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Authors: Jesús Sánchez Adalid

Tags: #Histórico

El caballero de Alcántara (39 page)

BOOK: El caballero de Alcántara
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El rey tenía que enfrentarse con el formidable poderío turco, que fomentaba la piratería en el norte de África, lo cual imposibilitaba el comercio en el Mediterráneo y mantenía en constante alarma a todo el extenso litoral. Por otra parte, la persistencia de una población musulmana en la península favorecía la comunicación de los moriscos españoles con los puertos musulmanes y alentaba la esperanza de una nueva invasión, como sucedió tantas veces en la Edad Media, para restaurar el Imperio del islam.

El año 1568 de tan infausta memoria para Su Majestad

El año 1568 es considerado forzosamente el
annus horribilis
en la vida de Felipe II, por los tristes avatares familiares que afligen al soberano y por los acontecimientos internacionales concatenados que afectan a la monarquía. Dos focos de rebelión se encienden, uno en el norte y el otro en el sur, ambos con connotaciones religiosas, aunque de muy dispar signo: la revuelta promovida por la reforma protestante de Calvino, en el ámbito cristiano, y el alzamiento musulmán de la población morisca granadina. La primera deparó la expedición del duque de Alba y la persecución de los disidentes, que culminó con la dramática ejecución de los condes de Egmont y de Horn.

Además, durante ese mismo año tan cargado de problemas para Felipe II, se produce la muerte de su hijo el príncipe heredero don Carlos, en circunstancias oscuras y muy penosas para el monarca. Y poco después, muere su esposa la reina Isabel de Valois.

La rebelión de La Alpujarra

Este problema de la persistencia de una población musulmana era gravísimo al advenimiento de Felipe II en 1556. Porque se tenía muy arraigada la idea de que la defensa contra el islam seguía siendo la más angustiosa de las urgencias del pueblo español, a pesar de haberse concluido simbólicamente la Reconquista en 1492 con la rendición de Granada. Y el rey tuvo que enfrentarse irremediablemente con ello, porque amplios territorios ganados al moro en tiempos de sus bisabuelos los Reyes Católicos seguían estando con el enemigo en su más hondo sentir. Los moriscos españoles mantenían permanente contacto con los puertos musulmanes del Mediterráneo y albergaban la esperanza de una nueva invasión desde África, como tantas veces sucedió en la Edad Media, para restaurar los antiguos reinos de Valencia, Murcia y Granada.

A todo esto se unía el hecho de que los moriscos veían cómo empeoraba su vida y se veían obligados a recurrir a la emigración al norte de África, disminuyendo la población y los ingresos que los señores y el estado obtenían de ellos. Por tal motivo, en 1518 el emperador Carlos V publicó una pragmática que, entre otras disposiciones, establecía la prohibición del uso por los musulmanes de la lengua y hábitos árabes y les obligaba a tener abiertas las puertas de sus casas los viernes, sábados y días de fiesta, así como a que en los desposorios y matrimonios no usasen ceremonias de moros sino que se celebrasen con arreglo a las órdenes de la Iglesia católica.

Los moriscos enviaron repetidas comisiones para evitar el cumplimiento de esta ley, y lograron que el Emperador firmase finalmente el llamado
Veredicto de la Capilla Real
el 7 de diciembre de 1526, en el que se admite que los moriscos no eran responsables de su débil incorporación a la comunidad cristiana por el escaso empeño evangelizador de los castellanos, y se ordena una nueva campaña de evangelización que además de prohibirles mantener los ritos usuales de sacrificios de animales y el uso de la lengua árabe hablada y escrita, suprime el régimen tradicional de transmisión de bienes por herencia y establece que, en las bodas y bautizos de moriscos, los padrinos sean necesariamente cristianos viejos.

Aun así, nuevos cristianos bautizados descendientes de moriscos resisten en su patria y siguen trabajando la tierra y manteniendo industrias como la seda o la pasa que aporta grandes beneficios a la Hacienda española. Una treintena de años después sigue perviviendo el árabe coloquial, los usos gastronómicos y las ropas y los baños musulmanes.

Pero las cada vez más frecuentes incursiones de los piratas berberiscos en las costas, unidas a las malas cosechas a partir de 1555 y una violenta epidemia de tifus, llevaron a los cristianos viejos a cargar su ira contra los moriscos.

El 1 de enero de 1567 se publicó la renovación del edicto imperial de 1526. Fue entonces cuando, tras un año de infructuosas negociaciones, la población morisca granadina decidió levantarse en armas en 1568. Aunque en la capital no recibieron mucho apoyo, la rebelión se extendió rápidamente por los agrestes territorios de las Alpujarras. Era preciso un jefe y los conjurados celebraron en Cadiar una asamblea en septiembre de 1568. Un morisco rico y noble, don Hernando el Zaguer, conocido como Abenjaguar, propuso a su sobrino, el joven caballero llamado don Hernando de Córdoba y Valor, veinticuatro de Granada, que se decía descendiente del Profeta por los califas omeyas. Por lo tanto, fue proclamado rey con el nombre de
Aben Humeya
. Don Hernando, mozo rico y de poco seso, estaba a mal con la justicia y disgustado con la nobleza granadina y se avino al papel de fundador de una dinastía que viniese a sustituir a la vencida de los nazaríes. Un año más tarde fue asesinado, ocupando el puesto de rey su primo Aben Aboo.

La rebelión fue apoyada militar y económicamente desde Argelia y siempre se temió que viniera en su socorro la armada turca, lo cual habría supuesto un serio peligro en España. De los iniciales 4000 rebeldes alzados en 1569 se pasó a 25 000 al año siguiente, incluyendo musulmanes africanos y turcos llegados con el objetivo de debilitar a Felipe II.

La diplomacia en el siglo
XVI

El equilibrio entre las potencias surgidas de los estados modernos exigía la organización de una estructura diplomática eficiente para evitar la hegemonía de unas respecto a otras.

Ya los Estados Pontificios solían tener legados permanentes en las principales capitales cuando, al finalizar el siglo
XV
, Venecia, Milán y Nápoles, todavía no sometidas al dominio español, empezaron a mantener embajadores estables en España, Francia, Inglaterra y el Imperio. Pero, aparte de Italia, fue España el primer país en adoptar el sistema desde que los Reyes Católicos establecieron embajada en Roma y desde 1480. Poco después, sus sedes diplomáticas pasarían a estar en Venecia, Génova, Viena, Lisboa, París y Londres.

Sin embargo, ni Carlos V ni Felipe II mantuvieron representantes permanentes en la Constantinopla turca. Lo cual no significa que se careciera de informaciones en la monarquía española sobre los movimientos del Gran Turco. Hubo algunos contactos de carácter no oficial y verdaderas treguas concertadas de manera irregular entre ambos antagonistas. Pero, sobre todo, muchas pesquisas secretas canalizadas fundamentalmente a través de Venecia, Nápoles y Sicilia.

Los secretarios de estado de Felipe II

Felipe II confió en sus ministros y asesores pero nunca dejó los asuntos más importantes entre sus manos, al menos durante los últimos años de su mandato. Sus decisiones eran siempre consultadas. Aunque una vez tomada la decisión, por terrible que fuera nunca, jamás se volvía atrás.

Después de abdicar el emperador Carlos V en 1556, el sucesor nombró secretario de Estado para los asuntos de fuera de España al clérigo Gonzalo Pérez, y para los asuntos de España a Juan Vázquez de Molina, al que sucedió Francisco de Eraso. A la muerte de Gonzalo Pérez, en 1566, Felipe II decidió reestructurar la secretaría de Estado. Un año después la dividió en dos: la secretaría del norte, que concedió a Gabriel de Zayas, y la de Italia y Flandes, que fue para el hijo de Gonzalo Pérez, el célebre y controvertido Antonio Pérez.

Este último, hombre inteligente, astuto y capaz, de maneras florentinas, menudo, de salud delicada y, al parecer, una desenfrenada afición por los placeres mundanos, constituye una de las figuras más enigmáticas de la historia de España.

El imperio del Gran Turco

Lo que en Occidente conocemos como «Imperio turco» duró aproximadamente desde 1300 hasta 1922, y fue un dominio territorial que en su mayor extensión llegó a abarcar tres continentes, aunque su centro de poder se encontraba en la región de la actual Turquía y su capital en Estambul, lo que fue la antigua Constantinopla, sede del Imperio bizantino. Su nombre deriva de su fundador, el guerrero musulmán turco Osmán (o Utmán I Gazi), que estableció la dinastía que rigió el imperio durante su historia, la otomana, también llamada dinastía osmanlí.

Como sucede en todo imperio, la principal ocupación del estado otomano era la guerra. Y su institución más importante la constituía su ejército, que estaba compuesto por una caballería, los
sipahis
, pagada a través de concesiones en tierras, los
timares
. Cuanta más tierra era conquistada, más ingresos tenían los turcos musulmanes. Pero también los otomanos comenzaron a reclutar tropas de mercenarios, esclavos, prisioneros de guerra y, desde mediados del siglo
XV
, una leva de jóvenes cristianos de los Balcanes, los
devsirmes
. A partir de estas nuevas incorporaciones se creó la disciplinada infantería otomana, los jenízaros, que fue el factor principal de los éxitos militares turcos desde finales del siglo
XV
en adelante.

La dominación otomana se extendía sobre un conjunto enorme de pueblos heterogéneos que debían convivir bajo la égida del sultán, incorporados al imperio en el transcurso del permanente proceso de conquista. A esta diversidad étnica se añadía la religiosa. La comunidad mayoritaria y dominante era la musulmana; de obediencia mayoritariamente sunnita, aunque en la periferia del imperio pudieran encontrarse también minorías chutas y sufíes. Entre cristianos, la comunidad griega ortodoxa era la más extendida, conviviendo con minorías católicas, armenias y monofisitas. Resultando que en la parte europea del imperio los cristianos constituían la mayoría de la población. Los judíos eran también muy abundantes en todo el imperio y se repartían entre diversas sectas.

El sultán gobernaba como señor de pueblos muy diversos, pero aspiraba también al dominio universal. Esta ideología imperial hundía sus raíces en la tradición islámica, en la medida en que era obligación religiosa de los monarcas musulmanes la extensión del islam a costa de las tierras de los infieles. Aunque en el caso de los sultanes otomanos se unía también a esta aspiración el hecho de que se consideraban herederos de los emperadores romanos y de sus pretensiones a un dominio universal.

La legitimidad de los sultanes se determinaba en base a la dinastía, lo cual tiene su lógica. Ahora bien, al tener la consideración de aspirantes legítimos al trono todos los descendientes masculinos del sultán reinante, a la muerte de éste se planteaba siempre un delicado problema sucesorio que provocaba la lucha por el poder entre los pretendientes. Y aquel que conseguía alcanzar el trono mandaba ejecutar a sus hermanos varones para consolidar su posición. Fue Mehmet II, el conquistador de Bizancio, quien institucionalizó esta práctica con la famosa
ley del fratricidio
, proclamada con el apoyo de los ulemas musulmanes, con la que se pretendía prevenir las guerras sucesorias.

El sultán Selim II el Beodo

La dinastía otomana había logrado formar uno de los imperios de mayores dimensiones de la historia, pero sería en el largo reinado de Solimán el Magnífico cuando se alcanzó el momento de mayor esplendor y expansión territorial. Ciertamente, el imperio cristiano gobernado por sus máximos rivales, los Habsburgo, era aún mayor, pero resultaba mucho más disperso.

En cambio, el sucesor de Solimán, su hijo Selim II, que gobernó después de acceder al trono tras intrigas palaciegas y disputas familiares, se convirtió en el primer sultán carente de interés por lo militar y delegó sus funciones gubernativas a favor de sus ministros, a condición de que lo dejaran dedicarse a sus excesos y libertinajes. Llegó a ser conocido entre sus súbditos como Selim el Borracho o Selim el Beodo. Y fue su inteligente gran visir Mehmed Sokollu quien controló los asuntos estatales. Uno de sus mayores logros, alcanzado dos años después de la ascensión de Selim, sería un tratado honorable firmado en Constantinopla el 17 de febrero de 1568, por el cual el emperador Maximiliano II consentía en pagar un tributo anual de 30 000 ducados al sultán y le cedía los territorios de Moldavia y Valaquia.

La Sublime Puerta

Con este nombre, Babi Alí o Sublime Puerta, se nombraba en general al gobierno otomano. La puerta era un símbolo de poder y en ella se tomaban las grandes decisiones del imperio. El país estaba sometido a una jerarquía que recordaba la de un ejército. El sultán estaba auxiliado por el gran visir, cuatro ministros o visires y el
reiseffendi
, encargado de los negocios extranjeros. Alrededor de él había
agás
exteriores o comandantes de las tropas y el
Kapudanbajá
, jefe supremo de la flota y gobernador de las islas. Toda la administración estaba a su servicio: el
Nisanji
o secretario de Estado, los
defterdars
o tenedor de los libros de impuestos, los
cadi-el-asker
o jueces de los soldados. Estaban además los
ulemas
u hombres de leyes, doctos del Corán, los jurisconsultos y profesores de Derecho.

Con las provincias o
sandjaks
, las relaciones se establecían por mediación de los
beylerbeys
y los bajás.

Una vez en el trono, el sultán gozaba de unos poderes sin parangón posible con los reconocidos a cualquier monarca occidental coetáneo. Gobernaba como señor de pueblos muy diversos, pero aspiraba también al dominio universal. Los miembros de la clase dirigente otomana y lo más granado de su ejército eran considerados esclavos del sultán y, en su condición de tales, su persona y bienes estaban a la entera disposición de aquél. Por otro lado, todos ellos o bien eran cautivos de guerra que el sultán reclamaba para sí o bien procedían de la
devchirme
, institución antigua que consistía en la elección cada tres o siete años de los niños más capacitados de las familias cristianas de los Balcanes y de Anatolia, sobre todo, para la educación como
Kapikullarïo
servidores del sultán, previamente convertidos al islam. De entre ellos salían después los dignatarios del Estado, grandes visires y gobernadores, así como la caballería formada por los
spahis
de la Puerta y los jenízaros, que era la temible infantería del ejército turco.

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