Imposible no volver a pensar que hay un tejido ajado que a veces permite a los vivos ver a los muertos y a los muertos ver a los vivos, a los supervivientes. Imposible también no ver a Riba ahora avanzar infestado de fantasmas, ahogado por su catálogo y cargado de señales del pasado. En Nueva York seguramente el día es soleado y benigno, fragante y definido como una manzana. Aquí es más oscuro todo.
Avanza cargado de señales del pasado, pero ha percibido como un signo increíblemente optimista la reaparición del autor. Le parece que está viviendo un nuevo momento en el centro del mundo. Y piensa en «La importancia de otro lugar», aquel poema de Larkin. Y, dejándose llevar por la celebración del instante, por la ilusión de por fin
estar en otro lugar
, habla como John Ford, habla en primera persona del plural.
—Somos nosotros, estamos aquí —dice con voz tenue.
No sabe que le está hablando, sin saberlo, a su destino marcado por la soledad. Porque a su alrededor ha comenzado a tomar posiciones la niebla y en realidad ya hace rato que ni la última sombra del mundo está interesada en acecharle.
Pero él sigue entusiasmado con la reaparición del autor.
—No, si ya se sabe. Siempre aparece alguien que no te esperas para nada.