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Authors: Adolfo Bioy Casares

Tags: #Otros, #Biografía, #Memorias

Descanso de caminantes (2 page)

BOOK: Descanso de caminantes
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Me refiere: La señora de Lonardi me contó que su marido reemplazó a Perón como agregado militar en la embajada de Chile; allí se conocieron; Perón era muy simpático; vivía solo, en un departamento. Ella le preguntó por qué no tenía mucama. Perón contestó: «No quiero meter la negrada en mi casa».

Distracción
. Acababan de enterrar a un amigo. Veo llegar un camión de las pompas fúnebres. Pienso: «Vienen a buscar el cajón». Creía entonces que enterraban a la gente sin cajón y que éste lo reservaban para sucesivos muertos.

1.º octubre 1975
. Dijeron las chicas que la libertad sexual volvió difícil la pesca para todas, porque todas son pescadoras declaradas, y que para las viejas y las feas ya no hay esperanza. Es claro que las amigas de lo tremendo y de lo misterioso quieren imaginar que se difunde entre los machos una enfermedad que los desinteresa de la mujer.

Si pudiera desplazar el alma al cuerpo de un joven me metería en él para seguir viviendo (Cf. Wells). Otra posibilidad sería la de pasar a transeúntes el efecto (el cansancio, el desgaste) de los años: a éste diez; a este otro, diez; a éste, veinte:

—Si pudieras, ¿lo harías?

—Sin escrúpulo.

Mientras conversaba con Maribel Tamargo, yo me decía que un viejo es una señora fea y fogosa, del tiempo en que no era decente que las mujeres hicieran avances.

Meditaciones de un viajero
. Para que el viaje fuera una solución y no un simple alivio, el que se va no debiera llevarse. De todos modos, el alivio de partir vale la pena.

Diálogo en una peluquería
.

Dramatis personae
:

Peluquero argentino.

Cliente (viejo, muy rico, muy deprimido, al borde del suicidio).

Peluquero español.

PELUQUERO ARGENTINO (
al Cliente
): ¿Le digo mi receta? Consígase una compañera. No le importe que ella salga con usted por la plata. Trate de quererla. Vuelva a ver a los amigos.

CLIENTE: Usted lo ha dicho: la tragedia de los ricos es que nos quieren por la plata. A un pobre lo quieren por él (
Se va el Cliente
).

PELUQUERO ESPAÑOL. (
A mí
): Qué salame el tío. Cree que el mundo se reparte en dos mitades: los ricos y los pobres. Todos somos pobres para alguien, ¿O se imagina que sólo a él lo quieren por el dinero? Si a mí me busca una mujer ¿el salame ese piensa que es por mi linda cara? Es por mis duros.

Consejos de una madre
. «Yo a las que se prostituyen con inteligencia les saco el sombrero. Yo tenía una compañera que andaba con un millonario, y lo obligó a cubrirla de esmeraldas. Cuando se pasó a otro, fue para conseguir un departamento y un regio auto. Después encontró un muchacho serio y con plata y se casó de lo más bien, pero, qué querés, a esas que pierden sus mejores años junto a un viejo y por amor, no las entiendo».

Felicidad
. «¿Viene del Centro? —me preguntó Alberto, un panadero de Colegiales—. Feliz de usted. Cuando teníamos el otro negocio, iba al Centro por lo menos dos veces por semana. Yo soy loco por el Centro».

El prójimo
. Si me dice que es feliz, pienso que es un tonto. Si me dice que es infeliz, pienso que es un pesado.

Escribir
. Cuando yo era joven, un viejo escritor me explicaba: «Escribir lo que no has de publicar no es escribir. Escribir borradores no es escribir. Corregir no es escribir».

Lector de Céline
. A los lectores de Céline les gusta que les escriban a gritos.

Sospecho que en estos años de asesinatos y terrorismo, más de uno de pronto jugará con la idea: «Qué bueno que al salir de casa una ráfaga de ametralladora me mande al otro mundo».

Me explicó: «A mi edad, vivir es una cuestión de paciencia. Tenemos que aprender a esperar, en perfecta calma, el momento en que el achaque de turno pase. Desde luego, en una de esas esperas, en perfecta calma, morimos».

Me gusta en los chicos la incipiente racionalidad. La inconsciencia, las niñerías, me desagradan.

¿Quién dijo que los niños alegran la casa? Lloran con más frecuencia que el adulto y con no menor desconsuelo.

Mejor no querer demasiado a los chicos, porque uno no sabe en qué monstruo se convertirán.

Una amiga: «Yo nunca sé por qué dicen que una persona es inteligente. ¿Cómo saben?».

El consenso
. Me dijo: «Cuando yo era joven, al mostrarme con ella ponía a la gente en contra. Decían que yo debía de ser un vividor o un degenerado para seguir casado con una vieja. Ahora, si me separara de ella perdería popularidad, porque la gente se complace en vernos como una hermosa pareja de escritores».

Resulta que doy mucha importancia a la comida. Solamente personas muy humildes, o francesas, le dan tanta importancia. Alguna vez oí a un peón de campo, don Juan P. Pees, que el patrón era esto o aquello, pero (y aquí se hacía un alto, para acordar el debido énfasis al reconocimiento) que no era mezquino con la comida del trabajador. Yo he oído con mucho asombro y diversión estas declaraciones que me parecieron marcar la extraordinaria humildad de quien las hacía. Pero ahora sé más al respecto. En Francia vivo feliz (entre otras razones) porque como bien. No se entienda que como sibaríticamente; no, aunque también coma así; lo que me alegra allá es la perfección con que satisfago el hambre; una sensación física que nos mueve a dar complacidas palmadas en la barriga. Otra prueba de la importancia que doy a la comida es mi enojo de anoche, con Silvina, porque me arregló con verduritas, ñoquis y jamón frío.

Nos aplauden por la obra en la hora del naufragio, cuando sólo pedimos un salvavidas.

Si mis novelas y cuentos son creíbles, no lo son por la esencia, de la historia, sino por las precauciones que tomo al contarla. Mis adaptadores (para cine o televisión) ingenuamente creen en esa credibilidad y no toman las precauciones adecuadas para el cambio de género. Lo que es creíble para el lector (que no ve, que sólo imagina) puede no serlo para el espectador.

Uno de los agrados del verano en Buenos Aires: descansar en un banco de la plaza, de noche, cuando refresca. Éste es un placer positivo; me pregunto si en invierno habrá alguno equivalente. ¿Estar en cama, con una chica, con la chimenea encendida, mientras afuera llueve? Desde luego; pero este placer es más complejo, menos contemplativo. En la plaza basta el banco, la soledad, la noche y la frescura; en el otro está la chica, tal vez en el paraíso, pero indudablemente un ser, un prójimo, con psicología, en todo caso.

Ética
. Reglas de juego comerciales por las que un médico, para no perjudicar pecuniariamente a otro, abandona a un enfermo a sus dolores y a su agonía.

Hacia 1973, Oppenheimer, pero también sus amigos
[2]
, decían que yo no entendía de política. Entender para ellos era sumergirse, como en un baño tonificante, en la estupidez colectiva. El placer les duró poco.

Supongo que toda persona en algún momento está por creer que pertenece al mejor país, a la mejor tradición del mundo. No sólo los ingleses, los franceses, los italianos, etcétera; aun nosotros mismos, ¡los argentinos! Pensamos, qué suerte, qué prodigio, pertenecer a este país que produjo esta literatura, el tango, el dulce de leche, el poncho de vicuña; este país de escritores y de caballos, ¡de argentinas!, de inmensa llanura, de don Bartolo, don Bernardo, don Vicente, don Carlos, don Julio, don Faustino
[3]
… El que tiene una casa modesta, difícilmente diferenciable de las que la rodean, encuentra en ella infinidad de motivos de orgullo: «¿Ve este mármol? El arquitecto eligió personalmente las lajas y las numeró; las vetas se siguen de una laja a otra. La moldura en el frente, donde las otras casas tienen una simple raya blanca, es cara, pero da otro aspecto». Etcétera.

La historia de Romeo y Julieta contada por el padre de uno de ellos. Él hizo todo lo posible por acabar con esa enemistad; cuando parecía que todo iba a mejorar, los otros mataron a su más fiel hijo y seguidor. ¿Cómo queda si permite ese casamiento? Dirán que no es leal con quienes dieron la vida por él. Etcétera.

En la playa dos enamorados se abrazan y besan mutuamente embelesados junto a un perro que agoniza.

¿Sabe por qué Dios nunca permitirá que hablen nuestros queridos animalitos? Para que no digan pavadas.

Beneficio de la duda
. Oído en la heladería:

—Siguen matando, matando.

—¿Qué me dice? Una pobre vieja de setenta y tantos años, sentada a la puerta de­ su casa, en la calle San Pedrito, acribillada a balazos desde un Fiat 128 azul oscuro. Una barbaridad.

—¿Barbaridad? Quién sabe. Si la mataron, en algo habrá andado la viejita.

31 octubre 1975
. A veces me parece que nos miramos desde las vetanillas de dos trenes que están en una estación, muy cerca uno del otro, pero que van a correr por diferentes vías. Sin esperanza.

11 noviembre 1975
. Me pongo a releer
The Invisible Man
. Voy a leer un capítulo; no puedo soltar el libro y llego al capítulo X o XI. Todo el principio está bien imaginado, pensado, contado. Después sigue correspondiendo a
daydreamings
; admirables
daydreamings
. Los libros que se parecen a
daydreamings
y que los provocan en el lector son los libros de éxito.

No somos transparentes
. Mi amigo Quiveo, mi kinesiólogo, me dijo: «En esta vida moderna, todos sufrimos tensiones, por infinidad de motivos. Por ejemplo, usted: su tensión proviene del temor de perder la situación que ha logrado en la literatura argentina». Alguna vez pensé que debía escribir cuanto antes una novela para aprovechar la notoriedad alcanzada; pero no siento eso como un imperativo: si la situación general no empeora hasta el punto de peligrar la subsistencia, no escribiré la novela hasta estar seguro de tener una buena historia. No, mis tensiones no vienen de ese lado, sino del miedo a la enfermedad, al dolor y a la muerte (que pondría fin a esta cómoda y grata participación mía en el mundo, participación que juzgo todavía incipiente); y también, menos dramáticamente, de verme viejo y de notar que las mujeres ya no se fijan en mí (por lo menos las que no me conocen, las que me cruzan en la calle).

Recuerdos contradictorios
. Yo creía que una vez había hecho el amor con ella; hasta recordaba su cuerpo blanco y sus grandes senos. Ella, sin embargo, me dijo (de un modo un poco ridículo, es verdad, pero no por eso menos terminante): «Vos nunca me poseíste».

Un hombre de poca suerte no consigue a nadie que lo quiera. Un hombre de mucha suerte consigue que lo quieran mujeres que no le gustan. (Por cierto, les pasa lo mismo a las mujeres).

Conversación
. La conversación con ella anduvo bien, porque la dejaba hablar, apenas de vez en cuando reforzaba con mi asentimiento algo que ella había dicho, necesitaba más apoyo de mi parte, para encontrarlo seguía hablando.

Sueño
. Me quedo dormido y sueño. En seguida despierto, pienso en mi sueño, que me trae a la memoria, cargado de nostalgias, un recuerdo de algún momento de mi vida o de alguna lectura. Mientras procuro precisarlo, ese recuerdo se disuelve en olvido. Lo busco en vano y poco a poco sospecho, comprendo que mi recuerdo no fue más que otro sueño. Debí entender eso en cuanto lo olvidé, porque únicamente los sueños tienen esa propensión a desdibujarse instantáneamente en el olvido. En prueba de esta última afirmación olvido también el primer sueño.

Yo suelo escribir (como en
El sueño de los héroes
, en
Diario de la guerra del cerdo
, en
Dormir al sol
) sobre gente modesta. Hay quienes me elogian porque investigo esos sectores de la sociedad, y quienes suponen que lo hago para quedar bien. Yo escribo sobre esa gente porque estimula mi imaginación. Nada más.

Yo, me dejé de querer a las mujeres cuando se afearon, achacoso y viejo ¿me resignaré a que me abandonen?

La gente fuerte se abre camino sola. De joven yo no me sentía solidario con los jóvenes; la juventud no era una categoría que me interesara (sí la inteligencia, la inventiva, la belleza). Los otros días vi en el cine a una chica rubia y linda que besaba cariñosamente a un viejo y pensé: «Qué simpática (ojalá yo tuviera una así)». Lo que pasa es que ahora hago causa común con los viejos. Los débiles necesitan agremiarse.

Mi organismo ahora: un caso de Erewhon. Un organismo con dos enfermedades simultáneas que exigen terapéuticas opuestas, excluyentes, me parece imperdonable.

31 diciembre 1975
. El 31 de diciembre a la noche, en la quinta de López Llausás en Bella Vista, bebí un agua (la del lugar) que me gustó prodigiosamente. Después de un rato descubrí que había descubierto de nuevo —¿después de cuántos años de agua dorada y agua mineral?— el gusto preferido de mi infancia: el gusto del agua.

28 enero 1976
. Últimamente nuestra perra Diana nos preocupa mucho. Está vieja, débil y desmejora día a día. Soñé que estábamos afuera, en el campo; la noche era fría y húmeda. Diana se había acostado en el fondo de un pozo; estaba joven, parecía contenta, bien protegida de los signos del tiempo. Pienso: con sus patas débiles no podría salir de ahí, y yo no podré sacarla (por mi lumbago).

31 enero 1976
. Estela Canto me contó que, en el Uruguay, las personas más humildes, cuando hablan de nosotros los argentinos, dicen: «Pobre gente».

Silvina Bullrich, con quien almorzó los otros días, le dijo: «Te conviene que te vean conmigo».

Después de un incendio en el bosque de Punta del Este, el marido de Estela pisó un lugar donde la capa sobre la tierra es delgada y hundió un pie en el fuego. Todas las mujeres (Silvina Bullrich, la mucama y alguna otra) le dijeron a Estela: «Menos mal que no se quemó las partes». Estela contó la salida al marido; éste comentó: «Piensan en la parte que usan; el resto no les importa que se achicharre».

Hay que ser muy mal director (¿hay que ser director argentino?) para fracasar en las escenas de cuerpo entero; hay que ser muy bueno para triunfar en los largos primeros planos de una cara que monologa.

Comida del 2 de febrero de 1976
. Un platazo de ñoquis con queso. Un buen bife, cinco zanahorias, un gran pedazo de zapallo, una parva de chauchas. Mucho helado de crema de vainilla y frambuesa. Dos manzanas. A la tarde había comido tres cuartos de kilo de pan francés, con dulce de leche y mermelada de frambuesas, bebido dos tazas de té muy cargado y un vaso de agua mineral con efervescencia.

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