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Authors: Jesús Sánchez Adalid

Tags: #Histórico

El caballero de Alcántara (40 page)

BOOK: El caballero de Alcántara
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En relación al gobierno despótico del sultán otomano, frente a la realidad de los monarcas occidentales, hay un texto del
Viaje de Turquía
que lo dice todo por sí mismo. Pedro de Urdemalas (el cautivo cristiano) conversa con su amo Zinán bajá acerca de las maneras de gobernar tan diferentes del rey español y el sultán turco:

Después de haberme rogado que fuese turco, fue quál era mayor señor, el rey de Frangía o el Emperador. Yo respondí a mi gusto, aunque todos los que lo oyeron me lo atribuyeron a necedad y soberbia, si quería que le dixese verdad o mentira. Díxome que no, sino verdad. Yo le dixe: Pues hago saber a Vuestra Alteza que es mayor señor el Emperador que el rey de Francia y el Gran Turco juntos; porque lo menos que él tiene es España, Alemania, Ytalia y Flandes; y si lo quiere ver al ojo, manda traer un mappa mundi de aquellos que el embajador de Françia le empresentó, que yo lo mostraré. Espantado dixo: Pues ¿qué gente trae consigo?; no te digo en campo, que mejor lo sé que tú. Yo le respondí: Señor, ¿cómo puedo yo tener quenta con los mayordomos, camareros, pajes, caballerizos, guardas, azemilleros de los de lustre? Diré que trae más de mil caballeros y de dos mill; y hombres hay destos que trae consigo otros tantos. Díxome, pensando ser nuestra corte como la suya: ¿Qué, el rey da de comer y salarios a todos? ¿Pues qué bolsa le basta para mantener tantos caballeros? Antes, digo, ellos, señor, le mantienen a él sin menester, y son hombres que por su buena gracia le sirben, y no queriendo se estarán en sus casas, y si el Emperador los enoja le dirán, como no sean traidores, que son tan buenos como él, y se saldrán con ello; ni les puede de justicia quitar nada de lo que tienen, si no hazen por qué. Zerró la plática con la más humilde de las palabras que a turco jamás oí, diziendo:
honda hepbiz cular
, que quiere decir: acá todos somos esclavos.

Me lleva esto a pensar que las ideas de libertad y democracia de nuestra Europa no son un invento de la Ilustración, como algunos quieren hacer ver; sino el fruto de todo un proceso histórico en el que, salvando las distancias, subyace una visión cristiana del mundo y del poder.

Estambul en el siglo
XVI

En 1453, el sultán Mehmet II el Conquistador entró en la Constantinopla bizantina y la convirtió en la nueva capital del Imperio otomano que luego recibiría el nombre de Estambul. Un siglo después, bajo el reinado de Solimán el Magnífico el imperio consiguió su más alto nivel de poderío y su más brillante civilización. La ciudad alcanza un esplendor singular gracias a una enorme actividad arquitectónica dirigida por el genial arquitecto Mimar Sinam, constructor de fabulosas mezquitas como la de Sehzade, la de Solimán y la de Selim, además de baños públicos y otros edificios.

El sultán sé entregó a repoblar Estambul sistemáticamente haciendo venir pobladores de todas las regiones del imperio para instalarlos sobre todo al sur del Cuerno de Oro. A medidos del siglo
XVI
, se estima que la población superaba los 600 000 habitantes. La ciudad tomó entonces el aspecto característico de las ciudades islámicas, con sus redes de callejuelas y laberintos complejos, con vías sin salida, en medio de las cuales resaltaban las soberbias mezquitas. Los barrios fueron invadidos de casas de madera con pisos, parecidas a las viviendas de las zonas rurales extendidas por las regiones pónticas pobladas de árboles. Estambul parecía un inmenso campamento.

Le descripción de Constantinopla que hace el manuscrito del
Viaje de Turquía
nos da una idea de la forma de la ciudad en aquel tiempo:

En la ribera del Hellesponto (que es un canal de la mar la cual corre desde el mar Grande, que es el Euxino, hasta el mar Egeo) está la gibdad de Constantinopla, y podríase aislar, porque la mesma canal haze un seno, que es el puerto de la gibdad, y dura de largo dos grandes leguas […]. La excelencia mayor que este puerto tiene es que a la una parte tiene Constantinopla y a la otra Gálata. De ancho, terna un tiro de arcabuz grande. No se puede ir por tierra de la gibdad a la otra si no es rodeando quatro leguas; mas hay una gran multitud de barquillas para pasar por una blanca o maravedí cada y quando que tubieredes a qué.

Puede sorprender en la novela, a la cual sirve de explicación esta nota, que aparezcan en aquella ciudad musulmana cristianos moviéndose con libertad, dedicados a sus negocios e incluso asistiendo a los oficios religiosos católicos. En la descripción del manuscrito citado, se dice lo siguiente al respecto:

También me acuerdo de haber dicho que será una gibdad de quatro mili casas [se refiere a Gálata], en la qual viven todos los mercaderes venetianos y florentines, que serán mili casas; hay tres monasterios de fraires de la Iglesia nuestra latina, Sant Francisco, Sant Pedro y Sant Benito, en éste no hay más de un fraire viejo, pero es la iglesia mejor que del tamaño hay en todo Levante, toda de obra mosaica y las figuras muy perfectas.

Los peces de tierra en aquella asombrosa ciudad

Una de las curiosidades que pueden visitarse hoy día en la ciudad de Estambul es la cisterna Yerebatan, que es la más grande de las 60 cisternas que fueron construidas en Constantinopla durante la época bizantina. Está situada frente a la gran basílica de Santa Sofía. El motivo de esta monumental obra es la de proveer de un enorme aljibe a la capital de Bizancio, ya que no había agua dulce suficiente dentro de las murallas que rodeaban la ciudad. Durante siglos la traían de las fuentes y ríos desde el bosque de Belgrado, a unos 25 kilómetros de distancia. Pero, cuando había asedios, los enemigos destruían los acueductos o envenenaban el agua, por eso se vieron obligados a depositar el agua potable en estas cisternas y, de este modo, utilizarla en caso de necesidad.

Para su construcción se utilizaron diferentes tipos de columnas romanas de distintas épocas. Consta de 336 columnas repartidas en 12 hileras de 28 y situadas a 4 metros unas de otras y nos recuerda a un bosque de piedra. Ocupa un área de 10 000 m
2
, tiene 8 m de altura y aproximadamente su capacidad es de unos 80 000 m
3
. En el extremo izquierdo de la cisterna, se descubrieron dos columnas cuyas bases esculpidas con ovólos clásicos reposan sobre dos extrañas cabezas de Medusa.

Fueron utilizadas hasta el siglo
XIV
, durante todo el Imperio bizantino y, tras la conquista otomana, su rastro desaparece durante cientos de años. Un viajero francés que visitó Constantinopla en el siglo
XVI
escribió una amplia descripción de la ciudad, en la que dejó constancia de una curiosidad digna del mayor asombro: en el centro mismo del barrio más noble, en los aledaños de Santa Sofía, los muchachos abrían un agujero en el suelo y pescaban peces que parecían provenir de las profundidades de la tierra. No era otra cosa que acceder al ya olvidado espacio subterráneo, correspondiente al inmenso aljibe bizantino que seguía intacto con su agua y sus peces aclimatados y hechos a vivir en la oscuridad.

Ya en el siglo
XIX
, el estudioso francés Petras Gylius comienza a investigar a partir de ciertas historias sobre gente que pescaba en los sótanos de sus casas. Bajó a través del pozo de una de ellas y redescubrió el aljibe, uno de los sitios más evocadores de la mítica Constantinopla.

Tras las restauraciones realizadas en el año 1987 se reabrió para el turismo. Hoy puede contemplarse iluminado, lleno de agua clara y ofreciendo la sobrecogedora visión de los peces blanquecinos surcando las profundidades.

Los espías del rey católico

Ya hemos visto en los apartados anteriores cómo las sucesivas campañas militares y, especialmente el desastre militar español de los Gelves de 1560, llenaron de prisioneros españoles e italianos los puertos turcos. A Estambul llegaron miles de estos cautivos y se convirtieron en una mano de obra esclava muy útil, así como en una fuente de ganancias sustanciosa merced a las operaciones comerciales de rescate.

Esta presencia de cautivos en la capital otomana, así como el ir y venir de comerciantes y emisarios encargados de negociar los rescates, propició la organización de una compleja trama de espionaje que facilitó la llegada de interesante información al rey de España, la cual sería después de gran utilidad a la hora de programar las principales victorias de la flota cristiana en el Mediterráneo: Oran, Malta y Lepanto.

Es sabido que Felipe II puso un gran interés siempre en obtener información complementaria de cuanto ocurría en sus vastísimos dominios, pues no se fiaba del todo de los documentos oficiales. En este sentido, puede ser considerado como el precursor de los servicios de información españoles, al crear un verdadero cuerpo de agentes en todos los países europeos. También se preocupó de conocer las intenciones de sus enemigos y no dudó en utilizar cuantiosos fondos para sostener verdaderos entramados de informadores secretos en los puertos corsarios, en los presidios turcos y en la mismísima capital otomana.

Ya hemos tratado anteriormente sobre la importancia de una diplomacia y un ejército permanentes en la política exterior de Felipe II. Esta misma lógica se sigue en la consolidación de unos servicios de inteligencia permanentes.

Desde el mencionado desastre naval de la isla de Djerba (Gelves) y el hundimiento de una escuadra española en la costa malagueña en 1562, se tuvo conciencia de cierta indefensión ante un posible ataque a mayor escala combinado, que reuniera a la potente armada turca, a los piratas berberiscos y a los moriscos de Andalucía. Por tal motivo, los avisos enviados por los espías desde Levante son aguardados con ansiedad en Nápoles, Sicilia, Venecia y España, para conocer con tiempo suficiente cualquier rumor sobre las intenciones de la armada turca para la campaña veraniega anual.

Sobre ningún monarca español se ha escrito tanto como acerca de Felipe II. Se llega a tener la sensación de que es uno de los personajes históricos mejor conocidos, —dentro y sobre todo— fuera de España. Al igual que otros monarcas de su época, era consciente de la importancia de la información para el mantenimiento de su política interior y exterior. Los requerimientos de noticias a sus ministros eran continuos: «Habéis de tener particular cuidado en saber y entender por todas las vías, modos y formas que pudiereis las nuevas que hubiere», escribía a su embajador en Venecia, Diego Guzmán de Silva en 1569. Felipe II tuvo fama de ser el monarca mejor informado de su tiempo y no dudó, frente a los enviados extranjeros, en jugar con la ventaja de conocer algunos acontecimientos antes que ellos. Quería estar al tanto personalmente de todos los detalles, por insignificantes que pudieran parecer a simple vista. Aunque contaba con el asesoramiento de sus secretarios de Estado, el rey hacía pasar todo por su mano y se reservaba siempre la última palabra hasta en los más nimios asuntos.

Y es harto sabido que para Felipe II el secreto era la condición consustancial al propio hecho de gobernar. Como señalara Braudel, «gobernar es también escuchar, espiar, sorprender al adversario, y el gobierno de los Habsburgo, desde este punto de vista mucho más avanzado que los Estados rivales, dispone desde la época de Carlos V de una vasta red de espionaje».

En su relación de 1593, el embajador veneciano Tomás Contarini comentaba:

Guarda en todos sus asuntos el más riguroso secreto, hasta el punto de que ciertas cosas que podrían divulgarse sin el menor inconveniente quedan sepultadas en el más profundo silencio. Por otra parte, nada desea tanto como descubrir los propósitos y los secretos de los demás príncipes, y en ello emplea todo su cuidado y actividad: gasta sumas considerables en mantener espías en todas las partes del mundo y en las cortes de todos los príncipes, y con frecuencia estos espías tienen orden de dirigir sus cartas a S.M. mismo, que no comunica a nadie las noticias de importancia.

Francisco Vendramino, que le sucedió en el cargo, insiste dos años después en los mismos términos señalando el interés de Su Majestad de estar permanentemente informado.

En su correspondencia se hace muy visible esta obsesión por conocer detalles directos en cualquier negocio para tomar decisiones. Esto le llevó a asumir personalmente la dirección de los servicios secretos. «En todos los casos proponía y daba el visto bueno a las misiones de espionaje, aceptaba o rechazaba la contratación de espías, autorizaba los pagos y controlaba la distribución de los gastos secretos, dictaba las normas sobre la utilización y cambio de la cifra, coordinaba la información y daba instrucciones sobre su canalización mediante el correo y, por último, ordenaba todo lo relativo a las precauciones y medidas de seguridad que debían acompañar a las actividades de inteligencia». Así se pone de manifiesto en el interesantísimo trabajo publicado bajo el título
Espías de Felipe II
, escrito por los historiadores Carlos Carnicer y Javier Marcos (Madrid, 2005), en el que se pone al corriente con acierto y todo lujo de detalles de la ingente trama de espionaje a la que aludimos.

La gran mayoría de los espías españoles en Levante eran «hombres de la frontera», griegos, albaneses, renegados y mercaderes, que se ofrecían movidos por la codicia, casi siempre con dudosas intenciones, para poder introducirse en Italia, en Venecia o en Estambul, o simplemente para seguir la frecuentísima carrera del espía doble. Todo esto obligaba a extremar las precauciones, «y más con tanto bellaco renegado que dicen mil mentiras», en palabras del cautivo español en Túnez Juan de Zambrana, testigo privilegiado de estos hechos.

Por eso inspiraban en las autoridades españolas tan poca confianza la gran mayoría de los confidentes en Levante y se concedía poca credibilidad a las informaciones que enviaban. Lo cual motivó que para las más secretas y complejas misiones se emplearan otro tipo de efectivos, como bien pudieran ser los miembros de las órdenes militares, que tanta seguridad proporcionaban al monarca en muchos otros asuntos.

Constantemente los virreyes de Nápoles y Sicilia y los representantes en la embajada de Venecia expresan en su correspondencia la preocupación que tenían por el control de los confidentes y la comprobación de la veracidad de la información. Uno de estos hombres de plena confianza de Felipe II fue Diego Guzmán de Silva, embajador de España en Venecia. Él mismo lo expresaba con lucidez: «Como por acá hay gente mudable y es ésta la causa de particularidades semejantes, no doy aviso a Vuestra Majestad algunas veces porque son tantos los burladores que es menester gran tino para no ser engañado», escribía al rey en 1573.

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