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Authors: Adolfo Bioy Casares

Tags: #Otros, #Biografía, #Memorias

Descanso de caminantes (38 page)

BOOK: Descanso de caminantes
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Que me hago hacer «a mano» los trajes en Harrods. Nunca tuve un traje de Harrods.

Que mi automóvil tenía el tablero de madera. Nunca tuve un automóvil con tablero de madera.

Hasta aquí mi disgusto es porque
mutatis mutandis
… Después me cita entre comillas: «Las chicas pasan y la mujer [en el sentido conyugal] queda», yo habría dicho. Es verdad, pero agregué: «Qué triste».

Comienzo poco recomendable
. «Un conspicuo y su propincuo se encontraron…». (
Apropincuar
,
apropicuación
, palabras que el diccionario de la Academia registra).

30 diciembre 1984
. Fue en Cangallo, 2330 (o 2230), donde formamos fila, Drago, Julito, Charley y yo, para pasar por los brazos de la negra, prostituta que «levanté» para todos, en el cine Myriam, y que me dio dos recuerdos: un naipe (besado con sus labios con
rouge
) con nombre y dirección, y una fotografía que la muestra con un sweater de cuello ceñido a horcajadas de su rufián. Yo tenía doce o trece años. Hoy le cambiaron el nombre a la calle.

Historia de Eleuterio
. Eleuterio B. vivía en Córdoba, con su mujer. Una vez fue al almacén, a comprar algo; no volvió a la casa, sino después de diez años (que pasó en el Paraguay, con una china). Cuando volvió no dio explicaciones ni se las pidieron. Al poco tiempo compró una enorme jaula de alambre tejido, como las de pájaros, de algunos zoológicos y la llevó a la casa. Introdujo en ella una cama, un ropero, un escritorio, una silla y pasó la vida en la jaula. Los criados la llamaban «el cuarto del señor».

Historia de la madre del psicoanalista escéptico
. Cuando tenía 16 años, la madre del psicoanalista se enamoró de un muchacho. La familia se opuso al noviazgo y apartó a los chicos. Años después, ella se casó con el padre del psicoanalista; un joyero que mereció la aprobación de la familia. Vivieron apaciblemente. Un día la llamó su primer novio. Quería verla. Ella le dijo que no; hacía cuarenta años que estaba casada, tenía hijos ¿qué locura le estaba proponiendo? Murió el marido. La visitó el antiguo novio. Viven juntos y son felices.

Citando una frase de Rinaldi, confesaré que mis mejores placeres fueron los de un fornicador
á la bonne franquette
.

Dice que le irritan tus defectos. Quiere decir que le irrita todo aquello en que no te pareces a él.

Regalo de Reyes
. En Vicente Casares (la estancia San Martín), al anochecer traían en el vagón (carro abierto, tirado por dos caballos) lo que en el último tren de la tarde llegaba de Buenos Aires (incluso barras de hielo), en largos y angostos cajoncitos de madera.

Yo había pedido a los Reyes que e trajeran un caballo de hamaca. Desde la ventana, en la penumbra del atardecer, vi la inconfundible cabecita, entre otros bultos, en la caja del vagón. Esa imagen me confirmó que vivíamos en un mundo sobrenatural, porque yo sabía que a la noche los Reyes Magos me traerían ese caballo. Indudablemente los chicos creen en lo que se les dice. O yo tenía mucha fe. No diría que la he perdido. Diría que después gané el escepticismo.

Virtudes poco frecuentes: Lealtad, ecuanimidad, coherencia.

Desencuentros en amores de gente de diferentes clases sociales
. De lo años 20. Una chica se enojó porque le «Querida». «No soy tu querida».

Tiempo Libre

11 enero 1985
.
Idiomáticas. Rustrido
. Plato de comida, a base de pan rustrido, es decir, tostado, duro y roto en pequeños trozos; lleva ajo, cebolla, aceite. En Galicia desayunaban a veces con un rustrido, al que añadían un huevo. Otras veces desayunaban con un vaso de aguardiente.

Galicia
. Los de la aldea (de los Iglesias) que iban a Cuba, solían tener destinos trágicos. Así Emilio, que era el mozo más apuesto y fornido. Mujeres cubanas lo destruyeron, por celos y despecho (muchas lo disputaban). Perdió totalmente la cabeza, y ya no sabía quién era. Así lo repatriaron. Era un trabajador incansable. Cuando algún vecino tenía que hacer algún trabajo, pesado pero no difícil, en la casa, en la huerta o en el monte, llamaban a Emilio, quien por la comida trabajaba todo el día, sin respiro. Después le daban un tazón de minestrón en el que ponían las presas menos codiciadas. Emilio lo despachaba en seguida y alargaba el tazón, porque se entendía que tenía derecho a dos. Después le preguntaban si quería más. Emilio no decía que no y ante la diversión de todos engullía todo el contenido de la olla.

Hubo otro que se fue a Cuba y dejó en la aldea mujer y críos sin nunca mandar una carta ni menos una peseta. En la aldea sabían por otros que allá en La Habana el hombre amasó una gran fortuna. Pasados treinta años, volvió: muy elegante con bastón con empuñadura en cabeza de perro, sombrero de fieltro, bigotes, corbata de moño, polainas blancas. Fue a la casa, revoleando el bastón, y lo primero que hizo fue darle a uno de sus hijos unas pesetas para que le comprara cigarritos; después le dijo que se guardara el vuelto, lo que causa muy buena impresión. Por poco tiempo, ya que descubrieron al rato que las pesetas para los cigarritos fueron las últimas que traía. La mujer le dijo: «Por mí, quédate en la casa, pero nada más». De todos modos, la mujer consultó con los hijos, que dijeron: «Esta bien, pero que quede como criado». Así como criado vivió en su casa y después de no pocos años enfermó y murió. Como criado, siempre.

Uno, que amasó fortuna en La Habana, se casó con una cubana de buena familia pero pobre y tuvo hijos con ella. La mujer empezó pronto a sentir vergüenza del gallego; otro tanto, las hijas. Lo trataban con desprecio y cuando invitaban a cenar a gente importante, lo obligaban a comer en la cocina. El hombre, porque era generoso o porque esperaba gratitud, puso todos sus bienes a nombre de esas mujeres, que lo abandonaron a la pobreza. No tuvo más remedio que pedir al cónsul de España que lo repatriara. Todos en la aldea compitieron en agasajarlo y nadie lo menospreció.

Santoral
. San Pablo, el ermitaño. Nació alrededor de 229 d.C. A los quince años se retiró al desierto, donde vivió cien años. En todo ese tiempo solamente tuvo una visita: la de San Antonio. De pronto apareció volando un cuervo, que traía en el pico dos panes: «Hoy me trae dos, porque tú has venido. Todos los días me trae uno». San Pablo bebía el agua de un manantial. Cuando murió, dos leones lo enterraron. La esencial veracidad de este último hecho no fue disputada por nadie, ni siquiera por los llamados «espíritus fuertes». San Jerónimo escribió su vida.

Sueño
(
un regalo a los psicoanalistas
). En mi sueño —no sé, en la realidad— el rojo enfurece a las fieras. Estoy en un lugar, una suerte de salón de gimnasia, donde hay un tigre. En el sueño, no temo al tigre, como en la realidad no temo a los perros; no por nada me gustan los animales y me siento amigo de ellos. Alguien me hace notar que no debiera andar por ahí con un poncho colorado; me saco el poncho, inmediatamente; y por si acaso me meto en un cuartito sin puerta que hay en el otro extremo del salón. Casi en seguida aparece el tigre; como un perro amistoso se levanta en las patas y apoya sus manos en mis hombros. Miro hacia abajo, entre el cuerpo mío y el del tigre, y veo que tengo puesto un slip colorado. Como preveo una situación desagradable, me despierto.

Alrededor del 16 de enero de 1985, murió, en Mar del plata, Jorge Hueyo. Era bondadoso, trabajador, capaz de organizar bien, rigurosamente, empresas complicadas, como la iluminación de las pistas de San Isidro. Era necio, en el sentido de ofuscarse cuando lo contradecían. Una vez tuvo una discusión sobre cuestiones no trascendentes, créanme, con otro miembro de la comisión directiva del Jockey Club: se puso de un color rojo subido; después quedó mareado y muy pálido. Esta necedad, en un hombre tan bueno, hacía gracia y despertaba en algunos un afecto un poco paternal. A él y a mí nos unía una amistad hereditaria, que aumentó a lo largo de cuatro años de comisión directiva. Una minucia, que también contribuyó a que fraternizáramos. Estaba un poco harto de que siempre se hablara mal de los porteños y se encontrara méritos en los provincianos. Caminando hacia nuestra casa comentó: «Si no me equivoco, algo nos debe este país a los porteños». «Es claro —le dije—». Y hasta el nombre. Hubo un tiempo en que éramos los únicos argentinos:

Qué me importan los desaires

con que me trate la suerte
,

argentino hasta la muerte
,

he nacido en Buenos Aires
".

Para mis adentros, pensé: «Que me perdone el Negro Patrón, que en mi presencia despotrica contra Buenos Aires y los porteños (engreídos, falsos, advenedizos, un dechado de virtudes, en fin) como si yo fuera salteño».

En una nota sobre
The Witches of Eastwick
de John Updike, en el
Times Literary Supplement
del 28 de septiembre de 1984, un tal Craig Raine escribe que Updike emplea un efecto inventado por Saul Bellow: una ristra de epítetos sin comas entre ellos. Un señor Joseph Finder, de Massachusetts, responde en otra carta publicada en el número del 11 de enero de 1985, que ese efecto ya fue empleado por Henry James y da tres ejemplos de
The Ambassadors: a pleasant public familiar radiance, strong young grizzled crop, new long smooth avenue
.

En algún momento me pregunté si el efecto, en James, no habría sido la consecuencia de un dictado. Yo sé que si dicto una frase análoga, sin decir
coma
después de cada epíteto, dos de mis amigas dactilógrafas no las ponen. Evidentemente, James tuvo mucho tiempo para corregir la omisión (si dictó el texto y si la omisión fue involuntaria).
The Ambassadors
se publicó en 1903. No sé si ese año James había empezado a dictar. En todo caso, el efecto de supresión de comas no me parece propio del matizado James.

Noche del viernes 18 enero 1985
. Bianco y Silvina preguntan: «¿Qué significa
estofa
, como en
baja estofa
?». Tal vez porque las preguntas obnubilan —piénsese en los exámenes— contesto: «No sé. Voy a ver». Pepe me disuade. Encuentro, lo que me parece increíble, que no me importa. Hoy a la mañana ya sabía qué significaba esa palabra: tela, género, como
étoffe
y
stuff
. Se lo digo a Silvina, [a quien] increíblemente mi hipótesis le parece increíble. Consulto al
obeso amigo, s.v
. «Estofa»: 1. «Tela o tejido de labores, por lo común de seda. 2. fig. Calidad.
De mi
estofa,
de buena
estofa».

Bianco me dice que José María Monner Sans (hijo; no el de la barbita, autor de
Disparates usuales en la conversación diaria y Barbaridades que se nos escapan al hablar
), en un artículo sobre Eduardo Wilde, sostiene que hay un parentesco intelectual y, sin duda, de sangre, entre el autor de «Primera noche en el cementerio» y Oscar Wilde. Por cierto que se trata de un
wilde guessing
.

Bianco me dice que Sur y Cía es uno de los mejores tomitos de las memorias de Victoria. «Su odio contra Keyserling la vuelve elocuente». También me dice: «La persona que tradujo el texto no sabe su oficio. Le hace decir a Victoria: 'Con mi padre nos amábamos mucho' por 'nos queríamos mucho'. Primero, está mal; después, ni Victoria, ni Silvina, ni vos ni yo hubiéramos dicho amar por querer. Incurre también la traductora en galicismos muy feos, como
no importa qué
, por
n'importe quoi
».

Estuvo de acuerdo conmigo en que el otro buen tomito de la serie es el de los amores de Martínez.

Cuento
. Un escritor se pasa dos o tres meses en una casa de campo que le prestó el editor para concluir en una fecha determinada y bastante próxima una novela. El escritor descubre que en la casa hay un fantasma. Un fantasma desvalido, que trata de estar siempre con él. A veces el fantasma le dice: «Qué susto me llevé. Quedé dormida. Al despertar no sabía dónde estaba. Sobre todo, dónde estabas. Tuve miedo de que te hubieras ido». No sabe si irse. Se siente preso de esa compañía casi imperceptible. Y piensa qué será del fantasma cuando se vaya.

Pelea entre Evita y Libertad Lamarque
. Libertad Lamarque se llama realmente así; su padre era anarquista. No sé que empresario la invitó hace poco a una comida organizada por los Spadone, fideeros que subvencionarían a Lorenzo Miguel y a Herminio Iglesias. Como le aseguraron que no era una comida política, asistió Libertad. Al comienzo nomás, cantaron «Los muchachos peronistas» y Libertad escapó por las cocinas. Como seguramente la habían fotografiado en esa mesa, pidió que la invitaran a algún acto público radical, para que la vieran también ahí. A mi informante le dijo: «No me importa lo que se diga de mí, salvo que soy peronista. Eso no lo aguanto».

Le dijo a mi informante que al principio sus relaciones con Evita eran buenas. Como la vio tan pobremente vestida le regaló una blusa, que (a ella, Libertad) le gustaba mucho. Evita anduvo largo tiempo con esa blusa. Después, por motivos que Libertad no quiso explicar, se distanciaron. Cuando Evita fue poderosa, un día la citó en la Fundación. Libertad se encontró con Evita rodeada de todos los productores de cine del momento. Evita ordenó a cada uno, en voz alta:

—Repita lo que me dijo: que por motivos que usted sabe nunca va a contratar a esta mujer.

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