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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Intriga, Policíaca

El círculo oscuro (41 page)

BOOK: El círculo oscuro
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Solo tenía que meterse en las llamas.

Un paso más. El fuego irradiaba su calor, lamiendo sus brazos y sus piernas. Constance se acordó de Diógenes al borde mismo del volcán, enlazado con ella en una macabra caricatura de unión sexual, mientras luchaban en el fragor del borde de La Sciara; de su finta inesperada; de la expresión de él al darse cuenta de que se caían. La expresión del rostro de él: era lo más horrible y lastimoso que había visto en su vida, pero a la vez lo más gratificante. Regodearse en la cara de alguien que comprende sin asomo de duda que está a punto de morir, que ya no hay esperanza. Y aquel amargo gozo podía ser suyo para siempre; podía ser libre de vivirlo una y otra vez a voluntad. Ni siquiera necesitaría la excusa de un deseo de venganza abrumador. Podría matar a quien quisiera, donde quisiera, y gozar una y mil veces en su ira ardiente, en su triunfo extático, orgiástico…

«Ya no hay esperanza.»

Se retorció gritando entre las garras del demonio, y con un súbito y descomunal esfuerzo de voluntad logró soltarse. Entonces se apartó del fuego, dio media vuelta y salió corriendo por la puerta. De repente se caía, caía por la casa, por los sótanos, por los subsolanos, siempre cayendo…

Capítulo 66

Tras la baranda de la galería de la cubierta 7, la tormenta estaba en su apogeo. Aunque estuvieran veinte metros por encima de la línea de flotación, el mar les salpicaba sin descanso. Era tal el estruendo de las olas, y el bramido del viento, que a Liu se le hacía difícil pensar.

Llegó Crowley, tan empapado como él.

— ¿De verdad vamos a intentarlo?

— ¿Se le ocurre algo mejor? —replicó Liu, irritado—. Páseme su radio.

Crowley se la dio.

Liu sintonizó el canal 72 y pulsó el botón de transmisión.

—Aquí Liu llamando a Bruce, cambio.

—Aquí Bruce.

— ¿Cómo me recibe?

—Perfecto.

—Muy bien. Siéntese en el asiento del timonel y póngase el cinturón. Lo mejor es que Welch se siente al otro lado del pasillo.

—Ya está.

— ¿Necesita instrucciones?

—Diría que ya están todas aquí.

—El bote salvavidas es prácticamente automático —añadió Liu—. El motor se pone cu marcha con el impacto. Alejo el bote del barco en línea recta. Debería poner los motores en velocidad de crucero. Así les encontrarán antes. Para alguien que ha estado en la marina, el panel maestro debería explicarse por sí solo.

—Así es. ¿Este extraño barco tiene un GPIRB?

—Dos. En realidad son lo último en GPIRB; transmiten las coordenadas GPS. En el momento del impacto, el GPIRB se activa automáticamente en 406 y 121.5 megahercios, sin que usted tenga que hacer nada. Deje el VHF del bote en el canal 16. Comuníquese conmigo por el canal 72 de la radio de mano. Tendrán que arreglárselas solos hasta que les recojan. El
Britannia
no se detendrá. No se desabrochen en ningún momento el cinturón de seguridad; tal como está el mar, como mínimo girarán un par de veces.

—Entendido.

— ¿Alguna pregunta?

—No.

— ¿Listos?

—Listos.

La voz de Bruce crujía en el altavoz de la radio de mano.

—Bien. Hay una cuenta atrás automática de quince segundos. Mantenga pulsado el botón de transmisión, para que oigamos qué ocurre. Dígame algo lo antes posible después del impacto.

—Entendido. Vamos allá.

Liu se volvió hacia el tablero de control de lanzamiento. Había treinta y seis unidades de salvamento, dieciocho en el lado de babor y dieciocho en el de estribor, cada una con capacidad máxima para ciento cincuenta personas. Aunque botasen una prácticamente vacía, como estaban a punto de hacer, les quedaba capacidad de sobra. Echó un vistazo a su reloj. Si salía todo bien, dispondrían de quince minutos para evacuar el barco. Totalmente factible.

Rezó en voz baja.

Tras poner en marcha la secuencia de lanzamiento, empezó a respirar algo mejor. Seguro que salía bien. Aquellos botes estaban hechos a prueba de bomba, resistían una caída libre de veinte metros. Seguro que soportarían la tensión suplementaria.

Luz verde en todo el tablero. Quitó el seguro del interruptor que iniciaría la cuenta atrás de la unidad número uno, y abrió la tapa. Dentro, la palanquita roja brillaba como si estuviera recién pintada. Era mucho más fácil que antes, cuando había que bajar los botes salvavidas con pescantes, y se balanceaban por culpa del viento y del vaivén del barco. Ahora solo había que darle a una palanca. El bote se desenganchaba, se deslizaba por los raíles y caía veinte metros hasta hundirse en el mar con el morro por delante. Poco después reaparecía en la superficie y seguía alejándose del barco. Habían hecho muchos simulacros; en total seis segundos entre la caída y la reaparición.

— ¿Me oye, Bruce?

—Perfectamente.

—Un momento, que voy a accionar el interruptor.

Tiró de la palanca roja.

Arriba, un altavoz emitió una voz de mujer. «Quince segundos para el lanzamiento del bote salvavidas número uno. Diez segundos. Nueve, ocho…»

La voz hacía reverberar las paredes metálicas de la galería. La cuenta atrás llegó a su fin. Los ganchos de acero se desprendieron con un ruido seco. La embarcación se deslizó por los raíles engrasados y se lanzó al vacío. Liu se asomó por la borda para verla bajar hacia las olas, con la elegancia de un submarinista.

El choque hizo saltar el agua con mucha más fuerza que en cualquier simulacro: un geiser que, tras elevarse diez o quince metros, se abrió en pétalos que deshizo la fuerza del viento. El VHF emitió un chorro de estática.

Sin embargo, en vez de hundirse directamente en el agua, y desaparecer, la combinación del impulso del bote salvavidas con la velocidad del barco hizo que rebotase de lado, como una piedra tirada a un estanque. Golpeó el mar una vez más, lateralmente, con todo su peso, provocando otra erupción que sepultó la embarcación naranja en remolinos de espuma. Después empezó a salir a flote, lentamente, con el casco fluorescente iluminándose a medida que arrojaba agua verde.

Emily Dahlberg aguantó la respiración y apartó la vista.

Liu contempló el bote salvavidas, que se estaba nivelando rápidamente hacia la popa. Tenía la impresión de verlo todo desde un ángulo distinto. Pero no, no era eso: el perfil del bote había cambiado. El casco estaba deformado. Se le estaban cayendo escamas naranjas y blancas. En una junta, un chorro de aire escupió agua hacia el cielo.

El corazón de Liu dio un vuelco al comprender que se había roto el casco, resquebrajado como un melón podrido, y que ahora estaba derramando su contenido.

—Madre mía… —oyó que murmuraba Crowley a su lado—. Madre mía…

Contempló con horror el bote salvavidas roto. En vez de estabilizarse en posición horizontal, se estaba hundiendo nuevamente, de costado, mientras la hélice agitaba inútilmente el agua, dejando un rastro de aceite y escombros. Poco a poco empezó a desaparecer en el oleaje gris de la tormenta.

Liu cogió el VHF y pulsó el botón de transmisión.

— ¡Bruce! ¡Welch! ¡Aquí Liu! ¡Contesten! ¡¡Bruce!!

No hubo respuesta. Tampoco la esperaba.

Capítulo 67

En el puente auxiliar, LeSeur soportaba un continuo alud de preguntas.

— ¡Los botes salvavidas! —exclamó un oficial, sobreponiéndose al resto—. ¿Qué está pasando con los botes salvavidas?

LeSeur sacudió la cabeza.

—Aún no han dicho nada. Estoy esperando que Liu y Crowley me informen.

La siguiente voz fue la del oficial de radio.

—Tengo al
Grenfell
en el canal 69.

LeSeur le miró.

—Mándele un fax por el SSB, para que cambie al canal… 79.

Si elegían un canal VHF poco frecuentado para comunicarse con el
Grenfell
(el 79 solía reservarse a las embarcaciones de placer que navegaban por los Grandes Lagos), quizá pudieran impedir que Masón escuchase sus conversaciones. Esperó fervientemente que la capitán no estuviera haciendo un barrido sistemático de todos los canales VHF. Naturalmente, ya habría visto el perfil del
Grenfell
en el radar, y ya les habría oído por el canal de emergencia 16.

— ¿Hora estimada de encuentro? —le preguntó al oficial de radio.

—Nueve minutos. —Una pausa—. Señor, tengo al capitán del
Grenfell
por el 79.

LeSeur se acercó a la consola VHF, se puso unos auriculares y habló en voz baja.


Grenfell
, aquí el primer oficial, LeSeur, capitán en funciones del
Britannia
. ¿Tienen algún plan?


Britannia
, la cosa está difícil, pero tenemos un par de ideas.

—Solo habrá una oportunidad. Vamos como mínimo diez nudos más deprisa que ustedes, y si pasamos de largo, se acabó.

—Entendido. Llevamos un helicóptero BO-105. Podríamos aprovecharlo para llevarles unos explosivos que solemos usar para romper cascos…

—A la velocidad a la que vamos, y con estas olas y este viento, no podrán bajar.

Silencio.

—Esperamos tener una oportunidad.

—Lo veo difícil, pero de acuerdo, preparen el helicóptero, por si acaso. ¿Siguiente idea?

—Estábamos pensando que al pasar por delante podríamos enganchar nuestro cabestrante al
Britannia
e intentar desviarlo de su rumbo.

— ¿Qué tipo de cabestrante?

—Uno electrohidráulico de setenta toneladas, con cable de cuarenta milímetros.

—Se partiría como un hilo de coser.

—Probablemente. Otra opción sería echar una boya y tender el cable en el rumbo del
Britannia
, por si pudiera estropear las hélices.

—Es imposible que un cable de cuarenta milímetros pare unas hélices de 21,5 mega vatios. ¿No llevan ninguna embarcación de rescate?

—Lo malo es que con este oleaje sería imposible usar nuestras dos lanchas rápidas. De todos modos, tampoco podríamos acercarnos lo suficiente para subir al
Britannia
o evacuarlo, porque no podemos mantenernos a su altura.

— ¿Alguna otra idea?

Una pausa.

—Es lo único que se nos ha ocurrido.

—Pues entonces habrá que decantarse por mi plan —dijo LeSeur.

—Le escucho.

— ¿Me equivoco o el
Grenfell
es un rompehielos?

—En realidad es un barco reforzado contra el hielo, pero no es un rompehielos propiamente dicho. A veces hacemos trabajos de rompehielos, al igual que salidas de puerto.

—Me vale.
Grenfell
, quiero que tracen una derrota que les haga cruzarse con nuestra popa, cortándola.

Un silencio antes de la respuesta.

—Perdone,
Britannia
, creo que no le recibo.

—Me recibe perfectamente. La idea es abrir una serie de escotillas para inundar los compartimentos de proa uno, dos y tres. Así la proa se nos hundiría lo suficiente para que casi salieran las hélices del agua. El
Britannia
se quedaría parado.

— ¿Me está pidiendo que les embistamos? Pero bueno, ¿usted está loco o qué? ¡Lo más probable es que se hundiera mi barco!

—Es la única manera. Si se acercan a nuestro flanco de estribor, sin ir demasiado deprisa (digamos que entre cinco y ocho nudos), y luego, justo antes del contacto, invierten una hélice de golpe, a la vez que encienden los propulsores de popa, podrían cortar nuestra popa con sus placas delanteras reforzadas. Luego ustedes se sueltan, y nos cruzamos por estribor sin chocar. Sería por los pelos, pero funcionaría. Siempre que tengan el adecuado dominio del timón, claro…

—Tengo que consultárselo al mando.

—Faltan cinco minutos para el CPA,
Grenfell
. Sabe perfectamente que no recibirá el permiso a tiempo. Oiga, ¿tiene cojones para hacerlo o no? Esa es la cuestión.

Un largo silencio.

—De acuerdo,
Britannia
, lo intentaremos.

Capítulo 68

Los ojos de Constance se abrieron; el resto de su cuerpo despertó con convulsiones y con un grito ahogado. Todo el universo regresó de golpe: el barco, el camarote con su balanceo, el golpeteo de la lluvia, el estruendo de las olas, los gemidos del viento.

Miró el dgongs. Estaba enroscado de cualquier manera alrededor de un trozo de seda antigua y arrugada. Se había deshecho de verdad.

Miró a Pendergast, horrorizada. Justo entonces la cabeza de él se levantó ligeramente y se le encendieron otra vez los ojos, con los iris plateados brillando a la luz de las velas. Una extraña sonrisa se extendió por sus facciones.

—Has roto la meditación, Constance.

—Estabas intentando… arrastrarme dentro del fuego —dijo ella, sin aliento.

—Por supuesto.

Sintió una oleada de desesperación. En vez de sacar a Pendergast de la oscuridad, casi la había engullido a ella.

—Estaba intentando liberarte de tus cadenas en el mundo terrenal—dijo él.

—Liberarme —repitió ella con amargura.

—Sí, para convertirte en lo que tú quieras; libre de las cadenas del sentimiento, la moralidad, los principios, el honor, la virtud y todas esas mezquindades que nos mantienen encadenados en la galera de esclavos de la humanidad, remando sin rumbo junto a todos los demás.

—Es lo que te ha hecho a ti el Agoyzen: quitarte todas las inhibiciones morales y éticas, dejando que campen a sus anchas tus deseos más oscuros y sociópatas. También es lo que me ha ofrecido a mí.

Pendergast se levantó y tendió la mano. Constance no la cogió.

—Has deshecho el nudo —dijo ella.

En la voz grave de Pendergast resonó una extraña vibración triunfal.

—No lo he tocado. Ni una sola vez.

—Pero entonces ¿cómo…?

—Lo he deshecho con mi mente.

—Imposible —negó Constance con la mirada fija en él.

—No solo es posible, sino que es lo que ha sucedido, como puedes ver.

—Ha fracasado la meditación. Eres el mismo.

—Al contrarío, Constance; la meditación ha funcionado. He cambiado, y muchísimo. Gracias a tu insistencia, he llevado hasta su plenitud todo el poder que me había otorgado el Agoyzen: el poder del pensamiento puro, de la mente sobre la materia. He accedido a unas inmensas reservas de poder. Tú también puedes hacerlo. —Sus ojos brillaban de pasión—. Es una demostración extraordinaria del mándala Agoyzen, y de su capacidad de transformar la mente y el pensamiento humanos en una herramienta de un poder colosal.

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