Deja en paz al diablo (3 page)

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Authors: John Verdon

Tags: #Intriga

BOOK: Deja en paz al diablo
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—¿Siguiendo los pasos de su madre?

—Dios, no le digas eso o cambiará de carrera de la noche a la mañana. Creo que su mayor objetivo es ser totalmente independiente respecto a mí. Y olvídate de pasos, Kim está a punto de dar un salto colosal. Así que vamos al grano antes de que te desconectes por completo. Está terminando un doctorado de Periodismo en Siracusa. No está lejos de tu casa, ¿no?

—No es que esté en el barrio. A una hora y cuarenta y cinco, más o menos.

—Bueno, no está terriblemente lejos. No es mucho peor que mi viaje diario a la ciudad. En fin, el caso es que para su proyecto final se le ha ocurrido una idea sobre una especie de miniserie documental sobre víctimas de homicidios; bueno, en realidad, no sobre las víctimas en sí, sino sobre las familias, los hijos. Quiere observar los efectos a largo plazo de tener un padre que murió en un asesinato sin resolver…

—Sin…

—Exacto… Son casos en los que no encontraron al asesino. Así que la herida nunca se cerró. No importa cuánto tiempo pase, continúa siendo el elemento emocional más grande de sus vidas, una fuerza descomunal que lo cambia todo para siempre. La serie se llama «Los huérfanos del crimen». ¿No es genial?

—Suena muy interesante.

—¡Muy interesante! Pero no es solo eso, no es solo una idea. Está ocurriendo de verdad. Empezó como un proyecto académico, pero impresionó tanto a su director de tesis que él la ha ayudado a convertir el proyecto en una propuesta real. Incluso le pidió que atara a algunos de sus participantes con contratos de exclusividad. Luego pasó la propuesta a un conocido de Producción de RAM TV y, a ver si lo adivinas…, el tipo de RAM lo aceptó. De la noche a la mañana, ha pasado de ser un puñetero trabajo trimestral a convertirse en la clase de experiencia profesional por la que mataría gente con veinte años en el oficio. Ahora mismo, RAM es lo más.

Gurney tuvo ganas de decirle que RAM TV era la máxima responsable de convertir un programa de noticias tradicional en un carnaval ruidoso, llamativo, hueco, perniciosamente dogmático y alarmista, pero se contuvo.

—Así que ahora te estarás preguntando qué tiene que ver todo esto con mi detective favorito —continuó Connie con excitación.

—Estoy esperando.

—Un par de cosas. Primero, necesito que le guardes las espaldas.

—¿Qué significa eso?

—Solo que te reúnas con ella, que captes la idea de lo que está haciendo, que veas si refleja el mundo de las víctimas de homicidio como tú lo conoces. Es una oportunidad única. Si no comete demasiados errores, no tendrá techo.

—Hum.

—¿Ese pequeño gruñido significa que lo harás? ¿Lo harás, David, por favor?

—Connie, no sé absolutamente nada de periodismo. —De hecho, lo que sabía le daba bastante asco, pero otra vez se mordió la lengua.

—Ella se ocupa de la parte periodística. Y es tan lista como la que más. Pero sigue siendo una niña.

—Así pues, ¿qué aporto yo? ¿Vejez?

—Realidad. Conocimiento. Experiencia. Perspectiva. La increíble prudencia que procede de… ¿cuántos casos de homicidios?

Dave no creyó que fuera una pregunta real, de modo que no trató de responderla.

Connie continuó con más intensidad todavía.

—Kim está supercapacitada, pero el talento no es lo mismo que la experiencia vital. Va a entrevistar a personas que han perdido a un padre o a otro ser querido a manos de un asesino. Necesita estar mentalizada de un modo realista para hacerlo. Precisa una visión amplia del problema, no sé si me explico. Supongo que lo que te estoy diciendo es que hay tanto en juego que Kim necesita saber lo más posible.

Gurney suspiró.

—Dios sabe que hay una tonelada de material sobre el duelo, la muerte, la pérdida de un ser querido…

—Sí, sí, lo sé —lo interrumpió ella—, las fases del duelo de la psicología barata, las cinco etapas y chorradas por el estilo. No es eso lo que necesita. Necesita hablar con alguien que sepa de asesinatos, que haya visto a las víctimas, que haya hablado con las familias, que las haya mirado a los ojos, el horror… Alguien que sepa de verdad, no alguien que haya escrito un libro.

Hubo un largo silencio entre ellos.

—Entonces, ¿lo harás? Solo reúnete con ella una vez, mira un poco lo que tiene y adónde quiere llegar. A ver si tiene sentido para ti.

Al mirar por la ventana del estudio hacia el prado, la idea de reunirse con la hija de Connie para revisar su billete de entrada en el mundo de la televisión basura le pareció una de las perspectivas menos atractivas del mundo.

—Has dicho que había un par de cosas, Connie. ¿Cuál es la segunda?

—Bueno… —Su voz se debilitó—. Podría haber un problema con un exnovio.

—¿Qué clase de problema?

—Esa es la cuestión. A Kim le gusta parecer invulnerable, ¿sabes? Como que no le tiene miedo a nada ni a nadie.

—Pero…

—Pero como mínimo este capullo le está gastando bromas muy pesadas.

—¿Como qué?

—Como entrar en su apartamento y moverle las cosas de sitio. Hubo algo que ella empezó a contarme sobre un cuchillo que desapareció y luego volvió a aparecer, pero cuando intenté que me contará más no lo hizo.

—Entonces, ¿por qué crees que lo sacó a colación?

—Quizá busca ayuda, y al mismo tiempo no la quiere. No sé, no logra decidirse al respecto.

—¿El capullo tiene un nombre?

—Su nombre verdadero es Robert Meese. Se hace llamar Robert Montague.

—¿Esto está relacionado de algún modo con su proyecto de televisión?

—No lo sé. Solo tengo la sensación de que la situación es peor de lo que ella está dispuesta a reconocer. O al menos a reconocérmelo a mí. Así que…, por favor, David… Por favor, no sé a quién más pedírselo.

Cuando Gurney no respondió, ella continuó.

—A lo mejor estoy reaccionando exageradamente. Puede que me esté imaginando cosas. Quizá no haya ningún problema. Pero aunque no lo haya, sería genial que pudiera contarte su proyecto, hablarte de estas víctimas de homicidio y de sus familias. Significa mucho para ella. Es la oportunidad de su vida. Está muy decidida, muy segura.

—Te tiembla la voz.

—Ya lo sé. Estoy… preocupada.

—¿Por el proyecto o por su exnovio?

—Puede que por las dos cosas. No sé… Por un lado, es fantástico, ¿no? Pero me rompe el corazón pensar que podría sentirse tan decidida, tan segura y tan independiente que de alguna manera pueda perder pie sin contármelo, sin dejar que la ayude. Dios, David, tú también tienes un hijo, ¿no? ¿Sabes lo que siento?

Diez minutos después de colgar, Gurney todavía estaba de pie junto al ventanal del estudio orientado al norte, tratando de dar sentido al extraño tono disperso de Connie, preguntándose por qué había accedido a hablar con Kim y por qué todo aquello le hacía sentir tan incómodo.

Sospechaba que tenía algo que ver con su último comentario sobre su hijo. Esa era siempre una zona sensible, por razones a las que no quería darle vueltas en ese momento.

Sonó el teléfono y le sorprendió descubrir que aún lo sostenía distraídamente en la mano, que se había olvidado de colgar. Pensó que esta vez sí sería Huffbarger, que llamaba para defender su absurda política de cancelaciones. Se sintió tentado de dejarlo sonar, de esperar a que se conectara el contestador, de hacer esperar a aquel tipo. Sin embargo, también quería terminar con aquello, quitárselo de la cabeza. Pulsó el botón de hablar.

—Dave Gurney.

Una joven voz femenina, clara y brillante, dijo:

—Dave, ¡no sabes cuánto te lo agradezco! Connie acaba de llamarme y me ha dicho que estás dispuesto a hablar conmigo.

Por un segundo, se quedó desconcertado. Siempre le sorprendía que alguien se refiriera a su padre o a su madre por el nombre de pila.

—¿Kim?

—¡Por supuesto! ¿Quién creías que era?

Cuando no respondió, ella continuó a toda velocidad.

—Bueno, te diré por qué la situación es tan genial. Voy de camino a Siracusa, desde Nueva York. Ahora mismo estoy en el cruce de la ruta 17 con la I-81, lo que significa que puedo cruzar la I-88 y estar en Walnut Crossing dentro de unos treinta y cinco minutos. ¿Te parece bien? Ya sé que te aviso sin nada de tiempo, pero ¡es una casualidad! ¡Y me muero de ganas de volver a verte!

3. El impacto del asesinato

Las rutas 17, 81 y 88 convergían en el barrio de Binghampton, que estaba a más de una hora de Walnut Crossing. Gurney se preguntó si el cálculo optimista de Kim había surgido de una falta de información o de un exceso de entusiasmo, pero esa era la menor de sus preocupaciones cuando vio el pequeño Miata rojo que subía por el sendero del prado hasta la casa.

Abrió la puerta lateral y salió al trozo de hierba y gravilla donde tenía aparcado su Outback. El Miata se detuvo al lado. Una mujer joven que llevaba un maletín fino y que vestía con vaqueros, camiseta y un elegante bléiser con las mangas subidas bajó del vehículo.

—¿Me habrías reconocido si no te hubiera dicho que venía? —preguntó ella con una amplia sonrisa.

—Quizá si hubiera tenido tiempo de estudiar tu cara —respondió él, examinando su rostro, enmarcado en un cabello castaño brillante, que llevaba peinado con una raya al medio no muy bien definida—. Es la misma cara, pero más radiante y feliz que el día que comí con tu madre y contigo.

Kim frunció el ceño un momento, en gesto reflexivo, y luego rio.

—No fue solo ese día, fueron esos años. Decididamente no era muy feliz entonces. Tardé mucho en darme cuenta de qué quería hacer con mi vida.

—Parece que lo has averiguado más deprisa que mucha gente.

Ella se encogió de hombros mirando hacia los campos y el bosque.

—Esto es hermoso. Tiene que encantarte vivir aquí. El aire parece muy limpio y fresco.

—Quizá demasiado fresco para ser el primer día de primavera.

—Es verdad… Tengo tantas cosas en la cabeza que no me acuerdo de nada. Es el primer día de la primavera. ¿Cómo he podido olvidar eso?

—Es fácil —dijo—. Pasa, se está más a gusto en la casa.

Media hora después, Kim y Dave estaban sentados a la pequeña mesa de desayuno de pino, en el rincón de la puerta cristalera. Se estaban terminando las tortitas, el pan tostado y el café que Madeleine había insistido en preparar al enterarse de que Kim había conducido tres horas sin comer nada. Ya había terminado y estaba limpiando la cocina. Kim le estaba contando a Dave su historia desde el principio, la historia que había detrás de su visita.

—Es una idea que he tenido durante años: examinar el horror del crimen centrándome en el impacto que produce en la familia de la víctima; es solo que nunca había sabido cómo hacerlo. En ocasiones no pensaba en ello durante un tiempo, pero siempre regresaba con más fuerza. Me obsesioné, tenía que hacer algo al respecto. Al principio pensé que podría ser un trabajo académico, tal vez una monografía de sociología o psicología. Envié cartas de propuesta a un montón de editoriales universitarias, pero ni siquiera tenía una licenciatura, así que no se interesaron en mí. Luego pensé en escribir un libro normal de no ficción, pero para un libro necesitas un agente, y eso significa más cartas de propuesta. ¿Y el resultado? Nulo interés. A los veintiuno o veintidós años, ¿quién demonios soy? ¿Qué he escrito antes? ¿Cuáles son mis credenciales? Básicamente soy una cría. Lo único que tengo es una idea. Hasta que al final lo entendí. Bah. Esto no es un libro, ¡esto es televisión! A partir de ese momento, las cosas empezaron a encajar. Lo vi como una serie de entrevistas íntimas: telerrealidad en el mejor sentido del término, aunque me doy cuenta de que suena bastante cutre hoy en día, pero no tiene por qué ser así, ¡no si se hace con una verdad emotiva!

Se detuvo, como si de repente la afectaran sus propias palabras, esbozó una sonrisa avergonzada, se aclaró la garganta y continuó:

—Bueno, la cuestión es que lo reuní todo en un resumen detallado y se lo entregué al doctor Wilson, el director de mi tesis doctoral. Él me dijo que era una gran idea, que tenía mucho potencial. Me ayudó a presentarlo en un formato de propuesta comercial, se ocupó de las cuestiones legales para darme cierta protección en el mundo real y luego hizo algo que dijo que nunca había hecho: se lo pasó a un ejecutivo de producción de RAM TV al que conoce personalmente, un tipo llamado Rudy Getz. Y Getz contactó con nosotros al cabo de una semana y nos dijo: «Muy bien, hagámoslo».

—¿Así de sencillo? —preguntó Gurney.

—A mí también me sorprendió, pero Getz dijo que es así como funciona RAM. Yo no voy a ponerlo en duda. El hecho de poder hacer realidad esta idea, de poder explorar este tema… —Negó con la cabeza, como si tratara de protegerse de una emoción volátil.

Madeleine se acercó a la mesa, se sentó y dijo lo que Gurney estaba pensando:

—Esto es importante para ti, ¿no? Me refiero a que es realmente importante, algo que va más allá de un gran impulso en la carrera.

—¡Oh, Dios, sí!

Madeleine sonrió con dulzura.

—¿Y el corazón de la idea…, la parte que te importa tanto…?

—Las familias, los niños… —Una vez más Kim se detuvo durante un par de segundos, evidentemente superada por alguna imagen que su propio discurso estaba evocando.

Apartó la silla, se levantó y rodeó la mesa para acercarse a la puerta cristalera que daba al patio, al jardín, al prado, al bosque que se extendía al fondo.

—Sé que suena un poco estúpido, no puedo explicarlo —dijo, dándoles la espalda—, pero me resulta más fácil hablar de esto de pie.

Se aclaró la garganta dos veces antes de retomar su discurso con un tono de voz apenas audible:

—Creo que el asesinato lo cambia todo para siempre. Roba algo que nunca puede ser reemplazado. Tiene consecuencias que van más allá de lo que le ocurre a la víctima. La víctima pierde la vida, lo cual es terrible e injusto, pero para él ha terminado, es el final. Ha perdido todo lo que podría haber sido, pero no lo sabe. No continúa sintiendo la pérdida, imaginando qué podría haber pasado.

Levantó las manos y apoyó las palmas en el cristal de la puerta que tenía delante, en un gesto que expresaba al mismo tiempo un gran sentimiento y un gran control. Continuó en voz un poco más alta:

—No es la víctima la que se despierta en una cama medio vacía, en una casa medio vacía. No es quien sueña que sigue vivo, solo para despertarse con el dolor de darse cuenta de que no lo está. Ella no siente la rabia horrible, el sufrimiento que causa su muerte. Ella no sigue viendo la silla vacía junto a la mesa, quien continúa oyendo sonidos que suenan como su voz. No sigue viendo el armario con su ropa… —La voz de Kim se estaba haciendo más ronca. Se aclaró la garganta—. No siente el sufrimiento, el sufrimiento de que te hayan arrancado el corazón.

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