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Authors: Adolfo Bioy Casares

Tags: #Otros, #Biografía, #Memorias

Descanso de caminantes (10 page)

BOOK: Descanso de caminantes
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La relación duró más de un año. Cuando se iba al extranjero, de donde estuviera me llamaba: recibí llamadas de Punta del Este, de París y de Nueva York.

Nunca salí con ella. Dos veces la visité en su casa. La primera vez hubo algunos besos, algunas caricias. La segunda, casi un año después, la víspera de su anunciada partida para Europa, no hubo ningún juego erótico. Fue una visita aparentemente seria, donde lo sentimental, si lo hubo, se limitó a las palabras. Cuando fue a buscar la bandeja del té, habló (en el cuarto de al lado) con una mucama. No recuerdo qué me dijo de esa mucama, salvo que era «mona». Cuando salí de la casa, en la puerta de calle, me crucé con una muchacha evidentemente una mucama, que no me pareció demasiado agraciada; tal vez porque me miró, supuse o intuí que sería la de mi amiga.

Después de esa tarde no tuve más noticias de ella. En casa me chanceaban: «No te llama más. Te olvidó». Yo empecé a preocuparme; no de que hubiera olvidado; de que algo malo le hubiera sucedido. Después alguien refirió a Silvina: «En el día del viaje, el marido le dijo: 'Vos no vas a Europa. Vas a casa de tus padres»'.

Pasaron meses sin más noticias. La otra noche, me contaron: «La mucama le dijo al marido que vos la habías visitado. El marido le dio una paliza que la dejó enferma por varios días… Yo le había prevenido: 'Andá donde quieras con él, pero no lo recibas en tu casa'. También le dije que me parecía muy bien que tuviera un amor con vos, pero que por lo que ella misma me contaba yo no creía que vos estuvieras enamorado de ella».

Creo que yo me mostraba más dispuesto a verla en su casa que en cualquier otra parte. ¿Por qué no me acosté con ella? Porque a lo largo de la vida me he metido en demasiadas complicaciones absurdas… Ahora no sé qué pensar. A veces me digo: Sería más llevadera la paliza si por lo menos fuera por algo real. Otras pienso: Qué remordimiento tendría yo si le hubiera dado pie para contar conmigo, aunque fuera por error de persona enamorada.

Lo que permite llegar a una guerra con la mayor serenidad e inconciencia es el hecho de que en la persuasiva calma de la paz la convulsión de la guerra es increíble.

Drago dijo que tal vez el único progreso del siglo XX es la convicción generalizada de que no pueden los países ir a la guerra por una razón cartográfica.

Diálogo callejero
.

Se encuentran dos parejas.

UNO DE LOS MUCHACHOS: ¡Qué hora de llegar!

EL OTRO MUCHACHO (señala a su muchacha, para disculparse): Es culpa de ésta. Nunca está lista.

PRIMER MUCHACHO: Prendela fuego.

Ahora me quieren pocas mujeres y, casi agregaría, todas con propósitos muy serios. Una situación nada envidiable.

Una situación que se repite. Llega siempre el día en que la amante pide que me separe de Silvina y que me case con ella; si todavía se limitara a decir: «Vivamos juntos» a lo mejor examinaría la petición… pero jamás me metería en los trámites de una separación legal; no sé si alguna mujer merece tanto engorro. Creo, además, que si uno tomara de árbitro a cualquier otra mujer (quiero decir, a toda mujer que no sea la amante de turno) diría que uno hace muy bien de separarse, y que solamente se casaría de nuevo un grandísimo idiota. Las mujeres parecen creer que el hombre no se va con ellas por amor a su cónyuge; el hombre no se va con ellas por horror al matrimonio: una vez, ingenuo; dos, vicioso.

Sobre Mujica Lainez comenta un colega suyo: «Lo que me subleva es que se erija en dueño y señor de la homosexualidad».

Yo siempre tuve una viva conciencia de la brevedad de la vida. Esto me ha quitado fuerza para evitar algunos sacrificios que otros (otras) me pedían amorosamente y me dio fuerza, o por lo menos suficiente determinación, para evitar nuevos sacrificios análogos, que provocarían largos procesos engorrosos para cambiar, no sabemos si para (tanto) mejor, mi forma y rumbo de vida. No digo que esos cambios sean para todo el mundo perjudiciales, A una persona como Napoleón sin duda le han de entretener las campañas, los asaltos, las victorias, las retiradas, las sorpresas, las porfías y la imposición de la voluntad propia; a mí todo eso me desagrada.

En mi vida mis sentimientos son intensos; en la obra literaria, soy capaz de trabajar profunda y sostenidamente; pero no olvido que la función va a concluir pronto; procuro que mientras tanto el espectáculo, para mí y para los demás, valga la pena.

Mensaje
. En la noche del 19 de enero de 1979, cuando me dormía, oí la voz de mi padre, que me decía algo. Me despabilé, para poner atención, yen seguida empecé a olvidar irremediablemente.

Meditación en el restaurant
. Sobrellevemos nuestros errores con la dignidad y la resignación de estos caballeros que ahora entraron detrás de sus horribles mujeres.

De un tal Pousley, que desapareció (quizá se suicidara o lo asesinaron) en la bahía Chesapeake, su amante, una psiquiatra, dijo: «Uno de sus problemas era la ambivalencia del deseo de estar junto a alguien y estar libre». Creo que ésa es una ambivalencia muy común entre los hombres; a mí me acompañó lada la vida, sin mayores inconvenientes.

Ex soberbio y exigente

"Filis no está a mi altura, y eso es lógico
,

ninguna está", repitió en los más diversos tonos
.

Hoy quiere una, que si va al zoológico

No sé si no la enjaulan con los monos
.

Todavía existía en 1967 en Venecia el odio por el austríaco.

Pérdida de tiempo
. Para las mujeres, la duración de un amor que no concluye en matrimonio. «Con Prudencia, perdí siete años».

Para esa noche, pidieron a la comisaría dos agentes de custodia. Al oficial le dijeron que al otro día les harían una atención a los agentes.

—Es un servicio pago —dijo el oficial—. Seis millones por custodio.

Ellos habían pensado darles tres millones a los dos. Los ricos infaliblemente calculan de menos. Los pobres también.

La visita
. Me aseguró: «Soy muy emotiva. Cualquier palabra de condolencia me conmueve, sobre todo si me la dice una persona importante».

Horacio Quiroga

No importa se chambón, si estás en boga
:

lo demuestra la fama de Quiroga
.

Observación de Don Juan, ya viejo: «Me parece que las mujeres ahora son menos fáciles».

Macedonio Fernández

Veinte años hará lloré

la muerte de Macedonia
.

Nos dejó unos libros que

mandan su fama al demonio
.

De chico, oí decir a mi amigo Joaquín, el portero de mis padres. «Gozando de la fresca viruta». Oí esa frase como la auténtica descripción de una situación muy favorable; la contraparte se expresaba con otro dicho de entonces: «Sudando la gota gorda».
Viruta
, en la primera frase, ¿significaba algo? ¿Reemplazaba otra palabra? Nunca lo supe.

Los fusilados del 56
. De Antonio, el médico, me dijo que él hizo el servicio militar en el 55, en el 2 de Infantería. «Para peor, un regimiento peronista. Imagínese, Perón no iba a tener en la Capital regimientos que no le respondieran. Después el regimiento desapareció: lo disolvieron. Estábamos en Santa Fe y Dorrego». «¿En cuál edificio?» «El que está sobre Santa Fe era el comando. Después estaba el primer regimiento, el de Patricios. Después, el último por Dorrego, antes de llegar a Demaría, era el 2. Llevábamos una insignia en el brazo:
Gloria a los vencedores de Tupiza
. El 16 de junio lo pasamos mal. En septiembre tuve mucha suerte. Gané un concurso de tiro entre los ganadores de todos los regimientos y me dieron franco. El 16 tenía que volver al cuartel, pero ya la revolución estaba imponiéndose, él ya se había refugiado en la cañonera. Me recibió un sargento, que era macanudo y que estaba con la revolución. Me dijo que esperara un momento, que iba a hablar con el capitán. Normalmente yo hubiera debido ir a Campo de Mayo, donde estaba en ese momento el regimiento, pero el capitán, que también estaba con la revolución, dijo que no fuera a Campo de Mayo, que me quedara en el cuartel, cuidando no sé qué cosas. El jefe del batallón y un oficial y algunos otros eran muy peronistas. Entonces no les hicieron nada, pero después de la sublevación de Valle y Tanco, fusilaron a seis del regimiento. Al jefe, a un oficial, al tambor mayor, a un sargento carpintero. A un tal… lo conocí después, cuando me vio como enfermo. Me contó que estaban sentados en un cuarto, en la Penitenciaría Nacional, que oían las descargas afuera, y que los iban llamando para llevarlos de a uno al paredón. A él lo llamaron, e iba hacia la puerta, cuando entró un oficial, que dijo: 'Llegó la orden de suspender los fusilamientos'. Le dieron de baja, pero se salvó. Comenté: 'Debe de ser un peronista de mierda, pero siento simpatía por él'. Por el momento que pasó, me entiende; me alegro de que se salvara».

Los enamorados más identificados el uno con el otro, los que más se quieren y más se entienden, secretamente luchan entre sí; la mujer, para llegar al matrimonio; el hombre, para evitarlo; o, increíblemente, viceversa.

Después de la muerte de su hijo preferido, la vieja señora se agravó. Estaba muy mal: tenía una enfermedad en la sangre, casi no veía, se movía con dificultad. La familia se felicitaba, porque habían conocido una enfermera extraordinaria: responsable, eficaz, muy conocedora de su oficio, abnegada. Era una mujer todavía joven, de buena presencia. En cuanto a la señora, era admirada por la independencia de carácter, por la inteligencia, por la dignidad, por la fortaleza; nada la amilanaba: ni la muerte del hijo, ni la enfermedad implacable. La señora no se dejaba vencer. Atendida por un médico sabio, cuidada por la escrupulosa enfermera, a fuerza de voluntad la señora mejoraba. «A cierta hora de la noche —explicó el médico— se le produce un desorden glandular, y siente ganas de bailar». Baila en la terraza, con la enfermera. Las hijas oyen la música y, desde sus ventanas, miran ese baile. La señora quiere mucho a la enfermera. «Dice que al hijo muerto y a la enfermera son las dos únicas personas que ha querido. ¿Y a su marido?», le preguntan. «He was an idiot», contesta la señora. Abraza a la enfermera y la besa. Hijas y nietas miran con desagrado. Mi informante me dice: «Si en este poco tiempo que le queda, la señora es feliz en brazos de otra mujer, ¿qué les importa? Les importa porque la señora es muy rica». Una hija me dijo: «Estoy dispuesta a aceptar cualquier cosa por la felicidad de mi madre; pero esa mujer es muy baja, de sentimientos muy groseros. Uno creía que la enfermedad era lo peor, pero no podíamos prever la transfiguración que trajo, esta horrible mascarada».

Un precursor
. Magdalena Ruiz Guiñazú fue a ver a su jefe y le dijo que su contrato concluía y que ella pensaba ir a trabajar a otra parte. Él le contestó que no, que ella no podía dejarlos. Magdalena insistió. Él habría replicado: «Te repito que tu actitud me parece inadmisible. Si insistes, me veré obligado a mandarte a los monos para que te convenzan». En Buenos Aires, hoy se designa con la palabra
mono
a los que ayer se llamaban
gorilas
(guardaespaldas, custodios, fuerzas paramilitares). Sea cual fuere la verdadera intención (asustar o prevenir), su horrible amenaza merece que intentemos registrarla para la posteridad. ¿O esa amenaza no es más que un simple anticipo de la sociedad de mañana? ¿O de hoy, cuando anochezca?

Johnson admiraba a otro Johnson, un acróbata circense que a un tiempo cabalgaba en dos caballos. En mi época, cualquiera lee a Faulkner pensando en otra cosa. El mérito no es del lector, sino del libro. Diré más:
Go Down, Moses
no puede leerse, excepto la primera parte del cuento, si no es pensando en otra cosa.

Muerte de Victoria Ocampo
. Bastó que
La Nación
diera la nota, de frenética exageración, para que el país la acompañara. A mí nunca me llegaron tantos pésames. Personas que en vida la consideraban excéntrica, ridícula y hasta nefasta, después de leer las notas de los diarios sintieron la imperiosa necesidad de participar en el duelo. Recibí alguna carta en la que se ponderaba la inmensidad de la pérdida para la familia, el país, el mundo y el universo.

3 marzo 1979
. Contó Emilio Álzaga: «Felicitas Guerrero era hija de un señor Guerrero, un señor —aclaró— que se dedicaba a llevar en su lancha a los barcos las mercaderías de exportación. Era un señor y era lanchero. Este señor era amigo de un Martín Álzaga, que se había juntado con una señora de Chascomús y le había hecho varios hijos. Álzaga tenía, pues, una familia constituida pero natural. A Felicitas la conocía de cuando era chica. Cuando ella cumplió 18 años era muy linda. Álzaga de casó con ella; le llevaba más de treinta años. Del matrimonio nació su primer hijo, que murió; y un segundo que enfermó al mismo tiempo que su padre. Álzaga pidió a Guerrero que le llevara un escribano; Guerrero malició que era para hacer testamento y contestaba diciendo: 'Que ya vendría. Que hoy tal vez no, pero que mañana sí'. Álzaga pedía que le trajeran al hijo. Le decían que estaba repuesto, pero no podían traérselo porque podía tomar frío. En realidad, el [segundo] hijo ya había muerto».

«Sin ver al escribano y sin saber que no tenía hijo, murió Álzaga. Su fortuna fue para Felicitas. Todavía nos regíamos por la ley española, y la familia natural no heredaba».

«Felicitas se ennovió con Sáenz Valiente. Al saber esto Ocampo, a quien había dado esperanzas, entró en la Confitería del Gas y bebió más de la cuenta. Después montó en su caballo y fue a la quinta de Guerrero, en Barracas, donde celebraban los esponsales [el compromiso]».

«Un señor Demaría le avisó a Felicitas que Ocampo quería verla, que estaba
enfarolado
y que era mejor no recibido porque había proferido amenazas. Felicitas lo hizo pasar y lo recibió en un salón donde estaban solos. De pronto se oyó un disparo y todos corrieron al salón».

«Parece que Felicitas quiso huir, pero que su vestido, o su chal, se enredó en la puerta; Ocampo aprovechó el momento para dispararle un balazo que la mató. Cuando entraron los demás, Ocampo trataba de escapar por el balcón. Demaría le descerrajó dos tiros y lo mató. Después se fingió que Ocampo se había suicidado».

Guerrero heredó la enorme fortuna de los Álzaga. De esa de Álzaga son un ministro de un gobernador de Buenos Aires, Ortiz de Rosas, y el actual Martín Álzaga. El padre de Felicitas era tío carnal del padre de Emilito.

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