El cuadro (27 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: El cuadro
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—Es que en la esposa del pintor hemos de ver, realmente, a la más interesante de las personas que hemos conocido dentro de toda esta historia. Da la impresión de saber

cosas y no porque se haya dedicado a imaginarlas. Es como si supiera algo acerca dé este lugar que tú y yo ignoramos. Lo cierto es esto, sin embargo; que sabe algo.

—Resulta muy extraño lo que declaró sobre el bote —indicó Tuppence —. En el cuadro, inicialmente, no aparecía ninguna embarcación. ¿Qué es lo que hizo crear tal detalle? —Pues no lo sé —murmuró Tommy.

—¿Tenía el bote algún nombre pintado en la proa? Yo no me acuerdo de eso... Nunca me fijé en ello.

—Waterlily, se lee en la proa de la embarcación.

—Un nombre muy apropiado para un bote, desde luego... ¿Qué es, concretamente, lo que me recuerda a mí? —No tengo la menor idea.

—Y por otro lado estaba segura de que su marido no había pintado eso... Tal vez lo hiciera más tarde.

—Me dijo que no... En esto fue terminante.

—Desde luego —manifestó Tuppence —, existe otra posibilidad que no hemos examinado. Me refiero ahora al episodio de que fui protagonista... Alguien pudo seguirme hasta aquí desde Market Basin aquel día, para comprobar qué pasos estaba dando. No en balde había estado haciendo yo indagaciones en la población mencionada. Había ido a ver a unos agentes de la propiedad, a Bloget & Burgess y los demás. Me apartaron, virtualmente, de la casa que suscitaba mi interés. Todos se mostraron evasivos. Tan evasivos que no me pareció natural aquella actitud. Me pasó lo mismo, casi, que cuando anduve empeñada en averiguar el paradero de la señora Lancaster. Abogados y bancos, un propietario con el que no hay modo de ponerse en comunicación, por hallarse en el extranjero... La disposición general es la misma. Esa gente envía a alguien para que siga mi coche; desean ver qué estoy haciendo y en la primera ocasión que se presenta me propinan un buen golpe en la cabeza. Lo cual —añadió Tuppence —, nos lleva a la lápida del pequeño cementerio ante la cual me detuve. ¿Quién era el que estaba interesado en evitar que curioseara por entre las viejas tumbas?

—Me dijiste que había en la lápida, pintadas o burdamente labradas, unas palabras...

—Sí. Habían sido labradas con un cincel, a mi entender. Fue obra de alguien que debió de renunciar a finalizar su trabajo, muy torpe, ciertamente.

»El nombre... Lily Waters... Y la edad: siete años... Esto estaba bien hecho... Luego, venían las restantes palabras... Me parece que eran: "Al que escandalizare a uno de estos...", y a continuación...

—Parecen, más que nada por su disposición, vocablos de una cita familiar.

—Concretamente: una cita bíblica, cosa a tono con el lugar, utilizada por alguien que no estaba muy seguro de su actitud.

—Es muy raro todo eso.

—¿Por qué había de disgustar mi actitud a nadie...? Yo sólo me proponía ayudar al párroco... El pobre intentaba localizar a la perdida criatura... Ya estamos de vuelta, ocupándonos nuevamente de este tema... La señora Lancaster habló de una criatura emparedada en una pared de chimenea, y la señora Copleigh se pasó horas aludiendo a unas monjas emparedadas y a unos chicos asesinados, refiriéndose de pasada a una madre que mató a su pequeño, a un amante, a un hijo ilegítimo, a un suicida... ¡Qué budín más fantástico elaboró la buena mujer con la sarta de habladurías y leyendas lugareñas que conoce! No obstante, Tommy, había allí un hecho real..., que no era habladuría ni leyenda...

—A ver, explícate.

—Estaba pensando, sencillamente, en la chimenea de la Casa del Canal, en la muñeca destrozada... Una muñeca infantil. Había estado allí mucho tiempo, mucho. Se hallaba cubierta por una capa de hollín y polvo...

—¡Qué lástima que no la tengamos! —exclamó Tommy.

—¡La tengo yo, hombre! —contestó Tuppence con aire triunfal.

—¿Saliste de la casa con ella?

—Sí. La muñeca me impresionó mucho. Deseaba examinarla tranquilamente, a solas, y me la llevé. Me imagino que los Perry la hubieran arrojado al cubo de la basura inmediatamente. La tengo aquí.

Tuppence se levantó, acercándose a su maleta. Rebuscó dentro de la misma un poco y sacó un paquete. Había envuelto aquel objeto en unas hojas de papel de periódicos. —Aquí la tienes, Tommy. Échale un vistazo.

Tommy, curioso, deshizo el paquete, sacando de entre los papeles la destrozada muñeca. Le colgaban brazos y piernas desmadejadamente y lo que restaba del vestido se desprendía nada más tocarlo. El cuerpo —parecía haber sido hecho con una fina piel de Suecia, debidamente cosida en los sitios menos visibles. Había unos cuantos orificios por los que poco a poco había ido saliendo el aserrín con que había sido rellenado el juguete.

Como Tommy insistiera en su examen, pese al cuidado que puso en esto, el cuerpo de la muñeca pareció ir a desintegrarse de pronto, al producirse en aquél una especie de desgarrón o herida, saliendo por ésta un puñado de aserrín mezclado con cierta cantidad de menudos guijarros, todo lo cual fue a parar al suelo.

Tommy se agachó para recoger las piedrecitas, estudiándolas detenidamente.

—¡Dios mío! —exclamó —, ¡Dios mío!

—Es raro, ¿verdad? —señaló Tuppence —. La muñeca está llena de guijarros. Supongo que en esto tendrá que ver la parte interior de la chimenea de esa casa, que acabará cayéndose a pedazos. Restos del yeso o del recubrimiento..., ¿no crees?

—No —replicó Tommy —. Ten en cuenta que estos guijarros se hallaban dentro de la muñeca.

Concentraron la atención en ellas exclusivamente. Tommy introdujo un dedo en el desgarrón e hizo caer unas piedrecitas más. Acercóse con ellas a la ventana, dándoles vueltas sobre la palma de una mano. Tuppence lo observaba en silencio.

—¿A quién se le ocurriría hacer el relleno del cuerpo de la muñeca con una mezcla de aserrín y piedras? —dijo ella.

—Bueno, estos guijarros no son corrientes. Existiría una buena razón para proceder así...

—No te entiendo.

—Échales un vistazo. Coge unos cuantos. Tuppence obedeció.

—Son piedras simplemente —manifestó —. Unas son más grandes que otras, sí. ¿A qué viene ahora tu agitación Tommy.

—Es que, mira, Tuppence, estoy empezando a comprender por dónde va todo. Esto que ves aquí, querida, no son piedras Corrientes: son diamantes.

Capítulo XV
-
Una noche en el vicariato
1

Diamantes! —exclamó Tuppence.

Con la vista fija en las piedras que tenía todavía en la palma de la mano, añadió:

—¿Estos polvorientos guijarros son diamantes? Tommy asintió.

—Todo está empezando a tener sentido ahora Tuppence. Todo guarda relación entre sí. La casa del canal. El cuadro. Espera, espera a que Ivor Smith se entere de la existencia de esa muñeca. Un ramo de flores te espera ya, Tuppence...

—¿Por qué razón?

—Por haber contribuido a la detención de una banda de delincuentes.

—¿Qué me dices? ¡Ivor Smith! Ya sé dónde has estado la semana pasada. Me abandonaste en mis últimos días de convalecencia, en aquel terrible hospital... Precisamente cuando necesitaba un rato de sana conversación, cuando necesitaba que me animaran constantemente.

—Te visité en las horas permitidas; todas las noches, prácticamente.

—No me contaste nada.

—Aquel dragón disfrazado de monja que había en la sala me previno, diciéndome que tenía que evitarte emociones. Pero, bueno, Ivor Smith va a presentarse aquí pasado mañana y celebraremos una pequeña reunión social por la noche en el vicariato.

—¿Quién asistirá a ella?

—La señora Boscowan, uno de los grandes terratenientes del distrito, tu amiga, la señorita Nellie Bligh, el párroco, desde luego, tú y yo...

—En cuanto al señor Ivor Smith... ¿Cuál es su verdadero nombre?

—Por lo que yo sé hasta ahora, Ivor Smith.

—Te muestras siempre muy cauteloso... Tuppence se echó a reír.

—¿Qué es lo que te ha hecho tanta gracia?

—Estaba pensando que me habría gustado mucho verte a ti, con Albert, descubriendo cajones secretos en el pupitre de tía Ada.

—El mérito de esos descubrimientos corresponde por entero a Albert. La verdad es que me dedicó toda una conferencia sobre el tema. La información que posee sobre el mismo data de sus años mozos, de cuando estuvo colocado en un establecimiento dedicado a la venta de antigüedades.

—Es difícil imaginarse a tu tía Ada redactando un documento secreto como el que tú me has dicho, con sus sellos de lacre y todo. No sabía en realidad nada, pero estaba dispuesta a admitir que dentro de Sunny Ridge había una persona peligrosa. ¿Sabría que era la señorita Packard?

—Esta última idea ha salido de tu cabeza. —Reconocerás que la idea es excelente en el caso de que estemos persiguiendo a una organización criminal. La banda en cuestión necesitaría un sitio como Sunny Ridge, un establecimiento bien regido y respetable, con una persona competente en las lides de las actividades delictivas al frente. Habría así alguien adecuadamente calificado para tener acceso a las drogas siempre que las necesitara. Y al aceptar las muertes que se produjeran como naturales, el doctor de la residencia se sentiría influido, certificando su legalidad.

—Tú dirás lo que quieras ahora, pero la verdad es que empezaste a recelar de la señorita Packard porque te disgustaban sus dientes...

—Voy a decirte una cosa, Tommy... Supongamos que ese cuadro, el cuadro de la Casa del Canal... no perteneció nunca a la señora Lancaster.

—Nosotros sabemos que sí era suyo. Tommy miró atentamente a su mujer.

—No es cierto. Nosotros sólo sabemos lo que dijo la señorita Packard... Ésta nos informó que la señora Lancaster se lo había regalado a tía Ada,

—Pero, ¿por qué iba a...? Tommy no acabó la frase.

—Quizá por eso se llevaron a la señora Lancaster, para que no nos dijera que el cuadro no era suyo y que no se lo había regalado a tía Ada.

—Me parece que estás forzando los hechos.

—Es posible... Veamos... El lienzo fue pintado en Sutton Chancellor... La casa del cuadro se encuentra en Sutton Chancellor... Tenemos motivos para creer que la casa es, o fue utilizada como escondite por una organización criminal... Nos figuramos que es el señor Eccles quien la dirige. El señor Eccles fue la persona que envió a la señora Johnson a Sunny Ridge, con el fin de retirar de allí a la señora Lancaster. Yo no creo que la señora Lancaster estuviese en alguna ocasión en Sutton Chancellor, ni que haya estado en la Casa del Canal, ni que poseyera un cuadro representando la misma, si bien me imagino que oyó hablar a alguien en Sunny Ridge de ello... ¿A la señora «Chocolate», quizás? En consecuencia, comenzó a hablar, y esto era peligroso, por lo cual se imponía su traslado... Y el día menos pensado averiguaré su paradero, tenlo en cuenta, Tommy.

—«Los trabajos, aventuras y mixtificaciones de la señora Thomas Beresford», será el título de la obra en que se relate tu odisea, querida.

2

—Permítame que le diga que tiene usted un aspecto magnífico, señora Beresford —manifestó Ivor Smith. —Vuelvo a sentirme igual de bien que antes —contestó Tuppence —. He sido una estúpida al dar motivo para sufrir un ataque de esa naturaleza, creo.

—Se merece usted una medalla... Especialmente por el asunto de la muñeca rota. No consigo comprender por más que me devano los sesos, cómo se las arregla para llegar a tan estupendos resultados en todo lo que emprende.

—Es un sabueso perfecto —declaró Tommy —. Cuando huele un rastro, ya no hay fuerza humana capaz de detenerla.

—Supongo que tomaré parte en la reunión de esta noche, ¿eh? —dijo Tuppence, recelosa.

—¡No faltaba más! He de decirle que han sido aclarados muchos hechos. No acierto a expresarles mi gratitud... Francamente, en la actualidad ya apuntamos a algo concreto " por lo que respecta a esta bien montada asociación criminal, responsable de los robos más destacados de los últimos cinco o seis años. Como ya le dije a Tommy cuando se presentó en mi despacho para preguntarme si sabía algo acerca del señor Eccles, nosotros hacía mucho tiempo que sospechábamos de él. Ahora, no es fácil hacerse de pruebas contra un hombre como éste. Es demasiado cauteloso. Ejerce su profesión de abogado... Regenta una firma auténtica, que posee clientes nada ficticios.

»Tal como le notifiqué a Tommy, uno de los puntos más importantes ha sido esta cadena de casas. Se trata de viviendas respetables, ocupadas por inquilinos honestos..., por poco tiempo, que acababan yéndose.

»Ahora, gracias a usted, señora Beresford, gracias a las investigaciones realizadas en determinada chimenea, con sus pájaros muertos, hemos dado con toda certeza con una de tales casas. En ésta fue hallada una importante parte del botín. No es nada malo el método de guardar las joyas sustraídas y otros objetos por el estilo en paquetes corrientes, que eran escondidos hasta que sonaba la hora de proceder a su traslado al extranjero, por vía aérea o marítima, cuando ya se habían acallado los rumores y la alarma subsiguiente a cada audaz operación.

—¿Qué hay sobre los Perry? ¿Anda mezclado en el asunto el matrimonio? Yo desearía que no...

—No se puede afirmar nada con seguridad todavía —declaró el señor Smith —. Yo tengo la impresión de que la señora Perry, por lo menos, sabe algo o supo algo en otro tiempo.

—¿La juzga un miembro más de la banda?

—Es posible que no tenga nada que ver con esa gente. Cabe la posibilidad también de que dispusieron de un medio persuasivo para retenerla.

—¿De qué modo?

—Bueno, espero que no hagan uso de lo que voy a deciros. Conozco su discreción... Sucede que la policía local ha abrigado siempre la sospecha de que Amos Perry fue el responsable de la ola de asesinatos de niños que tuvo por fondo este distrito, hace ya muchos años. No anda muy bien de la cabeza. Los médicos han dicho que pudo haber sentido un terrible impulso de atacar a los pequeños. No hubo nunca pruebas directas, pero quizá su esposa se extralimitó, mostrándose demasiado ansiosa a la hora de proporcionar coartadas a su marido. Era ésta una base excelente para que los otros la gobernaran a su antojo, asignándole el papel de inquilina de la casa (de parte de la casa), convencidos de que sería reservada. Hasta puede ser que se procuraran pruebas contra el esposo. Usted los conoce, señora Beresford. Me refiero a la pareja... ¿Qué impresión le produjeron los' viejos la primera vez que los vio?

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