo hace muy bien.

—Oui, oui. Monsieur Yale es extraordinaire. Pero no me creo que esta sea su razón. Emilie es una buena chica. En cuanto a lady Katrine, ella no permitirá que ma petite sufra daño alguno, non? Ella es como… ¿cómo lo dicen ustedes?… ¿Un perro sabueso?

Él enarcó una ceja.

—Non! —las plumas que llevaba en el pelo crujieron cuando sacudió la cabeza—. Peut-être que no sea un perro sabueso. Esos cazan con el hocico pegado al suelo, n’est-ce pas? —posó un dedo sobre sus labios rojos—. ¡Un perro pastor escocés! Oui. ¿Tiene usted alguno?

Las colinas de Alvamoor estaban llenas de perros pastores escoceses y sus rebaños.

—Sí.

—Pues bien, ¡ella es comme ça! —afirmó ella asintiendo.

—Madame, yo no compararía una dama con un perro —objetó él con su fuerte acento escocés.

—¡Oh, non! Bien sûr. Pero es muy leal. No quiere ver desdichada a ma petite —bajó la voz—. A fin de cuentas, bastantes desdichas ha sufrido ella, non?

Él no supo qué responder. Lo cierto es que no sabía nada del corazón de ninguna mujer. Nada que fuera fiable.

—Con todos mis respetos, madame. No soy muy dado al chismorreo —mentiras y más mentiras. Nunca se libraría de ellas. Durante cinco años, no había hecho otra cosa que convertir en su negocio particular el sonsacar chismes a mujeres como aquella. Ahora se libraría de eso. Sin embargo, las ganas de oír hablar de Kitty Savege eran demasiado fuertes y permaneció sentado.

Madame Roche se inclinó hacia delante y le habló en confianza, como si no le hubiera oído o entendido.

—Yo no creo que ella sintiera afecto alguno por ese hombre —afirmó negando con la cabeza—. No lo creo. Las cotillas, esas bobas amistades de mi señora, dicen a lady Vale que mi Emilie no debería estar con la belle Katrine, que es un mal ejemplo para una muchacha —ella hizo un gesto de desdén con la mano—. Pero yo digo que esas viejas cotillas se equivocan. C’est la jalousie! Eso es lo que le digo a mi señora. La jalousie malsana es lo que vuelve loco al corazón —madame Roche le dirigió una mirada penetrante—. ¿Sabe usted lo que son los celos?

Leam sintió las manos heladas.

—Sí.

—Lady Katrine es muy guapa, non?

Más de lo que él era capaz de soportar.

—Oui! ¡Qué caballero no admiraría esa belleza! ¡Igual que Poole, ese canard! —dejó oír un chasquido—. ¡Bah! Es mejor que ese se mantenga bien lejos de la belle Katrine; así ella no tendría que esquivarlo en las fiestas y bailes —negó con la cabeza haciendo un gesto de pesar—. Está siempre tan triste, la belle, y baila con tanta gracia con todos los caballeros elegantes. Pero, hélas, no logran curarle el corazón herido —suspiró, a la vez que bajaba los párpados y movía los dedos de un lado a otro.

Abrió los ojos. Se puso de pie.

—¡Oh, bon! Estoy contenta de haber mantenido esta charla, monseigneur.

Leam se levantó de su asiento e hizo una reverencia.

—Madame…

—Alors, buenas noches —salió pesadamente de la estancia, dejándolo con una copa llena de licor y con fuego en las entrañas.

La tentación de ir al dormitorio de Kitty y que ella lo dejara entrar era grande. El deseo que había brillado en su mirada por un instante le decía que ella accedería y que durante toda una noche de nuevo los dos saborearían el placer. Pero una noche no bastaría y, si había más, él no podría responder de sí mismo.

Abandonó el salón y tomó el pasillo más alejado de las habitaciones de invitados. Iba a examinar la mansión en la oscuridad. Al día siguiente, con la luz del día, ampliaría sus pesquisas. De este modo descubriría si alguna amenaza lo había seguido hasta Willows Hall y si alguien corría peligro. En cuanto se cerciorara de que todo estaba bien, se marcharía.

Yale y lady Emily siguieron con su farsa ante los padres de ella, quienes parecían encantados por los excelentes modales del galés y su porte. Familiarizado ya con el terreno, Yale se vestía con suma elegancia, con la corbata almidonada y anudada, y cubierto con todas las fruslerías brillantes que tenía. La muchacha, por su parte, parecía esforzarse en sonreír cuando él la complacía. Resultaba un divertimento verlos fingir para obtener el aprecio interesado de sus padres y la consternación creciente de Worthmore.

Pero no era distracción suficiente para Leam. Le resultaba imposible estar siempre en compañía de Kitty y no mirarla ni desearla.

Se apartó voluntariamente del grupo. El primer día partió a caballo hacia los pueblos cercanos, atravesando campos enfangados a causa de la nieve derretida. Vestido con su chaqueta más gastada, frecuentó los pubs y trabó conversación con granjeros y tenderos. Tiempo atrás, había aprendido el truco de que para obtener información había que preguntar primero a las gentes del lugar. Cinco años antes había creado su otra identidad porque le era útil en ese cometido.

No se enteró de nada importante. Ningún forastero había estado por la zona, salvo su grupo, alojado en Willows Halls. Ningún mozo de campo se había ausentado de la finca ni de las áreas circundantes el día de Navidad. Al parecer, el que había disparado a Leam no había entrado ni salido de la zona.

El segundo día regresó a la posada acompañado por Bella y Hermes. Milch le dio la bienvenida y ambos se sentaron a tomar una cerveza y a charlar; entonces Leam supo lo que debería haber sabido días atrás, si hubiera tenido la cabeza en su sitio.

Cox podría haber sido el autor del disparo. Por cierto, según Milch, y tal como Yale sospechaba, antes del tiroteo se había ausentado varios minutos. El galés y los perros corrieron en dirección al río cuando, en realidad, deberían haber seguido las pistas en la entrada trasera de la posada. Leam se maldijo por ese error, por no haber hecho caso a sus sospechas respecto a Cox, al creer que sus celos por las galanterías del hombre hacia Kitty le habían nublado el juicio. Con todo, su juicio había sido el correcto. Otra vez, los celos le confundían.

Luego, prosiguió hasta la casa del magistrado local, un noble anciano más preocupado por la inundación debida al deshielo en sus tierras, que por las riñas personales de unos «londinenses borrachos». Había sido informado del tiroteo y de que las damas y caballeros se habían escondido en una posada como naipes perdidos. Dirigió una mirada severa a Leam y le propuso que con su amigo resolvieran en privado sus diferencias acerca de esa «comedia fantasiosa» en lugar de molestarle a él u a otras personas. En cualquier caso, advirtió, por su propio bien, era preferible que en lo sucesivo dejaran las «pistolas» en sus bolsillos.

Leam regresó tarde a Willows Hall, se excusó por su ausencia con sus anfitriones y se acostó.

El tercer día volvió a salir a caballo con la única intención de mantenerse a distancia, prefiriendo la actividad al aire libre bajo el cielo plomizo antes que las cartas y otros juegos dentro de la casa. Horas más tarde, al regresar, se ocupó de su caballo el tiempo suficiente para que le sirviera de excusa.

Cuando estaban en grupo, Kitty no se dirigía a él directamente.

Esa noche, después de que las damas subieran a sus aposentos, Leam comunicó a lord Vale que lamentaba tener que marcharse tan pronto. Al día siguiente, de madrugada, hizo su equipaje y partió hacia Liverpool.

Yale lo alcanzó justo antes de llegar a Whitchurch.

—¡Por todos los diablos, Blackwood! —le espetó—. Si te hubieras molestado en informarme de tus planes, te habría dicho que Jinan envió una nota a Willows diciendo que se encontraría con nosotros en Wrexham.

—¿Cómo ha…?

—¿Cómo ha logrado saber tantas cosas? Desde Cantón a la India tiene contactos y mensajeros que ninguno de nosotros conocemos.

—No es el único —Leam se detuvo en el camino, que estaba cubierto de grandes nubarrones grises—. Wyn, ¿por qué no trabajas para el Ministerio de Asuntos Exteriores ahora que el Club se ha terminado? También en Interior te querrían. Podrías ser útil en Francia o en cualquier otro lugar que escogieras.

—Llevas semanas queriendo preguntármelo, ¿verdad? —los ojos del galés indicaban que estaba totalmente sobrio.

—Querer no es la palabra. Simplemente, no me interesaba.

—Y entonces ¿por qué me lo preguntas ahora?

Sin contestarle, Leam espoleó el caballo.

—Gray pasó a saludarme a primera hora, antes de que tú y yo abandonásemos la ciudad.

Leam volvió la cabeza de pronto.

—¿Y no me lo cuentas hasta ahora?

—Según dos de los mejores informantes de Interior, al parecer la información sobre los rebeldes escoceses es muy buena. Hay alguien en las Tierras Altas que agita a la chusma rebelde. Interior tiene incluso una lista de los posibles cabecillas.

—Ya os dije a ambos que eso a mí me trae sin cuidado —dijo Leam—. Prometí reunirme con Jin y memorizar la información que tiene para el director y que no puede enviarse por correo. De hecho, por eso estás aquí.

—Sí, así tú puedes marcharte a toda prisa a Alvamoor y enviarme de vuelta como mensajero a Gray con todos los detalles suculentos. Sí, me acuerdo muy bien.

Durante varios minutos sólo se oyó el ruido de los cascos y el crujido de las ramas de los árboles.

—¿Y qué hay de la encantadora lady Katherine?

Leam tiró de las riendas, sacó su pistola y apuntó al otro lado del camino. Yale se arrellanó cómodamente en su silla de montar, mientras los delicados cascos de su caballo negro chapoteaban en los charcos por los que pasaba.

—Amigo, antes tienes que amartillarla.

—Te gustaría que te disparase, ¿verdad, Wyn? Te encantaría.

—Habla por ti.

Leam guardó el arma y espoleó el caballo.

—No parecía muy alicaída cuando supo de tu marcha repentina —comentó el galés—. Por si te interesa saberlo.

—Para nada.

—Sinvergüenza.

—Wyn, cada día hablas más como Colin. Ándate con cuidado.

El galés soltó una risita.

—Tampoco mi prometida pareció lamentar que me marchara. Sin embargo, madame Roche dejó claro que esperaba volver a vernos, a ti y a mí, dentro de una semana. Lady Vale también secundó esa propuesta con su encanto habitual. Incluso nuestro anfitrión nos invitó formalmente. A la vista de unas peticiones tan gentiles, no me pude resistir y prometí hacerlo.

Leam clavó la mirada en su amigo.

Yale se encogió de hombros.

—Parece como si ya hubiera aceptado mi suerte —miró la cara de Leam y dejó oír una extraña carcajada—. ¡Mi falsa suerte! Por Dios, Leam, sería como casarme con mi hermana.

—Tú no tienes hermanas.

—La tengo ahora —sonrió ligeramente—. Me siento algo protector respecto a esa joven dama. Lo mismo que por un inútil spaniel, demasiado listo sin embargo para sacrificarlo.

—¿Y qué hay de lady Emily?

—Me dijo ayer que si le volvía a besar la mano la pondría a hervir en aceite para que la próxima vez yo tuviera que besar una herida purulenta.

Leam sonrió abiertamente, lo que parecía ser la primera vez en años.

—Sólo eso —murmuró su amigo.

—Bueno, en tal caso apresurémonos hacia Wrexham para que puedas regresar pronto a Willows Hall y acabar de echar por tierra los planes de Worthmore.

Pero su amigo, el marino, no estaba en Wrexham. Los mensajeros se habían cruzado por el camino. Jin se dirigía a Willows Hall por Oswestry, y Leam y Wyn lo habían perdido por el camino del este.

Pasaron la noche en Wrexham; luego, cuando la temperatura bajó y la nieve cayó de nuevo a ráfagas ligeras, volvieron hacia el sur por atajos cubiertos de barro helado. En las colinas de las tierras fronterizas galesas, cubiertas de árboles de hoja perenne, mientras ayudaban a unos carreteros a salir de la cuneta, el acento de Cambridge de Yale desapareció y adquirió la áspera cadencia céltica de su tierra natal. Leam apenas comprendía una palabra de lo que decían esos tres galeses, pero no se incomodó. Los secretos de su amigo eran suyos, como siempre habían sido.

La nevada fue en aumento, y volvió a dejar la tierra empapada. Cuando el tejado de Willows Hall brilló a lo lejos sobre la colina a Leam se le encogió el pecho.

Lady Vale salió a recibirlos al vestíbulo, mientras se quitaban los abrigos y los sombreros.

—Señor Yale, nos alegra que haya regresado tan pronto. Milord, es un honor.

Lady Emily se asomó en lo alto de la escalera. Frunció los labios. Se dio la vuelta rápidamente y se dio contra Kitty, quien se aproximaba a la barandilla.

—Discúlpame, Mar… —Kitty parpadeó y su mirada se encontró con la de él. Las mejillas se le sonrojaron tan rápidamente que, para satisfacción de Leam, no pudo taparse a tiempo con las manos. Por primera vez en varios días, sintió aire en los pulmones. Hizo una reverencia. Ella levantó la comisura de los labios y Leam supo que regresar había sido la decisión más imprudente que había tomado jamás.

Al parecer, estaba condenado por segunda vez. Iba a arrojarse bajo las ruedas del carromato y a sufrir las consecuencias.

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