El círculo oscuro (34 page)

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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Intriga, Policíaca

BOOK: El círculo oscuro
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—Marya dice que la capitán Masón, la que ha relevado a Cutter porque se negaba a cambiar de rumbo, se ha encerrado en el puente de mando, y que nos hará chocar contra un arrecife.

La navaja dejó de deslizarse por la larga y blanca mandíbula de Pendergast. Transcurrieron casi treinta segundos antes de que prosiguiese el afeitado.

— ¿Y por qué lo hace?

—Nadie lo sabe. Parece que se ha vuelto loca.

—Loca — repitió Pendergast.

Dio una pasada tras otra, con una lentitud y precisión exasperantes.

—Por si fuera poco —dijo Constance— ha habido otro encuentro con aquella cosa, lo que llaman el fantasma de humo; lo han visto varias personas, incluido el director del crucero. Casi parece que…

Se calló. No sabía cómo formularlo. Al final dejó la idea a un lado. Seguro que eran imaginaciones suyas.

El afeitado continuó en silencio. Solo se oía el impacto lejano de las olas y el viento, y de vez en cuando alguna voz en el pasillo. Constance y Marya esperaban. Finalmente, Pendergast acabó de afeitarse, se pasó agua por la cara, cerró la navaja, se secó con una toalla (primero sin frotar, y después frotando), se puso la camisa, se abrochó los botones y los gemelos de oro, se pasó la corbata por el cuello y se hizo el nudo con pocos y expertos gestos. Salió del lavabo.

— ¿Adonde vas? —preguntó Constance, con exasperación y cierta dosis de miedo—. ¿Tienes alguna idea de lo que está ocurriendo?

Pendergast cogió la chaqueta.

— ¿Cómo, pero aún no lo has deducido?

— ¡Por supuesto que no! —Constance notó que perdía los estribos—. ¡No me digas que tú sí!

—Naturalmente.

Pendergast se puso la chaqueta y fue hacia la puerta.

— ¿Qué?

Se detuvo.

—Tal como había supuesto, todo está relacionado: el robo del Agoyzen, el asesinato de Jordán Ambrose, las desapariciones y los asesinatos en el barco, y ahora la capitán loca que lleva el barco a los acantilados. —Se rió un poco—. Por no hablar de tu «fantasma de humo».

— ¿Cómo? —preguntó Constance, exasperada.

—Tú tienes la misma información que yo, y me resulta tan cansino dar explicaciones… Además, todo eso ya no tiene importancia. —Hizo un gesto vago con la mano—. Si es cierto lo que dices, pronto todos nos hundiremos en el cieno del fondo del Atlántico, pero ahora mismo tengo que hacer algo importante. Volveré en menos de una hora. ¿Crees que al menos tendrás tiempo de conseguirme un simple plato de huevos Benedict, y un té verde?

Se fue.

Constance siguió mirando fijamente la puerta mucho después de que se cerrara. Se volvió despacio hacia Marya, y tardó un poco en hablar.

— ¿Qué pasa? —preguntó Marya.

—Tengo que pedirte un favor.

La camarera esperó.

—Quiero que me traigas lo antes posible a un médico.

Miró alarmada a Constance.

— ¿Está enferma?

—No, pero creo que él sí.

Capítulo 53

Gavin Bruce, y lo que había empezado a llamar su equipo, estaban sentados en el salón central de la cubierta 8, hablando de la situación en el barco, y de los pasos que podían dar. Aunque el toque de queda solo se imponía por la noche, parecía que muchos pasajeros se hubieran refugiado en sus camarotes, fuera por miedo al asesino, fuera por cansancio después de una mañana sumamente tensa.

Bruce cambió de postura. A pesar de que el grupo hubiera fracasado en su misión de hablar con el comodoro Cutter, le satisfacía que le hubieran relevado del mando, siguiendo sus consejos. Tenía la sensación de que su intervención había servido de algo, al fin y al cabo.

Era evidente que Cutter no estaba a la altura de las circunstancias. Pertenecía a un tipo de capitanes que Bruce conocía muy bien por su experiencia en la Royal Navy: comandantes que confundían la tozudez con la determinación, y «seguir el reglamento al pie de la letra» con la prudencia. Cuando la situación se volvía caótica, los hombres como él solían verse desbordados. La nueva capitán había resuelto perfectamente la transición. Sus palabras por el sistema de megafonía habían merecido la aprobación de Bruce. Todo muy profesional, muy controlado.

—Nos estamos metiendo de lleno en la tormenta —dijo Niles Welch, señalando con la cabeza la hilera de ventanas, por las que corría el agua.

—No me gustaría nada pasar por este trago en un barco más pequeño —contestó Bruce—. Parece mentira lo bien que navega este barco tan grande.

—Pero no como el destructor en el que fui guardiamarina durante la guerra de las Malvinas —dijo Quentin Sharp—. ¡Qué nervio de barco!

—Me sorprende que la capitán haya aumentado la velocidad —dijo Emily Dahlberg.

—La entiendo perfectamente —contestó Bruce—. Yo, en su lugar, tendría ganas de llevar a puerto este barco gafado lo antes posible, sin pensar en la comodidad de los pasajeros; claro que, personalmente, quizá no le diera tanto a la palanca… El barco está recibiendo de lo lindo. —Miró a Dahlberg—. A propósito, Emily, quería felicitarte por cómo acabas de calmar a aquella chica histérica. Es la cuarta persona que tranquilizas en una hora.

Dahlberg cruzó las piernas con estilo.

—Estamos todos aquí para lo mismo, Gavin, para contribuir a mantener el orden, y ayudar en todo lo que podamos.

—Ya, pero yo no habría sido capaz. Creo que nunca he visto a nadie tan angustiado.

—Lo único que he hecho ha sido recurrir a mi instinto maternal.

— ¡Si tú nunca has tenido hijos!

—Es verdad. —Dahlberg sonrió un poco—. Pero tengo mucha imaginación.

En el pasillo resonaron pasos y gritos atropellados.

—Otro grupo de borrachos idiotas no, por favor.

Las voces aumentaron de volumen, hasta que apareció un grupo de pasajeros revoltosos, encabezados por un hombre claramente borracho. Se habían dispersado, y daban golpes en las puertas de los camarotes, obligando a salir a sus ocupantes.

— ¿Os habéis enterado? —vociferó el cabecilla, trabándose la lengua—. ¿Os habéis enterado?

El resto del grupo seguía golpeando puertas y gritando que saliese todo el mundo.

Bruce se incorporó.

— ¿Ha ocurrido algo? —preguntó Dahlberg bruscamente.

El borracho se paró, tambaleándose un poco.

Se oyó un coro de voces asustadas. El borracho agitó los brazos.

— ¡La capitán se ha apoderado del puente de mando! ¡Va a estrellar el barco contra los Grand Banks!

Hubo una ráfaga de preguntas y gritos.

Bruce se levantó.

—Decir eso en un barco es muy incendiario. Más vale que pueda demostrarlo.

El hombre le miró, no muy dueño de sí.

—Pues ahora mismo lo demuestro. Te lo voy a demostrar, tío. En todo el barco se habla de lo mismo. Lo dice toda la tripulación.

— ¡Es verdad! —dijo una voz al fondo—. ¡La capitán se ha encerrado a solas en el puente, y ha puesto rumbo a las Carrion Rocks!

—Tonterías —dijo Bruce.

Sin embargo, le puso nervioso oír mencionar las Carrion Rocks. Las conocía muy bien de su época de marinero. Era un ancho grupo de rocas que salían como dientes de la superficie del Atlántico Norte; eran un grave peligro para la navegación.

— ¡Es verdad! —se desgañitó el borracho, moviendo tanto los brazos que casi perdió el equilibrio—. ¡En todo el barco se habla de lo mismo!

Bruce vio que cundía el pánico.

—Amigos —dijo con firmeza—, es imposible. El puente de un barco así no puede controlarlo una sola persona. Además, seguro que hay mil maneras de recuperar el mando de un barco como este, desde la sala de máquinas o desde los puentes secundarios. Se lo digo yo, que he sido comandante en la Royal Navy.

— ¡Eso era entes, viejo carcamal! —exclamó el borracho—. Este barco está totalmente automatizado. ¡La capitán se ha amotinado, ha tomado el control y ahora quiere hundir el barco!

Llegó corriendo una mujer, que se aferró al traje de Bruce.

— ¿Ha sido oficial de marina? ¡Pues haga algo, por amor de Dios!

Bruce se soltó y levantó las manos. Era un hombre que inspiraba respeto. Las voces asustadas remitieron un poco.

— ¡Por favor! —dijo.

Se hizo el silencio.

—Mi equipo y yo vamos a averiguar si hay algo de cierto en ese rumor —añadió.

— ¡Pues claro que…!

— ¡Silencio! —Esperó un poco—. Si es así, tomaremos medidas, se lo prometo. Mientras tanto, lo mejor será que se queden aquí esperando instrucciones.

—Si mal no recuerdo —dijo Dahlberg—, en la sala Club de la cubierta 10 hay un monitor donde se ve la posición del barco en la ruta, incluido el rumbo y la velocidad.

—Perfecto —dijo Bruce—. Así podremos comprobarlo personalmente.

— ¿Y luego? —prácticamente chilló la mujer que se le había cogido del traje.

Bruce se volvió hacia ella.

—Lo dicho: ustedes quédense aquí, y aconsejen lo mismo a cualquier persona que pase. Mantengan la calma, y no hagan correr el rumor. Lo que menos nos conviene es que cunda el pánico. Si es verdad, ayudaremos al resto de los oficiales a recuperar el mando del barco. Y a ustedes les mantendremos informados.

Acto seguido, miró a su pequeño grupo.

— ¿Vamos a comprobarlo?

Se los llevó a paso veloz por el pasillo y la escalera. Era una historia descabellada, una locura. No podía ser verdad… ¿O sí?

Capítulo 54

En el puente auxiliar había mucha gente, y cada vez hacía más calor. LeSeur había convocado una reunión de emergencia de todos los jefes de departamento. Ya estaban llegando los directores de recepción y ocio, así como el sobrecargo, el contramaestre y el jefe de camarotes. Después de una mirada a su reloj, LeSeur se secó la frente y, por enésima vez, miró la espalda de la capitán Masón en el monitor de circuito cerrado, erguida y serena en el timón, sin que se le saliera un pelo de la gorra. Habían pedido el rumbo del
Britannia
en el chartplotter principal Nav-Trac GPS, y ahí estaba, en preciosos colores electrónicos: el rumbo, la velocidad… y las Carrion Rocks.

Volvió a mirar a Masón, que seguía tan tranquila al timón. Le había ocurrido algo, algún problema médico; una embolia, drogas, o quizá una fuga disociativa. ¿En qué estaría pensando? Sus actos eran la antítesis de todo lo que representaba un capitán de barco.

Kemper estaba delante de un terminal de control, con auriculares. LeSeur le tocó. El jefe de seguridad se quitó los auriculares.

—Kemper, ¿está totalmente seguro de que nos oye?

—Están abiertos todos los canales. Hasta recibo un poco de feedback en los cascos.

LeSeur se volvió hacia Craik.

— ¿Alguna respuesta a nuestra señal de auxilio?

Craik levantó la vista de su SSB con teléfono por satélite.

—Sí, señor. Ya ha contestado la guardia costera de Estados Unidos, y la de Canadá. El barco más cercano es el rompehielos
Sir Wilfred
Grenfell
, procedente de St. John's, un patrullero de sesenta y ocho metros con nueve oficiales, once tripulantes, dieciséis literas y otras diez en el hospital del barco. Llevan rumbo de intercepción, y se cruzarán con nosotros unas quince millas náuticas al este-nordeste de las Carrion Rocks, aproximadamente a las… 15.45. No hay nadie lo suficientemente cerca como para alcanzarnos antes de la hora estimada de… humm… colisión.

— ¿Qué planes tienen?

—Aún están valorando las opciones.

LeSeur se volvió hacia el tercer oficial.

—Que venga el doctor Grandine. Quiero asesoramiento médico sobre lo que le ocurre a Masón. Y pregúntele a Mayles si hay algún psiquiatra entre los pasajeros. Si lo hay, que también venga.

—Sí, señor.

A continuación, LeSeur se volvió hacia el ingeniero jefe.

—Señor Halsey, vaya personalmente a la sala de máquinas y desconecte el piloto automático. Si es necesario, corte cables o déle a los tableros con un mazo. Si no hay más remedio, desconecte uno de los módulos de propulsión.

El ingeniero jefe sacudió la cabeza.

—El piloto automático está protegido contra ataques. Está diseñado para contrarrestar cualquier sistema manual. Aunque se pudiera desconectar uno de los módulos, cosa que es imposible, lo compensaría el piloto automático. En caso de necesidad, el barco puede funcionar con un solo módulo.

—Señor Halsey, no me diga que es imposible antes de haberlo intentado.

—Sí, señor.

LeSeur se dirigió al oficial de radio.

—Intente ponerse en contacto con Masón en el canal 16 del VHF con su radio portátil.

—Sí, señor. —El oficial sacó su VHF de la funda, se lo acercó a la boca y pulsó el botón de transmisión—. Radio a puente, radio a puente, conteste, por favor.

LeSeur señaló el monitor de circuito cerrado.

— ¿Han visto? —exclamó—. Se ve la luz verde de recepción. ¡Nos recibe con toda claridad!

—Es lo que le decía —contestó Kemper—. Oye hasta la última palabra.

LeSeur sacudió la cabeza. Hacía años que conocía a Masón, y era un ejemplo de profesionalidad; un poco estirada, con cierta obsesión por las normas, y no exactamente cariñosa, pero una profesional de los pies a la cabeza, en cualquier circunstancia. Se estrujó el cerebro. Alguna manera tenía que haber de comunicarse con ella cara a cara. Le desesperaba tenerla siempre de espaldas.

Si la vela, quizá podría razonar con ella. O como mínimo entenderla.

—Señor Kemper —dijo LeSeur—, ¿verdad que justo debajo de las ventanas del puente hay una barra para sujetar el instrumental de limpieza?

—Creo que sí.

Cogió su chaqueta de una silla y se la puso.

—Voy a salir.

— ¿Está loco? —preguntó Kemper—. De ahí a la cubierta hay más de treinta metros.

—Pienso mirarla a la caray preguntarle qué narices pretende.

— ¡Se expondrá de lleno a la tormenta!

—Segundo oficial Worthington, reléveme hasta que vuelva.

LeSeur salió corriendo por la puerta.

LeSeur estaba en la baranda delantera de babor de la plataforma de observación de la cubierta 13. El viento azotaba su ropa y la lluvia su cara mientras contemplaba el puente. Estaba situado en el nivel más alto del barco. Por encima solo había chimeneas y mástiles. Las dos alas del puente se proyectaban tanto hacia babor y estribor que sus extremos sobresalían del casco. Por debajo de la pared de ventanas tenuemente iluminadas, LeSeur distinguía a duras penas la baranda, un solo tubo de latón de dos o tres centímetros de grosor, fijado a unos quince centímetros de la superestructura del barco con soportes de acero. Entre la plataforma y el ala de babor había una escalera estrecha, que terminaba en la baranda que rodeaba el puente inferior.

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