Don Alfredo (53 page)

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Authors: Miguel Bonasso

Tags: #Relato, #Intriga

BOOK: Don Alfredo
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Dos días antes del ataque a la periodista de
La Prensa,
los "vigiladores" de Bridees que montaban guardia en la Mansión del Águila habían atacado a pedradas a una cronista y a un fotógrafo de la revista
Gente.
Dos meses más tarde, el 10 de enero de 1995, se produjo "el incidente Boyler", que daría origen a una causa judicial en Dolores, por la cual Alfredo Yabrán pudo también ir a la cárcel, el mismo día que Macchi lo citó, presumiblemente para indagarlo y dictarle la preventiva en la causa Cabezas. Ese día, a las nueve de la mañana, el cronista de Telefé Jorge Penin y el camarógrafo que lo acompañaba intentaban tomar vistas externas del chalet Narbay en Pinamar, cuando un Ford Falcon con dos sujetos a bordo se les tiró encima y casi los aplasta. Los enviados del canal corrieron hacia su propio vehículo para emprender la huida. El Falcon les golpeó el paragolpes trasero de la camioneta Fiorino en que viajaban y los empujó unos ochenta metros, tratando de que se estrellaran contra una casa de la vecindad. Los periodistas lograron zafar y huyeron hacia la avenida Bunge, en busca de la comisaría. Entonces comenzó una persecución cinematográfica por el centro de Pinamar. Y, a plena luz del día, los custodios, aparentemente con un fusil de aire comprimido, dispararon contra la Fiorino, destrozándole los vidrios. Uno de ellos era el custodio de Bridees Claudio Boyler. Los periodistas, en este caso, resultaron ilesos. Pero aquí ya no podía hablarse de arranques de malhumor sino de una metodología bien conocida en la Argentina.

El 23 de agosto de 1995 fue el Día D en la guerra de Cavallo contra Yabrán. Esa tarde el Ministro de Economía concurrió a la Cámara de Diputados para contestar preguntas de los legisladores que debían debatir la cuestionada Ley de Correos sancionada por el Senado. Su participación, en realidad, relegó el debate del proyecto y se convirtió en una virtual interpelación que se extendió durante once horas. Para asombro de varios de sus colaboradores, el Ministro tomó jarras y jarras de agua sin levantarse ni una sola vez a orinar. El desembarco estuvo precedido por una serie de escaramuzas periodísticas en los días previos y por una conferencia de prensa, en la víspera, donde Cavallo le tiró a Yabrán con artillería gruesa. El Presidente, para no quedar "pegado" a la mafia, ordenó a su amigo el procurador Ángel Agüero Iturbe que iniciara una investigación. Si la intención no era la de siempre —investigar para que no se descubra nada—, Iturbe no era el hombre más indicado: pertenecía al núcleo riojano que Cavallo consideraba
lobbista
del
Cartero
y en 1991 había sido apoderado de Skycab, una de las empresas que, según Cavallo, pertenecían al Grupo.

También hubo una negociación secreta, donde el
Flaco
maquiavélico prometió que el bloque justicialista no lo atacaría y
Mingo
se comprometió, a su vez, a no demoler a hombres cercanos al Presidente que tenía fichados como "amarillos". Con Menem no se vieron en toda la semana previa a la comparecencia. Desde el trono bajaron señales contradictorias. El jefe del bloque justicialista Jorge Matzkin diría después que Menem le había dado la orden de hacer aprobar la ley del Correo. Sin embargo, cuando Erman González, que entonces era diputado, intentó que el cuerpo tratara primero el proyecto y luego escuchara al Ministro, fue disuadido por el presidente de la Cámara, Alberto Pierri, que no quería nada al incómodo visitante pero temía que una desconsideración de semejante calibre desbocara a Cavallo, con desastrosas consecuencias para el oficialismo. Entre el debate del Senado y la maratónica jornada en Diputados, había ocurrido un hecho decisivo: Menem fue reelegido en mayo con más del 50 por ciento de los votos y comenzó a pensar que el garante de la estabilidad era él y no Cavallo. Otro técnico podría sustituirlo. A comienzos de agosto, cuando se enteró de que
Mingo
se había visto con los odiados
Chacho
Álvarez y Graciela Fernández Meijide para hablar del tema Yabrán, le ordenó a los gritos a Bauzá:

—¡Echalo, ya! ¡No quiero verlo más!

Bauzá interpretó correctamente el acceso de furia y no le hizo caso. Después lo convenció de dar marcha atrás, porque no había un reemplazante idóneo a la vista y estaba el tema omnipresente de la embajada y el famoso caos de los mercados. El Presidente, haciendo de tripas corazón, se avino a negociar una intervención acotada, en el Congreso, que para la oposición (y la opinión pública) resultaría débil e insuficiente, pero que a Menem igual le pareció un ataque por elevación contra él mismo. Es fácil imaginar lo que sintió Yabrán, que fue el blanco continuo durante once horas.

La mañana de la comparecencia, Cavallo recibió en su despacho un molesto requerimiento de la jueza en lo contencioso administrativo federal Claudia Vidal Rodríguez. Haciendo lugar a un recurso de hábeas data interpuesto por el
Duque
Rodolfo Balbín, socio y abogado de Don Alfredo, la jueza le pedía al Ministro toda la información que obrara en su poder referida a Alfredo Yabrán y sus empresas. El recurso de hábeas data acababa de ser incorporado a la normativa jurídica por la Constitución reformada de 1994.

Para demostrar fuerza en un medio hostil, Cavallo acudió rodeado por todos los secretarios de Estado del área económica. Más de uno cumplió la orden con pavor, temiendo la futura represalia del Presidente. Instantes antes de iniciarse la sesión, ni Cavallo ni sus acompañantes tenían sillas para sentarse frente a la "mesa riñón", el sitial de honor del recinto.
Mingo
lo interpretó como una descortesía del presidente Pierri, a quien tenía fichado como "amarillo", y en parte no le faltaba razón. Sin saber muy bien qué hacer con el visitante, el
Muñeco
había escuchado de sus colaboradores las más peregrinas sugerencias: desde que el
Pelado
hablara sentado en una banca del recinto como un diputado, hasta que se mandara su
speech
de pie como un soldado. A último momento hubo un sillón para el Ministro y sillas para los secretarios de Estado.

Cavallo arrancó con una exposición de dos horas, en la que de entrada habló de "mafias", todavía sin hacer nombres y sin decir abiertamente que estaban "enquistadas en el poder" como lo había subrayado en sus encuentros con los medios. Se cuidó de no involucrar directamente a ningún miembro del gobierno, pero dejó la puerta abierta para que la oposición lo hiciera, como ocurrió cuando se refirió al gran negocio que se pensaba realizar con la Caja de Ahorro y mencionó a su titular de entonces, Gasset Waidat.
Chacho
Álvarez aprovechó la volada y comentó en voz alta para que lo oyeran los taquígrafos: "Hombre de Eduardo Menem".

El Ministro, en cambio, arremetió contra jueces como Marquevich, Santamarina y Servini de Cubría; fiscales como Raúl Pleé, y contra algunos diputados que no quiso calificar como cómplices, sino como "idiotas útiles" de la mafia. Uno de esos diputados, el radical Benedetti, que subrayó su ascendencia siciliana, recordó en el recinto que el Ministro había "abrevado en la cultura de los gobiernos autoritarios". Cavallo también tiró sobre la mesa la cuestión —entonces novedosa— del aparato de seguridad e inteligencia, revelando la existencia de Bridees y las tres Zapram. Y un nombre, hasta entonces inédito: Víctor Dinamarca. Luego, como era de esperar, denunció minuciosamente los atentados contra los correos privados y sus propios colaboradores. Su mayor traspié fue la denuncia incompleta de que un alto funcionario de gobierno había intercedido ante el titular de la DGI, Ricardo Cossio, a fin de que "parase" una investigación fiscal sobre el periodista Daniel Hadad, a quien, ese mismo día, el Presidente le había concedido la radio. Varios diputados lo acosaron, pero Cavallo no quiso soltar el nombre del ministro del Interior, Carlos Corach, que había sido "destapado" por
Página
/12
tres días antes. Algunos lo amenazaron con denunciarlo por incumplimiento de los deberes del funcionario público, pero no dio ese paso, que hubiera significado la ruptura total con Menem. Al contrario, con singular mesura, aclaró que el llamado del "alto funcionario" no había "parado nada" y Hadad había saldado su deuda impositiva.

También afloraron algunos temas incómodos para él, como las crecientes sospechas de coima en la informatización del Banco Nación y el caso de la "Aduana Paralela", que algunos meses más tarde serían "operados" con gran eficacia por Yabrán y el entorno de Menem para desgastar su imagen de ministro "antimafia" ante la opinión pública. En su larga exposición, Cavallo dio pie para los futuros ataques al defender al presidente del Banco Nación, Aldo Dadone, y al titular de la Aduana, Gustavo Parino. Si en el segundo caso podían existir dudas, en el primero resultaría evidente que participó en la repartija de los treinta y siete millones de dólares que la muy seria y norteamericana IBM pagó como soborno. El bloque justicialista no lo atacó pero lo dejó solo. Y en muchos tramos de su exposición fue evidente que varios diputados del oficialismo y el radicalismo lo miraban con odio; Erman González intentó interrumpirlo varias veces sin conseguirlo. Algunos legisladores peronistas tuvieron que ser contenidos por Matzkin para que no abandonaran el recinto.

Uno de los oradores radicales, Leopoldo Moreau, lo hostigó astutamente con el tema Banco Nación y con las desprolijidades perpetradas en otras privatizaciones que habían beneficiado a grupos no menos sospechosos de monopólicos que el famoso cártel del Correo. Y las atribuyó, correctamente, al esquema de "alta concentración económica" que había dejado "inerme a la clase política" y había llevado la desocupación a un inquietante 18 por ciento. Pero le dejó la pelota picando para el gol al afirmar que en el gobierno radical "no funcionaban asociaciones ilícitas ni mafiosas de esta naturaleza". Cavallo le recordó entonces que la "renta monopólica" del Grupo, que entonces evaluó en sólo seiscientos millones de dólares, se había producido durante el gobierno de Alfonsín. La posibilidad de pegarle a los radicales era también una válvula para aliviar la tensión con el bloque oficialista. Y no vaciló en sumar a Moreau a la lista de "idiotas útiles de la mafia", donde había metido a Baglini y al descendiente de sicilianos Benedetti, provocando la intervención del presidente Pierri, que lo reprendió por sus excesos verbales. Cuando se negó a dar el nombre del funcionario que había abogado por Hadad, Moreau le devolvió atenciones llamándolo "encubridor", a grito pelado.

Una de las mejores intervenciones fue la del diputado socialista Héctor Polino, del bloque del FREPASO, que subrayó la mayor debilidad ética del Ministro: si Yabrán era un mafioso, como Cavallo decía, ¿cómo era posible que un ministro de la Nación se reuniera en un restaurante a cenar con él? El argumento sería retomado después por el radical Ceballos, quien utilizando la propia revelación de Cavallo en el recinto, se preguntó qué hubiera pasado con el Correo si aquella noche en Bleu, Blanc, Rouge, Yabrán hubiera aceptado la propuesta de "repartir el mercado". "Me parece que esto es la cartelización", sentenció.

Polino también hostigó al Ministro con el "escándalo" suscitado por la privatización de Aerolíneas Argentinas y las empresas telefónicas, abriendo una línea de ataque que profundizaría con elocuencia el cineasta Pino Solanas (Frente del Sur), víctima él mismo de un ataque a balazos por parte de asesinos de la banda de Aníbal Gordon, tras una serie de ataques a la corrupción imperante en el gobierno de Menem. Solanas se congratuló irónicamente de que el Ministro se sumara a las añejas denuncias contra metodologías que habían comenzado "con la dictadura militar y tal vez antes", dando lugar al saqueo del erario por parte de la "patria contratista" y la "patria financiera". Le recordó que YPF se había vendido sin un balance y sin una tasación ajustada; los escándalos del
PAMI;
el "robo para la Corona" de su aliado José Luis Manzano y el hecho de que el propio Cavallo, como funcionario del gobierno militar, le había transferido a todos los argentinos una pesada factura: los veintiséis mil millones de dólares de la deuda externa contraída por las grandes empresas. La corrupción, redondeó, es consustancial al modelo.

Cuando el debate llevaba diez horas y media de duración, intervino, para la síntesis, el jefe del bloque oficialista. El pampeano Matzkin, obviamente, no podía atacar frontalmente a un ministro de su propio gobierno, pero trató de restarle peso a la denuncia, afirmando que la Ley de Correos no instalaría a Yabrán en
el
negocio, porque ya estaba instalado. "Si está mal, hay que sacarlo. Y si está bien, hay que dejarlo. Así de simple". Pero envió un tiro elíptico al visitante, al criticar el
lobby
del embajador Cheek, que pretendía, "sin vueltas, una ley a la medida de Federal Express". Tras confesar que los justicialistas habían ido "a poncho" a un debate para el que no estaban preparados, trató de relativizar los alcances de la discusión que llegaba a su fin en la que todos habían "conjeturado", "algunos con mayores pruebas y otros con menos". Entonces, probablemente sin quererlo, se le escapó una frase antológica: "Si algo no nos falta a los argentinos pareciera que son las mafias".

Una frase de Cavallo quedaría flotando para el futuro como una curiosa premonición: "La gente no sabe qué cara tiene el señor Yabrán". En gran medida era cierto, pero el rostro actual ya había sido parcialmente develado. En enero de ese año, dos fotógrafos de
Noticias
habían logrado "robarle" una instantánea, mirando fuegos artificiales en el balneario pinamarense de La Pérgola. Esa primera foto no la hizo José Luis Cabezas, pero pasó el dato que permitió tomarla. A Don Alfredo lo enfureció el
escrache.
Dos meses antes, en una primera entrevista con el director del semanario, Héctor D'Amico, había deslizado otra profecía: "Sacarme una foto a mí es como pegarme un tiro en la frente".

Para Cavallo una instantánea era muy poco: había que arrancarlo de su escondite para que pusiera la cara en todos los medios.

El hombre sin rostro siguió en las sombras, eludiendo a los periodistas que cayeron en bandada sobre su residencia y sus oficinas, pero sacó las garras. No sólo estaba fuera de sí por la denuncia de su enemigo, que lo colocaba en el centro de la escena nacional (y en alguna medida internacional), sino por lo que Wenceslao Bunge llamaría después en privado "las traiciones que lo amargaron", sin nombrar a "los traidores". En el entorno de Yabrán se sospechaba que buena parte de la información que Cavallo había suministrado al Congreso y que, horas después, enviaría al procurador Agüero Iturbe, provenía de adentro. Algún tiempo más tarde esas sospechas recaerían sobre el propio socio de Argibay Molina, Carlos Fontán Balestra, a quien algunos "amarillos" acusarían de haberse pasado al bando de Cavallo. En esos días Fontán Balestra vio a su socio por televisión defendiendo a Yabrán y lo citó en la confitería Rond Point para reconvenirlo.
Manolito
—como le decían en el foro a Pablo Argibay Molina por su parecido con el personaje de Quino— era el que llevaba la carga más pesada en el famoso bufete que tenía, entre otros clientes, al propio Menem. Fontán Balestra no quería perderlo, pero tragó saliva y le dijo que no era posible defender al mismo tiempo al
Amarillo y
al Presidente. "Manolito" no dudó: seguiría defendiendo a Yabrán. Los socios rompieron.

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