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Authors: Josef Ajram

Tags: #Ensayo

¿Dónde está el límite? (7 page)

BOOK: ¿Dónde está el límite?
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El caso es que, andando, andando, llegamos a un callejón estrecho, donde había algunas terrazas que parecían tranquilas y de donde salía música que nos gustaba; nos acercamos, y nos dimos cuenta enseguida de que eran locales de ambiente gay. No tenemos nada en contra, pero aquella noche simplemente no nos apetecía quedarnos allí a tomar algo. De modo que nos estábamos yendo de aquel callejón, cuando escuchamos una voz que nos llamaba para que nos acercásemos: «¡Come here, come here!».

Yo seguí caminando, pero Pablo me dijo:

–Josef, nos están llamando…

–Sí, ya lo oigo, pero ¿a quién conoces tú aquí que nos pueda llamar a las dos de la madrugada en Pat Pong? –respondí.

Sin embargo, empezó a gritarnos más fuerte, y finalmente nos giramos. Entonces nos dimos cuenta de que la voz venía de una mesa en la que había dos chicos y dos chicas, todos occidentales, excepto uno de los muchachos. Nos parecieron de confianza y nos acercamos.

Resulta que aquel chico que nos llamaba, el que tenía rasgos asiáticos, me dice, con un castellano perfecto:

–Tú eres de Barcelona.

Me quedé sorprendido, pero eso sólo fue el principio, porque el muchacho continuó:

–… y, además, la semana pasada estabas en una fiesta en el Discotheque.

Era cierto, estuve en una fiesta en ese local de Barcelona, y lo único que se me ocurrió fue mirar alrededor, como preguntando: «¿Y dónde está la cámara oculta?».

Naturalmente, nos sentamos enseguida y allí conocimos su historia, algo increíble. No recuerdo si el padre o la madre de aquel muchacho era español, estaba en Barcelona una semana antes y dio la casualidad de que él también estaba en aquella discoteca y se acordó de mí.

Mientras tomábamos una copa, nos preguntó qué planes teníamos y le explicamos que ir aquí, allá y más allá, pero él respondió un sorprendente: «¡Nada!», como diciendo «Olvidaos del asunto».

–¿Pero vosotros qué queréis? –preguntó entonces.

–Bueno, pues conocer gente, playa, bailar…

–Perfecto, entonces id a Ko Pha Ngan.

–¿Ko Pha Ngan? ¡Pero si ni siquiera lo tenemos en la lista! –protestamos.

–Precisamente por esto. Id a Ko Pha Ngan.

La mañana siguiente entramos en una agencia de viajes y preguntamos cómo ir a Ko Pha Ngan. Nos dijeron que se podía llegar en avión o en autobús, pero teníamos un presupuesto bajo y optamos por el autobús. Nos pasamos catorce horas dentro de aquel cacharro cruzando Tailandia de norte a sur, en un viaje infernal y que no se terminaba nunca, hasta que llegamos a un puerto.

Por el momento, de ambiente, nada de nada. No había gente de nuestra edad, ni nada de lo que esperábamos. Pero bueno, allí subimos a un barco.

–¿Ko Phan Ngan? –preguntamos para salir de dudas.

–Ko Phan Ngan.

Nos pasamos 4 horas en el barco. «Pero ¿adónde nos lleva, esta gente?», nos preguntábamos… Estábamos preocupados, porque en aquel momento nos encontrábamos realmente muy lejos de Bangkok, muy lejos de donde teníamos previsto ir cuando hicimos nuestra lista de lugares para visitar, y lo que habíamos visto hasta entonces no se parecía en nada a lo que habíamos imaginado.

Finalmente llegamos a Ko Pha Ngan. En el puerto, tampoco había nadie ni nada que pudiese parecerse a un destino de fiesta y para pasárnoslo bien.

–Tío, creo que nos han metido un gol por la escuadra –le comenté a Pablo.

Aquel muchacho de Bangkok nos había aconsejado que fuésemos a Hat Rin Beach, y eso es lo que pregunté a alguien. Enseguida nos hicieron subir en una
pick-up
que cruzó la isla por caminos de carro, en plena jungla tropical. No había nadie.

–Tío, guárdate bien el pasaporte, que aquí nos van a meter un palo, que no se entera ni Dios –le dije a Pablo.

Me recordaba algunas escenas de la película
Apocalypse Now
, pero sin la guerra. Al cabo de un rato de saltar por caminos sin asfaltar, llegamos a un punto donde se detuvo el automóvil y nos dijo:

–Ya podéis bajar. Caminad quinientos metros y ahí está Hat Rin Beach.

Empezamos a caminar entre la vegetación y, unos minutos después, efectivamente, teníamos ante los ojos una playa maravillosa de arena blanca, con
bungalows
tocando el agua por 6 u 8 dólares la noche, una playa llena de gente joven que había llegado en avión –un vuelo que dura una hora, más una hora de barco, en lugar de las dieciocho que nos había costado llegar a nosotros–. Fue algo increíble, realmente increíble. Me invadió una alegría enorme; me sentía feliz.

–Pablo –le comenté–, hemos llegado exactamente al lugar donde habíamos soñado llegar algún día de nuestra vida…

Antes de continuar, quiero apresurarme a decir que los tailandeses son personas honradas y muy hospitalarias. Mis temores por la incertidumbre y lo desconocido se desvanecieron de inmediato. Aquel lugar era un verdadero paraíso, era justo lo que habíamos ido a buscar, hasta el punto de que teníamos una reserva de un
bungalow
por tres días, pero acabamos quedándonos allí más de dos semanas. No dejábamos de repetirnos, en broma: «Mira, si en Tailandia hay algo más bonito, no lo quiero ver»; estábamos en aquel punto en el que no necesitábamos más.

La rutina en Hat Rin es algo maravilloso e inolvidable. Es un lugar que consideran el paraíso
rave
del Sudeste Asiático, se celebra cada mes la fiesta de la luna nueva, y está lleno de gente especial: hay
hippies
, tanto de los años sesenta como jóvenes, gente que hace taichi y meditación, pero también mucha gente de nuestra edad que iba a la playa y acudía a las numerosas fiestas que duraban toda la noche.

Fue increíble, y lo más curioso es que todo fue pura casualidad, porque Ko Pha Ngan no estaba ni en nuestros planes. Por eso digo que el destino desempeña un papel. El famoso número pi.

Y de este viaje llegué convencido de que había que viajar más, que era importante ver mundo y conocer las cosas. Desde entonces, viajo y veo todo lo que puedo.

13. Momentos duros

Hay situaciones muy, muy duras, durante las pruebas.

La natación, por ejemplo… cuando no te gusta la natación y tienes que pasarte tres horas y media nadando para llegar a completar una travesía de 10 km, se hace muy largo. La ansiedad de querer salir del agua es algo bastante desagradable, y cuesta mantenerse sereno en estos momentos.

En eso sí que la experiencia es un grado y cada año aprendes trucos nuevos. Al fin y al cabo, terminas dándote cuenta de que sólo se trata de un tema de distracción de la mente. La mente siempre es negativa: siempre está el demonio, nunca encontrarás al ángel. Me refiero a que siempre estás cansado, siempre te da pereza, siempre tienes sueño, siempre te duele algo…

Por tanto, he observado que la cuestión está en saber cómo engañar a la mente. Tienes que darle estímulos, tienes que decirle: «¡Venga, adelante!». En el caso de este tipo de pruebas, tienes que ir proporcionándole estímulos de manera repetida.

Yo, por ejemplo, le doy un estímulo a la mente cada quince minutos. Cada cuarto de hora le doy un poco de comida, algo de bebida… Como si se tratara de pequeños premios. Y este principio lo cumplo a rajatabla, hasta el punto de que mis carreras largas las tengo fraccionadas en periodos de quince minutos. Ahora bien, a pesar de todo, no nos vamos a engañar: resulta durísimo porque es mucho cansancio, sabes que nadie te obliga y sabes que estás sufriendo mucho. También sabes que correr 80 km por el desierto de una tirada es una agonía.

Pero bueno, la verdad es que luego la satisfacción de haber terminado algo que te llena de verdad es increíble. Siempre quieres más, siempre hay otra prueba para hacer, pero esta sensación de: «¡Lo he conseguido!» es muy, muy, gratificante.

Y, además de eso, al tener un canal directo de comunicación –como es la página web– por el que puedes transmitir ideas y resultados, y recibes de vuelta el reconocimiento de las personas, entonces ya llegas al máximo de satisfacción. Te encuentras frases de los lectores como: «Muy bien» o «¡Felicidades!». Quieras o no, estás más contento y te sientes apoyado, aunque te lleguen por vía electrónica.

«Terminas dándote cuenta de que sólo se trata de un tema de distracción de la mente.»

En cualquier caso, lo importante es tener mucho respeto a la vida. Tienes que ser muy consciente de que, en cualquiera de estas locuras deportivas, el hecho de terminar ya es un hito.

Luego, lograr terminar en mejor o peor puesto ya es buscar la perfección. Siempre hay que darlo todo. Pero no tiene que pasar –y a mí me ha sucedido– que te sientas frustrado por haber terminado una prueba en mala posición o, simplemente, por no terminarla.

Lo más normal es no terminar una de esas pruebas. Para entendernos, el 95% de la población no termina una carrera de este tipo. Si tienes la suerte de poder terminar, esto ya es muy importante y si encima tienes la ocasión de poder terminar en una posición muy digna, pues todavía mejor. ¡Pero es durísimo!

«En cualquier caso, lo importante es tener mucho respeto a la vida. Tienes que ser muy consciente de que, en cualquiera de estas locuras deportivas, el hecho de terminar ya es un hito.»

Si me preguntan por un momento especialmente difícil, no sabría cuál escoger. La verdad es que hay bastantes pruebas en las que llegas al límite, piensas que es el final, que ahí termina todo.

Pondría como ejemplo la segunda etapa de la Marathon des Sables de 2006. Ir a esta prueba es algo que hace mucha ilusión, y es muy caro. Entre la inscripción, el material y el viaje, ya necesitas unos 5.000 euros. Cuando tienes tanta ilusión por hacer algo, si ves que no puedes, entonces es todavía más frustrante.

Aquel año, 2006, fue enormemente caluroso y había un nivel de humedad muy elevado, algo excepcional en el desierto, de modo que la sensación de calor era todavía más acusada. Sólo diré que aquel año se batió el récord de abandonos en la maratón; normalmente, abandonan 40 personas y ese año fueron 160. Bien, el segundo día yo me encontraba destrozado, no podía más, tenía sed, tenía hambre, estaba cansado, había una tormenta de arena importante y estaba llorando, totalmente desconsolado: «¡No puedo más, es que no puedo más!». Inevitablemente, te preguntas: «¿Y qué estoy haciendo aquí?».

Por suerte, los compañeros estaban cerca, y en este tipo de carreras hay un
fair play
increíble. Te suben la moral, te hacen ver que «Mañana será más tranquilo, seguro que terminas», y entre una cosa y otra logras superar el bache, y la verdad es que no sólo terminé, sino que logré acabar en bastante buena posición. Al final de la prueba estuve muy contento, pero recuerdo aquel día como especialmente duro; me harté de llorar, estaba triste, fue un día de aquellos que piensas: «¡Vaya mierda, tío!».

«Lo más normal es no terminar una de esas pruebas.»

Otro día de esfuerzo físico especialmente intenso fue en el Ultraman de Hawái. Es terrorífico, es una agonía. La natación se realiza en el océano y con el estrés del océano; y, para entendernos, el océano no es el mar Mediterráneo.

Si a ti no te gusta el mar, sumergirte en sus aguas es tremendo, es muy desagradable, y yo paso mucho estrés cuando nado en Hawái.

No me gusta.

Además, hay una zona, aproximadamente entre el kilómetro 6,0 y el 8,5 o 9,0, donde hay una corriente tremenda. El segundo año ya lo esperas, ya sabes de qué va, y eso te ayuda. Sin embargo, el primer año quería terminar: era el único español que había logrado ir allí y lo que más deseaba era terminar. Quería ser el primero, e inevitablemente te pasa por la cabeza abandonar, los brazos te duelen muchísimo, estás agotado, quieres que se acabe y salir del agua, ¡salir! Y te pasa por la cabeza abandonar, claro.

En esta misma prueba también está la doble maratón. Es un terreno muy desagradable, es como ir de Barcelona a Girona por la carretera N-II, tal cual. Y, además, con 35 grados de temperatura, una humedad del 85 o 90%, corriendo por el arcén, con los coches pasando por el lado, y sin ningún tipo de atractivo. Y tienes que aguantar unas 8 horas corriendo por allí en medio. Se hace eterno, interminable, piensas que nunca se va a acabar.

También fue durísima una etapa de 75 km de otra Marathon des Sables. Me fue muy bien; quedé en la posición 16 de más de 800 participantes, y en la general terminé en la posición número 20 de aquella prueba. Pero los últimos 15 km de aquella etapa empecé a tener diarrea, de modo que llegué al campamento vacío, absolutamente vacío. Fue el año en que el equipo del programa de televisión
Informe Robinson
estuvo grabando la prueba.

En la línea de llegada estaban ellos, incluido Toni Llorente, el exjugador de baloncesto del Real Madrid, que formaba parte del equipo. Yo llegué absolutamente deshecho, lo había dado todo, y lo poco que me quedaba se fue con la gastroenteritis… estaba muerto. A mí me sucede a veces que cuando llego a la fatiga máxima –igual que cuando tengo anginas–, empiezo a tener escalofríos y temblores. Es algo realmente exagerado, espectacular. Y me sucedió aquél día. Sólo diré que los reporteros de Canal+ no se atrevieron ni a filmarlo; no dejaban de repetirme: «Vamos a llamar al médico, vamos al médico». Sin embargo, yo no quería; les respondía: «No llaméis al médico, porque si lo hacéis, me penalizarán una hora». Mientras tanto, iba temblando y les iba pidiendo todos los medicamentos que llevaba en mi mochila, un Gelocatil, no sé qué y no sé cuantos… Fue un momento realmente muy crítico, muy crítico. Al final, me quedé dormido y me pude recuperar. Pasé un muy mal rato en medio del desierto y a medianoche, porque en aquella ocasión llegué a medianoche.

Cuando coincidimos con alguna de las personas del equipo que estuvieron allí, todavía recordamos aquella aventura en el desierto.

Ahora bien, tengo que decir que no me he hecho nunca ninguna lesión; he tenido mucha suerte en esto, porque nunca he tenido que dejar de entrenar o de correr por haberme hecho daño.

El equipo

Generalmente las carreras son individuales. El Ultraman es una prueba en la que vas solo, pero puedes llevarte a un equipo de asistencia de dos personas, que te preparan la comida, te dan el agua, etc. La Marathon des Sables es una prueba de autosuficiencia, de modo que no te pueden ayudar. Ahora bien, siempre intento ir con un par de amigos; mi pareja también ha ido en algunas pruebas… siempre trato de hacer partícipes a otras personas. Es una manera de transmitir lo que haces a quienes te rodean.

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