El cuadro (23 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: El cuadro
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—¿Y usted cree que yo puedo saber su paradero? Perfectamente. Dígame su nombre y señas personales, si es que cree que yo estoy en condiciones de localizársela. No estoy segura de poder serle útil en este aspecto. Es una advertencia.

—Gracias a Dios, veo que es más fácil hablar con usted de lo que en un principio creí.

—¿Qué tiene que ver el cuadro con todo eso? Es un cuadro, ¿no? Tiene que serlo, a juzgar por la forma del paquete.

Tommy quitó al lienzo el papel con que lo había envuelto.

—Es un cuadro firmado por su esposo. Quiero que me diga todo lo que sepa acerca de él.

—Ya. ¿Qué es lo que usted, concretamente, desea saber?

—¿Cuándo fue pintado? ¿Dónde?

La señora Boscowan contempló atentamente el cuadro y por vez primera Tommy vio en sus ojos un destello de interés.

—Sus preguntas no son muy difíciles de contestar —dijo la mujer —. Sí, puedo complacerle... Este cuadro fue pintado hace unos quince años... No. Hace mucho más tiempo. Es una de sus primeras obras. Yo diría que data de hace veinte años.

—¿Sabe usted dónde...? Quiero decir: ¿conoce el lugar?

—¡Oh, sí! Me acuerdo muy bien. Es un bonito lienzo. Siempre me gustó. El puente y la casa se hallan emplazados en las cercanías de Sutton Chancellor. Esta población queda a unos diez o doce kilómetros de Market Basin. La casa está situada a tres kilómetros, aproximadamente de Sutton Chancellor.

La señora Boscowan se acercó más al cuadro, mirándolo con más detenimiento.

—Es curioso —comentó —. Sí, resulta raro... Me deja extrañada.

Tommy no le prestó mucha atención.

—¿Cómo se llama la casa? —inquirió.

—No me acuerdo de tal detalle, en realidad. Fue rebautizada en varias ocasiones. No sé qué pasó allí... Creo que fue escenario de un par de episodios trágicos y los que vinieron después le cambiaron el nombre. Se denominó «La casa del Canal, o «Canal Side»... También fue llamada «La casa del Puente», y más tarde «Meadowside» o «Riverside»...

—¿Quién vivió allí? ¿Quién vive en la casa ahora? ¿Está usted informada?

—No es gente que yo conozca. La primera vez que la vi estaba ocupada por un hombre y una mujer. Pasaban en ella los fines de semana. No eran matrimonio... La joven era una danzarina. Quizá fuese una actriz... No. Creo que era una bailarina. De ballet. Una mujer muy bella, pero estúpida más bien. Muy simple. Recuerdo que William sentía debilidad por la chica.

—¿La pintó alguna vez?

—No. Raras veces hacía retratos. Dijo que se proponía tomar unos apuntes de ellos, hacer un par de bosquejos, pero me parece que la cosa no prosperó. Las faldas lo volvían loco siempre.

—¿Eran aquellas dos personas los ocupantes de la vivienda, cuando su esposo pintó el cuadro?

—Sí, creo que sí. La ocupaban parte del mes, de todos modos. Solamente aparecían por allí los fines de semana. Luego, pasó algo grave. Riñeron, me parece. No sé si él la dejó o fue ella quien lo dejó a él... Yo no me encontraba allí. Trabajaba entonces en Coventry, donde estaba haciendo un grupo. Luego, creo recordar que hubo allí una mujer y una criatura. Una niña. Ignoro quién era ella, no sé de dónde salió. Supongo que la mujer la tendría a su cargo, que sería la encargada de cuidar a la chica. Algo le pasó a ésta posteriormente. O se la llevó su acompañante a otro lado o falleció, quizá. ¿Para qué necesita usted información acerca de las personas que ha-bitaron la casa hace veinte años? Esto se me antoja una idiotez.

—Me interesa saber todo lo que se relacione con la casa —aseguró Tommy —. Tengo que decirle que mi esposa se ausentó para echarle un vistazo. Me indicó que la había contemplado desde el tren, durante un viaje.

—Cierto, cierto —contestó la señora Boscowan —. La vía férrea se encuentra al otro lado del puente. Se ve la casa muy bien desde ella —1a mujer hizo una pausa, inquiriendo a continuación —: ¿Para qué desea localizar esa finca?

Tommy facilitó a la señora Boscowan una explicación muy abreviada. Ella contempló a su visitante ensimismada.

—Bueno, amigo, no habrá salido usted recientemente de ningún manicomio, ¿verdad?

—Me parece normal su reacción, señora Boscowan —se apresuró a decir Tommy —, pero la verdad es que todo es muy sencillo... Mi esposa deseaba hacer algunas averiguaciones sobre esta casa y repasó entonces los últimos viajes por tren que había realizado, para descubrir en el transcurso del cual la había visto. Estoy convencido de que descubrió la solución del enigma. Me inclino a pensar que se trasladó a ese sitio... ¿Cómo ha dicho que se llamaba? Algo así como Chancellor...

—Sutton Chancellor, sí. Era una población de poca monta; Claro que tal vez se haya transformado en los últimos años en un complejo turístico o en una de esas ciu-dades 'satélites de las que tanto se habla ahora...

—Podría ser, por supuesto —manifestó Tommy —. Ella telefoneó anunciando su regreso, pero ya no hemos vuelto a tener noticias... Todo lo que pretendo saber es qué le ha sucedido. Me figuro que se entregó a sus investigaciones..., colocándose en una situación peligrosa.

—¿Qué puede haber de peligroso en la historia que me ha contado?

—Lo ignoro —replicó Tommy —. Nadie puede saberlo. También yo me formulé esa pregunta. Pero mi esposa no pensaba igual...

—¿Es una mujer de mucha imaginación su esposa?

—Sí. Y tiene sus corazonadas. ¿Nunca oyó usted hablar de una señora que lleva el apellido Lancaster? ¿Hace años? ¿Hace un mes tampoco?

—¿La señora Lancaster? No. Creo que no. Es un nombre fácil de recordar, ¿eh? Sin embargo... ¿Y qué le pasa a la señora Lancaster?

—Era la propietaria de la pintura. Tuvo un gesto amistoso con una tía mía y se la regaló. Luego abandonó, bastante inesperadamente la residencia para damas ancianas en que se encontraba. Se la llevaron sus parientes. He intentado localizarla, pero todo ha sido en vano.

—Bueno, ¿quién es la persona imaginativa de la familia: usted o su esposa? Usted ha reparado en muchísimos detalles curiosos. Parece andar por el mundo en trance, ¿eh?

—No es pequeño éste por el cual paso ahora —repuso Tommy —. He tenido muchas inspiraciones, pero ninguna me sirve de nada. A eso quería usted aludir ahora, ¿no? Supongo que está en lo cierto.

—No. Yo no diría tanto —contestó la señora Boscowan, cuya voz se había alterado levemente.

Tommy la miró inquisitivo.

—Este cuadro tiene algo raro —declaró la mujer —. Muy raro: Lo recuerdo muy bien. Me acuerdo de la mayor parte de los lienzos de William, pese a que pintó un montón de ellos.

—¿Usted recuerda a quién fue vendido, si es que se vendió?,

—De eso sí que no me acuerdo... Desde luego, venderse sí que se vendió. A raíz de una de sus exposiciones, pasó al público un gran número de cuadros suyos. Casi todos los que poseía. La identidad de los compradores es lo que no he podido retener, naturalmente. Esto ya es pedir demasiado.

—Le estoy muy agradecido por todo lo que me ha dicho ya.

. —Todavía no me ha preguntado por qué he dicho que encontraba algo raro en este cuadro, en el que ha traído usted.

—¿Qué pasa? ¿No es de su esposo? ¿Es obra de otro pintor?

—No, no. Este lienzo lo pintó William, por supuesto. «Casa junto a un canal.» Tal era su denominación en el catálogo, me parece. Pero no es como era antes... Se da un detalle extraño en él.

—¿Un detalle extraño?

La señora Boscowan apoyó un dedo manchado en arcilla en el lienzo, en un punto situado bajo el curvado puente que cruzaba el canal,

—¿Ve usted ese bote amarrado a la orilla?

—Sí —contestó Tommy, desconcertado.

—Pues bien, este bote no figuraba en el cuadro la última vez que lo vi. El bote no lo pintó William. Cuando el cuadro fue expuesto no había, en el mismo, ninguno.

—¿Quiere usted decir que alguien que no era su esposo pintó ese bote posteriormente?

—Sí. Es raro, ¿verdad? Primeramente, me quedé sorprendida al observar este detalle. Después me he confirmado en la idea de que no es obra de William. Eso ha sido cosa de otra persona. ¿Quién?

La mujer fijó la vista en Tommy.

—¿Quién? —repitió.

Tommy no podía ofrecerle ninguna respuesta. Escrutó a su vez atentamente el rostro de su interlocutora. Su tía Ada hubiera calificado a aquella mujer de extravagante. Pero Tommy no la juzgaba así, ahora. La señora Boscowan se mostraba vaga, saltando bruscamente de un tema a otro. Las cosas que decía no parecían tener relación con sus manifestaciones de momentos antes. Tommy se dijo que tal vez supiera más de lo que estaba dispuesta a revelar. ¿Había amado a su esposo? ¿Había sido una mujer celosa? ¿Había despreciado siempre a su marido? Guiándose de sus modales no podía llegar a una conclusión definitiva. Tampoco podían servirle de orientación sus palabras. Pero Tommy tenía la impresión de que aquel pequeño bote pintado debajo del puente había provocado en ella cierta inquietud. Le disgustaba aquel detalle, evidentemente. Repentinamente, se preguntó si había sido realmente sincera del todo en sus manifestaciones. ¿Podía acordarse ella en realidad de si su marido había pintado o no aquel bote bajo el puente? El detalle, de puro menudo, resultaba insignificante. De haber transcurrido un año, por ejemplo, desde el día en que Boscowan pintara aquel cuadro... Pero, por lo visto, había pasado más tiempo. En cuanto al nerviosismo de la señora Boscowan... La miró de nuevo y observó que ella no le perdía de vista. Sus ojos, en los que había una clara expresión de curiosidad, le miraban, pero no desafiantes sino reflexivos, Sí. Muy, muy reflexivos.

—¿Qué piensa usted hacer ahora? —inquirió.

Esta pregunta, al menos, era fácil de contestar. Tommy sabía ciertamente las gestiones que iba a hacer a continuación.

—Me iré a casa..., para ver si hay allí ya noticias acerca de mi esposa, si hay alguna comunicación. De no ser así, mañana me trasladaré a esa población, a Sutton Chancellor. Espero encontrar a mi mujer allí.

—Depende... —comentó la señora Boscowan.

—¿De qué depende? —inquirió Tommy, con viveza.

La señora Boscowan frunció el ceño. Luego, murmuró, como si hubiese estado hablando consigo en voz alta:

—¿Dónde estará ella? Es lo que me pregunto...

—Usted se pregunta dónde está..., ¿quién?

La señora Boscowan había apartado la mirada de él. Ahora tornó a fijar los ojos en su rostro.

—¡Oh! Me refería a su esposa. Espero que se encuentre bien.

—¿Por qué no ha de encontrarse bien? Dígame, señora

Boscowan: ¿pasa algo raro con ese pueblo? Estoy refiriéndome a Sutton Chancellor.

—¿Que si pasa...? ¿Con Sutton Chancellor? —la mujer reflexionó unos segundos, añadiendo —: No, yo creo que no. Con el pueblo no pasa nada de particular.

—He querido referirme a la casa —alegó Tommy —. A la casa que hay junto al canal, se entiende, no a la población de Sutton Chancellor.

—¡Oh, la casa! —exclamó la señora Boscowan —. Era una buena casa, realmente ideal para unos amantes, ¿sabe usted?

—¿La frecuentaron algunos?

—En ocasiones. De tarde en tarde. Cuando una vivienda ha sido hecha para unos amantes, debe ser ocupada por ellos y por nadie más.

—Nada de darle otros usos.

—Entiende usted muy rápidamente las cosas. Me ha comprendido, ¿verdad? Una vivienda que fue construida para una cosa no debe ser dedicada nunca a otra. No caería bien de procederse así.

—¿Sabe usted algo acerca de las personas que la ocuparon en los últimos años?

La señora Boscowan movió la cabeza, denegando.

—No. No sé nada en absoluto acerca de esa finca. Nunca supuso nada importante para mí.

—Pero usted estaba pensando en algo... o en alguien, ¿no es así?

—Sí —respondió la señora Boscowan —. Creo que no se equivoca usted en eso... Yo estaba pensando en... alguien. —¿Puede usted decirme en qué persona estaba pensando?

—No tengo nada que decirle, verdaderamente —repuso la mujer —. Es corriente, a veces, que una se pregunte dónde parará determinada persona o personas. ¿Qué ha sido de ellas?, necesita una saber de pronto. O, ¿cómo se han des-envuelto en la vida? Es como una sensación más... —La señora Boscowan mostró a su visitante elocuentemente las palmas de sus manos —. ¿Le gustará hacer un piscolabis? —inquirió inesperadamente.

—¿Un piscolabis?

Tommy había experimentado un sobresalto,

—Verá, usted... Siempre tengo algo que comer por aquí.

He pensado que lo más lógico es que coma usted algo antes de tomar el tren. Su estación es la de Waterloo... Para ir a Sutton Chancellor, quiero decir. Había que hacer un cambio en Market Basin. Supongo que todavía se hará...

La señora Boscowan le estaba despidiendo. Tommy no opuso la menor resistencia.

Capítulo XIII
-
Albert sugiere una pista
1

Tuppence parpadeó. No lograba ver bien, distinguir perfectamente los objetos. Intentó levantar la cabeza, separarla de la almohada, pero entonces sintió un agudo dolor en ella, dejándola caer pesadamente. Cerró los ojos. A continuación volvió a abrirlos, parpadeando de nuevo.

Satisfecha de su reacción, reconoció sus inmediaciones. «Estoy en la sala de un hospital», pensó Tuppence. Habiendo comprobado un progreso de tipo mental, ya no se esforzó por llevar a cabo otras deducciones. Estaba en la sala de un hospital y le dolía la cabeza. ¿Por qué le dolía? ¿Por qué había ido a parar allí? De esto no estaba muy segura. «¿Un accidente?», pensó Tuppence.

Varias enfermeras se movían entre los lechos. Esto se le antojó natural. Cerró los ojos y probó a esbozar un pensamiento cauteloso. Una débil visión, la de una figura anciana embutida en un ropaje eclesiástico, desfiló por su pantalla mental. «¿El párroco. », se preguntó Tuppence, dudosa. «¿Es el párroco?» No acertaba a recordarlo. Suponía que sí...

«¿Pero qué hago yo en este hospital? —se preguntó a continuación Tuppence —. Quizás esté prestando servicio en el establecimiento. Muy bien. Siendo así; lo lógico es que estuviera vistiendo un uniforme, el de V.A.D.
[4]
¡Ay!»

Se aproximó una enfermera al lecho.

—¿Se siente mejor, querida? —dijo la recién llegada con falsa cordialidad —. ¿Le viene bien ahora?

Tuppence no sabía a qué atenerse. ¿Qué era lo que podía irle bien en aquellos momentos? La enfermera le habló de una taza de té.

«Al parecer, soy una paciente», se dijo Tuppence, con un gesto de desaprobación. Permanecía inmóvil. Es su mente, aislados, emergían ideas y vocablos.

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