Cuentos de mi tía Panchita (16 page)

BOOK: Cuentos de mi tía Panchita
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El muy labioso de tío Conejo invitó a entrar a tía Cucaracha, descolgó la hamaca que estaba prendida de la solera de la sala y le dijo: —Venga, tía Cucaracha, y se da una mecidita mientras se fuma este puro habano. Y tía Cucaracha se echó en la hamaca y se puso a fumar.

Tío Conejo estaba para adentro y para afuera. De pronto apareció con las manos en la cabeza.

— ¡Tía Cucaracha de Dios! Allá viene tía Gallina, y es para acá.

— ¡No diga eso, tío Conejo! –dijo tía Cucaracha tirándose de la hamaca–. ¡Dios libre sepa que estoy aquí! ¡Escóndame por vida suyita, tío Conejo! Ya me parece que estoy en el buche de tía Gallina.

Tío Conejo la escondió entre el horno y salió a recibir a tía Gallina, a la que hizo llevar la carreta al galerón, le enseñó las fanegas de maíz y de frijoles y recibió la onza y media.

Después por señas la hizo asomarse al horno y tía Gallina se va encontrando con mi señora tía Cucaracha, que pasó a su buche en un decir amén. Enseguida la llevó a la sala, la hizo subir a la hamaca y aceptar un puro habano.

Cuando tía Gallina estaba en lo mejor, meciéndose y fumando, entró tío Conejo con las manos en la cabeza: — ¿Tía Gallina de Dios! ¿Adivíneme quién viene allí no masito?

— ¿Quién, tío Conejo?

—Pues tía Zorra, y no sé si es por usté o por mí.

—Por mí, tío Conejo. ¿Por quién había de ser?

— ¡Escóndame, por vida suya! –y la pobre tía Gallina, más muerta que viva, corría de aquí y de allá sin saber qué camino tomar.

Tío Conejo la escondió en el horno y salió a recibir a tía Zorra. La llevó a dejar la carreta en el potrero, para que no viera las otras, recibió su onza y media y en lo demás hizo como antes. Le señaló el horno con mil malicias y tía Zorra se zampó a tía Gallina. Mientras se estaba meciendo en la hamaca y fumándose su puro habano, tío Conejo estaba como una lanzadera, para adentro y para fuera. En una de tantas, entró haciéndose el asustado:

— ¡Tía Zorra de Dios! ¿Adivine quién viene para acá?

Tía Zorra pegó un brinco.

— ¿Quién, tío Conejo?

—Pues tío Coyote... Y no se sabe si es por usté o por mí.

— ¡Ah, tío Conejo más sencillo! ¿Por quién había de ser si no por mí? ¡Escóndame y Dios quiera que no me huela!

Tío Conejo la escondió en el horno y salió a recibir a tío Coyote. Después que este le entregó la onza y media, lo llevó a la sala.

—Échese en la hamaca, tío Coyote, y descansa. Mientras tanto fúmese este purito habano. No hay que apurarse por nada. ¡Adió! De repente, cuando uno menos lo piensa llega la Pelona y adiós mis flores, se acabó quien te quería. Yo por eso nunca me apuro por nada.

Así que se fumó el puro, tío Conejo le dijo al oído: —Vaya y dese una asomadita al horno y verá lo que le tengo allí –fue tío Coyote y halló a tía Zorra haciendo zorro. En un momento la dejó difunta y se la comió. Estaba todavía relamiéndose, cuando entró tío Conejo.

— ¡Tío Coyote de Dios! ¿Adivíneme quién viene allí no más?

—Diga, tío Conejo –contestó tío Coyote asustado al ver la cara que hacía tío Conejo.

— ¡Pues tío Tirador, con así fusil! Y no se sabe si es por usté o por mí.

— ¡Ay, tío Conejo! ¡Ese viene por mí, porque me lleva una gana! Escóndame, por lo que más quiera.

—Pues métase entre ese horno y yo cierro la puerta. –Tío Coyote se metió, con el corazón que se le salía.

Tío Conejo se fue a la tranquera a recibir a tío Tirador.

—Ya creí que no venía, tío Tirador –dijo el muy sepulcro blanqueado–. Pase, pase y descansa en esa hamaca, que debe de venir muy rendido. Fúmese este purito habano y luego viene a ver su maíz y sus frijoles.

Cuando tío Tirador hubo descansado, tío Conejo le dijo al oído:

—Prepare la guápil, tío Tirador, y vaya a darse una asomadita por el horno. –Así lo hizo tío Tirador, quien se va hallando con tío Coyote que estaba con las canillas en un temblor.

Tío Tirador apuntó y ipum!... ¡adiós tío Coyote!...

Después fueron a cargar en las mulas el maíz y los frijoles, y así fue como este fue el único comprador que recibió la cosecha de tío Conejo, quien cobró siete onzas y media por una fanega de maíz y otra de frijoles, y se quedó con cuatro carretas y cuatro yuntas de bueyes y muy satisfecho de su mala fe.

Cuando terminaba este cuento la tía Panchita siempre añadía con tristeza: — ¡Achará que tío Conejo fuera a salir con acción tan fea! Yo más bien creo que fue tía Zorra y que quien me lo contó se equivocara... porque tío Conejo era amigo de dar que hacer, pero amigo de la plata y sin temor de Dios, eso sí que no.

XIX

Tío Conejo y los quesos

P
ues, señor, es el caso que tío Conejo se nos había vuelto muy melindres para comer, y a mi amo no le gustaban sino cositas buenas. Decía que ya el churristate lo tenía hasta el copete y a los quelites les hacía ché. Últimamente andaba antojado de comer queso tierno. "¿Y cómo hago? ¿Y cómo hago?". Por fin quién sabe cómo averiguó que un carretero bajaba todos los viernes de una hacienda –por un camino de la vecindad–, con madera y quesos.

Allá el viernes a la nochecita –que era la hora en que pasaba la carreta–, se tiró tío Conejo en medio camino y se hizo el muerto. Dichosamente hacía una luna como el día y el carretero se agachó para ver qué era aquel bultico.

— ¡Miren allá –dijo a un compañero–, si es un conejito!

¡Ah señor, qué le pasaría!... ¡Pobrecitico! Pero no está muerto, todavía resuella. Lo voy a echar en la carreta y quién quita que vuelva en sí.

Y lo que el sapo quería... El carretero acomodó a tío Conejo entre los sacos de queso, y la carreta se puso otra vez en marcha. Entonces abrió un ojo, después el otro, y como vio que no había nada que temer, hizo un buen boquete al saco de gangoche en que venían los quesos bien envueltos en tusas.

Se puso a sacarlos y a arrojarlos al camino. Así que el saco estuvo vacío, se tiró él y salió como un cachiflín a recoger los quesos y a llevarlos a su casa. Luego se dio tal atipada de quesos que quedó que no podía moverse.

Otro día se sentó a la puerta a relamerse y a hacer la boca agua a cuantos pasaban. Iba tío Armadillo a hacer la diligencia, a ver si encontraba algo que comer y el muy mal corazón lo detuvo:

—Asómese, compadrito, y espíe para adentro y me cuenta un cuento.

Y tío Armadillo se hizo cruces cuando vio aquel gran montón de quesos que llegaba hasta el techo.

Pasó tía Iguana y lo mismo:

—Venga acá, viejita, y dese una asomadita. Tía Iguana se fue llena de envidia.

Pasó tía Ardilla y tío Conejo le gritó:

—Vení acá, niñá, y cuidado con caerte para atrás cuando veas lo que vas a ver.

Y de veras, la pobre tía Ardilla que andaba en ayunas se quedó como quien ve visiones, y no se atrevía a recoger unas boronitas que estaban en el suelo.

A tío Conejo se le movió el corazón y le hizo un gallito de queso con tortilla:

—Tomá, niñá, para que no se te reviente la hiel.

—Dios se lo pague tío Conejo –dijo tía Ardilla–, que Dios me lo guarde y me le dé salud y me le repare de donde menos piense.

Tía Ardilla, tía Iguana y tío Armadillo se fueron por los campos a contar de la maravilla de quesos que tenía tío Conejo. Oírlo tía Zorra y correr para donde tío Conejo, todo fue uno.

Apenas la divisó, se metió corriendo tío Conejo, y atrancó bien la puerta.

Llegó tía Zorra y se puso a tocar: —Upe, tío Conejo, ¿qué hace Dios de esa vida?

Tío Conejo se asomó por la ventanita alta.

— ¿Qué se le ofrece tía Zorra? –le preguntó–. Y perdone que no salgo a abrirle, pero es que me acabo de calentar la nuca con manteca de chancho y me puse un trapo zahumado porque estoy rabiando de un oído.

—Lo siento mucho, tío Conejo. Y hablando de otra cosa: ¿no me querrías vender un diez de queso?

—No, comadrita, no tengo venta.

—Andan diciendo que tenés la casa llena de quesos. Contame cómo hiciste; por qué no me decís.

—Con mucho gusto, tía Zorra. Viera qué sencillez. Fue así y así —y tío Conejo le explicó todo.

—Así quién no... ¡Qué mamada! –Dijo tía Zorra–. Y decime, hombré, ¿vos creés que si yo me hago la muerta en el camino me pasa la misma?

— ¡Uh!, pues cómo no –contestó tío Conejo–. Otra cosa tendría duda, ¿pero eso? Si la veo ya con la casa llena de quesos. Anímese, viejita...

—Sí, hijó, voy a ver si hago el ánimo. El que no se arriesga no pasa el mar. Habiaos que no saque algo. Ai encomendame a Dios para que me vaya bien.

Y tía Zorra se fue. De veras, al á el viernes a la nochecita se puso a la mira y cuando sintió venir carretas se tiró a lo largo en medio camino, en el mismo sitio en que lo hizo el otro. Y para quedar mejor se estiró bien y se puso tiesa. El cartero donde la vio, dijo: — ¡Adiós trabajos! Hoy hace ocho era un conejo y hoy es esta lambuza hedionda. ¿No querrá también dejarme sin quesos? Aguardate ai y verás. . Gui, buey viejo, gui...

Y diciendo y haciendo, el muy ingrato chuceó los bueyes y la carreta le pasó por encima a la infeliz tía Zorra.

Solo porque Dios es muy grande y porque las zorras tienen la vida muy dura, tía Zorra quedó contando el cuento. Pero cuando la pobre volvió en sí, no valía un cinco, todos los huesos le dolían y, como pudo, regresó a su casa y tuvo que estar un mes en cama.

A los días pasó por donde tío Conejo, todavía en muletas.

Apenas lo vio le torció los ojos y le hizo tan mal modo que parecía se lo quería tragar.

—Vas a ver mechudo, orejón, me las has de pagar. Yo te contaré –le gritó en un temblor.

— ¡Eso sí que está bonito! ¿Y yo qué le he hecho? –preguntó tío Conejo.

—Sí, ¿yo qué le he hecho? Pero con esa no te quedás –y le quiso meter su muletazo.

— ¡Eh! ¡Diantres la vieja revesera! –le dijo tío Conejo–, y tuvo que meterse corriendo y pasar el picaporte a la puerta; y por torear a tía Zorra se asomó por la ventanita alta y se puso a comerse un buen tuco de queso, y a arrojarle boronitas en la cara.

A tía Zorra de la cólera le dio un ataque y tuvieron que llevársela a la casa en silla de manos, tío Armadillo y tío Coyote.

XX

Tío Conejo y los caites de su abuela

U
n día estaba tío Conejo en la montaña, metiéndole mil virutas a tía Palomita Yuré, que lo oía sin pestañar: que él era hijo del rey y que vivía en un palacio de oro y plata; que su padre y su madre usaban una corona más alta que el palo en que estaba parada tía Palomita, con ser que era un palo de guanacaste; que tenía mil ochocientos criados y que cuando le hablaban se ponían de rodillas y le besaban los pies.

Estaba en lo mejor, y la otra con la baba caída, cuando sintió que le echaban garra por detrás y al mismo tiempo un vocerrón gritaba: — ¡Ah, tía Palomita Yuré! ¡Tan vieja y en cartilla! ¿Usté es capaz de comprarle las mentiras a este gran zamarro? ¿No ve que es tío Conejo, más conocido que la ruda?

Tío Conejo volvió a ver y se quedó sin resuello al toparse con tío Tigre, que le dijo: —Hola, amigó, ¿qué hace Dios de esa vida? Ajá, ¿conque te cogí asando elotes? Gran tal por cual, lo que es ahora te amolaste. Yo te contaré.

"¡Ah caballada!", pensó tío Conejo, "¡y la que me fue a pasar! ¡Aquí sí que no hay tu tía!".

Por un si acaso y para ganar tiempo, se hincó con las manos puestas al frente de tío Tigre y se puso a rogarle:

— ¿Idiay, tío Tigre, y eso qué es? ¿Acaso yo le he faltado en lo más mínimo? Hágame el favor de decirme si usté no ha sabido que yo siempre con todo el mundo no tengo en la boca sino buenas ausencias suyas. Ayer cabalmente no me lo apié de la boca en todo el santo día que tío Tigre sí que es valiente, que tío Tigre sí que es nonis para brincar, que tío Tigre sí que es muy gallo...

—Sí, callate labioso. Lo que es conmigo no la socás. Y dejate de andarme con vainas y ajesusiate porque estás en las últimas. Encomiéndelo a Dios, tía Palomita Yuré.

—Bueno, tío Tigre, ¡qué caray! Yo no le tengo miedo a la muerte. Vea, lo único que le pido es que vaya conmigo a mi casilla para disponer de los cuatro chunches que tengo. Eran de mi abuela y al fin uno le tiene cariñillo a esas cosas y no quiero que un particular vaya a ser el logrado.

—No, no, no. Ya te dije que a mí no me vengás con solfas.

Quien no te conoce que te compre. Ajesusiate, te digo.

— ¡Is, tío Tigre! No creí que fuera tan mal corazón. A un moribundo no se le niega un capricho, contimás una necesidad como es la de dejar dispuestos los cuatro realillos y los cuatro chunches que uno tiene. Mire, tal vez le guste alguna cosilla y entonces se la deja en mi nombre, lo mismo que la platilla; es una nada, pero de algo le sirve, aunque sea para candelas.

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