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Authors: Johan Theorin

Tags: #Intriga

El guardián de los niños (20 page)

BOOK: El guardián de los niños
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Jan también se detiene, a unos cincuenta metros de distancia.

¿Qué puede hacer? Tiene que decidirse antes de que llegue el autobús. Al fin se encamina hacia la parada con una sonrisa tensa en los labios.

—¡Hola, Hanna!

Ella alza los ojos azules y clava su mirada en él. No le sonríe.

—Hola.

Se sitúa a un par de pasos de ella y respira hondo.

—Ya he acabado de trabajar.

—Vaya —contesta Hanna.

—¿Y tú? —pregunta Jan—. ¿Qué has hecho esta tarde?

Ella sigue mirándolo fijamente, sin responder, así que Jan prosigue:

—¿Adónde vas?

Hanna deja caer el cigarrillo y lo apaga con el pie.

—A casa.

Jan baja la voz, a pesar de que se encuentran solos bajo la marquesina del autobús.

—¿Vienes de visitar a alguien en el hospital?

Su pregunta tampoco recibe respuesta. Se oye un ruido sordo tras ellos: el autobús que va al centro se aproxima.

Se detiene y suben. Hanna se dirige al fondo y mira por encima del hombro, como si deseara alejarse de Jan. Pero él la sigue y se sienta a su lado.

El autobús está casi vacío, pero él baja la voz:

—¿Podemos hablar un momento, Hanna? ¿Antes de que te vayas a casa?

—¿Hablar de qué?

Jan cabecea hacia atrás, hacia Santa Patricia.

—De lo que hacías allí arriba.

28

Jan y Hanna acaban en el Medina Palace; ella le ha propuesto ir allí. La discoteca se encuentra en el sótano del único hotel de lujo de Valla, el Tureborg, un edificio de cristal y acero que pretende ser un rascacielos. Como profesores recién salidos del trabajo no van especialmente bien vestidos para el local, y Jan, además, luce unas visibles manchas en el jersey después de que Matilda le derramara encima un vaso de leche durante el desayuno. El portero trajeado duda antes de franquearles la entrada.

—¿Sueles venir por aquí? —pregunta Jan.

—A veces.

Hanna se ha fumado dos cigarrillos desde que se apearon del autobús, responde a sus preguntas en voz baja y mira el suelo mientras bajan a la discoteca.

Entran en una gran sala de fiestas.

Jan nunca ha estado en una auténtica discoteca, ni siquiera en Gotemburgo, y al ver los altos techos negros con largos tubos curvados y las paredes de frías superficies de metal comprende que no debería encontrarse allí. Pero este jueves por la noche hay pocos clientes en el local. La música está lo bastante baja para poder hablar, pero lo bastante alta como para que nadie los pueda oír.

Jan elige una mesa de cristal en un rincón, una mesa apartada para contar secretos.

—¿Quieres tomar algo?

—Una copa —dice Hanna con voz apagada—. Con zumo.

Jan se acerca a la barra. Comprueba que la oferta es más lujosa que en el Bills Bar, hay muchos tipos de bebidas, champán y coñac. Pide dos zumos de manzana. Cuando regresa Hanna prueba la bebida y parece decepcionada. Cabecea hacia el bar.

—He dicho «una copa»… ¿Puedes pedirles que le pongan algo?

—¿Qué?

—Algo que tranquilice.

Jan se la queda mirando.

—¿Te refieres a alcohol?

—Sí.

Cinco minutos después están sentados en silencio, cada uno con su bebida delante.

—Así que esta tarde me has estado vigilando —dice Hanna al fin.

—Vigilar, vigilar… —Jan mira su vaso—. Me pareció que Lilian se encontraba algo tensa al llegar. Así que he esperado en el jardín para tratar de averiguar cuál era la razón.

Hanna baja la mirada a la mesa.

—¿Sabías que había subido al hospital?

—No —responde Jan—, pero sé que alguien ha estado allí y luego ha salido a través de la escuela infantil, así que me preguntaba quién sería… ¿Has estado muchas veces?

Hanna le da un largo trago a la copa, como si el combinado de vodka fuera una bebida reconstituyente tras una sauna. Jan bebe un poco.

—Unas cuantas veces —contesta Hanna—. No las he contado.

—¿Y desde cuándo lo haces?

—Desde mayo —dice—. Entonces llevaba trabajando en Calvero cuatro meses.

—¿Y Lilian está al corriente?

Hanna parpadea con sus ojos azules. Parece meditar la respuesta, y al fin dice:

—Sí. Somos amigas, así que vigila por mí… Solo subo cuando ella tiene turno de noche.

—No solo —la interrumpe Jan—. Subiste una noche en que yo trabajaba. Te oí bajar en el ascensor. Luego saliste por la escuela.

—Sí… esa noche me retrasé.

—¿Y esta noche también has estado en la sala de visitas?

Hanna asiente en silencio.

—¿Qué haces allí arriba?

Ahora no responde.

—Te ves con alguien, ¿verdad?

Hanna bebe un par de tragos y observa el vaso medio vacío. Luego cambia de tema:

—A veces me siento tan cansada de los niños… En ocasiones me lo paso bien trabajando, pero a veces siento pánico cuando llevo demasiado tiempo con ellos. Siempre quieren hacer las mismas cosas, una y otra vez. Los mismos juegos…

De hecho, Jan nunca ha visto a Hanna jugar con los niños de la escuela infantil, por lo general suele quedarse mirando cómo juegan. Pero asiente.

—Todos nos sentimos así de vez en cuando.

Hanna suspira.

—Yo me siento así muy a menudo. No aguanto las manadas de niños.

Jan visualiza a los niños de Calvero. Rostros sonrientes. Josefine, Leo y todos los demás.

—No hay que verlos como una manada —explica—. Son individuos. Pequeñas personitas.

—¿Ah, sí? Pues parecen monos. En Calvero hay un griterío endiablado, cuando regreso a casa por las tardes estoy medio sorda…

Hanna bebe de su copa, se hace un silencio. Jan se pone en pie.

—Voy a pedir otra ronda.

Ella no protesta, y unos minutos más tarde Jan regresa con un nuevo combinado de vodka para Hanna. Una vez que se ha sentado quiere retomar la conversación anterior, así que mira alrededor antes de preguntar:

—Conoces a alguien en la clínica, ¿verdad?

Hanna duda, pero asiente con la cabeza.

—¿A quién?

—No te lo voy a decir. Y tú… ¿a quién vas a ver?

—A nadie —se apresura a responder Jan—. A ningún paciente.

—Pero quieres acceder a ellos, ¿verdad? Tú te encontrabas en el sótano cuando esa noche regresé por el túnel… ¿Por qué andas husmeando por allí?

Ahora es Jan quien guarda silencio.

—Curiosidad —responde al cabo de un rato.

—Seguro. —Hanna le sonríe, con aire cansado—. Pero no vale la pena que busques un camino de entrada allí abajo.

—¿Ah, no? Pues tú pasas por el túnel sin problema.

Ella asiente al momento. El vodka parece relajarla.

—Tengo un contacto —anuncia—. En la clínica, quiero decir… Alguien en quien confío.

—Un guardia, vamos —replica Jan, y piensa en Lars Rettig.

—Una especie de guardia, sí.

—¿Quién es?

—No te lo voy a decir.

Esto es como jugar al ajedrez, piensa Jan. Ajedrez en una discoteca.

El volumen de la música ha subido, y el local ya no parece tan grande. Han llegado más clientes, que empiezan a llenar las mesas y la barra. El Medina Palace es un club nocturno, con el acento en «nocturno»: la gente llega tarde, y vienen para quedarse. Son aves nocturnas.

Aunque Jan y Hanna aún pueden seguir sentados en paz en su mesa, muy juntos, como si fueran amigos de la infancia.

—Deberíamos confiar el uno en el otro —dice Jan.

Los ojos azules de ella no muestran interés.

—¿Por qué?

—Porque nos podemos ayudar.

—¿Cómo?

—Bueno, de distintas maneras…

Jan guarda silencio. Ha pensado que quizá Hanna pueda ayudarle a verse con Rami, pero no sabe cómo.

Permanecen callados. El vaso de Hanna está vacío, ella mira el reloj.

—Tengo que irme.

Hace amago de levantarse.

—Espera —salta Jan—. Espera un momento. Voy a pedir otra… ¿Te gusta el licor?

Hanna se sienta.

—Puede.

—Bien.

Se dirige a toda prisa a la barra, rápido como la ardilla de Rami, y regresa con una bandeja con cuatro chupitos dobles de licor de café, para ahorrar tiempo.

—Salud, Hanna.

—Salud.

Beben. El licor tiene un sabor tan dulce que les hace sentir entre algodones. La música suena más alta; Jan se inclina hacia delante.

—¿Qué te parece Marie-Louise?

Hanna esboza una sonrisa.

—La señora Control —replica ella, y se ríe—. Le daría un ataque si nos ocurriera eso que me contaste.

—¿Qué te conté?

—Lo del niño que desapareció en el bosque.

Jan asiente lacónico, baja la vista a la mesa. No quiere hablar de William, así que cambia de tema:

—¿Lilian está casada?

—No. Lo estuvo, pero no funcionó… Su marido se cansó de ella.

Jan no la interroga más. Solo le interesa saber quién era el hombre que esa noche ha acompañado a Lilian a la escuela infantil. ¿Tendrá un nuevo novio?

Se hace de nuevo un silencio, pero no le molesta, pues así puede beber un poco. Intenta concentrarse, mientras observa a Hanna por encima del vaso.

—¿Jugamos?

Hanna apura su vaso.

—¿Jugar, a qué?

—A las adivinanzas.

—¿Qué tipo de adivinanzas?

—Yo adivino a quién vas a ver en Santa Psico… y tú adivinas a quién quiero ver yo.

—Santa… No podemos pronunciar ese nombre.

—Lo sé. —Jan esboza una sonrisa conspiratoria—. De acuerdo, yo empiezo… ¿Es hombre?

Hanna lo observa a través de una bruma de ebriedad, a continuación asiente.

—¿Y el tuyo? —replica—. ¿Es una mujer?

Jan asiente y contraataca:

—¿Es alguien de tu pasado? ¿Alguien a quien conociste antes de que acabara en Santa Psi… en Santa Patricia?

Ella niega con la cabeza.

—¿Y tú? ¿Conocías a esa mujer?

Jan asiente, y bebe.

—La conocí… hace muchos años.

—¿Es famosa? —pregunta Hanna, y sonríe.

—¿Famosa?

—Sí. ¿Ha aparecido su nombre y su fotografía en los periódicos? ¿Por algún crimen?

Jan niega con la cabeza, no miente. Rami nunca fue «famosa», no como criminal. Ni siquiera fue especialmente conocida; por lo que sabe, nunca salió en televisión. Alza el vaso hacia Hanna.

—¿Y tu amigo? —inquiere—. ¿Es famoso?

Hanna deja de sonreír, aparta la vista.

—Quizá —responde en voz baja.

Jan continúa mirándola. De pronto le viene un nombre a la cabeza, un nombre conocido… pero resulta tan ridículo que casi rompe a reír.

—¿Se trata de Rössel? ¿Ivan Rössel?

Hanna se queda de piedra, y de pronto el juego ya no es divertido.

Jan baja el vaso.

—¿Es a él a quien ves allí arriba, Hanna? ¿A Rössel, el asesino?

Ella abre la boca y duda durante unos segundos, luego se pone en pie.

—Tengo que irme.

Dicho y hecho: se marcha sin decir nada más. Jan vuelve la cabeza y la sigue con la mirada, una cuidadora de escuela infantil con el pelo rubio y rizado, que camina con la espalda erguida y a paso rápido hacia la salida.

Él permanece sentado con el vaso en la mano. Está vacío, pero al otro lado de la mesa reposa el último chupito de licor de Hanna sin tocar, así que Jan alarga la mano y se lo bebe de un trago. Tiene un sabor horrible, pero aun así se lo toma.

A continuación se queda mirando al vacío y recuerda lo que Lilian dijo acerca de Hanna Aronsson: «Es joven y un poco loca, y tiene una intensa vida privada».

¿Un poco loca? Tiene que estarlo, para colarse en Santa Psico y relacionarse con Ivan Rössel.

«El asesino de niños.»

Recuerda que así lo llamó un periódico, y que otro lo bautizó como «Iván el Terrible».

¿Qué está haciendo Hanna con Rössel?

29

Ivan Rössel mira sonriente a Jan, como si fueran buenos amigos. Es ancho de hombros, con el pelo negro rizado que le cae sobre la frente, y parece una estrella de rock de mediana edad. Bajo el flequillo se encuentra la mirada de un hombre al que le gusta que le fotografíen. O que se cree más listo que el fotógrafo.

Es una fotografía de la policía la que aparece en la pantalla del ordenador de Jan.

Rössel no era un músico de rock cuando le detuvieron: era profesor de física y química del ciclo superior de primaria, en una escuela de la costa oeste. Soltero y sin amigos. Rössel era popular entre los alumnos, mientras que algunos de sus colegas lo definían como arrogante y presuntuoso.

Su anciana madre también se pronunció en diversos periódicos, describiéndolo como «un buen chico con un gran corazón».

La mayor parte de los artículos que Jan encuentra sobre Rössel en la red tratan, por supuesto, del presunto asesinato de mujeres y hombres jóvenes que el profesor cometió en diferentes lugares del sur de Suecia y Noruega.

Le llamaron «asesino de niños», pero las sospechas se centraban en casos de adolescentes. Y solo le condenaron por una serie de incendios provocados.

Rössel era un pirómano: las casas y tiendas de su entorno ardían con extraña frecuencia, en dos ocasiones con muertos incluidos. Alguien entraba por la noche, robaba el dinero y los objetos de valor, y luego incendiaba la vivienda.

Solo tras la detención de Rössel y su condena a ser internado en un centro psiquiátrico por los incendios y los robos, la policía empezó a investigar otra extraña circunstancia. Algunos adolescentes habían sido asesinados o habían desaparecido sin dejar rastro en las zonas por las que se movía Rössel.

Gran parte de la investigación está bajo secreto de sumario, pero los periódicos repiten una y otra vez los pocos datos oficiales existentes. Ivan Rössel no era solo profesor, también era un entusiasta del camping. Era propietario de una gran autocaravana insonorizada que, a principios de verano, solía aparcar en un rincón apartado de algún camping sueco o noruego, donde se quedaba hasta el comienzo del curso escolar. No solía relacionarse con nadie y realizaba excursiones por los alrededores. Durante esa época varios adolescentes aparecieron asesinados en la región, y un joven se esfumó sin dejar rastro. Se trataba de John Daniel Nilsson, de diecinueve años, que una noche de mayo, en un baile escolar en Gotemburgo, salió a tomar el aire y nunca más regresó.

Jan recuerda ese caso de hace seis años. Él vivía en Gotemburgo cuando John Daniel desapareció.

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