El Espejo Se Rajó De Parte A Parte (28 page)

BOOK: El Espejo Se Rajó De Parte A Parte
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El doctor Haydock se marchó presurosamente. Pero miss Marple quedó pensativa, con el entrecejo fruncido en su esfuerzo por reflexionar... Habíale llamado la atención algo que acababa de decir el doctor... ¿Pero qué era? Había hablado de que tenía que ir a ver a unos pacientes... de las afecciones habituales en el pueblo... ¿Serían éstas? Miss Marple apartó a un lado la bandeja del desayuno con un resuelto ademán y, acto seguido, telefoneó a la señora Bantry.

—¿Es usted, Dolly? Aquí Jane. Deseo preguntarle una cosa. ¿Es cierto que dijo usted al inspector Craddock que Heather Badcock había contado a Marina Gregg una larga e insulsa historia sobre una vez que había tenido varicela y, con todo, habíale levantado de la cama para ir a pedir un autógrafo a Marina?

—Sí, eso fue, más o menos.

—¿Dijo varicela?

—Sí, algo así. En aquel momento, la señora Allcock estaba háblándome de vodka y, naturalmente, no escuchaba con atención.

—¿Está usted segura de que no dijo tos ferina? —insistió miss Marple, tomando aliento.

—¿Tos ferina? —repitió la señora Bantry, asombrada—. Pues, no. De haber sido tos ferina no habría tenido que empolvarse la cara, ni maquillársela.

—Comprendo. Se atiene usted, para afirmarlo, a su especial mención del maquillaje, ¿no?

—En efecto. Recalcó mucho este punto. No era una de esas mujeres que se pintan tanto. De todos modos, creo que tiene usted, razón; no era varicela... Tal vez dijo urticaria.

—Acaso se lo figura usted —objetó miss Marple, fríamente—, porque una vez tuvo urticaria y no pudo ir a una boda. Es una calamidad, Dolly, una calamidad.

Y colgó bruscamente el receptor, cortando la sorprendida protesta de la señora Bantry: «¡Por favor, Jane!» Miss Marple emitió un gruñido de contrariedad, semejante al estornudo de un gato. Una vez más, le vino al pensamiento el problema de su comodidad doméstica. ¿La fiel Florencia? ¿Se avendría la fiel Florencia, aquella excelente sirvienta, a abandonar su confortable casita para volver a Saint Mary Mead a cuidar de su antigua señora? La fiel Florencia siempre había sido muy adicta a ella. Pero la fiel Florencia estaba muy a gusto en su casita.

Miss Marple meneó la cabeza, con desaliento. De pronto, llamaron jovialmente a la puerta. Y al «adelante» de la anciana, entró Cherry en la estancia.

—Vengo a por la bandeja —declaró la joven—. ¿Ocurre algo? Parecía usted un poco trastornada.

—¡Me siento tan desvalida! —suspiró miss Marple—. Vieja y desvalida.

—No se preocupe —consolóla Cherry, tomando la bandeja—. Dista usted mucho de estar desvalida, ¡no sabe los comentarios que oigo sobre usted en este pueblo! En el Ensanche la conoce prácticamente todo el mundo. Ha hecho usted infinidad de cosas extraordinarias. Nadie se la imagina vieja y desvalida. Eso se lo mete ella en la cabeza.

—¿Ella?

Cherry indicó con un fuerte cabezazo la puerta a sus espaldas, acompañando su ademán con estas palabras:

—Sí, me refiero a miss Knight. No permita que la desanime.

—Es muy agradable —ensalzó miss Marple—, muy cariñosa —agregó para convencerse a sí misma. —Los mimos matan al gato, dice el dicho —repuso Cherry— Supongo que no quiere que la fastidien ni la empalaguen, ¿verdad?

—Desde luego que no —convino miss Marple, suspirando—. Pero me figuro que todos tenemos nuestras preocupaciones.

—Desde luego —asintió Cherry—. No debiera quejarme, pero a veces temo que, si sigo viviendo al lado de la casa de la señora Hartwell por más tiempo, algún día sobrevendrá un lamentable incidente. Es una vieja avinagrada y chismosa, y, para colmo, siempre se está quejando. Jim también está hasta la coronilla. Anoche se peleó con ella de mala manera. ¡Todo porque teníamos El Mesías un poco alto! ¡Nadie puede decir nada en contra de El Mesías! Es música religiosa.

—¿Y ella puso reparos?

—Armó la de San Quintín —lamentóse Cherry—. Empezó a dar voces y golpes en la pared.

—¿Era necesario escuchar la música tan alto?

—A Jim le gusta así —respondió Cherry—. Asegura que no se oye bien, si no se pone a todo volumen.

—Es posible que resulte un poco molesto para las personas poco aficionadas a la música —sugirió miss Marple.

—Lo malo son esas casas con dos viviendas. Las paredes parecen de papel. Pensándolo bien, soy poco partidaria de esas urbanizaciones modernas. Todo tiene un aspecto muy limpio y pulido, pero no puede uno expresar su personalidad sin que se le eche alguien encima como una tonelada de ladrillos.

—Y usted tiene la personalidad por arrobas, Cherry —comentó miss Marple, sonriendo.

—¿Usted cree? —exclamó la joven, muy complacida, echándose a reír—. No sé si...

De pronto, se turbó. Tras depositar de nuevo la bandeja sobre la mesa, retrocedió a la cama, diciendo:

—No sé si le parecerá a usted mucho atrevimiento que le haga una pregunta. Pero, si así es, basta con que diga usted «no me interesa» y en paz.

—¿Desea usted que haga algo?

—No, no es eso. Se trata de esas habitaciones que hay encima de la cocina. Actualmente, nadie las usa, ¿verdad?

—No.

—Tengo entendido que una vez las habitaron un jardinero y su mujer. Pero hoy día eso ya no se estila. Lo que me interesa —lo que a Jim y a mí nos interesa—, es saber si podríamos alquilarlas, esto es, si podríamos venirnos a vivir aquí.

Miss Marple la miró estupefacta.

—Pero, ¿y su hermosa casa nueva del Ensanche? ¿Qué hacen?

—Los dos estamos hartos de ella. Nos gustan los trastos, pero podemos tenerlos en todas partes. Los compraríamos a plazos y aquí tendríamos sitio de sobra, especialmente si Jim pudiera disponer de la habitación sobre los establos. La dejaría como nueva y pondría en ella todos sus modelos de construcción, sin tener que recogerlos a cada momento. Y si además instalásemos nuestra gramola estereofónica allí, usted apenas la oiría.

—¿Habla usted en serio, Cherry?

—Completamente en serio. Jim y yo hemos hablado mucho de ello. Jim podría componer cosas de la casa como por ejemplo todo lo que sea trabajo de lampistería y un poco de carpintería. Y yo le cuidaría a usted por lo menos tan bien como miss Knight. Ya sé que me considera usted un poco chapucera, pero me esforzaría en hacer las camas como es debido y en lavar a fondo la vajilla, aparte de que estoy adquiriendo mucha mano en la cocina. Anoche hice «Buey a la Stroganoff». En realidad, es muy fácil.

Miss Marple la contempló. Cherry semejaba un gatito ansioso, y toda su persona irradiaba vitalidad y alegría de vivir. Una vez más, miss Marple acordóse de la fiel Florencia. Sin duda, ésta llevaría mejor la casa. (Miss Marple no confiaba en la promesa de Cherry.) Pero Florencia tenía por lo menos, sesenta y cinco años, o acaso más. Por otra parte, ¿accedería a dejar su casa? Tal vez lo haría por afecto a su antigua señora. ¿Pero consentiría ésta que nadie se sacrificase por ella? ¿No la contrariaba ya el escrupuloso sentido del deber mostrado por miss Knight?

En cambio, Cherry, prescindiendo de sus deficiencias domésticas, quería ir a vivir con ella. Además, tenía cualidades que a miss Marple se le antojaban, en aquellos momentos, de suprema importancia.

Cherry era afectuosa, poseía vitalidad y sentía un profundo interés en todo.

—Naturalmente, no quisiera perjudicar a miss Knight en absoluto —declaró Cherry.

—No se preocupe de miss Knight —replicó miss Marple, tomando una decisión—. Irá a cuidar a una tal lady Conway a un hotel de Landudno, y lo pasará divinamente. Tendremos que arreglar una serie de detalles, Cherry. Dígale a su marido que quiero hablar con él. Si de veras cree usted que va a gustarles.

—Nos encantará —interrumpió Cherry—. Y puede usted confiar en que le haré las cosas bien. Si usted quiere, hasta echaré mano con muchísimo gusto de la pala y el cepillo.

Miss Marple echóse a reír ante ese supremo ofrecimiento.

—Debo darme prisa —murmuró Cherry, tomando de nuevo la bandeja—. Esta mañana he llegado tarde. Me he entretenido oyendo lo que cuentan del pobre Arthur Badcock.

—¿De Arthur Badcock? ¿Qué le ha sucedido?

—¿No se ha enterado usted? Ahora está en el cuartel de policía. Le han rogado que vaya para «ayudarles en sus investigaciones», y ya sabe usted lo que significa esto en lenguaje policíaco.

—¿Cuándo ha sido eso? —inquirió miss Marple.

—Esta mañana —respondió Cherry—, supongo que todo ha sido debido a lo que se cuenta de que una vez estuvo casado con Marina Gregg.

—¿Cómo?

—Así dicen —confirmó Cherry—. Nadie tenía idea de semejante cosa. Se ha sabido a través del señor Upshaw. Éste ha ido una o dos veces a los Estados Unidos, en viaje de negocios para la empresa donde trabaja, y sabe muchos chismes de aquel país. La cosa sucedió hace mucho tiempo, antes de que Marina empezase su carrera. Sólo estuvieron casados uno o dos años y luego ella ganó un premio cinematográfico. Naturalmente, entonces su marido le pareció poco y la cosa se acabó. Se divorciaron a la americana, y él desapareció, como si se lo hubiese tragado la tierra. De hecho, Arthur Badcock es de los que se evaporan. No quiso armar jaleo. Se cambió de nombre y regresó a Inglaterra. Todo pasó hace mucho tiempo. ¿Quién iba a pensar que tenía que salir a relucir ahora? No obstante, así es. Y supongo que eso basta para que la policía obre en consecuencia.

—¡Oh, no! —protestó miss Marple—. ¡No puede ser! ¡Si al menos se me ocurriera algo...! Veamos, déjeme pensar.

Luego, haciendo una seña a Cherry, ordenó:

—Llévese esa bandeja, Cherry, y diga a miss Knight que venga. Voy a levantarme.

La joven obedeció. Miss Marple procedía a vestirse con manos algo temblorosas. La contrariaba profundamente sentirse afectada por cualquier clase de excitación. En el momento en que se abrochaba el vestido, entró miss Knight, preguntando:

—¿Me necesita usted? Cherry me ha dicho...

—Llame a Inch —interrumpió miss Marple, en tono tajante.

—Perdone, ¿cómo dice usted? —balbució miss Knight, desconcertada.

—Inch, que avise a Inch —repitió miss Marple—. Telefonéele que venga en seguida.

—¡Ah, ya comprendo! Se refiere usted a los de los taxis, ¿no es eso? Pero el dueño es Roberts, ¿verdad?

—Para mí —repuso miss Marple—. Es Inch y siempre lo será. Vamos, llámele. Debe venir aquí inmediatamente.

—¿Desea usted dar un pequeño paseo en coche?

—Haga lo que le digo, ¿quiere? —le atajó miss Marple—. Y dése prisa, por favor.

Miss Knight la miró con expresión perpleja y procedió a hacer lo que le mandaban.

—Supongo que nos encontramos bien, ¿verdad, querida? —preguntó con ansiedad.

—Las dos estamos perfectamente —ironizó miss Marple—, y yo me siento particularmente bien. La inercia no me conviene, ni nunca me ha convenido. Lo que necesitaba hace tiempo era un curso práctico de acción.

—¿No la habrá trastornado algo lo que le ha dicho esa señora Baker? —No estoy trastornada —replicó miss Marple—. Me siento magníficamente, lo que estoy es enojada conmigo misma por haber sido tan estúpida. Pero, en realidad, hasta que el doctor Haydock me ha dado una idea esta mañana... No sé si recuerdo exactamente lo que ha dicho. ¿Dónde está mi libro de medicina?

Y apartando a un lado a miss Knight, bajó la escalera con aire resuelto. Encontró el libro que buscaba en un estante del salón. Tras consultar el índice del volumen, murmuró:

—Página 210.

Y una vez buscada la hoja correspondiente, leyó unos instantes e hizo un ademán de asentimiento, con expresión satisfecha.

—Es muy curioso —musitó—, curiosísimo. No creo que a nadie se le hubiese ocurrido nunca. Yo tampoco caí en la cuenta de ello hasta que, como aquel que dice, se encadenaron las dos cosas.

Luego, meneó la cabeza, y, entre sus ojos, apareció una pequeña arruga.

—Si al menos hubiese alguien...

Mentalmente, pasó revista a los diversos relatos que había escuchado de aquella particular escena...

Sus ojos se dilataron bajo el esfuerzo de la reflexión. Sí, había alguien..., ¿pero la sacaría del apuro? Tratándose del vicario, era imposible predecir nada.

No obstante, la anciana dirigióse al teléfono y marcó un número.

—Buenos días, señor vicario. Soy miss Marple.

—¡Ah, sí, miss Marple! ¿En qué puedo servirla?

—No sé si podrá usted ayudarme en un pequeño pormenor. Concierne al día de la fiesta en Gossington Hall en que murió la pobre señora Badcock. Creo que estaba usted muy cerca de miss Gregg cuando llegaron los señores Badcock.

—Sí, en efecto. Me hallaba junto a ellos. ¡Qué día más trágico!

—Verdaderamente. Tengo entendido que la señora Badcock recordó a Marina Gregg que ambas habíanse conocido antes en las Bermudas. La señora Badcock estaba enferma y se levantó ex profeso para ir a saludarla con la mayor amabilidad.

—Sí, sí, lo recuerdo.

—¿Y recuerda usted si la señora Badcock mencionó la enfermedad que sufría a la sazón?

—A ver, déjeme hacer memoria. Dijo sarampión pero mucho menos grave que el anterior. Algunas personas ni siquiera tienen que guardar cama cuando lo pasan. Recuerdo que mi prima Carolina...

Pero miss Marple cortó los recuerdos de la prima Carolina, diciendo con firmeza:

—Muchas gracias, señor vicario.

Y colgó el receptor, con expresión aterrada. Uno de los grandes misterios de Saint Mary Mead era el hecho de que inducía al vicario a recordar ciertas cosas, sólo aventajado por el misterio, todavía mayor, de cómo se las arreglaba para olvidar otras muchas.

—Ya está el taxi aquí, querida —anunció miss Knight, irrumpiendo en el aposento—. Es muy viejo y no parece muy limpio. No me gusta que viaje usted en él. Puede coger algún microbio.

—Tonterías —gruñó miss Marple, encasquetándose el sombrero.

Luego, tras abrocharse el abrigó de verano, salió a instalarse en el taxi que la guardaba.

—Buenos días, Roberts —saludó.

—Buenos días, miss Marple. Ha madrugado usted mucho esta mañana. ¿A dónde quiere ir?

—A Gossington Hall, por favor —contestó miss Marple, con amabilidad.

—Será mejor que la acompañe, ¿verdad, querida? —le sugirió miss Knight—. No tardaré ni un minuto en ponerme los zapatos.

—No, gracias —replicó miss Marple, con firmeza—. Iré sola. En marcha, Inch, mejor dicho, Roberts.

El señor Roberts obedeció, limitándose a comentar:

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