Cuentos de mi tía Panchita (13 page)

BOOK: Cuentos de mi tía Panchita
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El hombre aseguró su bestia y se fue acercando poquito a poco.

La parranda era muy adentro, porque las salas que estaban a la entrada se encontraban vacías. En puntillas se fue metiendo, se fue metiendo hasta que dio con lo que era. Se escondió detrás de una puerta y se puso a curiosear por una rendija: la sala estaba llena de brujas mechudas y feas que bailaban pegando brincos como los micos y que cantaban a gritos esta única canción:

Lunes y martes y miércoles

tres.

Pasaron las horas y las brujas no se cansaban de sus bailes y siempre en su dele que dele:

Lunes y martes y miércoles

tres.

Aburrido el compadre pobre de oír la misma cosa, agregó cantando con su vocecilla de güecho:

Jueves y viernes y sábado

seis.

Gritos y brincos cesaron...

— ¿Quién ha cantado? –preguntaban unas.

— ¿Quién ha arreglado tan bien nuestra canción? –decían otras.

— ¡Qué cosa más linda! ¡Quien ha cantado así merece un premio!

Todas se pusieron a buscar y por fin dieron con el compadre pobre, que estaba en un temblor detrás de la puerta.

¡Ave María! No hallaban dónde ponerlo: unas lo levantaban, otras lo bajaban, y besos por aquí y abrazos por allá.

Una gritó: —Le vamos a cortar el güecho.

Y todas respondieron: — ¡Sí, sí!

El pobre hombre dijo: — ¡Eso sí que no!

Pero antes de acabar, ya estaba la inventora rebanándole el güecho con un cuchillo, sin que él sintiera el menor dolor y sin que derramara una gota de sangre. Luego sacaron del cuarto de sus tesoros sacos llenos de oro y se los ofrecieron en pago por haberles terminado su canto.

Él trajo su burro, cargó los talegos y partió por donde las brujas le indicaron. Al alejarse las oía desgañitarse:

Lunes y martes y miércoles

tres.

Jueves y viernes y sábado

seis.

Sin dificultad llegó a su casita, donde su mujer y sus hijos le esperaban acongojados porque temían que le hubiera pasado algo.

Les contó su aventura y mandó a su esposa que fuera adonde el compadre rico y le pidiese un cuartillo para medir el oro que traía.

Ella fue y dijo a la mujer del compadre rico que estaba sola en casa:

—Comadrita, ¿quiere prestarme el cuartillo? Es que vamos a medir unos frijolitos que cogió mi marido.

Pero la mujer del compadre rico se puso a pensar: —Cállate, ¿acaso tu marido ha sembrado nada? ¿Quién mejor que nosotros sabe que no tienen más terreno que ese en que están clavadas las cuatro estacas del rancho?

Y untó de cola el fondo del cuartillo para averiguar qué iban a medir sus compadres pobres.

Estos midieron tantos cuartillos de oro que hasta perdieron la cuenta.

Al devolver la medida, no se fijaron que en el fondo habían quedado pegadas unas cuantas monedas. La comadre rica que era muy angurrienta, y que no podía ver bocado en boca ajena, al ver aquello se santiguó y se fue a buscar a su marido.

—Mirá, ¿vos decís que tu compadre es un arrancado, que tiene casi que andar con una mano atrás y otra adelante para taparse, que no tiene ni dónde caerse muerto? Pues estás muy equivocado...

Y la mujer mostró el cuartillo, contó lo ocurrido y lo estuvo cucando hasta que hizo al compadre rico irse a buscar al pobre.

—Aja, compadrito –le dijo–. ¡Qué indino es usté! ¿Conque tenemos que medir el oro en cuartillo?

El otro, que era un hombre que no mentía, contó su aventura sencillamente.

¡El rico volvió a su casa con una envidia!

La mujer le aconsejó que fuera al monte a cortar leña.

—Quién quita –le dijo– que te pase lo mismo.

El viernes muy de mañana se puso en camino con cinco mulas y todo el día no hizo más que volar hacha.

Al anochecer se metió en lo más espeso de la montaña y se perdió.

Se subió a un árbol, vio la luz y se fue hacia ella. Llegó a la casa donde las brujas celebraban cada viernes sus fiestas.

Hizo lo mismo que su compadre pobre y se metió detrás de la puerta. Estaban las brujas en lo mejor de su canto:

Lunes y martes y miércoles

tres.

Jueves y viernes y sábado

seis.

Cuando la vocecilla del güecho cantó, toda hecha un temblor:

Domingo siete...

¡Ave María! ¡Para qué lo quiso hacer!

Las brujas se pusieron furiosísimas a jalarse las mechas y a gritar de cólera:

— ¿Quién es el atrevido que nos ha echado a perder nuestra canción?

— ¿Quién es quién ha salido con ese "Domingo siete"?

Y buscaban enseñando los dientes, como los perros cuando van a morder. Encontraron al pobre hombre y lo sacaron a trompicones y jalonazos.

—Vas a ver la que te va a pasar, güecho de todita la trampa

–dijo una que salió corriendo hacia el interior. Luego volvió con una gran pelota entre las manos, que no era otra cosa que el güecho del compadre pobre, y ¡pan! Lo plantó en la nuca del infeliz, donde se pegó como si allí hubiera nacido. Le desamarraron las mulas, las libraron de sus cargas de leña y las echaron monte adentro.

Al amanecer fue llegando mi compadre rico a su casa con dos güechos, todo dolorido y sin sus cinco mulas y, por supuesto, a la vieja se le regaron las bilis y tuvo que coger cama.

Cuentos de tío Conejo

XIV

Tío Conejo y tío Coyote

U
na viejita tenía una huerta que era una maravilla.

Allí encontraba uno todo: rabanitos, culantro, tomates, zapayitos y chayoticos tiernos, lechugas. Pero la viejita comenzó a encontrar los quelites de las matas de chayote y de zapayo comidos, y después, daños por todo lado. Entonces hizo un gran muñeco de cera y lo plantó en la puerta.

Pues, señor, el caso es que tío Conejo era el de aquel tequio; se metía en las noches y se daba cuatro gustos gurruguseando por todo.

Cuando llegó y se encontró con aquel espantajo, se escondió detrás de unas matas a examinarlo, y al convencerse de que no se movía y que era de mentiras, la picó de valiente, se acercó y le dijo: — ¿Idiay, hombré, a ver qué es la cosa? Echémonos, a ver si vos me podés atajar.

Y tío Conejo le metió su moquete, pero como el muñeco era de cera, tío Conejo se quedó pegado. Le dio mucha cólera y le metió otro moquete y se quedó pegado. Por despegarse comenzó a patalear y se quedó pegado de las dos patillas; metió la cabeza y se le pegaron las orejas.

En esto amaneció y salió la viejita a su huerta y se va encontrando con mi señor, bien pegado del muñeco.

— ¡Ajá, con que ya di con lo que era! ¿Con que vos eras, confisgado, el que estabas acabando con mi huerta? Aguardate ai y verás. Ahora te voy a pelar, a ver si te quedan ganas

–y lo cogió y lo metió entre un saco; lo amarró y lo dejó a un ladito en la cocina, mientras iba a traer el agua.

"¡Ah, vaina la que me fue a pasar!", se puso a pensar tío Conejo. Y comenzó a pegar unos grandes gritos: — ¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí!

En esto iba pasando tío Coyote y, a los gritos, se fue metiendo hasta la cocina a ver qué era. Cuando llegó junto al saco, preguntó: — ¿Quién está aquí?

Tío Conejo le contestó: —Pues yo, tío Coyote, que me tienen entre este saco porque me quieren casar con la hija del rey, y yo no quiero. Yo no me quiero casar.

Tío Coyote le dijo: — ¡Qué mamada! ¡Con la hija del rey!

¡Así quién no...! ¿Qué más querés?

Tío Conejo le dijo: —Pues ni aun así. Ya ves que es la hija del rey, y todavía si me la dieran encasquillada en oro, diría que no. ¡Qué vaina! ¡Qué vaina! El buey solo bien se lame. Yo que pensaba morir soltero...

Tío Coyote dijo: — ¡Cuándo yo! ¡Más bien estaría bailando de la contentera! Yo sí que no me haría el rosita como vos.

Entonces tío Conejo le propuso: —Mirá, ¿por qué no me soltás y te metés vos en mi lugar? En la ceremonia el novio va a estar metido entre el saco, para que la princesa no se dé cuenta, porque el rey es el de la gana de que yo me case con su hija. Y una vez pasada la ceremonia, el rey tiene que convenir.

El muy no nos dejes de tío Coyote, sin acordarse de que ya otras veces tío Conejo le había jugado sucio, convino. Desamarró el saco y salió tío Conejo; se metió él, y tío Conejo lo amarró y ¡paticas! por aquí es camino...

Se escondió entre unos matorrales para ver en qué paraba aquello.

Volvió la viejita con su tinaja de agua. Puso una olla de agua al fuego y se sentó a esperar. Tío Coyote, donde oyó gente, por quedar bien comenzó a decir:

— ¿Idiay, a qué hora viene la princesa? Ahora sí, ya tengo ganas de casarme.

—Sí, princesa te voy a dar yo sé por dónde –le contestó la viejita.

Cuando el agua estuvo hirviendo, desamarró el saco y se asomó. — ¿Ajá, con que de conejo se volvió coyote? Está bueno.

Y tío Coyote, vuelto una aguamiel, respondió: —Sí, señora, pero yo sí tengo mucho gusto en casarme.

La viejita cogió su olla de agua hirviendo y se la echó por la trasera.

El pobre tío Coyote salió en un alarido, y en carrera abierta. Cuando lo vio pasar tío Conejo le gritó:

— ¡Adiós, tío Coyote c... quemao, por amigo de ser casao!

* * *

Allá a los días, en una que va y otra que viene, se va topando tío Conejo con tío Coyote. Tío Conejo se quedó como el día en que lo habían de enterrar. "¡Hijo del padre! ¡Ahora sí que me llevó quien me trajo!", se puso a pensar.

Verlo tío Coyote y ponerse como un jarro zonto, todo fue uno.

— ¡Bueno, tío Conejo, yo y usté tenemos que arreglarnos...!

Tío Conejo se hizo el tonto: —Y ¿eso de qué, tío Coyote?

Yo espulgo mi conciencia y veo que en nada lo he ofendido.

—Sí, callate solfas. Por dicha que ya yo sé con la tusa con que me rasco. Encomendate a Dios, porque aquí me las vas a pagar todas juntas.

Tío Conejo, mientras tanto, estaba volando ojo para todos lados. A la orilla de una cerca había un palo de zapote cargadito de zapotes. Entonces dijo:

—Bueno, tío Coyote, ¿qué vamos a hacer? El que puede, puede. Pero eso sí, que antes de acabar conmigo, me deje subir a ese palo de zapote a comerme un zapotico que estoy viendo desde aquí, madurito que no sé cómo no se ha caído.

No me mande al otro lado con la gana. Tome mi mano que vuelvo a bajar para que me tasajee.

— ¡Qué caray! –contestó el otro–, andá y comete el zapote, que enseguida será otro cantar. Y lo que es yo no me quito de aquí hasta que bajés.

No bien había acabado tío Coyote de consentir, cuando iba mi señor palo arriba diciendo:

— ¡Carachas! ¡Que me he visto en alitas de cucaracha!

¡Enainas me almuerza!

Ya arriba, se puso a hacer que comía zapote y a decir:

— ¡Qué zapotes! ¡Si es como estar comiendo sobao! ¡Qué ricura! Hágase de cuentas, tío Coyote, que Tatica Dios encerró entre estas cáscaras terrones de dulce. Tío Coyote, ¿quiere que le tire uno para que pruebe?

—Bueno –respondió el otro.

—Allá te va; abra la boca y cierre los ojos.

De veras: el otro gandumbas va abriendo el hocico y tío Conejo buscó el zapote sazón más galano que encontró y se lo dejó ir con toda alma hacia la boca.

Por supuesto que le apió cuanto diente tenía y el pobre tío Coyote dijo a correr pegando el grito al cielo.

* * *

Fueron pasando días y en una de tantas, en una noche de luna, vuelve a dar tío Coyote con tío Conejo.

Todo moletas, le dijo mientras lo agarraba de las orejas:

—Lo que es de esta sí que no escapás, grandísimo tal por cual.

Mirá cómo me tenés...

Y tío Conejo, aunque no era del caso para reírse, ya no aguantaba las ganas, al ver al pobre tío Coyote sin dientes y al recordar cómo andaría la trasera.

—Pues bueno, tío Coyote, ¡qué vamos a hacer! Cuando usted dice este macho es mi mula, nadie lo saca de ahí. Dios sabe que nada le he hecho con intención de hacerle daño.

Es que vea, tío Coyote, yo soy más torcido que un cacho de venado con usté, y cada vez que quiero hacer una paloma me sale un sapo. ¡Que el señor le dé paciencia conmigo!

Y tío Conejo dio un gran suspiro.

—Callate, vende miel y bebe sin dulce. Quien no te conoce que te compre.

— ¿Sabe para dónde iba, tío Coyote? Pues a atiparme de queso. ¡Viera qué queso! Hasta que se ve amarillito.

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