El Espejo Se Rajó De Parte A Parte (20 page)

BOOK: El Espejo Se Rajó De Parte A Parte
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—Me lo han dicho personas sensatas y muy bien informadas.

Ardwyck Fenn echó la cabeza hacia atrás mostrando el recio contorno de su cuello; —Sí —admitió—, hubo un tiempo en que estuve muy entusiasmado por ella. Era una mujer hermosa y atractiva, y continúa siéndolo. Decir que la amenacé alguna vez es ir un poco más lejos. Ahora bien. La verdad es que nunca me ha gustado ser contrariado, inspector jefe, y la mayoría de las personas que lo hacen tienden a arrepentirse de ello. Pero ese principio se ordena principalmente a mis negocios, al margen de mi vida privada.

—Tengo entendido que utilizó usted su influencia para que la desecharan como primera actriz de una película en rodaje, ¿no?

—No le iba el papel —respondió Fenn, con aire indiferente—. Surgieron conflictos entre ella y el director. Yo había invertido dinero en aquella película y no me interesaba arriesgarme. Le aseguro que todo fue una mera transacción comercial.

—Pero acaso Marina Gregg no lo creyó así.

—¡Naturalmente que no! Ella lo atribuyó a una cuestión personal.

—Creo que llegó al extremo de decir a unos amigos que tenía miedo de usted.

—¿De veras? ¡Qué puerilidad! Supongo que se gozó en esa sensación.

—¿Qué opina usted, que no tenía por qué temerle?

—¡Claro está que no! Por muy grande que fuera mi desilusión, no tardé en sobreponerme. Siempre me he basado en el principio de que, en cuestión de mujeres, un clavo saca otro clavo.

—Una forma muy satisfactoria de navegar por la vida, señor Fenn.

—Sí, eso creo yo.

—¿Posee usted amplios conocimientos del mundo cinematográfico?

—Tengo intereses financieros en él.

—¿Y, por ende, está usted obligado a conocerlo a fondo?

—Tal vez.

—Usted es un hombre cuya opinión merece ser escuchada. ¿Podría sugerirme a alguna persona susceptible de aborrecer a Marina Gregg hasta el punto de abrigar el deseo de matarla?

—Probablemente, una docena habrá —respondió Ardwyck Fenn—, es decir, con tal de no comprometerse personalmente. Si sólo se tratara de oprimir un botón en la pared, apuesto a que habría una porción de dedos dispuestos a hacerlo.

—Acabo de decir que su opinión merece ser escuchada. ¿Cree usted que entre las personas que se hallaban a su alrededor en el breve intervalo de tiempo transcurrido entre la llegada de usted y el momento en que murió Heather Badcock, había alguna —y conste que sólo le pido una sugerencia, no una afirmación— capaz de envenenar a Marina Gregg?

—No me atrevería a decir tanto —repuso Ardwyck Fenn.

—¿Eso significa que tiene usted alguna idea?

—Esto significa que no tengo nada que decir sobre este asunto. Es más, inspector Craddock, eso es todo cuanto tengo que añadir.

Capitulo XV

Dermot Craddock leyó el último nombre y domicilio que figuraba en su agenda. Había marcado dos veces el número del teléfono correspondiente a aquellas señas sin obtener respuesta. Al presente, intentó por tercera vez y, en vista de su nuevo fracaso, encogióse de hombros y decidió ir personalmente.

El estudio de Margot Bence hallábase en un callejón de la calle Tottenham Court. Aparte del nombre inscrito en una placa junto a la puerta, no había gran cosa para identificarlo, ni siquiera unas frases de propaganda. Dermot subió a tientas al primer piso. Allí entrevió un gran cartel pintado de negro sobre fondo blanco, con el siguiente texto: «Margot Bence. Fotografía de Figura. Sírvase entrar.» Craddock pasó al interior. Había una pequeña sala de espera, mas ninguna persona encargada de atenderla. Tras unos instantes de vacilación, el inspector carraspeó sonoramente de un modo algo teatral. Y en vista de que no acudía nadie, preguntó, levantando la voz:

—¿Hay alguien ahí?

Al punto, percibió el rumor de unas zapatillas detrás de una cortina de terciopelo. Ésta se entreabrió y un joven de abundante cabellera y cara sonrosada atisbo por la abertura.

—Lo siento en el alma, señor —disculpóse el muchacho—. No le he oído entrar. Acababa de ocurrírseme una nueva idea y la estaba poniendo en práctica —añadió, apartando a un lado la cortina.

Craddock lo siguió a una sala interior, inesperadamente espaciosa. Saltaba a la vista que era el estudio de trabajo. En ella había cámaras, focos, luces de arco voltaico, montones de tapicería y pantallas sobre ruedas.

—Le ruego disculpe este desorden —excusóse el joven, casi tan espigado como Hailey Preston—. Pero resulta muy difícil trabajar sin armar un revoltillo. Veamos, ¿qué se le ofrece, caballero?

—Deseo ver a miss Margot Bence.

—¡Ah! ¿A Margot? ¡Qué lástima! Si hubiese usted venido un cuarto de hora antes, la habría encontrado aquí. Ha salido a hacer unas fotografías de modelos para el Fashion Dream. Debiera usted haber telefoneado para concertar una cita. Margot está terriblemente ocupada estos días.

—Ya he telefoneado, pero no me han contestado.

—¡Ah, claro! —exclamó el joven—. Habíamos descolgado el teléfono. ¡Ahora recuerdo! Lo descolgamos para que no nos molesten —explicó, alisándose el blusón lila que lucía—. ¿En qué puedo servirle? ¿Le interesa concertar una cita? Suelo tomar nota de los encargos para Margot. ¿Desea usted alguna fotografía a domicilio? ¿Cómo la quiere, personal o comercial?

—De ninguna manera —sonrió Dermot Craddock, tendiéndole su tarjeta.

—¡Qué emocionante sorpresa! —exclamó el joven—. ¡Un agente del Departamento de Investigación Criminal! Me parece recordar que he visto fotografías suyas. ¿Es usted uno de los «Cuatro Grandes» o de los «Cinco Grandes»? ¿O acaso son ya seis en la actualidad? Hay tantos crímenes por ahí que las autoridades tendrán que aumentar el número de detectives; ¿no cree? Pero, perdone usted, agente, temo haber sido irrespetuoso, y no era esa mi intención. En fin, ¿para qué quiere ver usted a Margot? Supongo que no será para arrestarla, ¿verdad?

—Sólo deseaba formularle una o dos preguntas.

—Margot no se dedica a hacer fotografías indecentes ni indecorosas —espetó el joven, ansiosamente—. Supongo que nadie le ha contado a usted historias de esta clase, porque no es verdad. Margot es muy artista. Se dedica preferentemente a la fotografía teatral y cinematográfica. Pero sus estudios son extremadamente puros, casi mojigatos.

—No tengo inconveniente en decirle el motivo de mi visita a miss Bence — tranquilizó Dermot—. Recientemente, ésta fue testigo de un crimen perpetrado cerca de Much Benham, en un pueblo llamado Saint Mary Mead.

—¡Ah, caramba! ¡Naturalmente! ¡Ahora recuerdo! Ya estoy enterado del caso. Margot me lo contó a su regreso. Cicuta en los cócteles, ¿no es eso? O algo por el estilo. Me pareció muy lúgubre. Creo que tenía algo que ver la Ambulancia de San Juan, que, dicho sea de paso, no resulta tan lúgubre. Pero, ¿no había interrogado usted ya a Margot sobre el asunto? ¿0 fue otra persona?

—Siempre surgen nuevas preguntas que formular mientras se investiga un caso — declaró Dermot —Sí, lo comprendo perfectamente. La investigación de un crimen es una especie de proceso, algo así como el revelado de una fotografía, ¿no es eso?

—En efecto —convino Dermot—, excelente comparación.

—Es usted muy amable. Y a propósito de Margot, ¿le gustaría localizarla en seguida?

—Si usted puede ayudarme a conseguirlo, con mucho gusto.

—Bien, en estos momentos —murmuró el joven, consultando su reloj—, debe de estar ante la casa de Keats en Hampstead Heath. Tengo el coche afuera. ¿Quiere que lo lleve allí?

—Esto sería magnífico, señor...

—Jethroe —declaró el joven—, Johnny Jethroe.

Mientras bajaban la escalera, Dermot preguntó a su compañero:

—¿Por qué ha ido miss Bence a la casa de Keats?

—Verá usted. Actualmente ya no hacemos fotografías de modelos en el estudio. Nos gusta que las chicas aparezcan naturales, con los vestidos agitados por el viento, y, a ser posible en un marco original. Por ejemplo, un traje para las carreras de Ascot sobre el fondo de la prisión de Yandsworth o un frívolo conjunto ante la casa de un poeta.

El señor Jethroe condujo su coche con rapidez y habilidad por la calle Tottenham Court, por Camden Town y, finalmente, en dirección a la vecindad de Hampstead Heath. En la acera, cerca de la casa de Keats, se desarrollaba una encantadora escena. Una esbelta muchacha ataviada con un diáfano vestido de organdí, permanecía de pie sujetándose un inmenso sombrero negro. A sus espaldas había otra muchacha arrodillada tirando de la falda de la primera, de forma que el vuelo de la misma se adhiriese a sus piernas y rodillas; una joven provista de una cámara fotográfica dirigía las operaciones con voz bronca y cavernosa.

—Por amor de Dios, Jane, recógete la parte posterior del vestido. Se ve detrás de la rodilla derecha. Ponte más baja. Eso es. No, más a la izquierda. Muy bien. Así te oculta el arbusto. Magnífico. ¡Quietas! Tomaremos otra. Ahora pon las dos manos en la copa del sombrero. Levanta la cabeza. Bien. Ahora, revuélvete, Elsie. Inclínate. ¡Más! Tienes que recoger esa pitillera. Muy bien, ¡Maravilloso! ¡Ya está! Ahora ponte más a la izquierda. La misma pose, pero con la cabeza vuelta hacia acá. ¡Ya está!

—No comprendo por qué me tomas tantas fotografías por la espalda —refunfuñó la muchacha llamada Elsie, algo mohína.

—Porque ese vestido te queda precioso por detrás, querida —dijo la fotógrafo—. Y, cuando vuelves la cabeza, tu barbilla surge como la Luna sobre una montaña. En fin, creo que ya estamos listos por ahora.

—¡Eh, Margot! —gritó el señor Jethroe.

—¡Ah! —exclamó la joven, volviendo la cabeza—. ¿Eres tú? ¿Qué haces aquí? —Te he traído a alguien que desea verte. El inspector jefe Craddock, del Departamento de Investigación Criminal.

Los ojos de la muchacha volviéronse rápidamente hacia Dermot. Éste se dijo que la expresión de aquella mirada resultaba un tanto precavida y escrutadora, cosa, al fin y al cabo, perfectamente natural. Era la reacción corriente de la gente en presencia de un detective. A pesar de su delgadez y de sus angulosos contornos, la muchacha poseía una atractiva figura. Una espesa cortina de cabellos negros caía a ambos lados de su rostro. Presentaba un aspecto algo desaliñado y parecía adusta y poco simpática.

Pero el policía comprendió que era una persona de carácter.

—¿En qué puedo servirle, inspector Craddock? —preguntó la joven, arqueando sus ya elevadas cejas, de trazo artificial.

—Mucho gusto en saludarla, miss Bence. Deseaba rogarle que tuviera la amabilidad de contestar a unas cuantas preguntas sobre aquel desagradable suceso ocurrido en Gossington Hall, cerca de Much Benham. Si no recuerdo mal, fue usted allí a tomar unas fotografías.

—En efecto —asintió la muchacha—. Lo recuerdo perfectamente.

Y lanzándole una rápida y penetrante mirada, agregó:

—Pero a usted no le vi allí. Seguramente, era otra persona. El inspector, inspector...

—¿El inspector Cornish? —sugirió Dermot.

—Eso es.

—Nosotros fuimos requeridos más tarde.

—¿Pertenece usted a Scotland Yard?

—Sí.

—¿De modo que ahora intervienen ustedes también, comisionados por la policía local?

—Bien, no se trata exactamente de una intervención. En estos casos es el jefe de policía del condado correspondiente el que debe decidir si puede arreglarse solo o prefiere que nos encarguemos nosotros de la investigación.

—¿Qué influye en su decisión?

—Por lo regular, ésta depende de que el caso sea de índole puramente local o de que presente un cariz más... pongamos universal. Y hasta, en ocasiones, internacional.

—¿Y esta vez el jefe decidió que se trataba de un caso internacional?

—Quizá resultara más adecuado el vocablo «transatlántico».

—Tal es lo que han insinuado los periódicos, ¿verdad? Dicen que el asesino fracasó en su intento de asesinar a Marina Gregg y envenenó a una pobre mujer del pueblo por error. ¿Es verdad eso o se trata de un truco publicitario para su próxima película?

—Temo que existen pocas dudas respecto al particular, miss Bence.

—¿Qué quiere usted preguntarme? ¿Debo acompañarle a Scotland Yard?

—No —repuso el inspector—, A menos que usted lo desee. Si lo prefiere, volveremos a su estudio.

—De acuerdo. Mi coche está en esta misma calle —agregó, echando a andar presurosamente por la acera.

Dermot la siguió, en tanto que Jethroe gritaba a sus espaldas: —Hasta luego, querida. No quiero inmiscuirme. Estoy seguro de que tú y el inspector vais a ventilar grandes secretos.

Y reuniéndose con las dos modelos, entabló una animada discusión con ambas.

Margot subió al coche y abrió la portezuela del otro lado para que subiera Dermot Craddock. Luego, procedió a conducir sin despegar los labios en todo el trayecto de regreso a la calle Tottenham Court. Al llegar a ésta, viró hacia el callejón y, al final del mismo, metióse por una puerta abierta.

—Aquí tengo mi aparcamiento —dijo entonces la muchacha—. En realidad, es un almacén de muebles, pero los dueños me han alquilado un pequeño espacio para el auto. Aparcar un coche es una de las grandes pesadillas de Londres, como usted, sin duda, sabe, aunque no creo que intervenga usted en cuestiones de tráfico, ¿verdad?

—No, esa preocupación no me incumbe.

—Aseguraría que es infinitamente preferible desentrañar crímenes —comentó Margot Bence.

Tras conducirle al estudio, la joven le indicó una silla, ofrecióle un cigarrillo y hundióse en un gran canapé redondo, situado enfrente de él. Luego, a través de la cortina de cabello oscuro, observó a su interlocutor con expresión sombría e inquisitiva.

—Estoy a su disposición, inspector —masculló al fin.

—Según mis informes estuvo usted tomando fotografías el día de aquella muerte.

—Sí.

—¿Fue usted contratada profesionalmente?

—Sí. Deseaban que alguien tomase unas cuantas fotos fuera de serie. Yo me dedico preferentemente a esta especialidad. En ocasiones, trabajo para los estudios cinematográficos, pero aquella vez me limité a tomar fotografías de la fiesta y varias instantáneas de personas relevantes en el momento de saludar a Marina Gregg y Jason Rudd. Personajes locales y otras personalidades. Ya sabe usted a qué me refiero.

—¿Permaneció allí mucho tiempo?

—Si, estuve un buen rato allí, aprovechando el magnífico ángulo que me proporcionaba aquel lugar. Podía tomar a la gente que subía por la escalera y, al propio tiempo, girar la cámara y retratar a Marina estrechando la mano a sus invitados. Desde allí se dominaban muchos ángulos sin apenas cambiar de posición. —Me consta que contestó usted a algunas preguntas a la sazón sobre si había visto algo insólito o susceptible de facilitar alguna pista. Eran preguntas de carácter general. —Y las de ahora, ¿son más especiales?

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