—Tengo ampollas, Jimmy —dijo, a punto de romper a llorar—. Vamos a entrar aquí, ¿vale? Está helando… Seguro que nieva esta noche.
Dentro, gracias al cielo, hacía más calor, y el camarero los guio a un rincón agradable, junto a un radiador. Jimmy fue a colgar el abrigo de Dolly, quien se quitó el gorro del SVM, que dejó junto a la sal y la pimienta. Una de las horquillas se le había clavado en la cabeza toda la tarde y se frotó con energía mientras se quitaba esos zapatos lamentables. Antes de volver, Jimmy se detuvo a hablar en voz baja con el camarero que los había atendido, pero a Dolly le preocupaba demasiado qué habría dicho a Vivien para extrañarse. Sacó un cigarrillo y encendió la cerilla con tal fuerza que se partió. Tenía la certeza de que Jimmy ocultaba algo: se había comportado de un modo extraño desde que salieron de la cantina y ahora, al volver a la mesa, apenas podía mirarla a los ojos sin apartar la vista enseguida.
En cuanto Jimmy se sentó, el camarero trajo una botella de vino y comenzó a servirles dos copas. Ese sonido borboteante pareció dominar la escena, de un modo embarazoso, y Dolly miró más allá de Jimmy para fijarse en el resto de la sala. En un rincón, tres camareros rezongaban aburridos mientras el barman limpiaba la barra. Tan solo había otra pareja, que hablaba en susurros sobre la mesa al compás de una canción de Al Jolson que sonaba en el gramófono del bar. La mujer, que daba la impresión de estar dispuesta a todo, como Kitty con su nuevo novio (piloto, o eso había dicho), pasaba una mano por la camisa del hombre y se reía de sus bromas.
El camarero posó la botella en la mesa y adoptó un tono distinguido al anunciar que no disponían de menú esa noche debido a la escasez, pero que el chef les prepararía un
menu du jour
.
—Vale —dijo Jimmy, casi sin mirarlo—. Sí, gracias.
El camarero se fue y Jimmy se encendió un cigarrillo, tras lo cual sonrió a Dolly brevemente antes de centrar la atención en algo que flotaba por encima de la cabeza de ella.
Dolly ya no podía aguantar más. Tenía un nudo en el estómago y debía saber qué le había contado a Vivien, si la había mencionado a ella.
—Bueno —dijo.
—Bueno.
—Me preguntaba…
—Hay algo que…
Ambos se detuvieron y dieron una calada al cigarrillo. Se observaron a través de una nube de humo.
—Tú primero —dijo Jimmy con una sonrisa, abriendo las manos y mirándola a los ojos de una manera que a Dolly le habría parecido excitante de no estar tan nerviosa.
Dolly eligió sus palabras con tiento.
—Te vi —dijo, echando la ceniza en el cenicero—, en la cantina. Estabas hablando. —El gesto de Jimmy era difícil de interpretar; la observaba con suma atención—. Con Vivien —añadió.
—¿Esa era Vivien? —preguntó Jimmy, los ojos abiertos de par en par—. ¿Tu nueva amiga? No me di cuenta… No me dijo su nombre. Oh, Doll, si hubieses llegado antes nos podrías haber presentado.
Parecía sinceramente decepcionado, y Dolly dejó escapar un pequeño suspiro de alivio. No sabía el nombre de Vivien. Quizás ella tampoco supiese el suyo, ni por qué se encontraba en la cantina esa noche. Intentó hablar en un tono despreocupado.
—¿De qué estabais hablando?
—De la guerra. —Se encogió de hombros y dio una calada nerviosa al cigarrillo—. Ya sabes. Lo de siempre.
Estaba mintiendo, notó Dolly: a Jimmy no se le daba bien mentir. Tampoco disfrutaba de la conversación; había contestado muy rápido, demasiado rápido, y ahora evitaba su mirada. ¿De qué podrían haber hablado para que estuviese tan evasivo? ¿Habían hablado de ella? Oh, Dios… ¿Qué habría dicho?
—La guerra —repitió Dolly, haciendo una pausa para darle la oportunidad de explicarse. No lo hizo. Le ofreció una sonrisa quebradiza—. Es un tema de conversación muy amplio.
El camarero llegó a la mesa y dejó dos humeantes platos ante ellos.
—Sucedáneo de vieiras —afirmó con grandiosidad.
—¿Sucedáneo
de vieiras? —farfulló Jimmy.
La boca del camarero se retorció y su gesto se agrietó un poco.
—Alcachofas, creo, señor —dijo en voz baja—. El cocinero las cultiva en su huerto.
Jimmy contempló a Dolly, al otro lado del mantel blanco. No era esto lo que había planeado, declararse en un tugurio vacío, tras invitarla a una alcachofa arrugada y a un vino amargo, y enfadarla hasta la exasperación. Entre ambos se hizo el silencio y la caja del anillo pesaba sobremanera en el bolsillo del pantalón de Jimmy. No quería discutir, no quería nada salvo deslizar el anillo en ese dedo, no solo porque la ataba a él (lo cual, cómo no, deseaba), sino porque era el símbolo de algo bueno y verdadero. Comió desganado.
No podía haberlo estropeado más si lo hubiera intentado. Peor aún: no se le ocurría cómo arreglarlo. Dolly estaba enfadada porque sabía que no le había dicho todo, pero esa mujer, Vivien, le había pedido que no se lo contase a nadie. Más aún, se lo había suplicado y algo en su mirada le impulsó a cerrar la boca y asentir. Arrastró la alcachofa por una tristísima salsa blanca.
Tal vez no se refería a Dolly. Qué idea: al fin y al cabo, eran amigas. Dolly quizás se riese si se lo contase, moviendo la mano y diciendo que ya lo sabía. Jimmy tomó un sorbo de vino, pensándolo bien, preguntándose qué habría hecho su padre en la misma situación. Intuía que su padre habría respetado la promesa hecha a Vivien, pero, después de todo, él había perdido a la mujer que amaba. Jimmy no estaba dispuesto a permitir que le ocurriese lo mismo.
—Tu amiga —dijo con ligereza, como si no hubiera habido ningún roce entre ellos—, Vivien, vio una fotografía mía.
Dolly prestó atención, pero no dijo nada.
Jimmy tragó, se prohibió pensar en su padre, esos discursos que había soltado a Jimmy cuando era pequeño acerca del valor y el respeto. Esta noche no tenía otra opción, tenía que decir la verdad y, en realidad, ¿qué tenía de malo?
—Era de una niña pequeña cuya familia murió la otra noche durante un bombardeo en Cheapside. Era triste, Doll, tristísimo, estaba sonriendo, ¿sabes?, y llevaba… —Se detuvo e hizo un gesto con la mano; por su expresión, sabía que Dolly estaba perdiendo la paciencia—. No importa… Lo que pasa es que tu amiga la conocía. Vivien la reconoció al ver la foto.
—¿Cómo?
Era la primera palabra que pronunciaba desde que les sirvieron la comida y, aunque no se trataba exactamente de un perdón sin reservas, Jimmy se sintió aliviado.
—Me dijo que tiene un amigo, un médico, que dirige un pequeño hospital privado en Fulham. Cedió una parte al cuidado de huérfanos de la guerra y ella le ayuda a veces. Ahí es donde conoció a Nella, la niña de la fotografía. La han llevado ahí, pues nadie se presentó a buscarla.
Dolly lo observaba, esperando que continuara, pero a Jimmy no se le ocurría qué más decir.
—¿Eso es todo? —dijo Dolly—. ¿No le dijiste nada acerca de ti?
—Ni siquiera mi nombre. No hubo tiempo. —En la distancia, en algún lugar de la oscura y fría noche de Londres, hubo una serie de explosiones. Jimmy se preguntó de repente a quién alcanzarían las bombas, quién estaría gritando ahora mismo de dolor, pena y horror.
—¿Y ella no dijo nada más?
Jimmy negó con la cabeza.
—No acerca del hospital. Quise preguntarle si podía ir con ella un día, llevar algo para Nella…
—¿Y no lo hiciste?
—No tuve ocasión.
—¿Y esa era la única razón por la que estabas tan evasivo…, porque Vivien te dijo que ayuda a su amigo el doctor en el hospital?
Se sintió tonto ante la cara de incredulidad de Dolly. Sonrió, se encogió un poco y se maldijo a sí mismo por tomarse las cosas siempre tan en serio, por no darse cuenta de que Vivien había exagerado las cosas y, por supuesto, Dolly ya lo sabía… Se había agobiado por nada. Dijo, sin mucha convicción:
—Me rogó que no se lo dijera a nadie.
—Oh, Jimmy —dijo Dolly, riéndose mientras le acariciaba el brazo suavemente—. Vivien no se refería a mí. Hablaba de otras personas, de desconocidos.
—Lo sé. —Jimmy sujetó la mano de ella, sintió la suavidad de sus dedos—. He sido un tonto por no darme cuenta. Esta noche soy una sombra de mí mismo. —De repente, fue consciente de encontrarse al borde de algo; de que el resto de su vida, su vida en común, comenzaba al otro lado—. De hecho —dijo, con la voz resquebrajada solo un poco—, hay algo que quiero preguntarte, Doll.
Dolly sonreía distraída mientras Jimmy le acariciaba la mano. Un amigo, un doctor, un hombre… Kitty estaba en lo cierto: Vivien tenía un amante, y de repente todo tuvo sentido. La discreción, las ausencias frecuentes de la cantina del SVM, la expresión distante al sentarse en la ventana del número 25 de Campden Grove, fantaseando. Dijo «Me pregunto cómo se conocieron» al mismo tiempo que Jimmy arrancaba: «Hay algo que quiero preguntarte, Doll».
Era la segunda vez que hablaban al unísono esa noche, y Dolly se rio.
—Tenemos que dejar de hacer esto —dijo. Se sintió inesperadamente lúcida y risueña, capaz de reírse toda la noche. Quizás era el vino. Había bebido más de la cuenta. Qué alivio: cuando comprendió que Jimmy no se había dado a conocer, la euforia la embargó—. Solo quería decir…
—No. —Jimmy llevó un dedo a los labios de Dolly—. Déjame acabar, Doll. Tengo que acabar.
Su expresión la tomó por sorpresa. No la veía a menudo: decidida, casi apremiante, y, a pesar de morirse de ganas de saber más acerca de Vivien y su amigo el doctor, Dolly cerró la boca.
Jimmy deslizó la mano a un lado para acariciarle la mejilla.
—Dorothy Smitham —dijo, y algo dentro de ella se sobresaltó por la forma en que mencionó su nombre. Se derritió—. Me enamoré de ti la primera vez que te vi. ¿Recuerdas, en esa cafetería en Coventry?
—Llevabas un saco de harina.
Jimmy se rio.
—Un verdadero héroe. Ese soy yo.
Dolly sonrió y apartó el plato vacío. Encendió un cigarrillo. Hacía frío, notó: el radiador había dejado de funcionar.
—Bueno, era un saco muy grande.
—Te he dicho antes que no hay nada que no haría por ti.
Ella asintió con la cabeza. Lo había dicho, muchas veces. Era entrañable, y no quería interrumpirle diciéndolo una vez más, pero Dolly no sabía cuánto tiempo más podría contener las preguntas sobre Vivien.
—Lo digo de verdad, Doll. Haría cualquier cosa que me pidieses.
—¿Le podrías pedir al camarero que compruebe la calefacción?
—Hablo en serio.
—Yo también. De repente hace muchísimo frío. —Se abrazó a sí misma—. ¿No lo notas? —Jimmy no respondió: estaba demasiado ocupado hurgando en el bolsillo del pantalón en busca de algo. Dolly vislumbró al camarero y trató de captar su atención. Pareció verla, pero se giró y se dirigió hacia la cocina. Notó entonces que la otra pareja había desaparecido y que eran los únicos clientes del restaurante—. Creo que deberíamos irnos —dijo a Jimmy—. Ya es tarde.
—Solo un momento.
—Pero hace frío.
—Olvida el frío.
—Pero, Jimmy…
—Estoy intentando pedirte que te cases conmigo, Doll. —Se sorprendió a sí mismo, Dolly lo notó por la expresión, y se rio—. Y, al parecer, lo estoy enfangando todo… Nunca lo había hecho antes. No tengo intención de hacerlo de nuevo. —Se levantó del asiento y se arrodilló ante ella, respirando hondo—. Dorothy Smitham —dijo—, ¿me concedes el honor de convertirte en mi esposa?
Dolly aguardó a comprender, a que se saliese del personaje y comenzase a reírse. Sabía que se trataba de una broma: fue él quien insistió en Bournemouth en que esperasen hasta haber ahorrado bastante dinero. En cualquier momento empezaría a reír y le preguntaría si quería postre. Pero no lo hizo. Se quedó donde estaba, mirándola.
—¿Jimmy? —dijo—. Te van a salir sabañones ahí abajo. Levanta, vamos.
No lo hizo. Sin apartar la mirada, levantó la mano izquierda y dejó ver un anillo entre los dedos. Era una alianza de oro con una pequeña piedra… Demasiado viejo para ser nuevo, demasiado nuevo para ser una antigüedad. Había traído utilería, comprendió, parpadeando perpleja. Era de admirar, qué bien estaba interpretando su papel. Ojalá pudiese decir lo mismo de ella, pero la había pillado desprevenida. Dolly no estaba acostumbrada a que Jimmy iniciase un juego (eso le correspondía a ella) y no estaba segura de que le gustase.
—Deja que me lave el pelo y piense en ello —bromeó.
Un mechón del pelo de Jimmy había caído sobre un ojo y este movió la cabeza para retirarlo. En su rostro no había ni el atisbo de una sonrisa mientras la contemplaba un momento, como si estuviera poniendo en orden sus pensamientos.
—Te estoy pidiendo que te cases conmigo, Doll —dijo, y ante esa voz, de una sinceridad sólida, ante la falta de subterfugios y dobles sentidos, Dolly sintió el primer barrunto de sospecha de que tal vez hablaba en serio.
Pensaba que estaba bromeando. Jimmy casi se rio al darse cuenta. Sin embargo, no se rio; se apartó el pelo de los ojos y pensó en cómo lo había invitado a su cuarto la otra noche, cómo lo miraba mientras su vestido rojo caía al suelo, alzando el mentón y sosteniéndole la mirada, y él se sintió joven, poderoso, feliz de estar vivo en ese momento, en ese lugar, junto a ella. Pensó en cómo se incorporó más tarde, incapaz de dormir debido a la certeza dichosa de que una joven como ella estaba enamorada de él, cómo supo, al verla dormida, que la amaría durante toda la vida, y que se harían viejos juntos, sentados en unos cómodos sillones en su casa, los hijos ya adultos y lejos, y se turnarían para preparar el té.
Quería contárselo todo, recordárselo, para que viese con la misma claridad que él, pero Jimmy sabía que Dolly era diferente, que a ella le gustaban las sorpresas y no necesitaba ver el final cuando aún estaban en el inicio. En cambio, cuando todos sus pensamientos se habían amontonado como hojas secas, dijo con sencillez:
—Cásate conmigo, Doll. Todavía no soy un hombre rico, pero te quiero, y no quiero desperdiciar otro día más sin ti. —Y entonces vio cómo su rostro cambiaba, y vio en las comisuras de la boca y en el ligero desplazamiento de las cejas que al fin había comprendido.
Mientras Jimmy esperaba, Dolly exhaló un suspiro largo y lento. Cogió el sombrero y le dio vueltas por el ala, con el ceño ligeramente fruncido. Siempre había sentido predilección por la pausa dramática, razón por la cual él no se preocupó al observar la línea perfecta de su perfil, como había hecho en esa colina junto al mar; al decir ella: «Oh, Jimmy», con una voz que no era del todo suya; al volverse hacia él y ver una lágrima fresca rodando por su mejilla.