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Authors: Mariano Sánchez Soler

Tags: #Intriga, #Policíaco

El asesinato de los marqueses de Urbina (3 page)

BOOK: El asesinato de los marqueses de Urbina
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—Ni idea.

—Los Pobres, con mayúscula. Los Pobres de Somosaguas.

—Un verdadero título de nobleza —apostilló Fierro.

—Aquí se sabe todo. La barra de un club como este es lo más parecido a un patio de vecinas. En cuanto se toman tres copas, se despedazan entre ellos. Tienen la lengua muy larga.

—¿Delante de ti?

—Para esa gente no existo. Soy invisible. Pero todo es apariencia. —Aquel buen hombre estaba desatado, con los ojos vidriosos, como si acabara de tomarse un ácido—. Su hermana, Alicia, tiene que trabajar en una empresa de bisutería fina esquilmando a las amistades de la familia. Eso por no hablar de su exmaridito, Dani. Otro de cuidado.

—¿Exmaridito?

—Alicia le ha pedido la nulidad matrimonial. Se han separado y creo que ella vive con su jefe, el yanqui ese con cara de bulldog.

—No te gustan mucho, ¿verdad?

—Yo trabajo para ganarme la vida, y ellos se permiten el lujo de mirarme por encima del hombro. No como usted, que me respeta.

Aquel hombre destilaba desprecio. Para cualquier infamia, los resentidos son siempre los mejores aliados. La información es poder.

Las cuidadosas indagaciones de Fierro comenzaban a dar sus primeros frutos. El matrimonio entre Alicia y Dani acababa de naufragar definitivamente. Cuando apareció el Americano en su vida, la hija de los marqueses, que había llegado virgen a su boda y permaneció en ese estado durante los meses posteriores, no tardó en cambiar al frágil osito de peluche por el curtido jugador de rugby. La carne pide carne.

El 31 de marzo de 1980, Alicia de la Fonte presentó la demanda de nulidad en el Tribunal de la Rota. Las vergüenzas de Dani quedaban al aire en un humillante documento:

Las dudas y recelos de doña Alicia con respecto a su matrimonio fueron aumentando de tal forma que, muy próxima la fecha de la boda, era su íntimo deseo no llegar a realizarla; si bien, paradójicamente, las circunstancias familiares y sociales le impidieron cancelar el compromiso ante el indudable escándalo que hubiera supuesto. Las fechas que precedieron a la boda fueron angustiosas para la demandante, que no tuvo la fuerza de voluntad suficiente para atreverse a dar marcha atrás. La esposa excluyó siempre la posibilidad de quedarse embarazada.

Tras la ruptura, Alicia alquiló un ático en Azca y se entregó a los brazos de un atleta sexual. Dani se marchó a vivir con sus padres a su vieja habitación de siempre, abandonó el trabajo en Silvergold y se dejó arrastrar hacia un abismo empapado en alcohol.

Después de jornadas de acecho paciente en el Club de Campo, había llegado el momento de abalanzarse sobre su presa. En una de aquellas tardes sin brillo, cuando las copas desbocaban sus limitados cerebros, Fierro oyó gritar a Dani:

—¡La culpa de todo la tiene el hijoputa de mi suegro! ¡Si él nos hubiera ayudado, Alicia y yo seríamos ahora un matrimonio feliz!

Después, con ojos vidriosos, el yerno de los Urbina se acercó hasta la barra y, agitando su vaso vacío, pidió a Marcos que le pusiera otro lingotazo de vodka con lima.

Al verlo a su lado, Fierro le dijo con amabilidad:

—Hola. Que haya paz.

Dani le miró de reojo, cambió de repente su semblante malhumorado y esbozó una sonrisa leve.

—¿Y tú quién eres? —preguntó, sin excesivo interés.

—Un jinete aburrido.

—Que cabalga solo, por lo que veo.

—No conozco a nadie en Madrid. Vivo aquí desde enero. Vengo de Barcelona.

—¿Eres catalán?

—No, ¿acaso tengo acento?

—No nos gustan los catalanes. Aquí todos somos españoles.

—Como yo. Hice la mili voluntario.

—¿Y a qué te dedicas?

—Consigo cosas.

—¡No me digas!

—Negocios: comprar barato y vender caro. Ya sabes.

—Los negocios no son mi fuerte. Siempre me han salido mal.

Y se marchó contoneándose, en zigzag, con su vaso cargado de alcohol amarillo y de cubitos de hielo.

Fierro contempló aquel trasero escueto; no dejó de mirarlo hasta que Dani llegó ante sus amigos, que ocupaban una mesa sucia por la que ya habían desfilado varias rondas. Antes de sentarse, giró la cabeza y le hizo un gesto para que se acercara. Fierro se levantó del taburete, avanzó lentamente con el gin-tonic de Hendrick's balanceándose entre los dedos y, cuando estuvo más cerca, Dani le lanzó una invitación que cambiaría su propio destino:

—Si quieres sumarte al grupo…

—Encantado —contestó Fierro.

Dani le hizo un hueco y, en cuanto lo tuvo sentado a su lado, le dio una palmada en la pierna, muy cerca de la bragueta.

—¡Es bróker! —anunció con sorna—. ¡Consigue cosas… y se llama…!

—Toni, Toni —respondió Fierro, aturdido por aquel tocamiento.

—Le gusta cabalgar solo —prosiguió Dani, con una sonrisa burlona.

—No como a otros —dijo un tipo larguirucho, antes de presentarse—. Me llamo José Luis, Jose, y soy… el Fotógrafo.

—Yo soy Paco, aunque me llaman el Sastre.

—A mí puedes llamarme O'Brien —dijo uno que tenía el cabello y las cejas teñidas de rubio, y la piel picada de viruela.

—Yo soy policía —avisó el último, midiendo sus palabras con cierta chulería de telefilme—. Ya te diré mi verdadero nombre.

Fierro miró incrédulo al joven de gafas Ray-Ban y pelo peinado hacia atrás, mientras los demás lanzaban carcajadas de borrachera incipiente.

—Es amigo personal del señorito Borja —intervino O'Brien, con ademanes de chismoso.

—Lo mío es vocacional —dijo el policía.

—¡Juan Fernández de Toledo, inspector de segunda! —se burló O'Brien.

—¡Anacleto, agente secreto! —exclamó el Fotógrafo, sorprendido por su propia ocurrencia.

—Acabo de empezar —matizó el tipo, aguantando el chaparrón.

—¡Y está forrado! —advirtió Dani—. ¡Es el único de nosotros que tiene pasta!

—¡Será porque está en Atracos! —intervino el Sastre.

—¡Ya vale! —El joven inspector intentó zanjar aquella conversación, molesto—. Dejadlo estar.

Todos frenaron en seco.

—Me habéis impresionado —concluyó Fierro, con una sonrisa. Alzó su vaso a modo de brindis—: ¡Por la amistad!

Sabía que debía mantenerse lejos de aquel
manguta
imberbe y coincidir con él lo menos posible.

En cuanto pagó la segunda ronda de copas y mejoró las marcas de los mejunjes, todas las puertas se le abrieron, ya erigido desde entonces en el pagano más rápido en tirar de cartera.

Del Club de Campo pasaron a los pubs del barrio de Salamanca: El Chascarrillo, El Moro, El Espejo…, y acabaron bailando solos, a ritmo de Barbra Streisand y Donna Summer, en una discoteca sombría.
No More Tears
.

—¡No más lágrimas! —gritó el Fotógrafo, emocionado, cuando las dos estrellas de la canción cambiaron de repente aquel ritmo de balada dulzona, propicia para bailar cuerpo con cuerpo, por un tam-tam que dispersaba los fluidos.

Estaban en El Olimpo, de la calle Serrano, una
boîte-discoteca
iluminada por farolillos de colores íntimos y candilejas mustias, con una pista circular rodeada por reservados en terciopelo azul, dispuestos para los manoseos escondidos. Pero ellos movían el esqueleto bajo los focos tintineantes y de vez en cuando buscaban el roce, como todos los tipos que habían bailado allí. Era tan tarde que solo quedaban los tres, con sus camisas pegadas al cuerpo y los torsos brillantes de sudor. Hombres suaves de pelo en pecho capaces de contonearse como anguilas.

Y entonces saltó a los altavoces el último éxito de Gloria Gaynor:
I Will Survive
. Apoteósico.

At first, I was afraid, I was petrified

Dani no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas mientras se movía con espasmos, como si se hubiera tomado dos tripis de golpe.

I keep thinking
.

I could never live without you by my side

Acercó su boca al oído de Fierro y le tradujo de memoria la canción de la Gaynor:

—¿Sabes lo que dice?

—Más o menos.

—Dice: «Al principio tenía miedo, estaba petrificada. Seguía pensando que nunca podría vivir sin ti a mi lado. Pero luego pasé las noches pensando en cómo me habías herido. Y me volví fuerte. Aprendí a sobrellevarlo. ¿Pensaste que me desvanecería? ¿Pensaste que abandonaría y moriría?».

—Naturalmente que no —respondió Fierro, siguiéndole la corriente.

Oh not. I not
.

I will survive
.

—«¡Yo sobreviviré! Mientras sepa cómo amar, sé que estaré viva. Tengo toda mi vida para vivir. Tengo todo mi amor para dar. Sobreviviré. ¡Pero ahora estoy guardando todo el amor para alguien que me ame!» ¿No te parece maravilloso, Toni?

I will survive

Oh yeah. Oh yeah
.

De repente, la voz de Gloria Gaynor se detuvo, las luces dieron varios fogonazos y el silencio se impuso mientras todo quedaba fríamente iluminado. El escenario mostraba el verdadero rostro de aquel semisótano sin apenas ventilación.

—Estos maricones cierran ya.

Apuraron sus copas de un trago, se pusieron las chaquetas y se dirigieron hasta la salida. Mientras ascendían por la estrecha escalera, tropezando entre ellos, Fierro pensó que, después de tantas horas de juerga, iba a resultarle muy fácil conseguir cierta intimidad con aquellos atolondrados.

El frío de la calle Serrano, amplia y sin circulación, se les metió en los huesos. Un viento gélido llegaba sin obstáculos desde El Retiro.

—La última copa en mi apartamento —propuso el Fotógrafo, con los ojos enrojecidos y el pulso agitado.

—Son las cinco de la madrugada —dijo Fierro con voz mortecina mientras consultaba su Rolex con falsa preocupación—. Hemos cerrado todos los antros por los que hemos pasado y a mí me sale el alcohol por las orejas.

—Vamos —dijo Dani, casi tiritando, mientras cogía a Fierro por el cuello y se abrazaba a él como un náufrago a su salvavidas.

—Por lo menos, llévanos a casa en tu Porsche —pidió el Fotógrafo, tambaleándose frente a ellos sin un punto de apoyo.

—Vamos, Toni —suplicó Dani, antes de meterle la lengua en la oreja y moverla rápidamente como un sacacorchos.

Fierro se estremeció antes de responder:

—De acuerdo.

Pasó su brazo derecho alrededor de la cintura de Dani y lo atrajo hacia sí. Sus ojos brillaban mientras Fierro bajaba su mano y tanteaba las nalgas prietas de su compañero. Le pellizcó y comenzaron a caminar bromeando Serrano abajo, hacia el aparcamiento subterráneo de Colón donde habían dejado el coche.

Sin perder detalle, el Fotógrafo se unió a ellos y se abrazó a Fierro, quien quedó atrapado, envuelto entre los dos. Sin entender cómo, Dani y el Fotógrafo comenzaron a manosearle como dos conspiradores urdiendo un pequeño plan.

Fierro notó cómo retenían la respiración durante unos segundos, antes de cruzarse miradas cómplices.

Los tres soltaron una carcajada con eructos de whisky.

—Será mejor que tomemos un taxi —dijo Fierro—. No sé ni dónde está mi mano derecha.

Aunque borrachos, los tres comprendieron.

—Solo tengo una cama —advirtió el Fotógrafo.

—Será suficiente para Toni y para mí —dijo Dani.

—No te preocupes, Toni —aclaró el Fotógrafo—, es de matrimonio. Cabemos los tres.

Bastará con un tiro en la cabeza

Los nuevos compañeros de Fierro eran chicos sensibles, de una intimidad oscura; vulnerable si alguien hurgaba en su interior. En su entorno familiar los consideraban unos vagos incapaces de hacer nada de provecho; unos nihilistas instalados cómodamente a quienes existir les resultaba demasiado fácil. Sus relaciones se movían en un terreno emocional tan inestable como arenas movedizas. En apariencia, por separado no eran nada, pero juntos podían alimentar un torbellino. Como hijos legítimos del sistema, se podían permitir muchas licencias sin que los molestaran, y eran de los que nunca daban un no por respuesta. Fierro lo supo desde el primer instante. Bastaba con seguirles la corriente y, en un momento determinado, marcar el compás.

En aquel pequeño grupo de amigos, Dani actuaba como un catalizador capaz de precipitar a veces la reacción química más imprevisible. El pardillo apenas había salido del nido familiar. Sus ojos profundos expresaban desamparo y sus labios siempre dibujaban una sonrisa de chico bueno. Era un fracasado prematuro, un niño pijo que jamás había tenido que luchar. Inició la carrera de Derecho, como su padre y su abuelo; luego emprendió pequeños negocios que se hundieron estrepitosamente. Buscaba un atajo y creyó que su matrimonio con Alicia de la Fonte iba a cambiar su mala racha. Pero volvió a equivocarse. Como en todo. Vida fácil, cerebro hueco. Su fiasco matrimonial quizá tuvo mucho que ver con todo aquello. Tras su separación a los dos meses de la boda, había emprendido una relación masoquista con su exmujer; la mitificaba y decía que ella era su «amor vital», aunque estuviera revolcándose con el Fotógrafo. Cuando escuchaba a Jacques Brel, terminaba coreando uno de sus versos, en francés monocorde: «Déjame ser la sombra de tu perro, déjame ser la sombra de tu perro».

En su angustia, Dani amenazaba con suicidarse si Alicia no regresaba a su lado. Resultaba increíble que dependiera así de aquella joven morena e insegura, que ante los ojos de cualquier observador surgía como la antítesis de la mujer capaz de llevar a un hombre a la ruina. Dani tenía todas las papeletas para ganar la rifa del cerdo.

Durante la primavera y el inicio del verano, Fierro no permitió que nadie se enterara de la verdadera naturaleza de su relación. Había que guardar las formas. En la intimidad de su casa, durante las juergas en el apartamento del Fotógrafo y en las sesiones del gimnasio de la calle Abascal, se soltaban las lenguas, hasta el día en que el corazón de la bestia comenzó a latir:

—¡Quiero hundir a mi suegro! —repetía Dani.

—Eso es fácil —contestaba Fierro.

—No te burles.

—Gente como él no merece la vida —apuntaba Fierro con calculada indiferencia.

—Tienes razón. —Dani entraba en el juego.

—Mientras otros como tú sufren por su culpa.

—¡Me gustaría darle de su propia medicina! —exclamaba Dani, antes de añadir que su suegro era un miserable, que, a pesar de ser inmensamente rico, pagaba a sus sirvientes salarios de miseria, que maltrataba a su esposa en público, que controlaba los capitales de la familia ante el estupor de los otros Urbina… Al final, exaltado, gritaba—: ¡Ese cabrón es un don nadie! ¡Y ahora va de aristócrata! ¡Se comporta como si tuviera sangre azul!

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