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Authors: Adolfo Bioy Casares

Tags: #Otros, #Biografía, #Memorias

Descanso de caminantes (34 page)

BOOK: Descanso de caminantes
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7 abril 1984
. Me he puesto un saco que compré en Nueva York en 1949. Me vi en el espejo y anhelé: «Ojalá que mi vida con mujeres siga por otros tantos años», pero melancólicamente me dije: «El saco de Er». El lector pensará: «Pedantescamente»; se equivoca; tengo a mano el saco de Er desde que lo encontré en Platón, pero después de la muerte de mi primo Enriquito Grondona, o de mi tío Justiniano Casares; ahora recuerdo:

En un placard de la casa de la calle Uruguay (1400) vi ropa de Justiniano,
inter alia
una galera de felpa —nada más fuera de carácter con relación al muerto— pensé en el saco de Er; yo estaba haciendo una visita de despedida a la casa, porque la habían vendido e iban a demolerla. La costumbre era mudarse después de una muerte. Las primeras muertes de la familia Casares fueron (para este testigo) la de Enriquito Grondona (Casares) y la de Justiniano Casares, alias
Justi
.

Estuve hojeando
La guía del buen decir
, de Juan B. Silva, uno de los libros que más asiduamente manejaba en mis albores de escritor (otros: un
Prontuario del idioma
, de los Manuales Gallach;
Prontuario de hispanismo y barbarismo
, padre Mir; el
Diccionario y gramática
de la Academia; el
Diccionario de ideas afines
de Bénot (traducción del
Roget's Thesaurus
);
Diccionario de verbos
de Ruiz León (verdadero título:
Inventario de la lengua castellana
, I, Verbos), los diccionarios de argentinismos de Segovia y de Garzón. Un punto que me preocupaba era si debíamos escribir (como decíamos)
entré a casa
, o
entré en casa
. Estimulado por Silva, por un tiempo escribí
entrar a
; después, por prudencia,
entrar en
.

El libro de Silva está publicado por La España Moderna, editorial que yo respetaba mucho. En el alto de la portadilla se lee: Biblioteca de Jurisprudencia, Filosofía e Historia; un poco más abajo:
Guía del buen decir
, y un renglón más abajo: E
studio de las transgresiones gramaticales más comunes
. ¿El volumen encajaría en la Jurisprudencia, o en la Filosofía, o en la Historia?

En la página de enfrente leemos: «Obras de Filosofía publicadas en La España Moderna». La lista incluye un libro de Pascal, uno de Castro y, de Max Müller,
Ciencia del lenguaje
. Debajo de este título, la lista continúa con otros, del mismo autor:
Historia de las religiones, La mitología comparada
,
Origen y desarrollo de la religión
. Un poco más abajo se lee «Otras obras publicadas por la misma Casa Editorial»; encabeza la lista el
Diario íntimo
de Amiel.

Por lo visto no creían supersticiosamente en el rigor los editores de La España Moderna. Tampoco, Silva. He aquí el primer párrafo del prólogo:

«El mejor modelo de buen decir lo dan hoy, sin duda alguna, Doña. Emilio Pardo Bazán, Echegaray, Galdós y cuantos con más arte y con mayor acierto usan el habla castellano». Si como creo, las palabras que siguen a la mención de Galdós significan que los que escriben mejor escriben mejor no tengo nada que objetar. Dos páginas más adelante Silva se pregunta si «Alas y Clarín, con sus críticas aceradas, no han hecho más mal que bien a la literatura castellana». Hasta el lector de 13 años, que yo era por entonces, sabía que Alas y Clarín eran el mismo escritor. De todos modos el libro de Silva me fue útil y su criterio, bastante amplio, me resultó saludable.

Exclamaciones francesas
.

Tonnerre de Dieu
, y
Tonnerre de tonnerre
(para no mencionar el nombre de Dios, en vano).

Entre los manjares superiores recuerda Casanova trufas blancas, peces del Adriático, moluscos de concha y, como vemos, el champagne no espumante, el Peralta, el Jerez y el Pedro Ximénez.

Dios proveerá
, dicho sabio de pecadores, según Casanova, y de gente acostumbrada a vivir sin protección de la ley, fuera de la ley.

«No va a tener tan pronto el dulce», para indicar que a un pretendiente o candidato se le hará esperar antes de acceder al coito.

Casanova dice que el viejo puede conseguir placer, pero no darlo. Soy tan ignorante que ignoraba esa verdad. Consecuencia: El viejo difícilmente conseguirá una mujer, no profesional, con la que conseguir el placer que puede conseguir.

Idiomáticas. Buscar un pelo en la leche
. Los españoles dicen (ver el
Diccionario de la Academia
) un pelo en el huevo.

8 abril 1984
. Considero la afirmación de Casanova sobre los viejos y el placer. Presiento que me encamino al celibato. ¿Quedaría la posibilidad de una
soubrette
en la zenana? ¿O de una discípula, como las del filósofo, seguramente
filösofo
, Marcel? ¿O la que dejamos con hambre acaba por odiarnos? No acaba, la pobre; empieza.
Ad litteram
.

En una audición de radio oigo una conversación entre un locutor de Lima y uno de Buenos Aires, sobre un motín de presos en no sé qué punto del Perú.

El de BA: Y por la matanza en la prisión, ¿el gobierno pagará un precio político?

El de L.: De ninguna manera.

El de BA: ¿No le costará la renuncia al Ministro del Interior?

El de L.: De ninguna manera. Ningún rehén ha muerto ni ha sido herido.

El de BA: Pero hay muchos muertos.

El de L.: En las filas de los guardias no hubo muertos ni heridos.

El de BA: Hay 21 reclusos muertos.

El de L.: Ésos son delincuentes. Son los que se alzaron y tomaron rehenes; pero como te digo, los rehenes están sanos y salvos y los miembros de la guardia también.

No se entendían; ni se acercaban a la compresión. Allá no existe, por lo visto, la simpatía en favor de los presos, de los que están fuera de la ley. Aquí los «malos» son los «buenos» y los «buenos» son sospechosos.

Arábamos, decía el mosquito
. Expresiones por las que entendemos algo que no es lo que literalmente nos dicen: «Drago está pintando su casa». Drago no pinta nada; un pintor hace el trabajo. «Este año sembraré cuatrocientas hectáreas». Como San Isidro Labrador, pero no doscientas, un tractorista hará el trabajo. Seguramente algún estanciero dirá: «Este año vaya servir ochocientas vacas».

Romero
.

Quien pasa por el romero no coge de él
,

no ha tenido amores, ni los quiere tener
. (refrán).

Y entre las damas del vicioso trato
,

si no queman romero, no hay buen rato
.

Francisco Navarrete y Ribera, La casa del juego, 1690.

Vi con gusto a Jorge Amado porque, lo recuerdo muy bien, en Niza, cuando integramos el jurado para el premio Lion D'Or, nos entendimos en seguida: antes que premiar a un joven autor de poemas pretenciosos, oscuros y tediosos, convinimos en elegir a un viejo cuentista, que evidentemente conocía su oficio y escribía para ser leído. Cuando nos encontramos acá en Buenos Aires, nos abrazamos y me dijo: «Querido amigo, siempre recuerdo nuestras conversaciones en el jurado y cómo nos entendimos fraternalmente. Fue en Madrid. Usted me acompañó, y con su voto premiamos al poeta brasilero… (pronunció un nombre que yo nunca había oído)».

En la Feria del Libro hacía mucho calor. Jorge Amado, pasándose un pañuelo por la cara, se quejó: «¡Esto es el Brasil!».

Dos operarios están arreglando una vereda. Uno le dice al otro:

—Las calles de Buenos Aires tienen un no sé qué.

No puedo creer lo que oigo. Después comento la frase con un amigo, que aclara:

—Es un tango de Piazzolla.

Nuestra erudición es como las fortalezas de frontera, que siempre dejan un sector desguarnecido por el que entran los invasores.

Cada cual tiene el misterio que le concede su ignorancia
. ¿Por qué Stendhal escribió en su epitafio Arrigo Beyle, si su nombre era María Enrique? Misterio revelado:
Arrigo
, en la tumba de Stendhal, no es el
arrigo bello
, o arrigo, el payaso que hace ruido; simplemente es
Enrico
(Aclaración de Bianco, por teléfono).

Un crítico de la sociedad
. Chofer de taxi, viejo: «Yo lo voté a Alfonsín y lo volvería a votar, pero de ahí a creer que va a sacar al país del pantano… Mire: a este país no lo saca nadie, porque todos los argentinos, óigame bien, todos, pateamos en contra. ¿Cómo va a progresar un país donde todos pelean contra todos? Es un pueblo egoísta, interesado, coimero, ladrón. Una porquería. ¿No me quiere creer? Yo también me incluyo. Allá por el 40, haga bien la cuenta, eran otros tiempos, gente más sana, yo trabajaba en una dependencia del Ministerio de Marina. Yo veía a los almirantes, fíjese lo que le digo, a los señores almirantes, que un día se llevaban a su casa una lámpara, otro día un sillón. Y no crea que en el robo hormiga entraban sólo los almirantes; entraba todo el escalafón, de arriba abajo. Yo empecé llevándome un día una bombita de luz; de ahí pasé a una lámpara; después a sillas y mesas. Las vueltas de de la vida me llevaron al Ministerio de Salud Pública. Cuando un jefe se arreglaba con un laboratorio para comprar una partida de remedios, yo iba a retirarla; eso sí, no la retiraba si no había un regalito —una atención, que le llaman— para mí. De algo puede estar seguro: en casa nunca faltó alcohol, algodón, aspirinas ni purgantes. De arriba, es claro, todo de arriba. Créame: a este país no lo arregla ni Dios».

Chofer de taxi, de edad mediana. Nombramos a Cacciatore y me dijo: «A ése le deseo una linda muerte de cáncer». «A ustedes», le dije, «los tuvo a mal traer. Los obligó a poner ese farol en el techo, que ilumina cuando están libres; a poner cinturones de seguridad, a cambiar los relojes del taxímetro». «Por todo eso», me replicó, «le doy diez puntos». «Bueno, hizo las autopistas. Costaron millones y dejaron a mucha gente sin casa». «Yo no le achaco eso», dijo. «Es una obra y va a llegar el día en que se lo agradeceremos». «Pero entonces, ¿qué le achaca a Cacciatore?» «Muy sencillo. Cuando empecé a trabajar pagué por mi licencia de taxista más que por este coche. En eso llega el bueno de Cacciatore y establece que las licencias son gratuitas. ¿Eso es justicia, es igualdad? Cuando veo a la manga de taxistas con licencias del 77, me entra una furia venenosa y quiero morir. Demasiada injusticia». No me atrevo a decirle que si su manera de sentir prevaleciera, ningún gobierno se atrevería a rebajar una tasa, un impuesto ni a mejorar nada.

Menos lúcido que el oso bailarín, escuché con agrado alabanzas de mis declaraciones sobre Manuel Mujica Lainez, con motivo de su muerte. Las formulaba, por cierto, el chancho, mejor dicho la chancha.

Cuando des tu nombre para una comisión de homenaje a alguien —por ejemplo a Juan Bautista Alberdi— no creas (como yo) que das tu apoyo o adhesión; piensa (como los de la comisión mencionada) que propones tu figuración, por la que pagarás una suma, digamos quinientos pesos.

Me aseguran que los empleados de nivel bajo, el día en que reciben el sueldo, intercambian con sus compañeros de trabajo bromas picarescas sobre las respectivas esposas de las que dicen: «Hoy van a estar contentas» y otras frases por el estilo. En realidad lo que sugieren y declaran es que esa noche la mujer los aceptará entre sus brazos. La hospitalidad dura mientras hay abundancia de dinero: una semana, cuando más. Después, el hambre, hasta el siguiente mes.

Query
. Qué es
refosque
: ¿un plato de comida? ¿una bebida? ¿una fruta? A Casanova (tomo I, cap XIV) le dicen: «
J'ai du refosque precieux, venez en goûter
».

Ya es hora de olvidarse del cine interior y ver la muerte como la conciencia de los seis años, el acné de los catorce, la calvicie de los veintitrés y la próstata enferma de los sesenta y seis. Para el organismo no tiene más importancia, aunque lo aniquile.

Para casi todo lo que se hace con terceros se recurre a las falsas promesas. Por ejemplo, mi amigo Norberto Repetto quiso invitarme a una conferencia suya en el Instituto Libre; como esa invitación le parecía un motivo insuficiente para llamar a un amigo a quien no veía desde años, se le ocurrió ofrecerme el cargo de Consejero del Instituto, del que él es rector, e inventar que el acto, en el que él hablaría, era una fecha importante en la Historia del Colegio, aunque yo recuerdo mis tres primeros años en el Instituto como una temporada en el presidio, con profesores incapaces que me denigraban y me hacían dudar de mi inteligencia, o más bien, admitir mi inepcia, y los últimos años como una temporada en un club, donde alternaba con profesores incapaces (con excepciones como Butty y algún otro) acepté todo y el martes 3 de mayo, a las siete menos cuarto, fui al acto. Repetto me trató cordialmente y con mucha cortesía. Me sentó en el estrado, a su izquierda; a su derecha estaba el presidente de la Corte Suprema; pronto advertí con alivio que yo no estaba ahí en calidad de Consejero, sino de ex alumno; ahora «famoso escritor». Por primera vez asistí, desde el estrado, a una conferencia. Pude apreciar en qué alto número de caras pronto aparecen ojos entornados. Tuve ocasión de preguntarme por qué, los que tenían sueño, se sentaban el las primeras filas. Pero no todo el mundo tenía sueño; había una chica morena, de ojos muy bellos, de nariz perfecta y de expresión despierta. Parecía despierta aun al hecho de que yo podía defenderme contra la tentación de mirarla. Nuestras miradas se cruzaron varias veces… Yo recordaba cuando iba a los teatros de revistas (en los años de mi adolescencia) y de tanto mirar desde las primeras filas a una bataclana obtenía alguna sonrisa, como secreto y provisor saludo. La última vez que me sucedió eso fue en París, en el 64 o 65, en el Moulin Rouge.

Después de la conferencia, cuando ya me iba a casa, en la vereda, se me acercó la muchacha. Me dijo que era la primera conferencia de su vida, que estudiaba museología y que esperaba verme en la próxima conferencia del Instituto. Yo le dije que era muy linda. «Usted también», me contestó. A los setenta años, vienen bien, créanme, estos halagos a la vanidad.

Cabe agregar que la conferencia me interesó —describía la patética indigencia de este país despoblado entonces, pero rico en hombres cultos— y que fue pronunciada en el mismo Salón de Actos donde yo, hacia 1926 o 1927, sólo pude pronunciar las cinco o seis primeras frases de una exposición que imprudentemente me encargó Moyano, el profesor de francés: «Paris, Capital de France, Centre du Comerse et l'Industrie». No pude seguir. Moyano, como un muñeco triste murmuraba: «
C'est le trac, c'est le trac
». El recuerdo me acompaña hasta hoy y me impide hablar en público.

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