Su dibujo había congregado a una media docena, atraídos por su acto de creación igual que el brillo del fuego atraía a los llamaspren. Había aprendido a ignorarlos. No tenían importancia: si atravesaba uno con una mano, la figura se borraba como arena esparcida y luego se reformaba. Nunca sentía nada cuando los tocaba.
Un rato después, alzó la página, satisfecha. Mostraba a Yalb y al porteador con detalle, con atisbos de la populosa ciudad detrás. Había reflejado bien los ojos. Eso era lo más importante. Cada una de las Diez Esencias tenía un análogo en el cuerpo humano: la sangre para lo líquido, el pelo para la madera, etcétera. Los ojos estaban asociados con el cristal y el vidrio. Las ventanas a la mente y el espíritu de una persona.
Hizo a un lado la página. Algunos hombres coleccionaban trofeos. Otros coleccionaban armas o escudos. Muchos coleccionaban esferas.
Shallan coleccionaba personas. Personas, y criaturas interesantes. Tal vez era debido a que había pasado gran parte de su juventud en una prisión virtual. Había desarrollado la costumbre de memorizar rostros, y de dibujarlos más tarde, después de que su padre la descubriera haciendo bocetos de los jardineros. ¿Su hija? ¿Haciendo dibujos de ojos oscuros? Se enfureció con ella: uno de los pocos momentos en que dirigió su famoso temperamento contra su hija.
Después de eso, ella hizo dibujos de personas solo en privado, usando en cambio los momentos libres para esbozar los insectos, crustáceos y plantas de los jardines de la mansión. A su padre no le importó esto (la zoología y la botánica eran actividades femeninas adecuadas), y eso la animó a elegir la historia natural como Llamada.
Sacó una tercera hoja en blanco. Parecía suplicarle que la rellenara. Una página en blanco no era nada más que potencial, algo sin sentido hasta que fuera utilizada. Como una esfera plenamente infusa guardada dentro de una bolsa que impedía que su luz fuera útil.
«Lléname.»
Los creacionspren se congregaron en torno a la página. Se mantuvieron quietos, como curiosos, expectantes. Shallan cerró los ojos e imaginó a Jasnah Kholin de pie ante la puerta bloqueada, la animista brillando en su mano. El pasillo estaba en silencio, a excepción de los lloriqueos de una niña. Los ayudantes conteniendo la respiración. Un rey ansioso. Una reverencia callada.
Shallan abrió los ojos y empezó a dibujar con vigor, perdiéndose intencionadamente. Cuando menos estuviera en el ahora y más estuviera en el entonces, mejor sería el boceto. Los otros dos dibujos habían sido de calentamiento: esta era la obra maestra del día. Con el papel sujeto a la mesa, la mano segura agarrada a ella, la mano libre voló por el papel, cambiando de vez en cuando de lápices. Suave carboncillo para la negrura densa y tupida, como el hermoso cabello de Jasnah. Carboncillo duro para los grises claros, como las poderosas ondas de luz que surgían de las gemas de la animista.
Durante unos instantes, Shallan volvió a aquel pasillo para ver algo que no debería ser: una hereje blandiendo uno de los poderes más sagrados del mundo. El poder del cambio mismo, el poder con el que el Todopoderoso había creado Roshar. Tenía otro nombre, que solo estaba permitido transmitir en los labios de los fervorosos.
Elithana-thile
. El que transforma.
Shallan pudo oler el polvoriento pasillo. Pudo oír a la niña llorando. Pudo sentir su propio corazón latiendo de expectación. La piedra cambiaría pronto. Absorbiendo la luz tormentosa de la gema de Jasnah, renunciaría a su esencia, para convertirse en algo nuevo. El aliento de Shallan quedó contenido en su garganta.
Y entonces el recuerdo se desvaneció, devolviéndola a la silenciosa y tenue sala de lectura. La página contenía ahora una reproducción perfecta de la escena, conseguida con negros y grises. La orgullosa figura de la princesa miraba la piedra caída, exigiéndole que cediera ante su voluntad. Era ella. Shallan supo, con la certeza intuitiva del artista, que esta era una de las mejores obras que había hecho jamás. De un modo muy sencillo, había capturado a Jasnah Kholin, algo que los devotarios no habían conseguido nunca. Eso la llenó de euforia. Aunque esta mujer volviera a rechazarla, no podría cambiar un hecho. Jasnah Kholin se había unido a la colección de Shallan.
Shallan se limpió los dedos en su paño, y luego alzó el papel. Advirtió ausente que ya había atraído a unas dos docenas de creacionspren. Tendría que barnizar la página con savia de pleárbol para fijar el carboncillo y protegerlo de manchas. Tenía un poco en su zurrón. Primero quería estudiar la página y la figura que en ella aparecía. ¿Quién era Jasnah Kholin? Nadie que se dejara intimidar, desde luego. Era una mujer hasta el tuétano, maestra de las artes femeninas, pero en ningún modo delicada.
Una mujer semejante apreciaría la determinación de Shallan. Escucharía otra solicitud de pupilaje, suponiendo que se le presentara de forma adecuada.
Jasnah era también una racionalista, una mujer con la audacia para negar la existencia del mismísimo Todopoderoso basándose en su propio razonamiento. Jasnah apreciaría la fuerza, pero solo si estaba enmarcada por la lógica.
Shallan asintió para sí, sacó una cuarta hoja de papel y un pincel de punta fina, y empezó a sacudir su frasco de tinta antes de abrirlo. Jasnah había exigido pruebas de las habilidades lógicas y escritoras de Shallan. Bien ¿qué mejor forma de hacerlo que suplicarle a la mujer con palabras?
«Brillante Jasnah Kholin —escribió Shallan, pintando las letras lo más clara y bellamente que pudo. Podría haber usado una caña, pero se usaba el pincel para las obras de arte. Pretendía que esta página lo fuera—. Has rechazado mi petición. Lo acepto. Sin embargo, como sabe cualquiera formado en las peticiones formales, ninguna suposición debería ser tratada como axiomática.» El argumento en realidad decía: «Ninguna suposición, excepto la existencia del Todopoderoso mismo, debería ser considerada axiomática.» Pero esta forma de expresarlo complacería a Jasnah.
«Una científica debe estar dispuesta a cambiar sus teorías si la experimentación las refuta. Me aferró a la esperanza de que trates las decisiones de una manera similar: como resultados preliminares pendientes de nueva información.
»Por nuestra breve entrevista, puedo ver que aprecias la tenacidad. Me felicitaste por continuar tu búsqueda. Por tanto, presupongo que no considerarás esta carta una rotura del buen gusto. Considéralo como prueba de mi ardor por ser tu pupila, y no como desprecio a tu decisión expresada.»
Shallan se llevó el pincel a los labios mientras consideraba su siguiente paso. Los creacionspren se apartaron lentamente, desvaneciéndose. Se decía que eran los logispren, en forma de diminutas nubes de tormenta, los que eran atraídos por los grandes argumentos, pero Shallan no los había visto nunca. Shallan continuó:
«Esperas pruebas de mi valía. Ojalá pudiera demostrar que mi educación es más completa que lo que reveló nuestra entrevista. Por desgracia, no tengo base para semejante argumento. Tengo debilidades en mi comprensión. Eso está claro y no se somete a ninguna disputa razonable.
»Pero las vidas de los hombres y las mujeres son más que acertijos lógicos; el contexto de sus experiencias es valiosísimo para tomar buenas decisiones. Mis estudios de lógica no llegan a tu nivel, pero incluso yo sé que los racionalistas tienen una regla: no se puede aplicar la lógica como un absoluto cuando se refiere a los seres humanos. No somos solo seres de pensamiento.
»Por tanto, el alma de mi presente argumento es dar perspectiva a mi ignorancia. No a modo de excusa, sino de explicación. Expresaste insatisfacción porque alguien como yo hubiera recibido formación tan inadecuada. ¿Qué hay de mi madrastra? ¿Qué hay de mis tutoras? ¿Por qué fue tan pobre mi educación?
»Los hechos son embarazosos. He tenido pocas tutoras y virtualmente ninguna educación. Mi madrastra lo intentó, pero ella tampoco tenía educación alguna. Es un secreto cuidadosamente guardado, pero muchas de las casas rurales veden ignoran la adecuada formación de sus mujeres.
»Tuve tres tutoras distintas cuando era muy joven, pero cada una de ellas se marchó después de unos pocos meses, citando el temperamento de mi padre o su rudeza como motivo. Me quedé sola en mi educación. He aprendido lo que he podido a través de lecturas, llenando los huecos gracias a mi naturaleza curiosa. Pero no seré capaz de igualar el conocimiento de alguien que ha recibido el beneficio de una educación formal…, y cara.
»¿Por qué es este un argumento por el que debas aceptarme? Porque todo lo que he aprendido ha sido a través de un gran esfuerzo personal. Lo que a otras les fue entregado, yo tuve que cazarlo. Creo que, a causa de esto, mi educación (limitada como es) tiene valor y mérito extras. Respeto tus decisiones, pero te pido que lo reconsideres. ¿Qué prefieres tener? ¿Una pupila que sea capaz de repetir las respuestas correctas porque una cara tutora se las hizo saber, o una pupila que tuvo que esforzarse y luchar por todo lo que ha aprendido?
»Te aseguro que una de las dos apreciará tus enseñanzas más que la otra.»
Alzó el pincel. Ahora que los consideraba, sus argumentos parecían imperfectos. ¿Exponía su ignorancia, y luego esperaba que Jasnah la aceptara? De todas formas, parecía el paso adecuado, a pesar de que esta carta era una mentira. Un mentira construida de verdades. No había venido a compartir el conocimiento de Jasnah. Había venido como ladrona.
Eso hizo que su consciencia la incordiara, y casi estuvo a punto de alargar la mano y romper la página. Unos pasos en el pasillo la hicieron detenerse. Se puso en pie de un salto, se volvió con la mano segura en el pecho. Buscó palabras para explicar su presencia ante Jasnah Kholin.
Luces y sombras fluctuaban en el pasillo, y luego una figura vacilante se acercó a la salita, con una esfera blanca en la mano para darse luz. No era Jasnah. Era un hombre de poco más de veinte años que llevaba una sencilla túnica gris. Un fervoroso. Shallan se relajó.
El joven reparó en ella. Su rostro era afilado, sus ojos azules agudos. Tenía la barba corta y cuadrada, la cabeza afeitada. Cuando habló, su voz tenía un tono culto.
—Ah, discúlpame, brillante. Creí que esta era la sala de Jasnah Kholin.
—Lo es —respondió Shallan.
—Oh. ¿También la estás esperando?
—Sí.
—¿Te importaría mucho si espero contigo? —tenía un leve acento herdaziano.
—Naturalmente que no, fervoroso —ella asintió respetuosa, y luego recogió sus cosas a toda prisa, preparándole el asiento.
—¡No puedo ocupar tu asiento, brillante! Traeré otro para mí.
Ella alzó una mano para protestar, pero él se había retirado ya. Regresó unos momentos más tarde, trayendo una silla de otra salita. Era alto y delgado y (decidió Shallan con leve incomodidad) bastante guapo. Su padre poseía solo tres fervorosos, todos hombres mayores. Recorrían sus tierras y visitaban las aldeas, atendiendo a la gente, ayudándole a alcanzar Puntos en sus Glorias y Llamadas. Shallan tenía sus rostros en su colección de retratos.
El fervoroso soltó su silla. Vaciló antes de sentarse, mirando la mesa.
—Vaya, vaya —dijo, sorprendido.
Durante un momento, Shallan pensó que estaba leyendo su carta, y ella sintió un irracional arrebato de pánico. El fervoroso, sin embargo, estaba mirando los tres dibujos que había en la cabecera de la mesa, esperando el barniz.
—¿Los has hecho tú, brillante?
—Sí, fervoroso —respondió Shallan, bajando los ojos.
—¡No es necesario ser tan formales! —dijo el fervoroso, inclinándose y ajustándose las lentes mientras estudiaba su trabajo—. Por favor, soy el hermano Kabsal, o solo Kabsal. De verdad, está bien. ¿Y tú eres?
—Shallan Davar.
—¡Por las llaves doradas de Vedeledev, brillante! —dijo el hermano Kabsal, sentándose—. ¿Te enseñó Jasnah Kholin esta habilidad con el lápiz?
—No, fervoroso —contestó ella, todavía de pie.
—Sigues igual de formal —dijo él, sonriendo—. Dime ¿tan intimidador resulto?
—Me han educado para mostrar respeto a los fervorosos.
—Bueno, considero que el respeto es como el abono. Úsalo donde sea necesario, y florecerán las plantas. Extiéndelo demasiado, y las cosas empezarán a oler. —Sus ojos chispearon.
¿Había hablado un fervoroso, un servidor del Todopoderoso, de abono?
—Un fervoroso es representante del mismísimo Todopoderoso —dijo—. Mostrarte falta de respeto sería mostrárselo al Todopoderoso.
—Comprendo. ¿Y es así como responderías si el Todopoderoso se te apareciera aquí? ¿Con toda esta formalidad y reverencia?
Ella vaciló.
—Bueno, no.
—Ah ¿y cómo reaccionarías?
—Sospecho que con gritos de dolor —dijo ella, dejando escapar sus pensamientos demasiado fácilmente—. Ya que está escrito que la gloria del Todopoderoso es tal que todo aquel que lo contemple será reducido inmediatamente a cenizas.
El fervoroso se echó a reír.
—Bien dicho, en efecto. Por favor, siéntate.
Ella así lo hizo, vacilante.
—Sigues pareciendo preocupada —dijo él, alzando el retrato de Jasnah—. ¿Qué debo hacer para que te tranquilices? ¿Me subo a esta mesa y bailo?
Ella parpadeó sorprendida.
—¿Ninguna objeción? —dijo el hermano Kabsal—. Bien, entonces…
Soltó el retrato y empezó a subirse a la silla.
—¡No, por favor! —exclamó Shallan, extendiendo su mano libre.
—¿Estás segura? —Él miró la mesa, calibrándola.
—Sí —dijo Shallan, imaginando al fervoroso tambaleándose y dando un mal paso, y luego cayendo por el balcón y precipitándose varios metros al piso de abajo—. ¡Por favor, prometo no respetarte más!
Él se echó a reír, se bajó de la silla y se sentó. Se inclinó hacia ella, como conspirando.
—La amenaza del baile sobre la mesa funciona casi siempre. Solo he tenido que llegar hasta el final una vez, por una apuesta perdida contra el hermano Lhanin. El maestro fervoroso de nuestro monasterio casi se muere del susto.
Shallan no pudo evitar sonreír.
—Eres fervoroso: las posesiones te están prohibidas. ¿Qué apostaste?
—Dos profundas inhalaciones de la fragancia de una rosa de invierno —dijo el hermano Kabsal— y el calor de la luz del sol sobre la piel —sonrió—. Podemos ser bastante creativos en ocasiones. Años pasados macerándote en un monasterio pueden hacerle eso a un hombre. Estabas a punto de explicarme dónde aprendiste esa habilidad con el lápiz.