Read El fin del mundo cae en jueves Online
Authors: Didier Van Cauwelaert
Tags: #Ciencia Ficción, Humor, Infantil y juvenil,
—¡Pero que se apresure de una vez! —aulla el oso—. ¡Están deschipándome, lo siento!
—Vamos, profesor Baxter —dice Brenda con dulce firmeza—. Piense más bien en los miles de niños muertos que aguardan poder ascender hacia la Luz…
—¿Y si no hay Luz? —se obstina el anciano, vehemente—. ¿Y si nos hemos equivocado? No, no puedo… No puedo asumir la responsabilidad de…
Su mano se retira súbitamente del teclado de mando, se crispa sobre su pecho. Sus piernas vacilan.
—¡Hazlo tú, Thomas! —grita el oso—. ¡Pronto!
Brenda se arrodilla sobre Baxter, le golpea las costillas, le da un masaje cardiaco. Vuelve hacia mí una mirada aterrorizada. La tranquilizo con un parpadeo. Tengo trece años menos cuarto y soy el único que puede salvar el mundo. Si quiero. Detesto tanto que me manipulen como me gusta esta responsabilidad de decidir, ahora, enseguida, si voy a modificar o no el destino. He vencido a mi grasa, he hecho adelgazar a Jennifer, desalcoholizaré a las personas que amo y voy a liberar a los muertos. Porque así lo quiero.
Pulso el botón rojo.
Hemos regresado a la superficie, para que el anciano Baxter se recupere de su indisposición. Ahí, entre los edificios, una inmensa limusina negra se ha acercado a nosotros, despacio, y se ha detenido tras hacer una señal con sus faros.
Recuperando el aliento, el físico nos ha dicho que no nos preocupáramos: dirá que nos ha utilizado como rehenes, asumirá él solo las consecuencias de su acto.
He mirado al hombrecillo mientras se dirigía hacia el sacrificio con paso resuelto, casi ligero. Luego he clavado mis ojos en la enorme lente emisora de la que escapaba la leve bruma amarillenta que yo había visto siempre entre el cielo y yo. De pronto, Brenda me ha tomado de la mano, hemos visto que la bruma se deshacía poco a poco, que el azul del cielo tomaba sobre nuestras cabezas una densidad clara, cegadora, magnífica…
Cuando he sacado a Pictone de su cartera para que se aprovechara del espectáculo, su cuerpo estaba rígido.
—No estés triste, Thomas —murmura lentamente, con una voz muy débil—. Lo hemos conseguido. Más incluso de lo que esperaba… Acaban de retirar el chip de mi cerebro, allí, en Nordville, lo he percibido y no me importa nada. Nada. Siento que me alejo… Subo hacia otros planos… Están ahí, me rodean, me ayudan a olvidarme, a desprenderme de la materia… La pequeña Iris, el zopenco de Vigor, tu viejo amigo Fiso… Todos están ahí… Es extraordinario… Es como un enjambre de amistad que me arrastra… Adiós, Thomas. Gracias. Y perdón por lo que te aguarda… No olvides tu poder. Te hará mucha falta…
—¿Qué poder?
Levanta los dedos hacia mi rostro.
—El poder absoluto. Y el más frágil también. El poder del amor.
Sus labios se cierran, su brazo cae junto al cuerpo. El peluche ha dejado de vivir.
—¿Qué significa «perdón por lo que te aguarda»? —se inquieta Brenda.
—No lo sé.
—Tengo ganas de hacer algo muy simbólico, Thomas. ¿Confías en mí?
La miro y digo sí, con todo mi corazón, como para hacerme perdonar los momentos en los que he dudado de ella. Aunque, contemplando la silueta de esa hermosa rubia algo estropeada ya, que excava el suelo con las manos, piense yo en Lily Noctis.
Me arrebata el oso, lo tiende en el agujero. Me arrodillo, arrojo tierra sobre el cuerpo de peluche. Estoy enterrando, a la vez, mi infancia y el primer recuerdo de mi vida de hombre.
Un extraño sonido gira alrededor de mi cabeza.
—¡Una abeja! —exclama Brenda—. Creía que habían desaparecido todas.
Me levanto, mirando la frontera de los Estados Únicos, ese telón de árboles oscuros que no está velado ya por la bruma amarillenta del Escudo. Otra abeja pasa muy cerca de nosotros. Y otra. Una nube de polen me hace estornudar.
—¡Pequeño, ven, pronto!
El profesor Baxter trota hacia nosotros, jadeando, con la mirada desamparada pero con tono vehemente.
—¡No comprendo nada! Lo he confesado todo: ninguna reacción. ¡Nada! ¡Como si yo no existiera! Aparentemente, sólo cuentas tú… ¡Vamos, apresúrate! ¡No se hace esperar a los ministros!
Me incorporo, hincho el pecho y me dirijo hacia la inmensa limusina detenida ante la lente emisora que hemos saboteado. Una puerta trasera se abre por sí sola. ¿Qué me aguarda? ¿Unas felicitaciones, una condecoración, un beso? Con la desenvoltura del héroe que ha sabido mantenerse modesto, me dejo caer en el asiento.
Mi corazón se detiene mientras mis nalgas se hunden en el cuero. No ha sido Lily Noctis la que me ha llamado. Ha sido su hermanastro.
—Bravo, Thomas. No sólo acabas de provocar una crisis económica sin precedentes, privando a tu país del rendimiento energético de las almas. Toda la industria va a detenerse, dentro de unas horas, pero eso es sólo un detalle. Pues sí, tu querido profesor Pictone ignoraba de qué nos protegía realmente su invento. El mayor secreto de Estado de la historia de la humanidad, ni siquiera la muerte podía dar acceso a él… Pero, gracias a ti, ha llegado la hora de la Revelación.
Hace bajar, con una caricia del dedo índice, uno de los cristales negros y señala a Henry Baxter, que habla agitada-mente con Brenda. Encima de él, la rama de un roble se rompe de golpe y cae sobre su cráneo. Doy un respingo, lanzo un grito. El sabio ha caído boca abajo. Brenda se inclina sobre él, le da la vuelta, le toma la muñeca. El cristal negro vuelve a subir. Olivier Nox hace una larga inspiración, une los dedos bajo su nariz.
—Ya ves, querido Thomas, el Escudo de Antimateria no sólo servía para retener las almas y convertirlas en fuente de energía. Ésa era la consecuencia, no la causa. No, la razón de ser del Escudo era impedir la invasión del polen y de las ondas electromagnéticas, por medio de las cuales el bosque destruyó al hombre en el resto del planeta. Mañana, jueves, los árboles extranjeros habrán difundido su orden de ataque a toda la vegetación de los Estados Únicos.
Sus dedos se separan, van a posarse en mis hombros. Como si me invistiera de una misión. Su mirada verde me paraliza, su voz pasa de la ironía a la amenaza, de la fatalidad al desafío.
—Queriendo salvar el mundo, has condenado a la especie humana. Tú debes elegir, ahora, en qué bando vas a combatir.
DIDIER VAN CAUWELAERT obtuvo el premio Concourt por
Un billete de ida
. Autor de
La educación de las hadas
, best seller que ha sido llevado al cine, ha vendido más de cinco millones de ejmplares de sus novelas, que han sido traducidas a treinta lenguas.