La conversación entre los elfos había seguido a expensas de los jóvenes durante aquellos momentos.
—Debemos arriesgarnos. Mejor cruzar por un terreno por el que ya hayan buscado, que aventurarnos por senderos nuevos.
—Pero... cabalgar hacia el Este, Ishmant —intervendría algo confuso Allwënn—. No eran esos Señores de los Muertos los que nos preocupaban hace sólo unas horas, sino los orcos y goblins o cualquier otro seguidor del estandarte de la Señora. Aunque no nos crucemos con esos sombríos jinetes nada impide toparnos con una guarnición de tropas de Calla en esa dirección. Llevamos humanos con nosotros. Eso nos pone en peligro a todos. ¡Por todos los dioses! Deberían haberse quedado en el agujero del que decidieron salir.
Al escucharle, Claudia reaccionó como un reo al que liberan de su cautiverio. Ni la poderosa mano de Odín pudo frenarla esta vez.
—¡Eh, un momento! —los llamó, haciendo caso omiso a los susurros y advertencias que sus amigos le dirigían con intención de disuadirla—. Elfos, ladrones o lo que seáis. No dudo que sois magníficos guerreros y todo eso, pero lo que está claro es que nadie os ha enseñado una pizca de educación. Si es de nosotros de quien habláis podíais tener un mínimo de respeto y hablarnos a la cara y no a hurtadillas en un corrillo de viejas—. Los tres personajes no pudieron sino volverse estupefactos hacia la pequeña humana que les gritaba con una firmeza asombrosa y no sin razón. Ishmant, muy serio no perdía detalle de la muchacha, Gharin la contemplaba indeciso y asombrado—. Os juro, como me llamo Claudia Jimena Lizarra de Gascón Echeverría, que no tengo la menor intención de permanecer en este lugar ni un minuto más del necesario. ¡Y claro que regresaríamos al agujero del que salimos —le replicó agria al joven mestizo —¡Si es que alguien pudiera decirnos cómo demonios volver! Os hemos contado cien veces lo que nos ocurrió. Pero no, tenéis que seguir pensando que nos divierte inventar historias. Creedme, si de verdad queréis perdernos de vista, lo mejor que podéis hacer es poner algo de vuestra parte y conseguir a alguien que pueda devolvernos a casa.
Por un momento se hizo el silencio.
La joven parpadeó como siendo consciente en aquel instante de lo que acababa de suceder. Allwënn se fue hacia ella con gesto torcido y el índice de su mano derecha amenazante.
—Escúchame, niña lista, porque será la última vez que lo diga. Ni aunque fuese cierta vuestra historia, nadie, ¡nadie! puede ayudaros. Ahí fuera ni siquiera hay alguien dispuesto a escucharos.
—Tal vez... —interrumpió la voz siempre serena y plácida del embozado guerrero, dejando al medioelfo con las palabras en la boca—. Tal vez sí conozca a alguien que pueda escucharos—. Ishmant había encontrado su oportunidad para torcer aquel rumbo a su propia conveniencia de manera natural.
—De... ¿de verdad? —balbució la joven incrédula. Allwënn aún mantenía su índice aún crispado, pero se volvió hacia el veterano. Ishmant se aproximó con lentitud hacia los chicos. Su magnetismo hizo imposible que no se le prestase atención.
—Entiendo que busquéis respuestas desesperadamente en vuestro camino a la deriva. Tenéis preguntas, lo sé. Y yo conozco a alguien que quizá pueda proporcionaros algunas respuestas... aunque quizá no coincidan con vuestras preguntas.
Los jóvenes quedaron perplejos ante la revelación de aquel enigmático humano.
—Solo... solo buscamos la manera de regresar a casa.
—No sé si existe respuesta a eso, joven Claudia. Vuestra historia suena a locura, es cierto. No puedo reprender la actitud de mis buenos amigos —dijo volviendo sus ojos oscuros de cuervo hacia la pareja de elfos—. Agradezco su valentía. En los tiempos que corren hubiese sido mucho más sensato dejaros a un lado y seguir su camino. Y no lo han hecho. Eso me ha permitido llegar hasta vosotros. Para mí y para la persona que os espera más allá de ese valle vuestra historia encierra claves que es necesario tener en cuenta—. Los chicos quedaron estupefactos ante aquella revelación y cruzaron miradas de perplejidad.
—¿Quién... quien puede esperarnos? No conocemos a nadie aquí —apostilló Alex inseguro. Ishmant respondió después de un pausado silencio.
—Yo no he dicho que os conozca, solo que os está buscando. Y no es el único, me temo. Muchos hay que no os conocen y también os buscan. Quizá... todos nos equivoquemos.
Una amarga certeza golpeó en el pecho de Alex al escuchar aquellas palabras y algo, más fuerte que su voluntad le obligó a verbalizar sus miedos.
—¡Los jinetes! —anunció con el rostro lívido—. Nos buscaban a nosotros.
—Es... posible —anunció el sombrío humano—. Sin duda buscan algo. Temo que busquen lo mismo que yo. Y yo creo haberlo encontrado.
Claudia miró a sus compañeros con gesto de asombro y aquellos le devolvieron miradas llenas del mismo estupor.
—No. No puedo creerlo. No puedo creerlo. Esto, esto me supera—. Su rostro desvelaba la verdad de aquellas confesiones. Claudia se agitaba como queriendo espantar el mal de si misma—. ¿Esos jinetes nos buscaban? ¿A nosotros? No puede ser. Nadie sabe que estamos aquí —se dijo mirando alrededor—. Ni siquiera deberíamos estar aquí. ¿Qué hemos hecho para que nadie quiera buscarnos? ¿Por qué a nosotros?
—Quizá esa sea la pregunta correcta: ¿Por qué? —anunció Ishmant con aplomo—. Poco importa cómo, qué o cuándo. Por qué es la clave. Sin embargo, está más allá de lo que puedo confesar aquí y ahora. Quizá solo sea una fortuita casualidad lo que hace que todas las señales parezcan apuntar hacia vosotros. Quizá solo tengáis una oportunidad de averiguarlo.
Gharin y Allwënn observaban aquella escena con cierta distancia, casi a la sombra de aquellas noticias. Por primera vez se echaban a un lado y dejaban que las circunstancias se desarrollaran al margen de ellos. Le dejaron hacer.
—Debéis confiar en mi criterio y seguidme.
—¿Seguirte a dónde?- preguntó Odín
—Dónde no es importante. Es un lugar seguro, al menos por el momento. Eso debería bastar. ¿Quién estará allí? Eso sí es importante. Sin embargo, vamos a transitar caminos menos seguros, los riesgos son altos. Es mejor para todos que no conozcáis ni su ubicación y la naturaleza de quien allí os espera. Si algo ocurriese y esta información llegase a oídos impropios comprometeríamos su seguridad y la de lo que él representa. Sólo os pido confianza. Sé que sólo os ofrezco nuevos interrogantes a los vuestros pero es el momento de elegir. Podéis continuar caminando sin dirección o acompañadme a pesar de los riesgos.
Los chicos se miraron. Apenas tenían opciones. Sus ojos les delataron. Querían ver a dónde les podía conducir esta nueva situación. Si había alguien capaz de escucharlos sin prejuicios, si había alguien capaz de darles un poco de luz en aquel océano de dudas y oscuridad, merecía la pena arriesgarse. Ishmant esbozó un amago de sonrisa en aquellas facciones sin expresión cuando les escuchó decir que le acompañarían. Entonces se volvió hacia los elfos.
—Esta misma elección también os corresponde a vosotros.
Por fin salieron del abrazo de piedra que había sido hogar y telón de los últimos días, en cuyo marco se habían dado cita algunas de las anécdotas y situaciones que con mayor fuerza marcaron el destino de aquel insólito grupo desde que aparecieran en aquel escenario hostil.
Aquellos humanos guardaban en sus miradas una nueva esperanza. Pero también nuevos temores. Quizá había alguien. Su nombre seguía siendo una incógnita. Dónde podía encontrarse, también. Era solo una sombra en la vaguedad de la incertidumbre que les atenazaba. Pero estaba allí y tal vez pudiera ser la persona capaz de devolverlos al lugar al que pertenecían. Sin embargo, saber que de pronto se habían convertido en el objeto de búsqueda de todo el mundo les aterraba.
—Todo esto me inquieta, chicos —confesó Odín con voz trémula. Sus amigos se volvieron en sus monturas para observarle. Su semblante estaba inusualmente más ensombrecido de lo habitual.
—Al menos, ahora parece que alguien pudiera ayudarnos. Tal vez... —Odín levantó la cabeza para observar a Alex.
—No es eso lo que me preocupa, Alex —confesó aquél—. Ojalá sea cierto y alguien exista capaz de devolvernos a casa. Al menos, capaz de explicarnos esta extraña situación.
—¿Entonces...?
—¿No os habéis parado a pensarlo? —Dijo como si lo que se dibujaba en su cabeza fuese tan nítido que fuese imposible que a ellos se les hubiese pasado—. Dicen que nos buscan. A nosotros. A ti Alex, a Claudia, a mi. Dicen que nos esperan. Si alguien nos busca es porque de algún modo sabe que existimos. Es porque sabían que estábamos aquí. Ni siquiera nosotros podemos explicar qué hacemos en este lugar. ¿cómo puede nadie saber que existimos? Y si lo saben, chicos, todo esto no puede ser fortuito. Estamos aquí por alguna razón, por algún motivo que no alcanzo a imaginar, mucho menos entender.
—Querías un motivo para seguir ¿no Hansi? —advirtió la chica, sentada tras él. Odín le dirigió una mirada apesadumbrada.
—No lo entiendes, ¿verdad Claudia? —Ella le miró con extrañeza—. Si existe un motivo para que estemos aquí. No va a ser tan fácil que podamos regresar.
Los últimos picos del macizo parecían decir adiós con un eco invisible y una voz apagada y muda. Cabalgaban hacia la tormenta que rugía ante ellos como la bestia que brama al enemigo. Azotaba sin tregua las resignadas tierras que se extendía ante ellos. Había empezado a caer la primera ligera llovizna hacía unos minutos, como tímido presagio de lo que habría de venir. Bajo sus entrañas la comitiva avanzaba dispuesta. El terreno que tenían por delante parecía ser completamente llano de compararlo con el transitado días atrás. Eran praderas llanas salpicadas por lomas y cerros cubiertos por vegetación baja con algunos árboles dispersos. Terrenos que advertían de la proximidad, aún en la distancia, de la fértil vega del río Vrea.
En un momento o en otro todas las miradas acabaron volviendo al gigante de piedra que dejaban a la espalda. Pocos retuvieron un suspiro mientras se alejaban de la inmensa cresta de piedra y nieve. Así, tal vez con una extraña e inexplicable melancolía dijeron adiós a las agrestes cimas y a todos los senderos y peligros, todos los secretos, amigos y enemigos que con suerte, pericia y resignación parecían, de momento, haber dejado atrás.
Las gotas de lluvia se precipitaban sobre las monturas y sus jinetes como afiladas puntas de cristal que estallasen en esquirlas de hielo al rozar los cuerpos. El cielo se había oscurecido tanto que casi parecía una noche prematura, pero a pesar de la incomodidad resultaba un espectáculo sobrecogedor. El agua descargó su furia sobre las espaldas del grupo al menos durante toda una hora. Tiempo en el que, pacientemente, solo pudieron resignarse y proseguir el lento camino. Luego, el cielo volvió al ceniciento color de la mañana. Una fina capa de nubes aún persistía ocultando al enorme Yelm y al sumiso y rojo Minos. Pero al menos se tenía la aparente seguridad de que la gran tormenta había quedado lejos.
El día avanzó rápido aunque nadie pudo apreciar los cambios de luz pues la cortina de nubes que cubría el cielo, como una tela deshilachada, dejaba poco espacio a los haces de Yelm. El paisaje continuaba embriagado por ese tono mortecino y la suave fragancia de la tierra recién mojada inundaba de frescor el paseo. El terreno volvía a encresparse aunque tan sólo resultaban lomas y riscos sin mayor importancia. Quizá alguna que otra colina resuelta. La hierba verde tapizaba con una alfombra gruesa perlada de agua todo cuanto abarcaba la vista y servía de tibio consuelo a las cansadas pezuñas de los caballos. Los árboles seguían dispersos pero quizá se encontraban en mayor número que al abandonar el Belgarar. El macizo apenas si era una recortada cresta de copas nevadas en la lejanía, pero aún continuaba resultando impresionante al contemplarlo.
En esta ocasión, el puesto de cabeza no lo ocupaba el arrogante mestizo de enanos, sombrío y majestuoso sobre su espectacular montura blanca. Se encontraba por primera vez en el grueso del grupo como uno más, cediendo la aventajada posición al misterioso humano que ocultaba su rostro tras el pañuelo que le servía de embozo. Poco a poco mis compañeros comenzaban a comprender los mensajes ocultos que encerraba el comportamiento. Aquel mundo y sus habitantes también poseían un amplio y rico lenguaje corporal que de hecho pasaba desapercibido a los foráneos, pero muy explícito para quien pudiese descifrarlo. Cabalgar a la cabeza significa guiar al grupo. No en el sentido de conducirlo hasta alguna parte sino en el de tener autoridad sobre él. Cabalgar a la cabeza significa liderar el grupo y también tener la responsabilidad de proteger la integridad y seguridad de quienes lo componen. Los mandos militares, los altos generales, y en su caso el rey siempre encabezan sus ejércitos. Quien cabalga adelante manda, quien cabalga detrás obedece y quien cabalga a tu lado comparte grado contigo. Es así de sencillo y así de eficaz. Por la posición que cada uno ocupa o elige se marca el carácter y la relevancia de éste en un grupo.
Claudia ya se había percatado de estos detalles con anterioridad, pero lo que la intrigaba era que, repentinamente, aquel personaje misterioso y reservado que respondía al nombre de Ishmant, hubiese adquirido tal relevancia en el grupo sin que Allwënn emitiese protesta alguna. Observado de un vistazo no parecía nadie especialmente relevante. Vestía ropas amplias de una tela pesada con mucha caída. No portaba ningún tipo de armadura. Únicamente un embozo que cubría sus facciones profundas y que, en última instancia, tan sólo alimentaba la curiosidad y el misterio. De su cinto colgaban, eso sí, algunas armas, en mayor número que los elfos. Cuchillos largos y dos sables de hojas estrechas y finas, que sin duda no resultaban tan impresionantes como las que cargaban ellos. Sus ojos emanaban algo extraño; una tranquilidad y serenidad de anciano. No obstante, su cuerpo era ágil, proporcionado y parecía aún joven. Su aura resultaba poderosa y en efecto habría de serlo para ensombrecer el carácter combativo de Allwënn o la chispa de Gharin.
—Temí que no quisieras acompañar a Ishmant —Allwënn alzó una ceja para mirar a su amigo que montaba a su lado.
—Parecía importante para ti —reconoció aquel—. Lo que me dijiste, Gharin... eso de necesitar un motivo para seguir. No puedo negártelo. Has estado conmigo en los peores momentos. ¿Qué importa que a mí todo esto me parezca una locura? Te lo debía. Por todos estos años. No soy el ogro que esos chicos piensan que soy—. Gharin sonrió con un atisbo de emoción en sus bellas facciones.