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Authors: Agatha Christie

El cuadro (7 page)

BOOK: El cuadro
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—He aquí un sensatísimo punto de vista —declaró Tommy.

—¡Oh, Tommy! Ayúdame, hombre. Mientras tú telefoneas, yo cogeré el diccionario y consultaré la pronunciación de las palabras que se te antojen más difíciles.

Tommy miró de reojo a su mujer, pero se marchó.

Por fin, regresó. Expresóse ahora con más firmeza que nunca.

—Este asunto ha quedado liquidado definitivamente, Tuppence.

—¿Hablaste con el señor Eccles?

—A decir verdad, he estado hablando con un tal señor Wills, indudablemente el brazo ejecutivo de la firma Partingford, Lockhaw y Harrison. Me demostró, sin embargo, estar muy informado. He de destacar su locuacidad. Todas las cartas y comunicaciones van vía el Southern Counties Bank, sucursal de —Hammersmith, encargada de reexpedir aquéllas. Y ahí, Tuppence, permíteme que te lo diga, el rastro desaparece. Los bancos hacen esas cosas, pero no te facilitarán nunca direcciones, ni a ti ni a nadie que haga preguntas de este tipo. Se rigen por sus normas y se aferran a ellas... Sus labios, es decir, los de los hombres que los gobiernan, se mantienen sellados, al igual que los de nuestros más pomposos primeros ministros.

—Está bien. Escribiré...

—Hazlo, si quieres. Y, por el amor de Dios, déjame en paz. De lo contrario, no acabaré en todo el día mi discurso.

—Gracias, querido —dijo Tuppence —. No sé cómo podría arreglármelas sin ti.

Tuppence depositó un beso en la coronilla de Tommy.

2

En la noche del jueves siguiente, Tommy preguntó a su mujer, de repente:

—Oye: ¿recibiste contestación a la carta que dirigiste a la señora Johnson?

—Eres muy amable al hacerme esa pregunta —respondió Tuppence, sarcásticamente —. Pues no a continución, añadió —: Es lógico...

—¿Por qué te parece lógico?

—¡Bah! Este asunto no te inspira el menor interés —dijo Tuppence, fríamente.

—Un momento, un momento, Tuppence... Reconozco que he andado preocupado... En todo esto de la I.U.A.S.... Menos mal que se trata de una vez al año.

—La cosa empieza el lunes, ¿no? Y durará cinco días. —Cuatro.

—Todos os iréis a Hush Hush, la casa ultrasecreta, situada en algún lugar de la campiña, donde pronunciaréis discursos, donde leeréis periódicos y designaréis a los jóvenes que han de desempeñar reservadísimas misiones en Europa y más allá de Europa. Ya no me acuerdo de lo que quieren decir las siglas I.U.A.S. Menos mal que ahora...

—«International Union of Associated Security».

—¡Vaya nombre! Es ridículo. Y supongo que el edificio estará lleno de micrófonos ocultos y que todo el mundo se hallará al tanto de las manifestaciones más secretas de los demás.

—Es muy probable —dijo Tommy, haciendo una mueca. —Y pese a todo lo pasaréis —bien, ¿no?

—En cierto modo, sí. Hay ocasión de ver a muchos amigos.

—En efecto. Mucho bla —bla —bla. Es lo que me imagino. ¿Sirve todo eso de algo?

—¡Cielos, qué pregunta! ¿Tú crees que puede ser contestada con un simple «sí» o «no»?

—¿Habrá personas allí de auténtico valor?

—A eso puede responderte tu Tommy afirmativamente. Algunos de esos amigos, en efecto, valen mucho.

—¿Estará allí el «Viejo Josué»?

—Sí, estará allí.

—¿Cómo es en la actualidad?

—Está sordo, apenas ve y se halla atormentando por el reumatismo... Y te quedarías sorprendida al descubrir la cantidad de cosas que no le pasaron.

—Ya —contestó Tuppence, que se había quedado pensativa —. Me gustaría formar parte de la reunión.

Tommy habló en un tono de excusa.

—Espero que seas capaz de encontrar algo con qué entretenerte mientras dure mi ausencia.

—Es posible —dijo Tuppence, cavilosa. Tommy miró un tanto receloso a su mujer. —Tuppence: ¿en qué estás pensando?

—En nada, todavía... Recordaba algo, sencillamente.

—¿Qué?

—Me he acordado de Sunny Ridge. He evocado la figura de una anciana bebiéndose su vaso de leche, hablando sin ton ni son de chiquillos muertos y de chimeneas. Consiguió intrigarme. Me dije que intentaría hacer algunas averigua-ciones sobre su persona cuando repitiera mi visita a tía Ada... Pero la oportunidad no se presentó, debido a la muerte de tía Ada... Y cuando nos presentamos nuevamente en Sunny Ridge... ¡la señora Lancaster había... desaparecido!

—Quieres decir que su gente se la llevó, ¿no? Eso no es lo que pueda llamarse una desaparición. Es un hecho completamente natural.

—Es una desaparición, sí, señor... No hay manera de dar con sus señas actuales, nadie contesta a las cartas que se le escriben... ¡Vaya si es una desaparición! ¡Y planeada, además! Cada vez estoy más segura de ello.

—No obstante...

Tuppence interrumpió a su marido.

—Escucha, Tommy... Supongamos que en 'una época u otra alguien cometió un crimen... Todo está bien tapado, el arreglo ha sido perfecto... Bueno. Sigamos suponiendo que surge algún miembro de la familia que ha visto algo raro, o que conoce cualquier detalle sospechoso... Ese alguien es una persona de edad, muy parlanchina, capaz de comunicar sus pensamientos al primer hombre o mujer que se le ponga delante... Entra ya en la categoría de peligrosa, entonces... ¿Qué medidas tomarías ante semejante situación?

—¿Estaría bien que le echara arsénico en la sopa? —sugirió Tommy, alegremente —. ¿O sería mejor pagarle un buen garrotazo en la cabeza...? ¿Tal vez resultaría más conveniente arrojarla escaleras abajo?

—Te vas a los extremos... Las muertes repentinas atraen la atención de todo el mundo. Tú buscarías un método más simple... Y darías con él, probablemente. Pensarías en una residencia respetable para damas ancianas. Visitarías la casa presentándote como la señora Johnson o la señora Robinson... Eso cuando no te decidieras por utilizar un tercer personaje, que no suscitara sospechas de ninguna clase, quien se encargaría de arreglarlo todo. Luego, te valdrías de la ayuda de una firma reputada de abogados para solventar el aspecto financiero del asunto. Has apuntado ya, entretanto, que tu parienta, mujer de mucha edad, imagina cosas disparatadas frecuentemente. A muchas ancianas les pasa eso, después de todo. A nadie le extrañaría tus afirmaciones. Nadie le hará caso cuando hable insistentemente de un vaso de leche —envenenado, de unos niños muertos colocados detrás de una chimenea, de un secuestro siniestro... Nadie la tomará en serio." Todos pensarán que la pobre vieja es víctima de sus alucinaciones de siempre. Nadie considerará esto extraño, en absoluto.

—Con la sola excepción de la esposa de Thomas Beresford —apuntó Tommy.

—Pues sí —contestó Tuppence —. Ya me he dado cuenta..

—Vaya! ¿Por qué razón?

— Lo ignoro, querido —manifestó Tuppence, reflexiva —.

Aquí sucede lo que en los cuentos de hadas. By the princking of my thumbs, something evil this way comes...
[2]
. Me sentí asustada de repente. Siempre se me antojó Sunny Ridge un lugar magnífico, donde se vivía normalmente... Y de pronto empecé a preguntarme... No puedo darte explicaciones. Quisiera hacer algunas averiguaciones. Y ahora me encuentro con que la pobre señora Lancaster ha desaparecido. Es como si se hubiese disuelto en el aire.

—¿Por qué ha de haber alguien interesado en que nadie sepa de ella?

—Sólo se me ocurre pensar que era porque había ido empeorando (empeorando desde el punto de vista de los otros), es decir, recordando más y más, quizás, hablando con más y más personas... Cabe la posibilidad de que la mujer reconociera a alguien, o de que alguien la reconociera a ella, o que le dijese alguna cosa que avivase su memoria en relación con un episodio de tiempo atrás. De un modo u otro, por una razón u otra, la anciana se tornó peligrosa para alguien cuya identidad desconocemos,

—Tú, fíjate, Tuppence, en que en todo esto no hay más que suposiciones. Es solamente una idea que ha cruzado por tu cabeza. Tienes que procurar no meterte donde no te llaman...

—Este asunto, Tommy, no tiene por qué preocuparte. —Olvídate para siempre de Sunny Ridge. Es mejor... —No pretendo volver a visitar Sunny Ridge. Creo que allí me han dicho ya cuanto sabían. Me inclino a pensar que esa mujer estuvo a salvo de cualquier raro percance todo el tiempo que pasó allí. Lo que yo quisiera averiguar ahora es su paradero actual. Quiero establecer contacto con ella; deseo llegar a tiempo, antes de que le suceda algo desagradable.

—Pero, ¿qué diablos crees que puede sucederle?

—No quiero formular más hipótesis. Sigo un rastro... Voy a ser Prudence Beresford, detective privado. ¿Te acuerdas de cuando éramos los detectives «Blants Brilliant»?

—Yo era quien desempeñaba ese papel —respondió Tommy —. Tú eras la señorita Robinson, mi secretaria particular.

—No siempre, De todos modos, ésa va a ser mi labor mientras participas en el juego del Espionaje Internacional en Hush Hush Manor. Mi lema va a ser: «Salvad a la señora Lancaster.» Esta tarea ocupará mi tiempo.

—Darás con ella, probablemente, y verás que se conserva inmejorablemente.

—Espero que sea así. Nadie se alegrará de eso más que yo.

—¿Qué camino te propones seguir?

—Tengo que reflexionar, primero. ¿Qué tal vendría un anuncio? No. Esto constituiría una equivocación. —Bueno, hagas lo que hagas, ten cuidado.

Tuppence no se dignó replicar a estas palabras.

3

El lunes por la mañana, Albert, el servidor de los Beresford desde hacía largos años, que se había visto embarcado en actividades anticriminales por sus señores más de una vez, depositó la bandeja con el desayuno en la mesita existente entre los dos lechos. Seguidamente, descorrió las cortinas del dormitorio, anunció que el día era inmejorable y se marchó por donde había llegado.

Tuppence bostezó, incorporándose en su cama; se frotó los ojos y llenó una de las tazas. Luego, arrojó una rajita de limón al líquido y observó que si bien el día parecía magnífico nunca se sabía cómo podía terminar.

Tommy dio una vuelta en su lecho, lanzando un gemido.

—Despiértate, Tommy —dijo Tuppence —. Acuérdate de que té enfrentas con una movida jornada.

—¡Santo Dios! No tengo ganas de nada.

Una vez incorporado, se sirvió también su té. Fijó la vista después en el cuadro de la chimenea.

—Tengo que decirte, Tuppence, que tu lienzo me gusta.

—Es que el sol le da de lado, prestándole una luz especial.

—Es una pacífica escena la que nos ofrece.

—¡Lo que daría por recordar dónde he visto yo esa casa antes!

—No sé qué importancia tiene eso. Lo recordarás cuando menos te lo figures.

—Eso no me sirve de nada. Quiero recordarlo ahora.

—¿Por qué, mujer?

—¿No te das cuenta? Es la única pista que tengo. El cuadro perteneció a la señora Lancaster...

—Hay dos cosas que no coinciden —alegó Tommy —. Me explicaré. Es cierto que el cuadro perteneció en otro tiempo a la señora Lancaster. Ahora bien, ¿no has pensado que pudo haberlo comprado en una exposición? También es posible que fuese adquirido por uno de los miembros de su familia. Tal vez llegara a su poder en calidad de obsequio. Se lo llevó a Sunny Ridge por la sencilla razón de que era de su agrado. No hay motivos para afirmar que por fuerza había de estar ligado a ella personalmente. De ser así no habría llegado a regalárselo a tía Ada.

—No tengo ninguna otra pista, Tommy —insistió Tuppence.

—La casa es preciosa —comentó él —, Todo en el lienzo da una impresión de profunda paz...

—Yo pienso que se trata de una casa vacía.

—¿Vacía?

—Sí —corroboró Tuppence —. Yo me imagino que no la habita nadie. En ningún momento me he figurado que fuese a salir alguien de esa casa. Nunca he pensado que el puente estuviese a punto de ser cruzado por una persona. He creído firmemente, en todo instante, que no se presentaría nadie en la orilla con el propósito de embarcar en el bote y remar un poco...

—¡Por el amor de Dios, Tuppence! —Tommy miró atentamente a su mujer —. ¿Qué te ocurre?

—Es todo lo que pensé nada más ponerme delante del cuadro, Tommy —contestó Tuppence —. Me dije: «He aquí una casa preciosa, propia para ser habitada.» Y luego pensé: «Pero ahí no vive nadie, con seguridad.» Esto debe de-mostrarte que la he visto antes. Espera un momento. Un momento... Ya me acuerdo. Creo que voy recordándolo... Tommy escrutó el rostro de su mujer.

—La vi desde una ventanilla —dijo Tuppence, excitada —, ¿Desde la ventanilla de un coche? No. La perspectiva no se presta. Corriendo a lo largo de un canal... Un curvado puente las rosadas paredes de la casa, los dos álamos... Más de dos... Había muchos álamos, sí. ¡Ay, querido! Si yo pudiera...

—Vamos, vamos, Tuppence...

Acabaré recordándolo todo perfectamente. Tommy consultó su reloj de pulsera.'

—¡Santo Dios! Ahora resulta que tengo que correr... Tú y tu deja —vu cuadro tenéis la culpa.

Tommy saltó del lecho, encaminándose al cuarto de baño. Tuppence se recostó en las almohadas, cerrando los ojos. Intentaba traer a su mente un recuerdo que se mostraba persistentemente alusivo.

Tommy se encontraba en el comedor, sirviéndose una taza de café cuando apareció allí Tuppence. Su rostro se hallaba enrojecido. Su aire era de triunfo, indudablemente.

—¡Ya lo tengo!... ¡Ya sé dónde vi esa casa! La vi desde la ventanilla de un vagón de ferrocarril.

—¿Dónde. ¿Cuándo?

Ella se encogió de hombros.

—Lo ignoro, Tendré que pensármelo. Recuerdo que en aquellos momentos me dije: «El día que se me ocurra, iré a echarle un vistazo a ese edificio...» Después quise ver cuál era el nombre de la estación siguiente. Pero, bueno, ya sabes cómo andan las cosas de los ferrocarriles en nuestros días. La mitad de las estaciones andan medio abandonadas... La siguiente, la que a mí me interesaba, era un verdadero desastre. Por los andenes de tierra había una cantidad de hierbajos indescriptibles. Ni siquiera contaba con un rótulo indicador.

Tommy escuchaba a su esposa a medias.

—¿Dónde diablos estará mi cartera de mano? ¡Albert! Comenzó una busca frenética por toda la vivienda. Tommy regresó casi sin aliento para decir adiós a su mujer. Tuppence permanecía absorta, mirando sin ver el huevo frito que tenía adelante.

—¡Adiós! —dijo Tommy —. Y, por lo que más quieras, Tuppence, no insistas en meter la nariz donde no te llaman. Siempre en actitud reflexiva, Tuppence respondió —Me parece que lo que voy a hacer es darme unos cuantos paseos en ferrocarril por ahí.

BOOK: El cuadro
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