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Authors: Federico Jiménez Losantos

Tags: #Ensayo, Economía, Política

De La Noche a La Mañana (10 page)

BOOK: De La Noche a La Mañana
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La gran novedad en aquel invierno fue que ETA, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco y el rearme nacional y ciudadano que se produjo en todos los ámbitos, empezando por la policía y la Justicia, anunció una tregua en su actividad criminal. La situación en la COPE no era nada fácil: por un lado, nuestra audiencia quería, lo mismo que nosotros, que el Gobierno, si era factible, acabara con el terrorismo; por otro, no era admisible una negociación a cualquier precio con los asesinos, ni cesiones de principio, ni abdicaciones en la legalidad que podían ser —suelen ser siempre— pan para hoy y hambre para mañana. Tiempo después supimos que Mayor Oreja, ministro del Interior, se había quedado solo en el Gobierno defendiendo la tesis de que se trataba de una «tregua-trampa» y que había que ir con pies de plomo. Solo pero, después de muchas reuniones, discusiones y vacilaciones, respaldado finalmente por Aznar. Y la del presidente es la única compañía realmente imprescindible en cualquier Gobierno.

El resultado de aquel equilibrio inestable para afrontar un proceso a ciegas fue el menos malo dadas las desmesuradas expectativas creadas por casi todos los medios de comunicación y por esa parte de la izquierda que, en el fondo, siempre ha visto a ETA como uno de los suyos, un grupo antifranquista más. Se nombró una comisión monclovita de segundo nivel para tratar en Suiza con los cabecillas etarras, lo cual mostraba el empeño de Aznar en tener personalmente controlado el proceso, y hubiera sido perfecta si, junto a la necesaria prudencia, no hubiera mostrado una de sus debilidades patológicas enviando a Pedro Arriola como parte de ese equipo, en calidad de no se sabía qué. O sí: de hombre de confianza del Presidente, que, precisamente por no confiar nunca en nadie, acababa confiando en las artes de ese vendedor de alfombras.

Luis y yo teníamos mala opinión de Arrióla después de que, al día siguiente de perder las elecciones del 93, Aznar nos convocara en el piso de la calle Narcisos que servía de cuartel general a la empresa de Arrióla. Allí éste nos explicó que esa derrota era casi lo mejor que podía pasarle a España y al PP. Y que, por supuesto, la próxima victoria era segura. Después de cuatro horas de masaje cerebral, salimos haciéndonos cruces de cómo un personaje como Aznar podía estar preso de un tipo como Arrióla, al que sólo le faltaba pregonar como resumen de sus análisis y al modo de los moros que venden alfombras en las playas de Málaga: «¡Barato, barato!». Pues bien, llegado Aznar al Poder casi de milagro, ahí estaba: en la comisión monclovita que debía tomar la temperatura a los etarras, para ver si tenían fiebre de paz o la fingían.

Yo siempre fui escéptico sobre la disposición a rendirse de la banda, y tan sólo recuerdo una noche en que me sorprendí a mí mismo dudando de mi propio raciocinio, abrumado por todos los datos reales o inventados de los medios de comunicación, que aseguraban que el proceso de paz iba en serio. Luis, por su buena relación con Jaime Mayor, mantenía una posición de respaldo al Gobierno, sólo con la objeción arriolesca. Y yo era un poco más duro que Luis, pero sin cargar contra el Gobierno, que desde el punto de vista político y dada su debilidad parlamentaria —dependía para votar cualquier proyecto de ley del apoyo del nacionalista Pujol— no podía hacer otra cosa. Es difícil, por no decir imposible, recuperar el tono de la radio, que es el que finalmente transmite a los oyentes la posición del que habla, más incluso que lo que dice. Pero en lo escrito sí que se conserva, tanto en el fondo como en la forma. Y quizá vale la pena recordar cómo planteaba yo en El Mundo mi inquietud ante lo que podían resultar trágicas prisas de Aznar por proclamar el fin del terrorismo y vender la piel del osazo etarra mucho antes de cazarlo:

Con tacto

Tengo la impresión de que la sorprendente, intempestiva e inesperada confirmación por parte de José María Aznar de su autorización para el establecimiento de contactos con ETA guarda estrecha relación con la noticia filtrada ayer acerca de una supuesta escisión dentro de la banda terrorista entre los que quieren tener un trato directo con el Gobierno y quienes prefieren que se lleve a cabo a través de Herri Batasuna, que tomaría así un carácter de intermediario y no de simple brazo político del terrorismo. Si mis suposiciones son ciertas, el Gobierno habría mostrado una preocupación razonable sobre el proceso, pero también una preocupante prisa por no perder pie en acontecimientos de los que no es responsable y que difícilmente puede controlar. Además, da pie a que los partidos de oposición critiquen un protagonismo exclusivo y excluyente del proceso de paz, en perjuicio del consenso necesario con los partidos democráticos. Lo primero sería malo y lo segundo, peor.

Puesto que es el fin del terror lo que se busca y el camino es necesariamente, como en la canción de Paul McCartney, «largo y sinuoso», convendría no apresurarse en los trámites y contar con los inevitables retrocesos y tiempos muertos de lo que de una u otra forma será negociación, aunque se salven los principios éticos y democráticos que el Gobierno de un país respetuoso de sí mismo nunca debe perder de vista. Y si hay algo que en estos contactos y en los que vengan tampoco se puede perder es, precisamente, el tacto, el cuidado, la precaución de no enajenarse el apoyo de los partidos políticos democráticos. En ese sentido, la impresión de ayer, con el abrupto anuncio confirmatorio de Aznar y la vaga explicación de Piqué relativa a aspectos colaterales, aunque posiblemente ciertos y sin duda importantes, así el fin del «impuesto revolucionario» o el fin de atentados «incontrolados» contra sedes de partidos, no es precisamente confortable, ni siquiera satisfactoria.

Se entiende y se disculpa que una precipitación de problemas internos en el bando terrorista haga correr al Gobierno para no perder el tren de los acontecimientos. Se entendería mucho peor y no admitiría disculpa que esa prisa sólo pretendiera mantener ese «liderazgo en el proceso de paz» sobre el que hablan demasiado los políticos populares, lejos ya la inevitable batahola de las declaraciones electorales vascas. Cuidado con ese asunto. Que el Gobierno español debe dirigir el proceso de pacificación es evidente. Que no entienda que tal dirección implica la permanente atención informativa y la eventual consulta al resto de partidos democráticos es una posibilidad preocupante. En la opinión pública el consenso visible de los grandes partidos nacionales es un elemento fundamental. Si por «apuntarse un tanto» el Gobierno perdiera el partido, perderíamos todos. También Aznar.

(El Mundo, 4 de noviembre de 1998)

Ése era el cauteloso tono, no demasiado brillante, y la clara posición de fondo que mantuvimos en los momentos más prometedores —o engañosos— de la «tregua-trampa». Cuando los infinitos altavoces de la progresía instalada claman ahora hipócritamente contra el supuesto extremismo, radicalismo y ferocidad de la COPE contra la izquierda, no está de más recordar cuál era la posición que ante un asunto tan delicado y en un momento de euforia gubernamental y tentación sectaria por parte del PP mantuvimos en la cadena de la Conferencia Episcopal. Porque ésa era y siguió siendo hasta el chasco final nuestra posición: sea cual sea la situación del terrorismo separatista, no se pueden abandonar desde el Gobierno los principios del Estado de Derecho ni se debe perder de vista el necesario consenso nacional. Valía para ayer y vale para hoy. Aunque el hoy siempre devore el ayer, cegado por el afán del mañana.

El EGM de finales de 1998 arrojó unos resultados mediocres pero no trágicos para los grandes programas de la COPE, incluido el mío. Me sorprendió, al estudiar de cerca los datos, la escandalosa arbitrariedad de las mediciones y la desvergonzada «cocina» de los mismos a favor de la SER. No es lo mismo que te lo cuenten o ya lo sepas que verse afectado —y estafado— personalmente. De todas formas, aquel curso 1998-99, de luto por Antonio y de penitencia por parte de Luis Herrero y mía, se daba en la COPE por bueno si no se producía un hundimiento catastrófico, que en la radio no suele llegar de golpe y porrazo.
La linterna
se mantuvo a la baja en las tres mediciones del curso, pero cada vez menos a la baja y cada vez más fortalecidos en nuestra voluntad de consolidar el equipo y sacar adelante un proyecto original. García estaba contento, convencido de que, aunque Tacaneando, el EGM reconocería que
La linterna
funcionaba y que, en todo caso, su programa tenía un arrastre sólido, que era el que debía procurarle yo. Por cierto, que García presumía de mi invención como estrellita de la radio. Y razones tenía.

Pero lo que hubiera sido el año de la tranquila consolidación de la COPE iba a convertirse, por obra y gracia del Gobierno, en una trampa de arenas movedizas, en una celada profesional en la que Luis, yo y todos caímos como idiotas, en el primero de los proyectos empresariales aznaristas para deglutir la cadena y digerir a sus incómodos profesionales dentro de la tripa generosa de un multimedia, que, como todo rumiante, tiene cuatro estómagos. Vamos, que pluraliza los medios al servicio de un único fin. Y ese nuevo multimedia que debería incorporar a la COPE como una pieza más de su engranaje y que a los profesionales de la casa debía salvarnos de nosotros mismos y de la nefasta costumbre de opinar sin guía, para conducirnos a la tierra prometida del amor gubernamental, era ni más ni menos que el
ABC
, mi casa durante diez años, de la que había sido expulsado un año antes por Anson dentro de su pacto con Cebrián, y a cuyo timón brillaba con prestada luz monclovita Nemesio Fernández-Cuesta y Luca de Tena.

Capítulo IV
E
L TIMO DEL
ABC

L
a primera gran operación para disolver la COPE y recolocar a sus periodistas más conocidos dentro de un grupo multimedia diseñado por Aznar y controlado por el Gobierno del PP comenzó inmediatamente después de la muerte de Antonio Herrero, durante el verano de 1998; se perfiló en el invierno de ese año; se concretó en la primavera de 1999, con la entrada de
ABC
en el accionariado de la COPE; se remató con mi vuelta como columnista y mi designación como consejero editorial del
ABC
en julio de 1999, y naufragó con mi pasmosa defenestración del
ABC
en noviembre de ese mismo año. Ese grotesco episodio y otras actuaciones descaradamente hostiles de Nemesio Fernández-Cuesta, líder del proyecto monclovita, contra la propiedad y los comunicadores de la COPE en el año 2000 produjeron finalmente el naufragio de un proyecto presuntamente empresarial que, en realidad, nunca pasó de gubernamental.

En este capítulo de nuestras desdichas, el máximo responsable fue Aznar, pero no el único. Nosotros mismos, especialmente Luis Herrero que a su vez me arrastró a mí, tuvimos también nuestra parte de responsabilidad en el desastre. Unos por malos y otros por tontos, nadie dejó de meter las narices y algunos de meter la pata. A cambio, otros salieron con las manos llenas. No fue ciertamente mi caso, ni el de Luis, ni tampoco el de la COPE, que como institución fue mero espectador del cubileteo con sus destinos. Probablemente, la mejor actualización del timo del tocomocho a finales del segundo milenio d. C. es la invención de grupos multimedia auspiciados por el poder político y, como sucede en todos los timos, el timado no sólo queda arruinado en lo material sino esquilmado en lo moral. La avaricia rompe el saco. Y deja cara de idiota.

Naturalmente, el paso del tiempo, la irreversible materialidad de los hechos y la posibilidad de ensamblar los datos sueltos que, aunque numerosos, parecían entonces inconexos y aislados, nos permite hoy reconstruir con bastante exactitud la forma en que ocurrieron las cosas, aunque entonces nos pasaran por encima y sólo nos enterásemos cuando era demasiado tarde. El «timo del
ABC
», como bien puede denominársele, no se sustentó en la voracidad material de sus presuntos beneficiarios, entre los que debería haberme encontrado yo, sino todo lo contrario: en nuestro desprendimiento económico, cercano a la prodigalidad con nuestro patrimonio o, por lo menos, a la irresponsabilidad. Si hubiéramos prestado más interés a los intereses económicos del máximo responsable técnico de esta operación, que fue Nemesio Fernández-Cuesta y Luca de Tena, y hubiéramos desconfiado de su máximo responsable político, que fue José María Aznar, el resultado podría haber sido muy distinto. No prestamos suficiente atención al dinero ni tuvimos suficiente desconfianza del Gobierno. Para un liberal, imposible hacerlo peor.

El primer dato de que Aznar tenía en la cabeza unir el destino de la COPE al de ABC lo tuvo Luis Herrero en agosto de 1998, en dos mensajes en el clásico estilo del Presidente, entre conciso y jeroglífico: «Tenéis que llevaros bien con el
ABC
» y «Yo quiero que Federico sea el Javier Pradera de la derecha». Naturalmente, como típico intelectual, yo presté más atención a lo segundo que a lo primero. Y no para felicitarme.

—Oye, mira —le comenté a Luis Herrero—, este tío no tiene remedio. Para empezar, la comparación es humillante, porque yo he publicado con mi firma centenares de artículos y unos cuantos libros contra el socialismo y defendiendo a Aznar como el modelo de liberalismo que necesita la derecha española, cosa que ni ha hecho ni hará jamás Pradera con la izquierda, porque es kominterniano anónimo en estado puro. El nunca saldrá de la obediencia de partido o de la secta felipista y yo espero no entrar nunca en la obediencia del partido aznarista. Si es para fundar
El País
bis, no me habría ido del original. Estos tíos siguen fascinados por Polanco y su disciplina militar. Pues si tanto les gusta, que pacten con él de una vez y nos dejen en paz.

—Pero vamos a ver, Fede, tú sabes que precisamente por esa fascinación que tienen con Polanco, Aznar dice lo de Pradera como un elogio y no como una crítica. Lo que me está diciendo a mí para que yo te lo diga a ti es que cuenta contigo a fondo y a largo plazo, se entiende que si tú te dejas. Que no te dejas, vale, pero que él está convencido de que te hace un favor o de que nos lo hace a los dos, también.

—El favor se lo hace a sí mismo, no a nosotros.

—Por supuesto. No sé si te has dado cuenta, pero Aznar es un político. Y todo político, del signo que sea, lo codifica todo en clave de Poder. Nada personal.

—Salvo su augusta persona, desde luego. En fin, si tú ves clara la cosa, yo no voy a estorbar. Si llevarnos bien con La Moncloa y con el
ABC
va a ayudar a la COPE, nos llevaremos bien. Ahora, como me llame Pradera, yo le llamaré a él González.

BOOK: De La Noche a La Mañana
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