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Authors: Adolfo Bioy Casares

Tags: #Otros, #Biografía, #Memorias

Descanso de caminantes (5 page)

BOOK: Descanso de caminantes
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Cuando golpeamos a la puerta, el perro, desde adentro, ladró. Ella preguntó si ladraba por solidaridad con el amo o porque pensaba que la casa era suya y la defendía de posibles intrusos.

Propaganda (que descuenta la estupidez del público): «Cigarrillos… ¡de sabor actualizado! ¡Garantizado!».

Sentimentales
. Cuando en un amor se llega al límite de la incomodidad, hay que armarse de coraje y emprender la fuga.

Estupideces de ABC
. En Francia, en el 67, ABC notó que los hombres habían dejado la formalidad de los trajes y se vestían como si tuvieran el extraño propósito de imitar a Guillermo de Torre, con sacos de sport y pantalones de franela. Acaso alguna debilidad, algún snobismo, por las cosas de la Galia, lo llevó a imitados. Con el tiempo comprobó que en Francia los que andaban así caracterizados no eran los franceses: eran los extranjeros que vivían en hoteles, como él, los turistas. De modo que ABC durante años se vistió como turista, o como literato español en Buenos Aires, disfrazado de deportista o de
gentleman-farmer
. Mientras ABC fue deportista, casi toda la vida, vistió como todo el mundo.

Hablábamos de nuestras menguantes posibilidades de surtirnos de mujeres y me dijo: «Como cazador me parezco sobre todo a una libre, tan convencida de estar vieja y apestada, que al providencial cazador que se le cruza en el camino, irremediablemente lo convence de que a una liebre así más vale no cazarla».

El embajador de México me refirió que Cámpora se levanta a la una de la tarde, lee todos los diarios y a eso de las siete enciende la televisión. «¿Libros no lee?» «No. No es nada intelectual. Leen libros, sobre todo novelas latinoamericanas, el hijo [de Cámpora] y Abal Medina. Cámpora lleva el peor
rátelier
que he visto; debe sujetarlo para hablar. Esto de que el
rátelier
sea malo me asombró un poco, ya que él es dentista. Un día me dijo si podía llamarle un médico. Le dije: 'Desde luego, señor presidente. Pero ¿qué? ¿Se siente usted malo? Tiene muy buen semblante…'. En realidad no tenía buen semblante. Me contestó: Lo que me duele no es la cara, señor embajador. Es el culo». El embajador no parecía muy feliz de esa obligada convivencia. Aclaró que hasta la de un amigo sería molesta. Hizo bromas sobre cómo librarse de sus huéspedes.

Hablando de otras cosas, comentó (muy seguro de sí) que aquí se escribía mal, sobre todo en los diarios. Le asombraba particularmente el uso del condicional.
Asistiría mañana el Presidente
… «¿Tan acobardados están que no se atreven a decir
Asistirá
etcétera?».

Sueño
. Me acerco a mi abuela (Hersilia Lynch de Casares) que, misteriosamente ofendida, da vuelta la cara. Le aseguro que no hice nada que pueda enojada; por último, cansado de insistir y echando las cosas a la broma, levanto una mano, como si fuera a abofetearla. Unos amigos (sabía quiénes eran, mientras soñaba), disgustadísimos, con ademanes perentorios, me ordenan que baje la mano. En seguida comprendo la razón: Augusto Zappa, el viejo tenista, viene hacia mí, con los brazos abiertos y visiblemente conmovido. (En la vigilia me preguntaré por qué habría tanto patetismo en el encuentro; Zappa está vivo, lo veo de vez en cuando; si fuera mi amigo Willie [Robson], que murió estando yo en el extranjero…)

No sé cómo la situación y la luz cambian. Me encuentro en un piso alto de la casa de unas vecinas; en plena luz, porque la casa no es más que el esqueleto de la casa, con pisos, pero sin paredes. Yo estoy muy cómodo, recostado entre dos muchachas lindas, muy feliz: la de la derecha en el sueño quería irse; la de la izquierda tiene el vestido abierto por delante y me lleva la mano a uno de sus senos. Le acaricio el pezón, chiquito, delicado y siento un profundo bienestar. Entonces noto que mi amiga de la derecha está furiosa. Me previene: «Seguí nomás, que no volverás a verme». Me apena ofenderla, pero sé que debo tomar mi decisión y abrazo a la de la izquierda.

Nótese, en el comienzo del sueño, la situación con mi abuela. En otro sueño, esa misma abuela se me apareció como sirvienta. Durante su vida, ella y yo no tuvimos ningún conflicto.

22 marzo 1977
.
Qué le vamos a hacer
. Ghiano, profesor de literatura, declara en
La Nación
de hoy que la literatura fantástica en la Argentina empezó con
Ficciones
de Borges, en el 43 (¿o 45?) y que siguieron después Silvina Ocampo, Bioy, Cortázar…
La invención de Morel
, que empecé en el 37, se publicó en el 40.

En la vejez, el tiempo está en presente.

Lo que uno tiene que oír de la mujer que lo quiere
. Esas verdaderas monstruos, nuestros iguales.

ELLA: ¿Vos creés que me va a ir bien en la vida? ¿Que voy a ser feliz?

YO: Estoy seguro.

ELLA: ¿Pero vos creés que sin vos yo podría ser feliz? Me he volcado tanto en vos… Yo creo que si a vos te pasara algo, estaría perdida.

YO: No creo. Sos linda, inteligente, agradable, de buen carácter…

ELLA: Creeme: si te pasa algo, estoy perdida.

YO: De ninguna manera. A mí me parece que hay en vos muchas cualidades, muchos recursos, para sobreponerte a cualquier situación.

ELLA: No sé qué haría si te pasara algo.

YO: Pero, qué embromar, no me va a pasar nada.

ELLA: Eso no se puede decir. Eso nunca se sabe. He conocido personas de tu edad, que parecía que iban a vivir para siempre, y de noche a la mañana murieron. Si a vos te pasa algo, yo no sé qué puedo hacer. Ni siquiera estoy segura de servir para algo. ¿Y algún otro hombre me querrá? ¿O estaré como mis amigas, que ni siquiera consiguen un tipo
for the night
? La vida es muy difícil, muy complicada y triste. Tenés que dejarme todo lo que puedas, más del quinto, en tu testamento.

Que yo muera es triste por lo que podría pasarle a ella. En cambio, lo que me pasaría a mí… bueno, al fin y al cabo, ¿no tuve mis satisfacciones? Más que satisfacciones: la tuve a ella (repetidas veces me ha recordado que yo debo agradecer ese extraordinario privilegio). La situación de ella, en cambio, sería verdaderamente angustiosa: tendría que ganarse la vida y conseguir un marido.

A Ricardo Levene se le conocía en la Facultad de Derecho como
Figuración o Muerte
.

Sentido de la propiedad
. Al chico (de tres o cuatro años) le dicen que su perro es estupendo. Ni lerdo ni perezoso el chico aprende la palabra y refiriéndose al perro, en el mismo tono de encomio en que oyó la palabra, dice:
Esmipendo
. Me contaron de otro chico que por
Tucumán
decía
Micumán
.

Un corazón simple
. Para el lustrabotas, las horas que pasaba en el bar de La Biela eran felices. Le parecía que estaba en un club, donde todo el mundo lo conocía y lo estimaba. Muchos lo querían, como le probaron cuando la bomba que estalló en el bar destruyó sus pertenencias: los parroquianos hicieron una lista de contribuciones para comprarle un nuevo cajón de lustrar, pomadas y cepillos. Parece que el hombre, un alma simple, se hacía querer porque era bueno, y por cierta nobleza de sentimientos. Me dijeron que el año pasado había publicado un libro de poemas.

Cuando Moro, un mozo, entró a trabajar en el bar, todo cambió desagradablemente para el lustrabotas. Me aseguran que Moro era un excelente individuo; sin dudas era un bromista. El hecho de que el lustrabotas hubiera publicado un libro de poemas le parecía cómico. Mejor dicho, ridículo. Desde el primer día empezó a burlarse del lustrabotas; el calibre de las bromas aumentaba siempre: bordeaban en la agresión y en el desprecio. Por ejemplo, cuando pasaba a su lado le volcaba en la cabeza cáscaras de maní y carozos de aceitunas.

Los otros días llegó a La Biela el lustrabotas un poco achispado. Se despidió de mucha gente con estas palabras:

—Tengo que hacer algo y después no podré volver.

Al cajero le dijo que iba a matar a Moro. El cajero creyó que hablaba en broma. En ese momento se acercó Moro y cantó el pedido para la mesa nueve. El lustrabotas sacó un revólver y le dijo:

—¡Te voy a matar!

Moro lo miró, riendo; cuando vio el arma, atinó a decir:

—No me matés.

El lustrabotas le descerrajó un balazo en la cabeza; luego, sobre el cuerpo caído y muerto, vació el revólver. Y aprovechando el desconcierto general, el lustrabotas se fue.

El cajero fue a buscar un juez de crimen, que es un viejo cliente, y que vive al lado. El juez estaba con un amigo: el doctor De Antonio, a quien había invitado a comer. Le pidió a De Antonio que lo esperara y acompañó al cajero a La Biela. En ese momento llegaba un patrullero de la 17. Alguien dijo que vio al lustrabotas tomar un colectivo, que iba al Once. Como el juez conocía al asesino, acompañó a los policías cuando salieron a buscarlo. Siguieron el trayecto de los colectivos de esa línea y fueron parando a los que alcanzaron, para inspeccionar el pasaje. Llegaron al Once sin encontrarlo. Cuando volvieron fueron a la 17. Estaban a una cuadra de la comisaría, cuando el juez vio al lustrabotas sentado en los escalones de un zaguán.

—Es aquél —dijo.

Uno de los policías levantó la Itaka, para balearlo desde el coche. El juez le ordenó que no tirara. Dijo que el hombre iba a entregarse.

Efectivamente el hombre no opuso resistencia. Dijo que estaba ahí esperando que pasara algún vigilante amigo, como los muchachos que hacen guardia en La Biela y en los restaurantes frente a la Recoleta porque tenía miedo de entrar solo en la comisaría.

Las mentiras piadosas que se dicen sobre la vejez me parecen casi deprimentes; deprimentes son las verdades.

Un resfrío de vez en cuando es una
blessing in disguise
, que nos permite acercarnos a la literatura y pensar de cerca lo que tenemos entre manos. Las ventajas de un lumbago, si las hay, parecen más misteriosas.

Para no cometer dos veces el mismo error
. Tardé quince años, del 28 al 43, en aprender a escribir. Ahora me piden que hable. Les pediré por favor que me esperen quince años.

El moribundo me dijo: «Hay un consuelo para el que se va: la familia que deja. Ya sé, nos hubiera llevado al suicidio; pero, mientras tanto, qué tortura».

A mí siempre me deslumbró la belleza de las mujeres. Las bataclanas de los teatros de revista porteños, que descubrí en el 27 o en el 28, me maravillaron. En realidad, el cuerpo de toda mujer linda que se desnudó a mi lado fue una pasmosa revelación. Por eso cuando mi profesor de literatura francesa, filosofía e historia del arte, Robert Wiebel-Richard, me dijo que el ideal de belleza humana era el cuerpo masculino no me di el trabajo de discutirle: sabía que ese pobre tonto estaba equivocado.

Por mi ideal de belleza femenina ha variado a lo largo del tiempo: preferí primero a las morenas atezadas, a las «chinitas» de mi país. Después me gustaron las de piel muy blanca y pelo negro: fue la época en que agonizaba de amor por la actriz Louise Brooks. Después me gustaron las pelirrojas y después, las rubias. Siempre me gustaron las jóvenes.

A las mujeres que pasan por la calle tengo que verlas; cuando una se vuelve, tal vez para mirar una vidriera, y no me deja verle la cara, siento una vivísima irritación, casi resentimiento. Si acompaño a alguna de mis amadas, por regla de cortesía no miro a otras mujeres; no valoran abiertamente mi sacrificio.

25 junio 1977
. Anoche soñé con una muchacha vestida de mucama (yo sabía en el sueño que no era mucama), alta, de piel rojiza. Me gustó mucho.

Los años que vivimos nos permiten conocer la vida superficialmente y un poco mejor algunos sectores de la vida; para conocer bien la vida no alcanzarían mil años. Yo, que por lo menos tuve diez amantes que me duraron ocho años cada una, conozco un poco (pero no concluí mi aprendizaje y quisiera seguido) la vida con las mujeres. Conozco (un poco) la vida del escritor de cuentos y novelas y la vida del enfermo de dos o tres enfermedades.

Como en la última visión del ahogado, en la cara de mi última (cruz diablo) chica aparecen caras (yo diría caritas, porque son cambiantes y sucesivas) de mi juventud. La verdad es que una de ellas reaparece con fidelidad, pero sólo en esas ocasiones y por instantes; en cambio, a veces me pregunto si no veo reencarnada a otra, con quien hice fiasco en un hotel de las barrancas de olivos y que en Constitución se fue de mi vida en un tren que la llevó a su Pringles natal.

Sueño
. Tengo un perro de policía, de manto negro. Lo quiero sobre todo por su encanto personal y por ser él, pero también por sus méritos. Entre éstos, quizá el más extraordinario es el de haber descubierto una prueba que irrefutablemente da la razón al escepticismo. El perro acaba de comunicarme su descubrimiento; yo estoy muy feliz. Llega entonces Marta Mosquera. Salimos al jardín y caminamos entre canteros. Marta se queja de todo; de su mala suerte, de la soledad, del paso de los años. Levanta los brazos, levemente se mece y por último, para enfatizar sus desdichas, se arroja de bruces en un cantero, sin advertir que allí hay una víbora: un animal horrible, cobrizo, no muy largo, ancho como un brazo y de picadura mortal. Marta lo muerde (lo que me repugna bastante); el animal contraataca. Mi pobre perro sale en defensa de Marta y recibe una picadura. Lo miro con ansiedad: está como antes, lleno de vida, pero sé que eso no prueba nada, salvo que todo lleva su tiempo, aun la muerte, esta muerte de la que no me consolaré.

¿La refrescante inocencia de un criterio? Diríase que estamos conversando con un pitecántropo.

Mi hermano, Lord Byron
. «No me canso de una mujer
en sí misma
, sino que generalmente todas me aburren por su naturaleza» (Byron a John Murria, según
Byron in Italy
de Peter Quennell).

Desde hace tiempo dice que los hombres no la quieren, que ella necesita un cariño y que está desesperada. En su última confidencia a una conocida, anunció la intención de pedirle a un amigo, homosexual, que le presente a una lesbiana. «A lo mejor nos entendemos —dijo—. Así no puedo seguir». Agregó: «Yo soy muy realista».

Los únicos seres que se quieren casar son las mujeres, los curas y los homosexuales.

1.º octubre 1977
. El inglés John King escribió una tesis sobre mí; la americana Hill levine publicará la suya en Monte Ávila; Francis Korn prepara un libro, según dice; Marcelo Pichon Rivière me preguntó si le doy (se la di, es clara) para uno; a Oscar Hermes Villordo le encargaron
Genio y figura
de ABC, de Eudeba; Beatriz Curia trabaja en una tesis sobre
ABC y la literatura fantástica
; en Estados Unidos, escribieron tesis Herminia Prieto (que afirmaba que la mayor parte de mi vida era inefable), Deborah Weinberger, Leonor Conzevoy; Marcela Fichera (que incluyó buena parte del
Calderón
de Menéndez y Pelayo, sustituyendo, donde era necesario,
Calderón
por ABC) escribió una tesis en Italia; en España, el un poco tapiado profesor Tomás Vaca Prieto, y muchachas y profesoras en Francia, en Alemania, en Austria, preparan tesis. Desde luego la lista no es completa. Está Marta Viti, para confirmarlo, y desde luego Maribel Tamargo. Mientras espero la visita del inteligente y hábil Villordo, improvisé esta copla de estilo español:

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