Devoradores de cadáveres (11 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Aventuras

BOOK: Devoradores de cadáveres
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Entonces habló Buliwyf, y Herger me tradujo:

—Miren todos, he conservado un trofeo de los sangrientos hechos de esta noche. Pueden ver aquí el brazo de uno de los demonios.

En efecto, Buliwyf levantó el brazo de uno de los monstruos de la niebla cortado a la altura del hombro por la gran espada Runding. Todos los guerreros se congregaron para examinarlo. He aquí lo que yo vi: Era en apariencia un brazo pequeño, con una mano anormalmente grande. En cambio el brazo y el antebrazo no concordaban con ella, a pesar de ser musculosos. Toda la superficie estaba cubierta de pelo espeso y enmarañado, salvo la palma de la mano. Debo señalar, en fin, que el brazo apestaba como el resto de aquellas bestias, con el hedor fétido de la niebla negra.

En aquel punto todos los guerreros vitorearon a Buliwyf y a su espada Runding. Colgaron entonces el brazo del monstruo de una de las vigas del gran hall de Hurot para que fuese admirado por todos los habitantes del reino de Rothgar. Así terminó la primera batalla con los
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.

Hechos que siguieron a la primera batalla

En verdad, las gentes de las tierras del Norte nunca actúan como seres humanos que razonan y tienen sentido común. Después del ataque de los monstruos de la niebla y de su rechazo por los hombres de Buliwyf, entre los cuales me contaba yo, los del reino de Rothgar no hicieron nada.

No hubo festejos, ni festines, ni regocijo, como tampoco ningún despliegue de alegría. Desde los confines del reino llegaban los súbditos para admirar el brazo colgante del demonio, suspendido en el gran hall, y expresaron gran asombro y extrañeza. En cambio, Rothgar, aquel anciano casi ciego, no manifestó ningún placer ni entregó a Buliwyf y sus hombres regalos, ni le ofreció festines, esclavos, plata, ropas lujosas u otros símbolos de honores.

En lugar de dar muestras de agrado, el rey Rothgar tenía la cara larga y se mostró muy solemne. En apariencia, tenía más miedo aún que antes. Por mi parte, aunque no lo dije en voz alta, sospeché que Rothgar prefería la situación anterior al momento en que fue derrotada la niebla negra.

Tampoco había cambiado Buliwyf en su actitud. No pidió ceremonias, fiestas, bebida ni comida. Los nobles que habían muerto con valentía durante la batalla de la noche fueron colocados en seguida en fosas techadas con madera y dejados allí durante diez días. Había cierta prisa en realizar esta tarea.

Sin embargo, fue sólo en esta ceremonia de sepultar a los guerreros muertos cuando Buliwyf y sus compañeros se mostraron contentos o se permitieron sonreír. Pasado un tiempo mayor entre los nórdicos aprendí que siempre sonríen ante cualquier muerte ocurrida en la batalla, ya que tal placer se refiere al muerto y no a la gente que vive aún. Se sienten complacidos con la muerte de un guerrero. También creen en lo contrario, es decir, que expresan pesar cuando alguien muere durante el sueño o en su lecho. Se expresan sobre estos hombres en los siguientes términos: «Murió como una vaca en el pesebre». No es un insulto, pero sí un motivo para lamentar la muerte.

Los nórdicos creen que la forma en que muere un hombre determina su condición en la vida del más allá, y sobre todo aprecian la muerte de un guerrero en plena batalla. Una muerte «tendido en la paja» es vergonzosa.

Se dice de cualquier hombre que muere durante el sueño que ha sido estrangulado por la «maran» o yegua de la noche. Este ser es una mujer, lo cual da el carácter de vergonzoso a la muerte, pues morir a manos de una mujer es la más degradante de las muertes.

Afirman asimismo que morir desarmado es degradante. El guerrero nórdico duerme, pues, siempre con sus armas, de modo que si llega la «maran» durante la noche tendrá sus armas a mano. Rara vez muere un guerrero de alguna enfermedad o a causa de los achaques de la vejez. Oí hablar de un rey llamado Ane, quien alcanzó una edad tal que se volvió como un niño, sin dientes y alimentado con los alimentos propios de un niño de corta edad y pasaba todos sus días en cama, bebiendo leche de un cuerno. Sin embargo, esto me fue contado como algo muy poco frecuente en las tierras del Norte. Con mis propios ojos vi sólo unos pocos hombres que habían llegado a la ancianidad. Quiero significar por ancianidad el período en el cual la barba no sólo es blanca, sino que comienza a caerse.

Muchas de sus mujeres alcanzan una edad avanzada, especialmente las que tienen funciones como las de la vieja bruja que llamaban el ángel de la muerte. Se cree que estas mujeres poseen poderes mágicos para curar heridas, echar sortilegios, ahuyentar las influencias maléficas y predecir sucesos futuros.

Las mujeres de los pueblos del Norte no riñen entre ellas y a menudo las vi interceder en una disputa o duelo entre dos hombres para contener la ira cada vez mayor. Hacen esto en especial cuando los guerreros se encuentran abotargados y confusos por la bebida. Ello ocurre a menudo.

Ahora bien, los nórdicos, tan aficionados a beber, y a beber a cualquier hora del día o de la noche, no bebieron nada al día siguiente de la batalla. Muy pocas veces les pasó Rothgar la copa, y cuando lo hizo se la rechazaron. Hallé esto sumamente curioso y se lo mencioné por fin a Herger.

Herger se encogió de hombros con el gesto típico de los nórdicos para expresar despreocupación o indiferencia.

—Todos tienen miedo —dijo.

Pregunté por qué habrían de tener aún motivos para temer. Herger repuso:

—Es porque saben que la niebla negra volverá.

Debo admitir aquí que sentía en aquel momento la arrogancia de un guerrero, a pesar de que en verdad sabía bien que no me correspondía adoptar tal actitud. A pesar de ello, me sentía regocijado por haber sobrevivido y, por otra parte, la gente de Rothgar me acordaba el tratamiento de miembro de un grupo de valerosos guerreros. Con gran osadía dije:

—¿A quién le preocupa eso? Si vuelven, los derrotaremos por segunda vez.

Diré que me mostré más vanidoso que un pavo real y me avergüenzo ahora al recordar cómo me daba aires entonces. Herger respondió:

—El reino de Rothgar no cuenta con guerreros o nobles capaces de luchar. Hace mucho que murieron todos y nosotros debemos defender el reino sin ayuda. Ayer éramos trece y hoy somos diez, y de estos diez dos están heridos y no pueden pelear como hombres enteros. La niebla negra está enfadada y se tomará una venganza terrible.

Manifesté a Herger, quien había sufrido unas heridas de menor cuantía en la refriega, aunque nada tan desagradable como las marcas de garras en mi propio rostro y que yo exhibía con orgullo, que no tenía el menor temor de lo que pudiesen hacer los demonios. Herger repuso lacónicamente que yo era árabe y no comprendía nada de las costumbres en las tierras del Norte, repitiendo que la venganza de la niebla negra sería terrible y completa.

—Volverán —dijo—, como Korgon.

No sabía yo qué quería decir aquella palabra.

—¿Qué es Korgon? —pregunté. Herger me dijo:

—Es el dragón luciérnaga, que se lanza sobre la gente desde el aire.

Aquello parecía en verdad descabellado, pero yo había visto ya los monstruos marinos, ni más ni menos como ellos afirmaban que vivían en el mar, y observé además la expresión tensa y fatigada de Herger, aparte de haber percibido que creía en la existencia del dragón luciérnaga.

—¿Cuándo vendrá Korgon? —quise saber.

—Tal vez esta noche.

En verdad estaba aún hablando Herger cuando vi que Buliwyf, a pesar de no haber dormido en toda la noche y tener los ojos enrojecidos y pesados de cansancio, estaba dirigiendo una vez más la construcción de las defensas alrededor de la fortaleza de Hurot. Todos los habitantes del reino estaban trabajando, inclusive los niños, las mujeres y los viejos, así como los esclavos, bajo la dirección de Buliwyf y su lugarteniente Etchgow.

He aquí lo que hicieron: En el perímetro de Hurot y de los edificios adyacentes, las viviendas del rey Rothgar y de algunos de sus nobles, las toscas chozas de los esclavos de estas familias y algún que otro granjero que vivía cerca del mar, en todo este sector, Buliwyf levantó una especie de cercado hecho con lanzas cruzadas y palos con puntas bien afiladas. Este cercado no era más alto que el hombro de un hombre, y si bien las puntas eran afiladas y amenazadoras, yo no alcanzaba a comprender qué valor podrían tener como defensas, ya que los hombres podrían escalar el cercado con facilidad.

Hablé de ello a Herger, pero me llamó un árabe tonto. Herger estaba de pésimo humor.

Se construyó después una defensa exterior que consistía en un foso fuera del cercado, a un paso y medio de distancia. Este foso era muy extraño. No era profundo, ya que no tenía más profundidad que la altura de las rodillas y en tramos tenía aún menos. No estaba cavado de manera uniforme, y en ciertos puntos era de poca profundidad y en otros más hondo, formando pequeños pozos. En algunos puntos había además lanzas cortas clavadas con la punta hacia arriba.

No alcanzaba a comprender el posible valor de este foso más que el del cercado, pero no quise preguntar nada más a Herger, sabedor del mal humor que tenía. En lugar de hacer preguntas me dediqué a ayudar en los trabajos tan bien como podía, deteniéndome sólo una vez para tomar a una mujer esclava en el estilo de los nórdicos, ya que con todo el movimiento de la noche de batalla y los preparativos del día me sobraban las energías.

Quiero mencionar aquí que en el curso de mi viaje con Buliwyf y sus guerreros por las aguas del Volga, Herger me había hablado de ciertas mujeres desconocidas de quienes, especialmente si eran bonitas o seductoras, se debía desconfiar. Me dijo que en el interior de los bosques y en los lugares remotos de las tierras del Norte vivían mujeres llamadas del bosque. Estas mujeres atraen a los hombres con su belleza y con la dulzura de sus palabras, pero cuando un hombre se aproxima a ellas, descubre que son huecas en la parte posterior y además apariciones. Entonces las mujeres del bosque hacen presa de un sortilegio al hombre seducido y éste se convierte en su cautivo.

En efecto, Herger me había advertido en estos términos, y debo decir con verdad que me aproximé a esta mujer esclava con gran aprensión, porque no la conocía. Le palpé la espalda con una mano y ella se echó a reír. Sabía por qué la había tocado, porque quería estar seguro de que no era un fantasma del bosque. En aquel momento me sentí un tonto y me maldije por haber creído en una superstición pagana. He descubierto, no obstante, que si todos cuantos rodean a uno creen algo en particular, muy pronto uno mismo se sentirá tentado a compartir la misma creencia. Así sucedió en mi caso.

Las mujeres de los pueblos nórdicos son tan blancas como los hombres y también de gran estatura, hasta el punto de la que la mayoría de ellas me miraban por encima de mi cabeza. Tienen ojos azules y llevan el cabello muy largo, aunque éste es muy fino y se enreda con facilidad. Para evitarlo se lo arrollan alrededor del cuello y de la cabeza. Para sostenerlo han inventado toda clase de horquillas y alfileres de plata o de madera ornamentada. Esto constituye su principal adorno. Además la mujer del hombre rico lleva collares hechos con cadenas de oro y de plata, como he dicho con anterioridad. Asimismo son aficionadas las mujeres a los brazaletes de plata, en forma de dragones o serpientes, que llevan en el brazo entre el codo y el hombro. Los diseños de los nórdicos son intrincados y entrelazados, como si pretendieran representar la trama de las ramas de los árboles o bien serpientes. Todos estos diseños son de una gran belleza.
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Se consideran los nórdicos jueces perspicaces de la belleza femenina. La verdad es, sin embargo, que todas sus mujeres aparecían a mis ojos famélicas, con cuerpos llenos de ángulos y pómulos muy salientes. Tales cualidades son apreciadas y elogiadas por los nórdicos, aunque una mujer de éstas nunca atraería la menor mirada en la Ciudad de la Paz, sino que, por el contrario, no sería considerada con mejores ojos que un perro hambriento con costillas visibles. Las mujeres nórdicas tienen ni más ni menos costillas como las que he descrito.

No sé por qué las mujeres son tan delgadas, ya que comen con glotonería y tanto como los hombres, y, con todo, no se les cubre el cuerpo de carne.

Tampoco muestran las mujeres ninguna diferencia ni tienen una conducta recatada. Nunca llevan velo y hacen sus necesidades en lugares públicos cada vez que tienen ganas de ello. Igualmente suelen provocar con gran osadía a cualquier hombre que les agrade como si ellas fueran los hombres. Por su parte, los guerreros nunca les reprenden por esta conducta. Lo mismo ocurre aun cuando la mujer es una esclava, ya que, como he dicho antes, los nórdicos son sumamente bondadosos y tolerantes con sus esclavos, especialmente con las mujeres.

Al avanzar el día pude ver con claridad que las defensas de Buliwyf no quedarían terminadas hasta la puesta del sol. Me refiero al cerco de postes y al foso de poca profundidad. Buliwyf también lo comprendió y llamó al rey Rothgar, quien hizo comparecer a la vieja bruja. Esta vieja, muy marchita y con una barba como un hombre, mató una oveja y esparció las entrañas
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por el suelo. Siguió a esto una especie de cántico monótono que duró mucho tiempo y que involucraba muchas súplicas elevadas al cielo.

Me abstuve también esta vez de preguntar nada a Herger, porque seguía de mal humor. En lugar de hacer esto me limité a observar a los otros guerreros de Buliwyf, que miraban en dirección al mar. El océano estaba gris y agitado, el cielo de color plomo, y soplaba una fuerte brisa hacia tierra firme. Esto satisfizo a los guerreros y adiviné la razón de ello. Una brisa del océano hacia la tierra impediría que cayera la niebla desde las colinas. Así era.

Al caer la noche se interrumpió el trabajo en las defensas, y con mi consiguiente perplejidad Rothgar celebró otro banquete de espléndidas proporciones. Toda aquella noche, según pude presenciar, Buliwyf y Herger y todos los otros guerreros bebieron copiosas cantidades de hidromiel y se divirtieron como si no tuvieran la menor preocupación en el mundo, además de someter a las esclavas antes de hundirse todos en un sueño soporífero y ruidoso.

Me enteré, en fin, de lo siguiente: cada uno de los guerreros de Buliwyf había elegido entre las esclavas una que les gustaba especialmente, si bien ello no implicaba excluir a las otras. Herger me dijo entonces de la mujer que había elegido: «Morirá conmigo, si es preciso». De estas palabras inferí que cada uno de los guerreros de Buliwyf había elegido una mujer que moriría con él en la pira funeraria y que trataba a esta mujer con mayor cortesía y consideración que a las otras, ya que eran extranjeros en la región y no contaban con esclavas propias a las cuales pudiesen ordenar hacer su voluntad.

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