Sasha le acarició la mejilla en un rápido gesto. Su mente luchaba buscando una solución. Al haberse echado Grant la culpa, su falta no era tan grave, pero Yeats parecía estar empeñado en perjudicarlo. Podría dejar Saint Michael, seguir trabajando y conseguir otra escuela, pero eso significaría estar lejos de Tommy y sabía que no tendría el valor. Por otro lado, podría tragarse su orgullo y suplicarle a Alex. Lo peor que podría pasar sería que le dijera que no podía ayudarlo. Y en ambos casos se alejaría de Tommy.
Calculó las probabilidades. Sabía que Yeats era servil con los estudiantes adinerados y que haría lo posible por limpiar a Grant de la falta. Por otro lado, el padre de Alex era miembro del Consejo del colegio. Quizá Alex lo podría ayudar. Al intentarlo, no perdería más de lo que ya había perdido.
—Está bien, llámalo —cedió por fin.
Tommy salió corriendo hacia la cabina de teléfonos más próxima dejando a Sasha en el banco. Tras unos minutos interminables, regresó muy serio. Se sentó a su lado sin decir nada pero no pudo resistir la risa al ver la cara de angustia de su compañero.
—No te preocupes —dijo entre risas—. Alex viene para aquí. Dice que son unos… Bueno, no puedo repetir lo que ha dicho, pero dice que lo son por tratar de endilgarte a ti el marrón y que le va a cantar las cuarenta al director por un comportamiento tan ruin. —Sonrió, satisfecho.
El alivio fue evidente en la risa de Sasha. Mientras esperaba, había imaginado muchos escenarios futuros y muchas líneas de acción, sin que ninguna le hubiera sido satisfactoria. Sólo en ese momento se dio cuenta de lo mucho que valoraba lo que tenía y de que lucharía por conservarlo.
—Gracias, Tommy —dijo en voz baja y lo miró a los ojos—. No sé cómo te enteraste, pero es verdad lo que dije allí adentro. Yo no hice nada… no es que sea cobarde, simplemente no lo hice. No tengo interés en las drogas, fue Grant… él… pues… —Se detuvo, pensando que debía ser sincero—. No es la primera vez que lo veo fumar marihuana. Hace unas semanas salimos y lo hizo. Quizá creyó que esta vez me animaría a probar.
—No tienes que justificarte. —Tommy volvió a acariciarle la mano—. Sé que no lo hiciste, no hace falta que me lo diga nadie. Sé que tú no lo hiciste y Alex también lo sabe.
Sasha suspiró y se quedaron en silencio, sentados en el banco del patio en esa fría mañana de febrero, esperando. Los minutos pasaban lentamente. La mirada del rubio se perdió en el bosque, pensando lo mucho que amaba Saint Michael y todo lo que lo rodeaba, rogando que Alex tuviera éxito con Yeats.
Apenas apareció Alex, que salía de su entrevista con Yeats, ambos se acercaron. Sasha estaba avergonzado y explicó rápidamente lo que había ocurrido, disculpándose.
—Ese director es un amargado —dijo Alex—. Como no puede castigar a tu compañero quiere castigarte a ti, aunque no seas culpable. Realmente no le importa si lo eres o no, sólo quiere impartir justicia. He tenido que amenazarlo con todo lo que se me ha ocurrido para que no te expulsara... incluso he amenazado con hacer el asunto público y que con la confesión del otro muchacho iba a quedar muy, pero muy mal delante del Consejo. Entonces ha cedido. Pero de todos modos te ha castigado. —Se sentó al lado de Sasha y lo miró con seriedad—. Lo siento, no podrás salir y te han castigado a hacer trabajos de limpieza dos semanas.
El rubio alzó los hombros, quitándole importancia al castigo.
—No hay problema, estoy acostumbrado. Me pasé todo el año pasado haciendo esos trabajos. —Miró a Tommy y luego a Alex, para tenderle la mano a este último—. Gracias. Te agradezco infinitamente haber hablado por mí.
—No me gustan las injusticias y lo que querían hacer contigo era una injusticia total. —Alex apretó su mano en respuesta—. Este colegio es demasiado clasista. Confunden ser élite con ser mejores y lo único que les diferencia de otros es el dinero. Pero con el tiempo esto cambiará, este tipo de sistema está condenado a la extinción.
Sasha sonrió. Nuevamente veía el líder idealista que era Alex y deseaba imitarlo. Todo parecía estar resuelto, hasta que Tommy preguntó:
—¿Cuándo empieza el castigo? ¿Podrá ir a tu boda, verdad? Faltan sólo dos días.
—Me temo que no. He tratado de retrasar el castigo para que pudieras ir. Incluso le he pedido que te diera un permiso especial para ese día, pero creo que el muy… —Respiró hondo para no decir nada inconveniente—. El muy desgraciado disfrutó más sabiendo que te privaba de asistir a mi boda. Lo lamento muchísimo, Sasha.
El rostro de Sasha mostró su decepción. Había prometido a Tommy que iría e incluso había alquilado un traje. Y ahora, gracias a ese estúpido malentendido con el director, le habían impuesto un castigo injusto. Apretó los labios. Sabía lo importante que era para Tommy que lo acompañara a la boda, y también Alex y Angel se lo habían pedido especialmente. Pero no había nada que hacer… Tommy tendría que aceptarlo.
—Está bien. Entiendo —dijo, volviendo a su expresión calmada—. Habrá otras fiestas a las que podamos asistir juntos. Alex, por favor explícaselo a Angel.
Un gesto de terrible desolación se dibujó en el rostro de Tommy. Estaba muy ilusionado en ir con Sasha a la boda. No iban a ir sus padres, gracias a Dios, y había planeado un día fantástico. Pero ahora todo se había torcido por culpa de ese desgraciado director. Un director de colegio no debería ser injusto; debería ayudar a sus alumnos: apoyarlos, no tratar de hundirlos.
—No os preocupéis chicos —añadió Alex rápidamente viendo la tristeza en el rostro de Tommy—. Celebraremos mi boda los cuatro juntos otro día y nos lo pasaremos mejor que en la original.
La boda de Alex y Angel se celebró el 14 de febrero en la Catedral de Canterbury, en Kent, en un acontecimiento multitudinario cubierto por diversos medios de comunicación.
Según confesaron a Tommy, habrían deseado una boda íntima con sus seres queridos, pero la posición de Alex estaba por encima de ese deseo. Hubo pocos invitados por parte de la novia: sus padres habían fallecido hacía algunos años y no tenía familiares directos. Sólo unos cuantos buenos amigos acudieron a celebrar con ella.
Por parte del novio acudió toda la alta sociedad de Londres: magnates, nobles, famosos, miembros del parlamento… Y por supuesto Tommy, que estaba feliz por sus amigos pero que no dejaba de acordarse de Sasha.
Como Angel no tenía quien la entregara, lo hizo el padre de Alex, quien confesó encantado que siempre había deseado tener una hija para poder acompañarla al altar y que esa oportunidad que le había dado Angel lo hacía muy feliz. Se veía muy orgulloso mientras caminaba del brazo de la radiante novia.
Alex estaba elegantísimo con su traje de novio y Tommy no pudo evitar sentir una oleada de nostalgia al recordar los momentos felices que habían pasado juntos. Las fantasías que había tenido alguna vez con él ya no podrían ser. Alex tenía a Angel y hacían una hermosa pareja. Tommy se sonrojó: él también tenía a alguien. Tenía a Sasha.
La boda fue muy hermosa. Tommy se dijo que no podían haber elegido mejor escenario: el espléndido edificio gótico reconstruido en 1607 era el más famoso en su estilo. Cada ladrillo tenía historia y se llenó de orgullo al pensar que de alguna manera, Alex estaba haciendo historia también.
El coro, decorado con vidrieras del siglo XII mostraba la genealogía desde Adán hasta Cristo. Las notas de los himnos se elevaban hacia la nave central y parecían estar en todos lados. Cuando llegó el momento de Ave María de Heandel, Tommy observó a muchas las señoras buscar sus pañuelos y se sorprendió al notar que dos traicioneras lágrimas bajaban también por sus mejillas.
—Me encantan las bodas… son tan hermosas —dijo lady Miranda Carpenter, tía abuela de Alex—. La mía fue también aquí.
Tommy le sonrió y miró hacia los novios que avanzaban por la nave principal. Siempre los recordaría así, sonrientes y felices, con un futuro brillante por delante. Alex no había buscado la presidencia de Thot Labs, pero Tommy sabía que, junto a Angel, tendría la fuerza necesaria para hacer lo que su padre esperaba de él.
Tras la ceremonia religiosa se trasladaron al Castillo de Hever donde se celebraría el convite. Los célebres y magníficos jardines de la propiedad donde se conocieron Enrique VIII y Ana Bolena fueron el escenario para las fotos que adornarían al día siguiente las portadas de diarios y revistas londinenses.
Tommy se tomó un par de fotos en medio de los novios, que lo abrazaron con fuerza. Bromeó diciendo que se sentía la mortadela del bocadillo y Alex se rió mientras Angel lo besaba en la mejilla.
Cuando terminaron las fotos llegó el momento de la cena, celebrada en el comedor principal del castillo. Entrar allí era como retroceder en el tiempo. Los vistosos paneles de roble tallado decorados con lujosos tapices y pinturas mostraban los retratos de Ana Bolena, su hermana María y Enrique VIII. Tommy pensó en el clandestino romance que se había desarrollado en esos viejos muros. Un romance que había cambiado para siempre la historia de la religión en Gran Bretaña.
«Y todo por una falda», pensó, divertido. Aunque en el fondo entendía un poco al libertino rey: él mismo había perdido la cabeza por Sasha aunque no llevara falda.
Se sentó en una de las mesas de los novios y familiares, en medio de lady Miranda y lady Margaret Carmody, otra de las tías de Alex, casada con sir William Carmody, miembro del parlamento.
—¡Querido Thomas, cuánto has crecido! Pronto serás tan alto como Stephen.
—Lady Margaret, está tan guapa como siempre, los años no pasan para usted —dijo galantemente.
—Es gracias a la cirugía, hijo —susurró ella en tono confidencial—. ¡Oh, pero que muchacha tan desagradable ha traído Ebenezer! Parece que viniera desnuda.
Tommy miró hacia la mesa contigua y reconoció a la modelo Terry Nichols, que acompañaba a Ebenezer. Junto a ellos había un hombre pelirrojo que parecía examinarlo todo, en especial el pronunciado escote del ceñido vestido color salmón de Terry, que dejaba poquísimo a la imaginación.
—Es una modelo —informó lady Miranda—. Ebenezer la ha traído vestida así para incomodar a Alistair. No le ha sentado bien que Alex administre el laboratorio.
—Ya veo. ¿Y qué modela?
—Ropa interior —informó Tommy.
—¿Cómo se le ocurre a Ebenezer? Alex al menos ha buscado una muchacha discreta.
Tommy miró hacia Angel. Se veía preciosa con su vestido de varios miles de libras, diseñado por Valentino. La había peinado y maquillado un famoso estilista, realzando su belleza natural y dándole ese aire de inocencia seductora tan adorable en una novia.
—Angel es perfecta para Alex. Están muy enamorados —dijo convencido.
Y así era. Los novios brindaron mirándose a los ojos y cuando Alistair Andrew dirigió un pequeño discurso previo al brindis, su rostro resplandecía de orgullo.
—¿Quién es el hombre que está con Ebenezer? —preguntó Tommy.
—Es Edmund McAllister —informó lady Miranda—. Su familia vendió sus laboratorios a Alistair y hace un año, cuando murió su padre, se hizo cargo de su parte en el negocio.
—Ebenezer le vendió sus acciones —susurró lady Margaret.
Tommy asintió. No le gustaba el hombre. Vestía con mucha elegancia y sus ademanes eran más bien rebuscados. Su rostro rubicundo y su inquieta mirada evaluadora no le inspiraban confianza.
«Pero es atractivo —tuvo que reconocer a su pesar—. Tiene algo que atrae y repele al mismo tiempo. ¡Pobre Alex! Con un socio así tendrá muchos problemas para controlar el laboratorio. Además, es amigo de Ebenezer.»
Cuando comenzaron a traer la comida, Tommy olvidó a McAllister y comenzó a servirse un poco de todo. Al probar el caviar beluga ruso se acordó de Sasha y se entristeció, pero volvió a sonreír cuando Alex y Angel abrieron el baile con un vals.
—Alex tiene la misma edad que tenía Alistair cuando se casó con nuestra querida Frances —dijo lady Miranda—. Claro que en esos tiempos los jóvenes maduraban más rápidamente, querida.
—Pobre Alex —susurró lady Margaret—. Ha tenido que madurar muy deprisa. Después de su luna de miel, Alistair se retirará definitivamente. ¡Hasta le dejará Greenshaw Hall!
—¡No me digas, querida! ¿Y Ebenezer?
Tommy se desconectó un momento, pensando a su vez en los hermanos Andrew. Ambos tenían su atractivo, aunque Alex se parecía más a su madre, célebre belleza de los años cuarenta. Ebenezer había sacado el mentón cuadrado de Alistair y eso le daba cierta dureza a su rostro. Tenía también su contextura gruesa en contraste con la esbeltez de Alex, y se llevaban diez años.
«Es como un Alex envilecido —se dijo—. No me extraña que Alistair no quiera dejarle nada. Mientras que Alex transmite confianza, Ebenezer da la impresión de que vendería a su madre para obtener alguna ventaja.»
Sacudió la cabeza para alejar ese pensamiento, pero volvía una y otra vez. En realidad conocía muy poco de Ebenezer. Había sido una figura borrosa durante su infancia: el hermano mayor de Alex, siempre rodeado de guapas y llamativas mujeres, casi siempre actrices y modelos, fotografiado innumerables veces en eventos sociales. Lo había visto algunas veces en la casa de los Andrew, aunque el hombre siempre lo ignoraba.
Lo estudió, aprovechando sus perpetuas gafas de sol.
En ese momento reía diciéndole algo al oído a Terry y le hizo una seña a McAllister. Por un instante, Tommy imaginó una orgía de tres y se llevó un vaso de vino a los labios para disimular la risa.
La mirada de Ebenezer se posó sobre él unos momentos y luego recorrió la mesa para detenerse en la novia. Hizo un comentario y Terry rió.
Tommy agrió el gesto y apuró el vino, estudiando ahora a McAllister. El hombre había reído también del comentario de Ebenezer y su mirada seguía sobre la novia.
«La mira con avidez —pensó—. Como un lobo hambriento miraría a una oveja.»
—Hijo, ve a divertirte —dijo lady Miranda sonriéndole con complicidad—. Eileen Rodrick no ha dejado de mirarte. Es una muchacha de muy buena familia, le pediré a mi Jules que te la presente.
Los más jóvenes estaban saliendo hacia el Restaurante Mout, a dos minutos de camino, para poder bailar, mientras los mayores se retiraban a salones más tranquilos. Tommy se levantó para unirse a ellos.
—Gracias, lady Miranda. —Se inclinó y besó a ambas damas—. Lady Margaret… Buenas noches.