El cuadro (22 page)

Read El cuadro Online

Authors: Agatha Christie

BOOK: El cuadro
10.69Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Esto es largo de contar. Eccles es un hombre que conoce a mucha gente, que tiene muchos amigos. Hay personas que juegan al golf con él; otras que atienden a los problemas mecánicos de su coche; hay firmas de corredores de bolsa que actúan por él. Algunas compañías desarrollan actividades perfectamente legales en las cuales él está interesado de un modo directo. Todo se va aclarando progresivamente, menos lo de su participación. Lo que sí se advierte sin lugar a dudas es su ausencia en ciertas ocasiones. Por ejemplo: se lleva a cabo el asalto a un banco, inteligentemente planeado (para el cual no se escatiman gastos, tenlo en cuenta), consolidándose la huida de sus autores y todo lo demás... Uno se pregunta: ¿dónde está el señor Eccles en aquellos momentos? Pues en Montecarlo, o en Zurich, o, probablemente, en Noruega, dedicado tranquilamente a la pesca del salmón. Siempre existe la seguridad de que el señor Eccles va a encontrarse a un par de centenares de kilómetros del lugar en que se ha producido el acto delictivo.

—Y, sin embargo, vosotros sospecháis de ese hombre, ¿eh?

—Sí. Por lo que a mí respecta, estoy seguro de que procedo correctamente. Lo que ignoro es si llegaremos alguna vez a detenerlo. El hombre que abrió el túnel que había de conducirle a los sótanos del banco, aquel que golpeó al vigilante nocturno, el cajero que participó en la operación desde el principio, el director del establecimiento que suministró la información necesaria, no conocen nunca a Eccies y, probablemente, no le han visto jamás. Se da la existencia de una larga cadena, pero cada una de las personas complicadas sólo están al tanto de lo concerniente a su eslabón.

—¿El viejo y acreditado plan de organización de la célula?

—Eso es, más o menos, pero adicionado con alguna que otra idea original. El día menos pensado, nos enfrentaremos con nuestra oportunidad. Alguien que no debiera saber nada, logrará descubrir cualquier cosa. Será algo estúpido y trivial, quizá, pero suficientemente bueno para que nos sirva de prueba.

—¿Es casado ese hombre?

—No. Nunca ha querido correr esa clase de riesgos. Vive solo. Cuenta con los servicios de una asistenta, un jardinero y un criado. Alterna con otras personas normalmente y me atrevería a jurar que las que entran en su casa no son sospechosas de nada reprobable.

—¿Y no hay nadie que se esté haciendo cada vez más rico?

—Eso sí que sería poner el dedo en la llama, Thomas. Alguien debe de estar haciéndose inmensamente rico, en efecto. Debiéramos verlo... Pero este detalle está siendo también objeto de los máximos cuidados. Hay grandes ganancias en carreras de caballos, inversiones en papel y fincas. Todo es normal. Hay afluencia de dinero en cantidad y todo él es debido a transacciones aparentemente correctas. Mucho del dinero ha sido situado en diferentes países, en distintos sitios dentro de cada país. El negocio es grande, vasto, fructuoso, lo que produce —se mueve de una manera constante, va de un lugar a otro...

—Pues nada, hijo —contestó Tommy —. Te deseo buena suerte. A ver si algún día llegas a pescar a tu hombre. —Con esa confianza vivo. Nuestras esperanzas tendrían una base firme si pudiéramos sacarlo de quicio, si lográramos hacerle salir de su rutina con cualquier pretexto.

—¿Cómo?

—Todo se reduce a conseguir llevarlo a una situación en la que se sienta en peligro. Tendríamos que llevarlo al convencimiento de que estamos sobre él. Lo ideal sería que empezase a sentirse nervioso. Cuando un hombre pierde la serenidad está a punto de hacer tonterías, ¿no? Es posible que entonces cometiera un error. Así como nos hemos hecho a veces de determinados ejemplares de la fauna humana. Dime dónde está el individuo capaz de desenvolverse inteligentemente; sin un solo fallo. Ponle un poco de jabón e, invariablemente, resbalará. Es lo que estoy esperando. Y ahora, cuéntame tu historia. Quizá sepas algo que a nosotros pueda sernos útil.

—No es nada que tenga que ver con el mundo del crimen. Se trata de una cuestión de menor cuantía.

—Cuéntemelo todo primero y después hablaremos. Tommy refirió a Ivor todo lo sucedido, sin formular excusas por lo trivial del asunto. Sabía qué Ivor era de los hombres que jamás despreciaba una menudencia. Inmediatamente, aquél se centró en el punto que determinara la puesta en movimiento de su amigo.

—Tu esposa ha desaparecido entonces, ¿eh?

—Una ausencia como la presente no es natural en ella.

—El asunto es grave.

—Para mí sí que lo es.

—Ya me lo imagino. Sólo he hablado una vez con tu mujer. La conceptuaré una persona inteligente.

—Cuando se lanza sobre una pista, se comporta como un sabueso que siguiera un rastro —dijo Thomas.

—¿No has recurrido a la policía?

—No.

—¿Por qué?

—En primer lugar, porque no creo que le pase nada de particular. Siempre ha sido así con Tuppence. Concentrada en su tarea, es posible que no haya dispuesto de tiempo para telefonear.

—¡Hum! No me gusta la cosa. Anda buscando una casa, ¿me dijiste? Este dato podría interesarnos... Verás... Hemos llegado a conclusiones muy escasas y poco definidas, pero disponemos de una especie de pista que tiene algo que ver con las actividades de los agentes de la propiedad inmobiliaria.

—A ver, a ver, explícate —dijo Tommy, un tanto intrigado.

—Si. Sabemos de varios agentes de esa clase corrientes, de categoría media, situados en diferentes ciudades de Inglaterra, en pequeñas ciudades provincianas, ninguno de ellos muy lejos de Londres. Unas veces, el hombre interviene como abogado por la parte de los compradores y en otras ocasiones defiende los intereses de los vendedores.

—El señor Eccles realiza muy provechosas operaciones con esos profesionales y recurre a diversas agencias para atender a su clientela. Nos hemos preguntado por qué... Ninguna de las firmas parece ser muy floreciente...

—Pero, bueno, vosotros encontráis en ello algún significado, presentís que esta pista os puede conducir a alguna parte, ¿no?

—Acuérdate del robo de London Southern Bank, de hace varios años... Había una casa en la campiña, una solitaria vivienda, que fue el punto de cita de los ladrones. El dinero fue trasladado a aquel edificio. La gente que habitaba por las inmediaciones, a mayor o menor distancia, comenzó a forjar historias raras, preguntándose quiénes eran los desconocidos que iban y venían por aquellos parajes a las horas más quebradas del día y de la noche. Llegaban coches a altas horas de la madrugada, que se perdían luego por los oscuros caminos de la región. Sucede que en el campo la gente curiosea siempre en las vidas de los vecinos... La policía terminó por presentarse en aquel sitio, recuperando parte del botín y deteniendo a tres hombres, uno de los cuales fue reconocido e identificado.

—¿Y os llevó ese hecho a alguna parte?

—En realidad, no. Los hombres se negaron a hablar. Estuvieron bien defendidos y representados. Si les condenó a largos periodos de privación de libertad... y al cabo de un año y medio pisaban la calle, campando de nuevo por ahí por sus respetos. Fueron unos rescates muy bien planeados.

—Recuerdo haber leído algo sobre el caso. Un hombre desapareció de la sala de justicia, a la cual había sido trasladado en compañía de dos guardianes.

—Exacto. Todo fue hábilmente arreglado y en el asunto de preparación de la huida se invirtió una gran cantidad de dinero.

»Pero nosotros opinamos que quienquiera que fuese el responsable del trabajo de los componentes de la pandilla, incurrió en un error al retener aquella casa demasiado tiempo, haciendo que la gente concentrara su atención en ella. Hubo alguien, quizá, que pensó en que era un método mejor disponer de viviendas distribuidas en diferentes sitios, ocupadas por inquilinos. Unas treinta, por ejemplo. Llega una familia y ocupa la casa... Lo ideal es que la familia se reduzca a una madre con su hija, o a una viuda, simplemente, o a un retirado del ejército con su esposa. Estas familias componen núcleos tranquilos, silenciosos. Llevan a cabo unas cuantas reparaciones en sus domicilios, mejoran las conducciones de agua, tal vez recurren a los servicios de una firma decoradora de Londres... Y luego, al cabo de un año o año y medio, se dan unas circunstancias favorables y los ocupantes del edificio lo venden y se van a vivir al extranjero. Algo por el estilo... Todo muy natural. Y entretanto, durante su ocupación, resulta que la casa ha sido utilizada para propósitos nada normales. Pero nadie sospecha lo más mínimo. Los amigos los visitan. No muy a menudo, por supuesto. Incidentalmente. Una noche, quizá, se celebra una reunión, con objeto de festejar un aniversario. Se trata de una pareja de mediana edad, o ya entrada en años. Muchos coches que van y vienen. Digamos que en un período de seis meses se producen cinco robos importantes. El botín desaparece. No en una de esas casas, sino en cinco distintas, perdidas en la campiña. Nos hallamos frente a una hipótesis solamente, mi querido Tommy, pero estamos explorándola a fondo. Ima-ginémonos que esa anciana se desprende de un cuadro en el que aparece una casa. Supongamos que ésta tiene cierta significación... Supongamos que ésa es la que tu esposa vio en alguna parte y que se ha lanzado a realizar una investigación. Sigamos suponiendo que hay alguien que tiene interés en que no se fije en ella... Todas estas cosas pueden estar relacionadas perfectamente entre sí.

—Encuentro tu razonamiento muy traído por los pelos, Ivor.

—Pues sí... Estamos de acuerdo. Ahora bien, piensa que vivimos en una época muy especial... En nuestro mundo de hoy ocurren cosas increíbles a primera vista.

2

Un poco cansado, Tommy se apeó de su cuarto taxi del día y miró a su alrededor. El vehículo le había dejado en un pequeño cul —de —sac que quedaba discretamente escondido debajo de una de las protuberancias de Hampstead Heath. El cul —de —sac en cuestión había sido, seguramente, un modesto complejo artístico. Las casas, entre sí, eran absolutamente distintas. La que a él le interesaba parecía componerse de un gran estudio con tragaluces y de un grupo anexo (una especie de flemón de ladrillo y cal), que daba la impresión de albergar tres habitaciones. Una escalera de madera pintada de verde brillante ascendía por la parte exterior de la vivienda. Tommy abrió la pequeña puerta, dio unos pasos y, no logrando localizar el botón del timbre, utilizó el picaporte. No habiendo obtenido ninguna respuesta a su llamada, se quedó inmóvil y atento unos segundos, repitiendo por fin aquélla, ahora con más fuerza.

La puerta se abrió tan de repente que estuvo a punta de retroceder, asustado. Una mujer se quedó plantada en el umbral. Lo primero que pensó Tommy fue que se hallaba ante una de las mujeres más ordinarias que había conocido. Tenía una cara grande y plana, como una torta, en la que campeaban dos ojos enormes, cuyas pupilas parecían ser de distintos colores, una verde y la otra castaño; de la despejada y noble frente arrancaban unos pelos en completo desorden, muy espesos. La mujer se cubría con un guardapolvo rojizo, en el que se distinguían manchas de arcilla. Tommy notó que la mano que se había apoyado en la puerta era por su línea de una belleza excepcional.

—¡Oh! —exclamó la mujer, con voz profunda, bastante atractiva —. ¿Qué ocurre? Estoy muy ocupada en estos momentos.

—¿La señora Boscowan?

—Sí. ¿Qué desea?

—Me llamo Beresford. ¿Podría hablar con usted unos instantes?

—No lo sé. ¿Tiene usted que hablar conmigo forzosamente? ¿Qué pasa? ¿Se trata de algo relacionado con cuadros?

La mujer se había fijado ya en lo que Tommy llevaba bajo el brazo.

—Sí. La cuestión se relaciona con uno de los lienzos pintados por su marido.

—¿Qué quiere? ¿Venderlo? Tengo muchos cuadros suyos ya. Ya no quiero comprar más. Ofrézcaselo a las galerías de arte de la ciudad. Ahora están comprando sus obras. Bueno, usted no da a impresión de andar necesitado...

—No pretendo vender nada.

A Tommy le parecía muy difícil hallar el tono exacto para dirigirse a aquella mujer. Sus ojos, muy bellos, pese a la diferencia observada en cuanto al color, parecían mirar ahora por encima de su hombro, hacia algo que estaba situado a su espalda y que acababa de suscitar cierto interés en la ocupante de la vivienda.

—Por favor —dijo Tommy —. Le agradecería que me permitiese entrar. Es difícil de explicar lo que me trae aquí.

—Si es usted pintor, no tenemos nada que hablar —dijo la señora Boscowan a su vez—. Los pintores se me han antojado desde cualquier punto de vista, personas muy fastidiosas.

—No soy pintor.

—La verdad es que no lo parece tampoco —los ojos de la señora Boscowan lo repasaron de la cabeza a los pies —. Parece usted más bien un funcionario —añadió la mujer; con aire de desaprobación.

—¿Puedo entrar, señora Boscowan?

—No lo sé, con exactitud. Espere.

La mujer cerró la puerta más bien bruscamente. Tommy esperó. Pasaron cuatro minutos antes de que la puerta volviera a abrirse.

—De acuerdo —dijo ella —. Pase usted.

La mujer le condujo hasta una angosta escalera, penetrando luego los dos en el amplio estudio. En un rincón de la estancia vio Tommy, una figura y al lado de la misma diversos elementos, útiles de trabajo: martillos y cinceles. También había una cabeza de arcilla. El estudio ofrecía un aspecto catastrófico, por el desorden que imperaba allí. Daba la impresión de haber sido saqueado recientemente por una pandilla de gamberros ciudadanos.

—Aquí no hay donde sentarse nunca —comentó la señora Boscowan.

Encima de una banqueta había varios objetos. La mujer los quitó en seguida y los puso en otro lado, ofreciéndola a Tommy.

—Siéntese aquí. Ya puede hablar.

—Ha sido usted muy amable al permitirme entrar...

—Sí, desde luego. Claro que le vi tan preocupado... Porque a usted le preocupa algo, ¿verdad?

—Sí, en efecto.

—Me lo figuré. Vamos a ver, ¿de qué se trata? ¿Cuál es el motivo de sus preocupaciones?

—Mi esposa —contestó Tommy, sorprendido ante su respuesta.

—¡Oh! ¿Le preocupa su esposa? Bueno, esto no tiene nada de particular. Los hombres andan siempre preocupados a causa de sus esposas. ¿Qué le pasa a la suya...? ¿Se ha ido con alguien? ¿Ha perdido la cabeza?

—No. No es nada de eso...

—¿Se está muriendo acaso? ¿Padece de cáncer, quizá?

—No —repuso Tommy —. Es que no sé dónde se encuentra en la actualidad.

Other books

Treason by Newt Gingrich, Pete Earley
Crossroads by Mary Morris
Flight of the Earls by Michael K. Reynolds
Knitting Bones by Ferris, Monica
Anna's Healing by Vannetta Chapman
Unholy Ghosts by Stacia Kane
Chasing Fire by Nora Roberts