Authors: Agatha Christie
—¿Pensaba usted en su pobre criatura? —murmuró Tuppence.
—¿Cómo dice, amiga mía?
—¡Oh! Nada, no es nada... —replicó Tuppence —. Cierta persona me preguntó el otro día: «¿Pensaba usted en su pobre criatura?» Es una pregunta que, de buenas a primeras, sobresalta. Ahora bien, creo que la pobre anciana que dijo eso no se daba cuenta siquiera del significado de sus palabras.
—Ya, ya, Me pasa a mí lo mismo a menudo. Digo algunas cosas por decirlas, sin darme cuenta apenas de ello... Es irritante.
—Usted estará al corriente hoy de todas las cosas de la gente de por aquí, ¿eh?
—Yo creo que sí. ¿Desea saber algo especial acaso? —¿Ha vivido en el pueblo alguna vez una señora apellidada Lancaster?
—¿Lancaster? No recuerdo este apellido.
—Hay una casa, por otro lado... Verá usted. Viajaba hoy un poco sin rumbo... Me daba igual ir a parar a un sitio que a otro... Estuve avanzando por unos caminos de segundo 0 tercer orden...
—Ya sé. Estos caminos son verdaderamente pintorescos. Y se encuentran en sus bordes plantas raras. Y flores. Nadie se ocupa de ellas aquí. Esta región no se ha visto favorecida por el movimiento turístico. Yo mismo he dado con ejemplares muy curiosos. Por ejemplo...
—Junto al canal hay una casa —dijo Tuppence, deseosa de evitar que su interlocutor se explayara con el tema de la botánica —. Queda cerca de un pequeño puente. Está a unos tres kilómetros de aquí. ¿Cómo se llama ese edificio?
—Veamos. El canal... El puente... Hay varias casas en tales condiciones... Usted debe referirse a Merricot Farm.
—No era una granja, ¿eh?, la que yo vi.
—¡Ah! Usted se refiere a la casa de Perry, aquella en que habita Amos Perry con su esposa.
—Cierto. Tal es el apellido del matrimonio.
—Ella es una mujer que sorprende la primera vez que se la ve. Siempre he pensado que es una persona muy interesante. Sumamente interesante. Yo diría que tiene un rostro medieval. En la obra de teatro que estamos ensayando en la actualidad desempeñará el papel de bruja. Tendrá por marco la escuela, ¿sabe usted? La señora Perry parece una bruja, ¿verdad?
—Sí —contestó Tuppence —. A mí me ha parecido una bruja simpática, amable.
Usted lo ha dicho: es simpática, amable, desde luego. Él, en cambio...
—¿Qué?
—¡Pobre Amos! No anda muy bien de la cabeza. Pero es inofensivo...
Forman una pareja muy agradable. Me invitaron a tomar el té en seguida —explicó Tuppence —. Pero lo que yo quería saber era el nombre de la casa. No me acordé de .preguntárselo. La casa está dividida y ellos ocupan una de las dos partes de que consta.
—Sí, sí. Es lo que era la porción posterior de la finca. Creo que ésta se llama «Waterside». Su nombre antiguo, no obstante, me parece que fue «Watermead».
¿A quién pertenece la porción anterior de la casa? —La casa entera perteneció originalmente a los Bradley. Hace de eso muchos años ya. Treinta o cuarenta, por lo menos... El edificio fue vendido luego. Y más tarde pasó a otras manos... Estuvo vacío durante mucho tiempo. Cuando yo llegué a este poblado estaba siendo usada como refugio de fin de semana, por una actriz, creo recordar, la señorita Margrave. No es que se presentara por el lugar con mucha frecuencia. De cuando en cuando... Nunca trabé relación con ella. Nunca hizo acto de presencia en la iglesia. La vi de lejos en algunas ocasiones. Era una hermosa mujer. Era muy hermosa, en efecto.
—¿A quién pertenece la finca actualmente —insistió Tuppence.
—No tengo la menor idea. Es posible que siga siendo suya todavía. Los Perry ocupan su parte en alquiler. —Reconocí el edificio en cuestión en seguida debido a que poseo un cuadro en el que figura el mismo, ¿sabe usted? —informó Tuppence.
—¿De veras? Ese lienzo tiene que haber salido de las manos de Boscombe o Boscobel, no recuerdo ahora del todo su nombre... Es un apellido por el estilo. Era un pintor de Cornualles, de regular fama. Se me antoja que murió ya. Venía por aquí bastante a menudo. Sacaba bosquejos de lo que veía por la región. Pintó óleos en Sutton Chancellor. Tenemos algunos paisajes atractivos.
—Este cuadro que digo —añadió Tuppence —, fue regalado a una tía mía que falleció hace un mes. Tenía muchos años, la pobre. Se lo dio la señora Lancaster. Por eso le he preguntado antes si le era familiar este apellido.
El párroco movió la cabeza a un lado y a otro.
—¿Lancaster? ¿Lancaster? No. No se me viene a la memoria este apellido. No me dice nada. ¡Ah! Pero aquí tenemos a la persona que podría informarle. Estoy pensando en la señorita Bligh. Es una mujer muy activa la señorita Bligh. Está al punto en todo lo concerniente a la parroquia. Lo dirige todo. Está a la cabeza de los regentes del Instituto de la Mujer, de la organización local de «boyscouts», etcétera. Lo abarca todo. Pregúntele a ella. Es tremendamente activa.
El párroco suspiró. Las denodadas actividades de la señorita Bligh parecían preocuparle.
—En el poblado es conocida por el nombre como estribillo de sus canciones: Nellie Bligh, Nellie Bligh... No es su verdadero nombre. Ella se llama algo así como Gertrude o Geraldine.
La señorita Bligh, que era una mujer que Tuppence viera en la iglesia, se acercaba a ellos, a buen paso, llevando todavía en sus manos un recipiente con agua. Estudió a Tuppence con curiosidad al aproximarse, iniciando una conversación nada más llegar.
—Ya he dado fin a mi trabajo —explicó muy contenta —. Tuve que apretar un poco, hoy. ¡Oh, sí! Usted sabe que yo siempre me ocupo de las cosas de la iglesia por la mañana. Pero es que, hoy tuvimos una reunión urgente en la parroquia y no quiera usted figurarse el tiempo que se llevó. Muchas discusiones, en su mayor parte inútiles... Yo creo que hay gente que pone «pegas» a todo, por el simple gusto de estar en la oposición. La señora Partington se mostró particularmente irritante. Quería que todo fuese sometido a discusión, sosteniendo que debíamos dirigirnos a más firmas comerciales en solicitud de precios. Lo que se va a hacer importa tan poco dinero que no vale la pena gastar de más unos' chelines. Bueno, éste es mi punto de vista. Además, siempre se ha podido confiar en Burkenheads. Creo que no debiera usted estar sentado encima de esa lápida, padre.
—¿Le parece irreverente, quizá? —inquirió el sacerdote.
—¡Oh, no! No he querido decir eso, por supuesto. Me refería a la piedra en sí exclusivamente. Pensaba en que su humedad pasará a su cuerpo y que no le ayudará a mejorar de su reumatismo:..
La señorita Bligh miró de soslayo a Tuppence. —Permítame que les presente —dijo el párroco —. La señora... la señora...
—Beresford —manifestó Tuppence.
—¡Ah, sí! —exclamó la señorita Bligh —. La vi en la iglesia hace unos minutos, durante su visita. Me hubiera gustado hablarle, atraer su atención sobre diversos puntos del templo muy interesantes. Pero, ¡como llevaba tanta prisa para terminar mi tarea ...!
—En todo caso, lo que yo hubiera debido haber hecho fue echarle una mano —manifestó Tuppence con el más dulce de sus registros de voz —. Sin embargo, creo que mis servicios no le habrían sido de mucha utilidad. Ya me di cuenta de que no necesitaba consultar a nadie para poner las flores en sus sitios respectivos.
—Es usted muy amable al decirme eso, pero también muy cierto lo que acaba de expresar. Yo no 91 los años que hace que me ocupo de preparar las flores para la iglesia. Los alumnos del colegio central de aquí y otros cuidan de las macetas correspondientes. Suelen coger flores silvestres, además, durante las jornadas festivas. Yo he dictado unas cuantas normas a este efecto, pero la señora Peke ya sabe usted cómo es, padre. No se atiene a ninguna ordenanza. Es muy especial. Sostiene que esa costumbre anula toda iniciativa. ¿Va usted a hospedarse aquí? —preguntó la señorita Bligh a Tuppence.
—Me dirigía a Market Basin. Tal vez pueda usted recomendarme algún hotel adecuado donde hospedarme allí.
—Market Basin le va a producir una desilusión. Es, sencillamente, un mercado de esta región. «El Dragón Azul» es un hotel de segunda categoría, si bien esta clasificación oficial por categoría de tales establecimientos suele dar a entender muy poco. Me inclino a pensar que «El Cordero» le gustará más. Es más tranquilo, ¿comprende? ¿Va usted a estar hospedada allí mucho tiempo?
—¡Oh, no! Sólo uno o dos días, mientras curioseo por allí.
—Poco hay que ver en ese pueblo. No encontrará antigüedades de interés, ni cosa que se le parezca. Éste es un distrito eminentemente rural. Todo lo que tiene se basa en la agricultura —declaró el sacerdote —. Ahora bien, aquí se respira tranquilidad, mucha tranquilidad. Y, como ya le expliqué, la flor silvestre es lo que más le agradará...
—Tengo presentes sus manifestaciones en tal aspecto y me dedicaré a recoger los ejemplares más curiosos una vez haya llevado a cabo las gestiones necesarias para la adquisición de una casa.
—¿Es que piensa usted venirse a vivir por aquí? —inquirió la señorita Bligh.
—Verá usted... Mi esposo y yo todavía no hemos decidido nada concretamente sobre el particular —explicó Tuppence —. No llevamos prisa. A él le faltan dieciocho meses todavía para retirarse. No está de más, sin embargo, que vayamos pensando en ese paso. De momento, lo que yo quiero es quedarme en un sitio u otro de los elegidos en principio, haciéndome con listas de las pequeñas propiedades que se hallen a la venta. Resulta cansado ponerse en camino cada vez que surja algo que merezca la pena verse... Tenga en cuenta que vivimos en Londres...
—Habrá venido usted en su coche, ¿no?
—Sí —dijo Tuppence —. Mañana por la mañana visitaré a uno de los agentes que residen en Market Basin, Aquí, en esta población, no hay donde hospedarse, ¿verdad?
—Está la casa de la señora Copleigh, quien alquila habitaciones en verano. Es una mujer muy limpia. No se le puede oponer ningún reparo en este sentido. Solamente le proporcionará casa y desayuno. No sé si también la cena, a veces. Pero no creo que tome huéspedes antes de los meses de julio y agosto...
—Quizá fuera lo mejor ir a verla. Así me enteraría de sus condiciones —declaró Tuppence.
—Es una mujer que vale mucho —informó el sacerdote —. El único reparo que se le puede poner es que habla demasiado. Su lengua no descansa.
—En las poblaciones pequeñas, ya se sabe... —dijo la señorita Bligh —. Todo son habladurías. Voy a ayudarla en lo que esté en mi mano, señora Beresford. La llevaré a casa de la señora Copleigh y ya veremos lo que pasa.
—Es usted muy amable.
—Pues entonces, nos vamos —dijo la señorita Bligh con viveza —. Adiós, padre. ¿Sigue usted con sus investigaciones? Es una tarea bien triste la que, ha emprendido y, probablemente, no conseguirá obtener ningún resultado positivo. Continúo pensando que la petición carece de sentido.
Tuppence se despidió también del sacerdote, ofreciéndose para lo que necesitara de ella.
—No me costaría trabajo dedicar una o dos horas al examen de algunas tumbas. Disfruto de una vista excelente para mi edad. Usted lo que busca, esencialmente, es el apellido Waters, ¿no?
—En realidad, no, no es eso —contestó el anciano —. La edad es lo que más me importa. Ha de ser una criatura de unos siete años de edad. Una niña. El comandante Waters piensa que su esposa pudo haberle cambiado el nombre, siendo la chica conocida, probablemente, por la adopción. La cosa es difícil, ya que se desconoce por completo éste.
—Un imposible, por lo que veo insistió la señorita Bligh —. Usted, padre, debiera haber formulado cualquier excusa para eludir esa misión. No hay derecho.
—El pobre hombre parece estar muy afectado por este asunto —alegó el sacerdote —. Es una triste historia. Bueno, no debo entretenerlas más.
Tuppence se dijo que cualquiera que fuese la reputación de la señora Copleigh como persona habladora, apenas podría mejorar la marca (por así decirlo)de la señorita Bligh. Una serie de frases como sentencias salieron rápidamente de sus labios, siendo expresadas en un tono dictatorial.
La casa de la señora Copliegh, espaciosa, agradable, se hallaba situada al final de la calle principal del pueblo. Tenía un jardín muy cuidado. La puerta, escrupulosamente pintada de blanco, contaba con un picaporte de latón, muy brillante. A Tuppence le pareció la señora Copleigh un personaje extraído de una obra de Dickens. Era muy menuda y gruesa. Tan redonda era que hubiera podido ser llevada de un sitio para otro rodando como una pelota. Tenía unos ojos muy brillantes, que parpadeaban constantemente; rubios cabellos en forma de rizos y una energía que saltaba a primera vista. Vaciló un poco antes de empezar a hablar...
—No, señora, habitualmente no acepto huéspedes. Lo del verano es algo muy diferente. Todo el mundo los acepta en tal época del año; si se presenta la ocasión. En julio es el momento para estas cosas. Sin embargo, si se trata tan sólo de unos días y a la señora no le importa que ande todo dentro de la casa un poco manga por hombro...
Tuppence contestó que esto último le tenía sin cuidado. La señora Copleigh, habiéndole inspeccionado atentamente, sin cesar de hablar un instante, la invitó a subir al piso para inspeccionar la habitación. Podía ser que no le gustara... Luego, ya habría ocasión de concertar las condiciones.
La señorita Bligh optó en seguida por marcharse. Estaba algo pesarosa, por no haber logrado obtener de Tuppence toda la información apetecida. Hubiera querido preguntarle de dónde procedía, qué era su marido, qué edad tenía, si tenían hijos o no y otras cosas de sumo interés. Pero se celebraba una reunión en su casa, lo cual era forzoso que presidiera. Sentíase horrorizada nada más pensar que pudiera surgir alguna persona que la sustituyera en su codiciado puesto.
—Se sentirá usted a gusto en casa de la señora Copleigh —le aseguró a Tuppence —. La cuidará bien. Bueno, ¿ha pensado en su coche?
—Lo recogeré más tarde —manifestó Tuppence —. La señora Copleigh me llevará donde lo dejé. O me dirá dónde es mejor tenerlo. Yo creo que aquí enfrente de la casa, no estará mal, ¿verdad? La calle es bastante amplia.
—Mi esposo se ocupará de eso, no se preocupe usted, señora Beresford —dijo la señora Copleigh —. Él se lo traerá. Hay al otro lado de la casa un espacio ideal. Con su cobertizo correspondiente, por añadidura.
Todo quedó arreglado en amistosos términos, sobre aquellas bases, y la señorita Bligh se marchó. Se habló luego de la cuestión de la cena. Tuppence preguntó si había en la población alguna casa de comidas.