El astro nocturno (70 page)

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Authors: María Gudín

Tags: #Fantástico, Histórico, Romántico

BOOK: El astro nocturno
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»No hay nadie que no tenga un guardián. Entendí con toda claridad, como en una luz, que yo tenía un guardián, alguien que me protegía. Me vino a la mente tu rostro, Alodia, tu semblante lleno de amor. Tu faz al negarme lo que yo no debía tomar. Tu rostro alegre el día de nuestras bodas. Recordé que yo tenía un hijo en un lugar lejano. Tú te habías negado siendo casi una niña al sacrificio pagano, mientras que Floriana, mujer adulta, había seguido el camino extraviado.

»Tú, Alodia, eras mi guía segura, mi guardián.

»Desde las costas del Magreb, divisé las costas de Hispania, las tierras por las que yo había luchado años atrás. El país en el que te había abandonado.

«Entonces, un amor grande se abrió dentro de mí. Entendí que si cada hombre tiene su guardián, tú eras el mío. Pensé que te había maltratado, renegado, herido. Debía regresar y lo he hecho. Nunca me separaré de ti: quiero envejecer a tu lado, quiero sentirme cuidado por ti. Quiero cuidarte hasta el fin de nuestros días en este mundo, y más allá en el otro, tú y yo seguiremos juntos más allá de las estrellas.

En los ojos de Alodia se refleja la luz de los de Tariq. Después ambos contemplan el valle, el sol que se oculta entre las montañas. Al oeste brilla un astro en el ocaso, un lucero de penetrante luz, la estrella de Tariq.

EPÍLOGO

En nombre del Dios Clemente y Misericordioso, la bendición de Dios sea sobre Nuestro Señor Muhammad y su familia.

Yo, Ahmad ben Muhamad ben Musa al Razi, os contaré el fin de la historia de ese hombre que surgió como el astro de la noche, para iluminar y desvanecerse en las sombras.

Tariq fue la estrella de penetrante luz. Como el astro del ocaso, su fulgor desapareció pronto de los pueblos árabes. Pero los bereberes, los hombres que le siguieron desde el Magreb, los hombres de las tribus de su padre, le amaron. Guió a su pueblo y vivió largos años luchando por la paz que nace de la justicia. El resto de las hazañas de sus días no aparecen ni en las crónicas musulmanas ni en los romances cristianos.

Envejeció junto a Alodia, fue amado por sus hijos y vio nacer a los hijos de sus hijos en las tierras de la meseta, junto a las montañas de la mujer muerta, en las sierras de la Orospeda. Respetó a Allah, el Dios Misericordioso y Clemente; murió en la fe del Único.

Os contaré el fin de la historia del incircunciso, del hombre que descendía de un hada. Este hombre creó un mundo nuevo, un linaje que se perpetuó por siglos, una estirpe que lentamente avanza hacia el Sur. Guardaos, mi señor, de los que descienden del Hijo del Hada.

La copa sagrada, el cáliz de ónice, se guardó durante siglos bajo las cumbres nevadas del Pirineo y protegió a los pueblos del Norte.

La copa de oro guió a los pueblos árabes que dominaron el mundo, desde la India y las llanuras de la Transoxana, hasta las tierras ibéricas. Un día se perdió su memoria y algún hombre ignorante la hizo fundir para conseguir su oro y sus piedras hermosas.

Yo, Ahmad ben Muhamad ben Musa al Razi, te he contado esta historia, la historia de aquellos que vivieron en un tiempo lejano y cambiaron el destino de un reino.

Ciudad Real, a 26 de abril de 2011

Ficción y realidad

La conquista musulmana de la península Ibérica, con la caída del reino visigodo de Toledo, es uno de los períodos más interesantes de la historia de Europa, a la vez que uno de los menos documentados por fuentes fiables. Las fuentes cristianas, más próximas a la fecha de la conquista, son fragmentarias y parciales o bien se centran en ensalzar la epopeya de la primera resistencia cristiana. Las musulmanas, más tardías —y por tanto más alejadas de los hechos que relatan—, proporcionan con todo mayor número de datos, sin evitar tampoco la mezcla de leyenda y realidad y la voluntad de los conquistadores de reescribir la historia para justificar unos privilegios avalados por los pactos de época de la conquista. En unas y otras, el mito y la leyenda se entremezclan con la realidad de modo inseparable. De ahí que
El astro nocturno
—en definitiva, un intento de acercarnos a este período histórico— se haya planteado como una crónica legendaria del famoso historiador árabe Al Razi, mezclando personajes históricos con otros inventados, fruto de la imaginación de la autora.

Al Razi, conocido entre los cristianos como el moro Rasis, fue un cronista andalusí de tiempos de Abderramán III que escribió una historia de la conquista musulmana, hoy perdida. Sin embargo, conservamos referencias y fragmentos de su crónica en la historiografía árabe y cristiana. Si dispusiéramos de su crónica completa, nuestro conocimiento de la época sería —sin duda— mucho más cercano y completaría las informaciones transmitidas por las crónicas cristianas Albendense —coetánea al relato de Al Razi— y Rotense. Todas ellas, tanto las historias árabes como las escritas en latín, presentan la misma amalgama de verdad y ficción que las convierte en relatos casi legendarios, donde el sustrato histórico se adorna con datos piadosos, partidistas o de exaltación política.

El astro nocturno
se centra en el personaje de Tariq. En diversas interpretaciones históricas se le ha considerado un bereber, un visigodo rebelde e incluso un romano del Norte de África o un bizantino. En la novela es un hombre, mezcla de razas, que se levanta contra el poder establecido: en un principio para vengarse del asesinato de la mujer que ama, y posteriormente, de un modo más idealista, buscando mejorar las condiciones de vida del pueblo bereber y cambiar la situación de crisis económica y moral del final del reino visigodo. Aunque desconocemos la historia personal de Tariq, todos los testimonios coinciden en señalar la profunda crisis que atravesaba la monarquía visigoda a finales del siglo VIL Por otro lado, los habitantes del Magreb siempre han mirado al otro lado del estrecho en busca de una mejora de sus condiciones de vida, como prueban las múltiples invasiones a lo largo de toda la Edad Media, e incluso actualmente con el paso de multitud de pateras a través del estrecho.

En el mismo sentido, es de sobra conocido que la primera invasión de la Hispania visigoda se debió a tribus bereberes, posiblemente lideradas por un caudillo bereber. Por eso entra dentro de lo lógico que Tariq tuviera unas raíces familiares norteafricanas. De ahí nace el personaje de Ziyad, padre de Tariq, del que conocemos únicamente el nombre. Tariq ben Ziyad significa «Tariq hijo de Ziyad». El patronímico nos aporta, por tanto, el nombre del padre de Tariq. Su relación con la Kahina, heroína y hechicera norteafricana que se enfrentó a la primera invasión árabe del Magreb, es un dato de ficción. Sin embargo, la Kahina existió; se llamaba Dihia o Dahia y se alió con el jeque Kusayla para luchar contra los musulmanes. Siendo ya anciana, adoptó a un guerrero desconocido mediante un antiguo ritual en el que le amamantó. Se dice que ese guerrero la traicionó y que esta traición fue la causa de su caída. Con todos estos datos se ha compuesto el personaje de Ziyad, hijo supuestamente de Kusayla —el gran líder bereber— y adoptado por la Kahina.

Por otro lado, el nombre de Tariq se asemeja más a un nombre germánico, como Alarico, Teodorico o Eurico, que a un nombre árabe; de ahí que se pueda pensar en un origen godo del nombre y, por tanto, del personaje. Sin embargo, los musulmanes lo relacionan con la sura 86 del Corán que comienza con las palabras
At-Tariq,
el astro nocturno. El astro nocturno es, en realidad, un planeta: Venus que, situado entre el Sol y la Tierra, es visible únicamente durante un período de tiempo muy breve en el ocaso o al alba. La epopeya de Tariq, que cambia el curso de la historia, es breve como el brillo de ese astro nocturno. Desembarca en el sur de Hispania en la primavera-verano del 711, y en el 714 es llamado a Damasco por el califa. En el espacio de los tres años que median entre estas dos fechas, cruzó la península Ibérica desde Gibraltar —
Yebel Tarik,
la Peña de Tarik— hasta la cordillera Cantábrica, y desde Tarragona hasta Braga, en Portugal.

Por un lado bereber, por otro lado visigodo, el personaje de Tariq es una mezcla de razas y un personaje complejo en sí mismo. Su relación con el gobernador de Kairuán, Musa, parece que fue compleja. Ni siquiera es seguro que Musa ordenase la invasión de la península; se cree que el califa de Damasco, en aquel tiempo Al Walid, no la autorizó. Para tener la certeza de si se dio o no la orden, tendríamos que contar con los archivos de Damasco. Pero éstos no lograron sobrevivir a la caída de la dinastía Omeya en Oriente y ardieron en el siglo VIII.

Musa es un personaje más conocido, se sabe que fue hijo de un esclavo judío, que medró en la corte omeya protegido por diversos valedores hasta alcanzar el nombramiento de gobernador de Kairuán, en la actual Túnez. En las crónicas musulmanas se le acusa de malversación de fondos. Se le conocen dos hijos: Abd al Allah y Abd al Aziz; el primero llega a ser, como su padre, gobernador de Kairuán, mientras que el segundo ostentará el mando en Hispania, cuando su padre Musa sea convocado por el califa, al tiempo que lo es Tariq.

La invasión de la Hispania visigoda se produjo, por tanto, en dos oleadas: una primera oleada, quizá la más numerosa, la bereber —dirigida por Tariq—, y una segunda oleada, árabe —dirigida por Musa—. El desencuentro entre árabes y bereberes está documentado prácticamente desde el primer momento y afectó a los caudillos, Musa y Tariq, respectivamente, y a sus tropas. Musa, a la cabeza de la élite árabe, deseaba implantar el derecho de conquista en sentido estricto, desplazando y lesionando en sus derechos a las tropas bereberes que, aun sin asumir en su mayor parte el credo islámico, protagonizaron la primera conquista de Al Andalus. Lo cierto es que el enfrentamiento entre ambos grupos se prolonga tras la conquista de Hispania a lo largo de todo el siglo VIII y es lo que permitió un cierto respiro a la primera resistencia cristiana que comenzaba a organizarse en el norte de España.

Casio, Teodomiro (islamizado en Tiudmir) y Don Pelayo son personajes históricos, aunque en
El astro nocturno
hayan sido muy novelados. Se ha preferido utilizar Belay, el nombre árabe de Pelayo, para evitar las connotaciones históricas e incluso políticas que el nombre de Don Pelayo guarda para generaciones de españoles. Pelayo, al parecer, no fue rey sino Princeps, y en este punto enlaza con Aster, el mítico protagonista de la primera novela de la saga.

Eneko podría considerarse un antepasado ficticio de Iñigo (Eneko) Arista. Con este personaje se pretende señalar que la resistencia frente a los musulmanes no se produjo exclusivamente en la cordillera Cantábrica, como cierta propaganda patriótica propagó durante décadas. Araba, Bizcaia, Orduña y Carranza nunca fueron ocupadas por los musulmanes y está claro que en el Pirineo se produjo una primera resistencia quizás anterior a Covadonga, de la que no se conservan fuentes escritas, como en Asturias. Los reyes del reino astur-leonés, en especial Alfonso II y Alfonso III, facilitaron la elaboración de unas crónicas (la Albendense y la Rotense) como elemento de propaganda política y legitimación moral de su recién creado reino. En ambos relatos se pone de manifiesto el interés por presentar a los reyes asturianos como los directos continuadores de la monarquía visigoda.

También es histórico el personaje de Egilo, esposa del último rey visigodo, Don Rodrigo. Egilo contrajo matrimonio con el hijo de Musa, Abd al Aziz, y según las crónicas intentó modificar las costumbres de su esposo, hasta el punto de ser la causa de su caída y asesinato.

Rodrigo —Roderik— efectivamente murió en la batalla de Guadalete o a consecuencia de la misma. En la ciudad de Viseu en Portugal se conserva la tumba en la que al parecer fue enterrado; un rey de breve reinado y de larga memoria.

Es totalmente imaginario el personaje de Alodia, así como las costumbres y rituales que la empujaron a la huida. Sin embargo, es cierto que la cristianización de las montañas cántabras y el Pirineo fue mucho más tardía que la del resto de la península Ibérica, y que en esta zona pervivieron antiquísimos cultos y ritos paganos.

Las sectas gnósticas existen mucho antes de Cristo. Se conoce una secta, la Gnosis de Barbelo, que existió en el siglo IV, en la que me he basado para crear la Gnosis de Baal. El haberlas asociado con ciertos ritos es algo totalmente ficticio. En la novela la secta gnóstica es un elemento de ficción.

Los nombres árabes de la novela se han simplificado, castellanizándose su ortografía. Esta opción, aunque discutible para un experto, posiblemente facilitará la lectura.

Los nombres de las ciudades y villas se han acercado a los epónimos de la época. Las notas finales y a pie de página pretenden ayudar al lector para que se familiarice con los lugares que atravesaron los protagonistas de la historia.

Aunque el tono general de la novela es legendario y épico; el recorrido de los conquistadores por la península Ibérica se ha ajustado al documentado en las fuentes, fundamentalmente musulmanas, con ligeras adaptaciones en relación a la trama de la novela.

La cueva de Hércules, la mesa del rey Salomón, la figura de la Cava Floriana son leyendas tan unidas a la conquista musulmana y de tal peso en el acervo cultural hispano, que me parecieron imprescindibles en una historia, como es ésta, donde se mezclan la ficción y la realidad de un tiempo del que tenemos tan pocos datos fehacientes como es el siglo VIII.

El cáliz de ónice se guarda actualmente en la catedral de Valencia, pero durante toda la Edad Media se conservó en el Pirineo, en el monasterio de San Juan de la Peña. Al parecer fue encontrado por un cazador llamado Voto, que se hizo ermitaño allí. Junto a San Juan de la Peña tuvo lugar una primera revuelta frente al poder islámico, que se recoge en la novela en el levantamiento de Eneko. El cáliz de oro es una figura de ficción que ha unido las tres novelas de la saga
(La reina sin nombre, Hijos de un rey godo
y
El astro nocturno)
y desaparece de la historia en la última de ellas. Como en las novelas anteriores, la copa de poder se comporta como un elemento metafórico, una piedra de toque del comportamiento de los personajes frente al poder y a las pasiones humanas.

Las tres novelas de la saga han constituido para mí un reto de documentación histórica, partiendo de una época —el siglo V— en el que la documentación era mínima, he llegado a un período de tiempo mucho más cercano a épocas en las que los datos históricos son múltiples, aunque difíciles de valorar. Sin embargo, mi interés principal no es la historia como ciencia, lo que realmente me interesan son las reacciones de los personajes, sobre todo los protagonistas de cada novela, en unas vidas guiadas siempre de modo quizás un tanto idealista, por la búsqueda de la verdad y el bien, aunque con fallos afines a todos los seres humanos.

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