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Authors: Michael Crichton

Tags: #Aventuras

Devoradores de cadáveres (10 page)

BOOK: Devoradores de cadáveres
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Hacia mediodía, la mujer llamada el ángel de la muerte
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vino y arrojó al suelo unos huesos, sobre los cuales hizo unas invocaciones cantadas y después anunció que la niebla volvería aquella noche. Al oír esto Buliwyf ordenó que cesara todo el trabajo y que se preparase un gran banquete. Todo el mundo obedeció y dejó sus actividades. Pregunté a Herger cuál podía ser el objeto del banquete, pero él repuso que le hacía demasiadas preguntas. Es verdad, también, que mi pregunta fue inoportuna, ya que en aquel momento Herger dirigía sus atenciones a una esclava rubia que le brindaba sonrisas cálidas.

Al anochecer, Buliwyf congregó a todos sus guerreros y les dijo:

—Prepárense para un combate —y todos recibieron la orden y se desearon mutua suerte, mientras a nuestro alrededor se hacían los preparativos para el banquete.

El banquete nocturno fue muy semejante al de la noche anterior, aunque estaba presente un número menor de los nobles y señores de Rothgar. En verdad me enteré de que muchos de los nobles se habían negado a asistir por temer lo que podría suceder en la fortaleza de Hurot aquella noche. Según parecía, el lugar era el centro del interés del demonio en la zona, o bien codiciaba la fortaleza, o algo semejante. No pude captar bien el sentido.

No me divertí durante el banquete a causa de la aprensión que me inspiraba lo que podría suceder a corto plazo. No obstante ello, ocurrió el episodio siguiente: uno de los nobles de cierta edad hablaba latín y también algunos de los dialectos ibéricos por haber viajado a la región del califato de Córdoba cuando era más joven y yo trabé conversación con él. En estas circunstancias fingí poseer conocimientos que en realidad no tenía, como se verá.

El noble me habló en estos términos:

—¿De modo que tú eres el extranjero que hará el número trece?

Respondí afirmativamente.

—Debes ser en extremo valiente —dijo el anciano— y te saludo por tu valor.

Di alguna respuesta trivial a esto, en el sentido de que yo era sólo un cobarde en comparación con los miembros del séquito de Buliwyf, lo cual no era más que la verdad.

—No importa —dijo el viejo, quien estaba ya bastante embriagado, por haber bebido el aguardiente de la región, una sustancia repugnante que llaman hidromiel, y es muy potente—, tienes que ser un hombre de gran valor para hacer frente al
wendol
.

Intuí entonces que había llegado el momento de enterarme de algunos puntos concretos. Repetí al viejo un dicho de los nórdicos que Herger me había mencionado una vez: «Los animales mueren, los amigos mueren, y yo moriré, pero una cosa nunca muere, y es la reputación que dejamos detrás al morir».

El viejo echó a reír mostrando una boca desdentada al oír esto. Le agradó ver que conocía el proverbio nórdico, y dijo entonces:

—Así es, pero el
wendol
también tiene su reputación.

A lo que repuse con la mayor indiferencia:

—¿Sí? No lo sabía.

El viejo dijo que como era extranjero consentiría en informarme en cuanto al
wendol
, y me dijo lo que sigue:

—El nombre de
wendol
o Windon es muy antiguo, tan antiguo como cualquiera de los pueblos de las regiones del Norte, y quiere decir «la niebla negra». Para los nórdicos significa una niebla que trae consigo, bajo la protección de la noche, a unos demonios negros que asesinan y matan y comen la carne de los seres humanos.
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Son velludos y asquerosos al tacto y al olfato. Son feroces y astutos. No hablan lenguaje conocido por ningún hombre y sin embargo hablan entre ellos. Vienen con la niebla de la noche y desaparecen con el día, donde no hay nadie que ose seguirlos.

El viejo me dijo asimismo:

—Puedes conocer las regiones donde habitan los demonios de la niebla negra de muchas maneras. De vez en cuando, algunos guerreros a caballo pueden cazar un ciervo con perros, persiguiéndolo por colinas y valles a través de kilómetros de bosques y de terreno abierto. A continuación el ciervo llega a algún lago pantanoso de montaña, o una ciénaga de aguas amargas y allí se detendrá, ya que prefiere que los galgos lo hagan pedazos a entrar en aquella región abominable. De este modo nos enteramos de las zonas donde viven los
wendol
y sabemos que ni aun los animales osan entrar en ellas.

Manifesté un asombro exagerado ante estas noticias con el objeto de arrancar más información al viejo. En aquel momento me vio Herger y me dirigió una mirada amenazadora, pero fingí no reparar en él.

El viejo prosiguió:

—En época lejana la niebla negra era temida por todos los nórdicos de todas las regiones. Desde la de mi padre y el padre de mi padre y el padre de éste, ningún nórdico vio nunca la niebla negra y algunos de los guerreros jóvenes contaban con que nosotros, viejos tontos, recordásemos las antiguas leyendas de sus horrores y depredaciones. Sin embargo, los jefes de los nórdicos en todos los reinos, aun en Noruega, siempre han vivido preparados para el retorno de la niebla negra. Todas nuestras poblaciones y nuestras fortalezas están protegidas y defendidas en el lado de tierra firme. Desde los tiempos del padre de mi abuelo nuestras gentes han procedido de este modo y nunca hemos visto a la niebla negra. Ahora, no obstante, ha vuelto.

Pregunté qué les hacía suponerlo, y bajando la voz, él me dio su respuesta:

—La niebla negra ha vuelto a causa de la vanidad y la debilidad de Rothgar, quien ha ofendido a los dioses con su tonto esplendor y tentado a los demonios con la colocación de su gran fortaleza, que carece de protección en el costado sobre tierra firme. Rothgar es viejo y sabe que no será recordado por batallas libradas y ganadas, y por ello construyó este espléndido edificio, comentario de todo el mundo y que halaga su vanidad. Rothgar actúa como un dios, a pesar de ser un hombre, por lo cual los dioses han enviado a la niebla negra para que caiga sobre él y le enseñe la humildad.

Dije a este anciano que tal vez no amaban a Rothgar en el reino. Me respondió entonces:

—Ningún hombre es tan perfecto que esté libre de todo defecto, ni tampoco tan malvado que no valga nada. Rothgar es un rey justo y durante su reinado todos han prosperado. La sabiduría y opulencia de su gobierno residen en esta fortaleza, y son espléndidas. Su único defecto consiste en haber olvidado la defensa, ya que tenemos un proverbio que dice: «Ningún hombre debe alejarse un solo paso de sus armas». Rothgar no tiene armas. Tampoco tiene dientes y es débil. La niebla negra, en fin, se filtra con toda libertad sobre nuestra tierra.

Quise saber más, pero el viejo estaba fatigado y se apartó de mí durmiéndose poco después. En verdad la comida y la bebida servidas por la hospitalidad de Rothgar eran abundantes y muchos de los nobles y señores congregados se mostraban somnolientos.

De la mesa de Rothgar diré lo siguiente: que cada comensal tenía su mantel y su plato, además de cuchara y cuchillo, que la comida consistía en cerdo y cabra hervidos, además de pescado, pues los nórdicos prefieren las carnes hervidas a las asadas. Había, además, repollos y cebollas en abundancia y manzanas y avellanas. Me dieron por último una carne algo dulce y muy suculenta que no había probado yo hasta entonces. Según me dijeron era carne de alce o de reno.

La horrible bebida llamada hidromiel está hecha de miel fermentada. Es el líquido más agrio, más negro y más repugnante que haya inventado jamás nadie, y con todo es tan potente como cualquiera de las bebidas que se conocen. Bastan unos pocos sorbos para que el mundo comience a girar. Por suerte yo no bebí, loado sea Alá.

Advertí en aquel momento que Buliwyf y su séquito no bebían aquella noche o bien bebían con gran moderación y que Rothgar no vio en ello un insulto, sino que lo consideró más bien como algo esperado. No había viento. Las velas y lumbre en el recinto de Hurot no se movían, pero estaba muy húmedo y frío. Pude ver con mis propios ojos que afuera la niebla llegaba en grandes olas desde las colinas y que bloqueaba la luz plateada de la luna, vistiendo todo de tinieblas.

Al avanzar la noche, Rothgar y su reina se retiraron a dormir y las macizas puertas de Hurot fueron cerradas con barras y cerrojos, mientras los nobles y señores que aún quedaban allí caían todos en un sopor de embriaguez y roncaban con estrépito.

Buliwyf y sus hombres, vestidos aún con sus armaduras, recorrieron entonces el recinto, apagando las velas y cuidando la lumbre para que ardiera con poca intensidad. Pregunté a Herger qué quería decir esto y me dijo que rogara por mi vida y fingiera dormir. Me dieron un arma, una espada corta, que no me consoló mucho, ya que no soy guerrero, y lo sé muy bien.

En verdad todos los hombres fingieron dormir y Buliwyf y sus súbditos se tendieron junto a los cuerpos dormidos de los señores del rey Rothgar, quienes roncaban de verdad. No sé cuánto tiempo esperamos, pues creo haber dormido algo yo mismo. De pronto me desperté del todo con una rapidez que no era natural. No me sentía ya somnoliento, sino repentinamente tenso y despierto, tendido aún como estaba sobre una piel de oso en el suelo del gran recinto. Reinaba la oscuridad. Las velas apenas ardían y una leve brisa murmuraba y agitaba las llamas amarillas.

Oí entonces un ruido sordo, como un gruñido, semejante al de un cerdo que hurga el suelo y que me llegó con la brisa y al mismo tiempo percibí un olor fétido como el de un cadáver que está en descomposición desde hace un mes y sentí gran temor. Aquel sonido de cerdo, ya que no puedo darle otro nombre, aquel gruñido, jadeo, resuello, se volvió más y más fuerte y más excitado. Provenía de fuera, de un costado de la fortaleza. En seguida llegó el mismo ruido de otro costado y luego del siguiente. La verdad es que estábamos rodeados.

Me apoyé sobre un codo, con el corazón en la boca, y miré a mi alrededor. Nadie entre los guerreros dormidos se movió, aunque allí estaba Herger con los ojos muy abiertos. Y también estaba allí Buliwyf, dejando escapar fuertes ronquidos, pero con los ojos igualmente abiertos. Esto me hizo deducir que todos los guerreros de Buliwyf aguardaban para librar batalla con los
wendol
, cuyos ruidos rasgaban el aire ya.

Por Alá, no hay terror más grande que el de un hombre que ignora su causa. ¡Cuánto tiempo permanecí tendido sobre la piel de oso, escuchando los gruñidos de los
wendol
y oliendo su asqueroso hedor! ¡Cuánto tiempo aguardé no sé qué, el comienzo de un combate más terrible en perspectiva que lo que podría ser en la realidad! Recordé esto, que los nórdicos tienen palabras de elogio que suelen grabar en las tumbas de sus nobles guerreros y que dicen: «No huyó de la batalla». Nadie en el séquito de Buliwyf huyó aquella noche, a pesar de estar todos rodeados por el ruido y el hedor, a veces más intensos, a veces más débiles, a veces de una dirección, a veces de otra. Con todo, seguían esperando.

Llegó entonces el momento más temido. Cesaron todos los ruidos. Hubo un silencio total, salvo los ronquidos de los hombres y el ligero crujido del fuego.

Y entonces sobrevino el violentísimo embate contra las sólidas puertas del hall de Hurot y las puertas se abrieron con violencia, y un hálito de aire pestilente hizo apagar todas las luces, entrando la niebla negra en el recinto. No conté cuántos eran, pero la verdad es que parecían ser millares de siluetas negras y jadeantes, a pesar de que quizá no eran más de cinco o seis figuras enormes y negras que apenas parecían hombres, aunque a la vez tenían forma de hombres. El aire apestaba a sangre y muerte. Sentí un frío indescriptible y me estremecí. Nuestros guerreros seguían inmóviles.

De pronto, con un alarido aterrador capaz de despertar a los muertos, Buliwyf se incorporó de un salto y con ambos brazos agitó la gigantesca espada Runding, que silbó como una llama chisporroteante al cortar el aire. Y sus guerreros se levantaron a un mismo tiempo y todos se unieron a la batalla. Los gritos de los hombres se mezclaban con los gruñidos de cerdo y con los olores de la niebla negra y en Hurot hubo terror y confusión y un gran destrozo y destrucción.

En cuanto a mí, no tenía estómago para luchar, pero con todo me atacó uno de estos monstruos de la niebla, que al acercarse casi junto a mí, me permitió ver ojos relucientes inyectados en sangre, en verdad ojos que relucían como ascuas, así como oler el hedor nauseabundo y me sentí levantado en el aire y arrojado a través del recinto como un guijarro lanzado por un niño. Al golpear mi cuerpo la pared caí al suelo, donde permanecí desvanecido un tiempo, hasta tal punto que todo lo que me rodeaba se volvió muy confuso.

Recuerdo con toda claridad el contacto de estos monstruos, especialmente el aspecto velludo de sus cuerpos, por cuanto estos monstruos de la niebla tienen pelo tan largo y tan espeso como el de un perro, que les cubre todo el cuerpo. Recuerdo asimismo el aliento fétido del monstruo que me arrojó lejos.

Cuánto tiempo duró la batalla no sé decirlo, pero terminó de forma súbita, instantánea. Y entonces la niebla negra se retiró con paso cauteloso, gruñendo y apestando, sin aliento, dejando tras ella una destrucción y muerte impresionante.

He aquí el resultado de la batalla: De los hombres de Buliwyf había tres muertos: Roneth y Haiga, ambos señores, y Edgtho, un guerrero. Al primero le habían desgarrado el pecho; al segundo le habían quebrado la columna vertebral; al tercero le habían arrancado la cabeza en la forma que había visto yo ya con anterioridad. Todos estos guerreros estaban muertos.

Había otros dos heridos, Haltaf y Rethell. Haltaf había perdido una oreja y Rethell dos dedos de la mano derecha. Ninguno de los dos estaba mortalmente herido, de manera que no se quejaban, pues es costumbre de los nórdicos soportar las heridas de la batalla con entereza y agradecer sobre todo el haber conservado la vida.

En cuanto a Buliwyf y Herger y el resto, estaban empapados en sangre como si se hubiesen bañado en ella. Diré ahora algo que muchos no creerán. Sin embargo, es verdad. Nuestros hombres no mataron a ninguno de los monstruos de la niebla. Todos ellos habían huido arrastrándose, algunos heridos de muerte, tal vez. A pesar de todo, escaparon.

Herger habló en estos términos:

—Vi a dos de ellos llevarse a un tercero, muerto.

Tal vez sucedió así, ya que en general todos dieron crédito a esto. Me enteré entonces de que los monstruos de la niebla nunca dejan a ninguno de sus miembros entre la sociedad de los hombres y que, por el contrario, son capaces de correr riesgos extremados para rescatarlos de la vista de los hombres. Son capaces, además, de hacer cualquier cosa para conservar la cabeza de una víctima, y por ello no pudimos encontrar la de Edghto en ninguna parte. Los monstruos se la habían llevado.

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