Detrás de la Lluvia (27 page)

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Authors: Joaquín M. Barrero

BOOK: Detrás de la Lluvia
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Con el paso de los días don Amador hizo a José Manuel muchas preguntas, aparentemente inocentes. Supieron así de su procedencia labriega y se sintieron satisfechos por el hecho de que hubiera decidido tomar los hábitos, lo que para ellos suponía una redención de su pasado.

—El seminario es para chicos de clase baja y humilde que no tienen posibilidades de superar su condición —dijo, indiferente a la impresión que sus palabras podían producir—. Como ha ocurrido a través de la historia, los plebeyos sólo tenían dos caminos para alzarse de su miseria original y conseguir fama y fortuna: la Milicia y la Iglesia. Hay, por supuesto, casos excepcionales como el de nuestro hijo Amador, que no pertenece al mundo pobre pero que sintió la llamada de Dios.

Estaban al completo en la bien nutrida mesa. José Manuel sintió todos los ojos clavados en él. Miró al hombre, que ocupaba la cabecera. Lo que acababa de decir no sólo era un tópico sino que indicaba su convencimiento de que el modelo de sociedad no debía ser cambiado.

—Supongo, don Amador, que cuando dice fama y fortuna en realidad quiere decir consideración y bienestar. Porque los que deciden tomar esos rumbos no lo hacen por destacar ni por enriquecerse sino para dedicar su vida a la defensa de la patria y del espíritu, según el caso.

El hombre le miró y esa vez fue él el objeto de la atención general.

—Así es exactamente. Eso es lo que quise decir —aceptó, sonriendo con frescura, lo que vino a reiterar en José Manuel la sensación de que los hombres de esa sociedad encumbrada eran realmente brillantes e invulnerables.

—En cualquier caso —matizó la bella dama— es muy bueno que haya jóvenes con vocación de sacerdocio como tú y mi Amador.

—Yo hago donación expresa a la Iglesia para atender varias becas del seminario de Valdediós —añadió el potentado—. Seguramente la tuya está cubierta por mí.

A José Manuel no le extrañó que hombre tan piadoso hiciera mención de su mecenazgo, pues entendía que enorgullecerse de sus buenas acciones entraba en los valores de esa clase. Pero sacarlo a colación en ese preciso momento indicaba que se había equivocado al catalogarle de invulnerable porque en realidad era de los que no aceptaban de buen grado correcciones a sus discursos. Simplemente había hecho una finta en espera de la ocasión propicia para saldar cuentas. Y es lo que estaba haciendo. Era claro que no debió de haberle hecho la apostilla.

—Pues él lo aprovecha bien —terció Amador, acudiendo en su ayuda y haciéndole un gesto de complicidad—. Como sabes hay varios niveles según resultados:
Meritus, benemeritus, valdemeritus
y
meritissimus
. No necesito decirte cuál es la nota que siempre obtiene.

—Mi marido, ahí donde le ves —dijo la señora—, fue seminarista hasta...

—El tercer curso de Latinidad —interrumpió el citado—. Mi padre se empeñó y daba bien en los estudios. Llegué a sacar hasta
valdemeritus
, pero tuve que salir porque otras cosas llamaban poderosamente mi atención —señaló, mirando de soslayo a una de las silenciosas criadas—. ¡Ah, esos días del seminario! Supongo que ahora es distinto porque sois más listos. Entonces éramos pocos, algunos totalmente onagros. Recuerdo un caso la mar de gracioso. Uno de los nuevos se perdió un día después del desayuno. Su cuidador le estuvo buscando por los claustros, los dormitorios, la iglesia y hasta en las cocinas. No aparecía. Dio la alarma y todos nos pusimos a mirar por todos lados, incluso en el Conventín, convencidos de que se había escapado. Lo encontramos en uno de los retretes. Forzaron la puerta y allí estaba, sentado en el cagadero. «Pero hom, llevamos mucho tiempo buscándote, ¿qué haces ahí sentado?» «Ye que olvidé el papel para secarme y no sé con qué lo hacer.» Uno de los profesores dijo: «¿Y para qué tienes la lengua, ho?», refiriéndose a que debió haber llamado. El chico contestó: «Ye que no me llega.»

Seguro que lo había contado más veces, pero era tan expresivo que todos subrayaron la anécdota con un coro de risas, con lo que el hombre se holgó de satisfacción al reiterar su experiencia en poner colofón a una conversación.

Aquella tarde, en la biblioteca, ambos amigos se encontraron solos.

—Perdóname, pero creo que debo marchar —dijo José Manuel—. Ya he abusado de vuestra generosidad y has hecho provecho en el estudio.

—Discúlpame tú por la metedura de pata de mi padre. El es así.

—No es eso. Es que...

—¿Te ofende la forma de vida de mi familia?

—No, pero no es la mía. Todos ven que soy un extraño.

—Eres un seminarista aventajado, de gran cultura, que nos das sopas con honda a todos. Mi madre y hermanas están locas por ti, sobre todo Loli. ¿Sabes qué me dijo el otro día? Que es una pena que vayas para cura. Olvídate de que eres un extraño.

—Tengo en gran estima y agradecimiento a la forma en que todos me tratan. Es sin duda el tiempo más feliz de mi vida. Lo recordaré porque es una vivencia ajena, diría que excepcional, a lo que el futuro me tiene proyectado; como una intromisión en un mundo al que nunca perteneceré.

—¿El determinismo o, finalmente, el camino que nos guía a Dios, aunque te resistas a aceptarlo?

—Ni una cosa ni otra. Creo en el libre albedrío aunque no me ha sido permitido ejercerlo, salvo en mi pensamiento. No es por ahí. Tengo la convicción de que sea cual sea mi porvenir nunca viviré de la forma que aquí lo hago.

—¿Sabes? Entré en el seminario sin vocación, uno de los planes de futuro concebidos por mi padre para mí. Luego he ido aceptando la vida sacerdotal. Creo que llegaré hasta el final. Por ello necesito que te quedes para que me ayudes a resistir la tentación diaria de esta vida tan cómoda. Por favor, quédate más tiempo.

No hubo de hacer gran esfuerzo para complacer a su amigo porque, a pesar de las reticencias expresadas, había un factor de especial poder de atracción que le facilitaba el permanecer en la casa. Ocurrió al segundo día de su estancia. En la tarde oyó unos sones musicales que le parecieron maravillosos. Se sintió atraído y acudió al lugar donde se producían. En uno de los grandes salones doña Dolores estaba tocando el piano. El había acariciado el viejo instrumento del convento, sin comparación con ese reluciente mueble de teclas brillantes que emitía sonidos tan puros que no era posible describir. Quedó parado a la entrada, temiendo que si se acercaba desaparecería el sortilegio. Ella le vio y le sonrió, sin dejar de tocar. En el tiempo invadido, observando a la dama en su concentración, supo en qué consistía la felicidad o, al menos, lo que podía parecérsele. Más tarde ella le dijo que se acercara. Lo hizo, aturdido por el encanto del momento donde se mezclaban la gracia de la mujer y la suave melodía que aún seguía danzando en su espíritu.

—¿Te gusta la música?

—No he tenido tiempo de apreciar sus efectos. En el seminario no... Bueno, me gusta lo que oigo en ocasiones pero lo que usted ha tocado es diferente. Nunca oí nada igual.

—Es música clásica, parte de la educación recibida.

—La que usted estaba tocando cuando llegué...

—¡Ah! Se llama
Coppelia
y es de un compositor francés, una de mis favoritas. Durante tu estancia me la oirás muchas veces. Suelo tocar un poco cada día a estas horas.

Y a partir de ese día José Manuel se sentaba en uno de los sillones a escuchar como espectador fiel lo que de las teclas extraían los dedos de la mujer. A veces el auditorio se ampliaba con la presencia de empingorotados familiares y amigos en edades varias que mantenían un respetuoso silencio y que, al término de la actuación, subrayaban su deleite con suaves aplausos.

La situación política y social había ido radicalizándose por semanas. En las calles hubo peleas sobre un fondo de huelgas y manifestaciones que parecían no tener fin. Pero de pronto el silencio se adueñó de la ciudad. Sumamente excitado, don Amador convocó a la familia una mañana.

—¡Han asesinado a Calvo Sotelo en Madrid! ¡Pistoleros socialistas, agentes del propio Gobierno!

José Manuel se mantenía apartado. Miró a su amigo, que expresó en su gesto el mismo desconcierto.

—¿Quién era Calvo Sotelo?

—¿Que quién era? Nada menos que el líder de los diputados de la derecha, un valiente que había sido amenazado de muerte por los socialistas en el mismo Congreso. Espero que este crimen no quede impune y que el Ejército salga de su marasmo para acabar con tanta ignominia.

A partir de entonces las casas de los principales barrios mantuvieron cerradas las ventanas, terrazas y balcones. Don Amador aconsejó a sus hijos no salir si no era absolutamente necesario y, de hacerlo, llevar el máximo cuidado.

Esa noche, mientras leía en su cama antes del sueño, José Manuel notó que la puerta de su cuarto se abría sigilosamente. A la luz tenue de la lamparilla vio a Loli, que le hacía un gesto de silencio con el dedo en la boca. Se cubría con una bata, que hizo deslizar al suelo una vez cerrada la puerta. Ninguna otra ropa tapaba su cuerpo. José Manuel creyó estar soñando. Ella parecía estar acostumbrada a esas situaciones porque se dio una vuelta como una modelo, buscando la excitación necesaria. Luego se dirigió a la cama e hizo intención de introducirse en ella. La luz resbaló sobre sus senos y resaltó la negrura de su pubis. José Manuel nunca había contemplado una mujer desnuda, ni siquiera en imágenes. Notó que se empalmaba velozmente y de forma distinta a lo experimentado de forma natural en cientos de veces. La dureza de su miembro era nueva y agobiante pero no hizo desfallecer su raciocinio. Algo desconocido le hizo saltar de la cama aterrorizado mientras hacía una seña a la mujer para que se detuviera. Lo que estaba pasando no era posible. ¿Qué prueba era ésa? Durante años le habían apercibido que el mayor pecado era el de la carne y que debía apartarse de su contacto en bien de culminar su camino hacia el sacerdocio. ¿Era un examen? Ella señaló su erección empujando el pijama.

—Tu cuerpo ansia metérmela. Nadie se enterará. Hagámoslo —dijo en un susurro.

—No, no... —dijo él, retrocediendo.

—¿En verdad que todavía no lo has hecho? Resolvámoslo ahora. Verás que es algo fantástico —añadió, avanzando hacia él y haciendo balancear hipnóticamente los senos.

—No, márchate, por favor.

—Me gustas desde que apareciste. No pasa nada por hacerlo. Eres un hombre como los demás —dijo, acorralándole. Su voz era escarcha fundiéndose en una boca anhelante—. Dios dispuso que tuviéramos la capacidad del placer sexual. Puedes follar y ser cura. No tiene nada que ver.

José Manuel se ahogaba. ¿Cómo era posible tal lenguaje en esa ilustrada joven? Hablaba empleando términos soeces y gestos obscenos impropios de lo que de su condición debía esperarse, como si el hacerlo le proporcionara un gozo anticipado. Cogió la bata y se la tendió.

—Por favor, por favor... Vete.

—Además, parece que se armará una buena. Quizá no haya otros momentos para el disfrute —argumentó, tocándose las partes erógenas con la mayor voluptuosidad.

¿Era Eva ofreciéndole la poma del árbol prohibido? José Manuel se dirigió a la puerta y la abrió. Loli la cerró y le bajó el pantalón del pijama, dejando al descubierto su órgano genital, pleno de exigencia y esclavitud. Lo agarró como si fuera un asa y, sin soltarlo, llevó a José Manuel a la cama, situándose encima y embriagándole de besos. El notó que todas sus defensas cedían. Con alguna frecuencia se sorprendía tratando de imaginar un cuerpo femenino desnudo pero nunca creyó que fuera tan perfecto y atrayente. En ocasiones se había preguntado cómo sería el contacto con una mujer. Antes de que la autocensura borrara las imágenes incluso había vislumbrado las formas de hacerlo. Pero lo de ahora era superior a su capacidad de asombro. Así, de sopetón, el manjar prohibido a su alcance, sin tiempo para meditar con sosiego la decisión a tomar. Ella metía su lengua en su boca y expertamente se introdujo el miembro sin demora. José Manuel notó que las lágrimas le acudían. Estaba dejándose hacer algo mil veces tildado de pecaminoso aunque ahora le llenaba de dudas por considerar que no debía de serlo tanto cuando tan gran placer producía. O acaso por ello. Unos momentos después estalló dentro de ella. Loli no se dio por aludida y, sin apartar el miembro de su interior, continuó con sus caricias hasta lograr de él una nueva erección. Y finalmente la segunda embriaguez inundó todos sus sentidos.

Tiempo después, una vez adormecido provisionalmente el deseo pero no la calma en su cabeza, José Manuel intentó analizar su situación. Llevaba muchos años ocupando una cama en soledad. Ahora tenía a su lado a una mujer desnuda con la que había quebrado su celibato. Siempre tuvo dudas sobre lo que hacer y acabó aceptando las decisiones de los demás. Pero en este caso, por encima de la culpa y lo que tendría que hacer por expiarla, notaba el agrado que la proximidad de ella le proporcionaba hasta el punto de que le hubiera gustado que ese momento se prolongara. Hacía calor y ambos tenían la piel húmeda. Vio una gota resbalar por uno de los senos de Loli. Tendió un dedo y la deshizo. Ella puso una mano encima y él se encontró apretando la poma tierna y subyugante.

—No quiero que te mortifiques —susurró en su oído—. Sé que pensarás mucho sobre ello, como yo la primera vez. Espero que la consecuencia que obtengas sea positiva porque es algo natural y lo natural no es malo.

—En este momento pienso en tus padres. He vulnerado su confianza.

—Mi padre tiene una querida en Madrid. Por eso va tanto allí. Y aquí se lo hace con las criadas.

—No es posible, teniendo una mujer tan bella.

—Así son las cosas. En cuanto a mis hermanos, zorrean lo que pueden con las amigas, que no se chupan el dedo. En sus mesillas he visto preservativos, que no sé de dónde los sacan porque son de venta prohibida. Pero con dinero todo es posible. Es la sociedad hipócrita que tenemos en Oviedo. —Le miró y sonrió—. No te preocupes, no quedaré embarazada. Tomé mis precauciones. Soy una buena estudiante de farmacia. —Se permitió una pausa—. Me considero afortunada. Debo reconocer que ahora vivo con lo mejor de dos mundos: el dinero de papá y la libertad de Madrid.

—Supongo que te referirás a algo más que tener vía libre para...

—Supones bien. La libertad es el fundamento de la felicidad. Madrid no es Sodoma, ni mucho menos. Es poder ir de un sitio a otro sin restricciones, reunirte con quien quieras, expresarte sin tapujos, entrar sola a un bar o un cine igual que los hombres, no temer a la policía... También, claro, si te apetece un chico...

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