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Authors: Johan Theorin

Tags: #Intriga

El guardián de los niños (45 page)

BOOK: El guardián de los niños
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—A causa del fuego —continúa Högsmed—, se produjo un cierto desconcierto sobre si la alarma era real o no. Esa fue la razón de que no se controlaran debidamente algunas plantas, y de que los pacientes pudieran salir sin vigilancia. Seguramente en medio del caos se produjo la agresión que acabó con la vida de un vigilante de la cuarta planta. A continuación, la persona que provocó el fuego se fugó. Uno de nuestros pacientes más peligrosos.

«Ivan», piensa Hanna. ¿Era peligroso? Sí, lo era. Pero también cariñoso y considerado. Permanece sentada muy quieta a la mesa del personal, con Andreas. Son los únicos empleados que ese día han acudido a la escuela infantil.

Las sillas a ambos lados de Hanna están vacías.

Lilian suele sentarse en una de ellas, pero se encuentra de baja por enfermedad.

La otra silla era la de Jan Hauger.

Hanna vio a Jan precipitarse junto a Ivan por el saliente que se alzaba sobre la formación rocosa en medio del bosque: dos figuras oscuras que se agarraban con fuerza entre sí. Ninguno de ellos soltó al otro.

Permaneció inmóvil con los ojos cerrados y esperó a oír el golpe seco de los cuerpos contra las rocas. El golpe llegó.

El bosque quedó en silencio. Después, Hanna oyó ruidos en la noche, un quejido.

—¿Ivan? —gritó desde el borde.

El quejido continuó, pero la voz parecía ser la de Jan. Luego cesó.

Hanna esperó un rato en la roca, y después huyó. El pequeño Leo había desaparecido, se había adentrado en la oscuridad. Ella dejó que se marchara. Secuestrarlo e intentar culpar a Jan Hauger había sido idea de Ivan, no suya. Se alegró de que Leo hubiera escapado.

Bajó a trompicones por el bosque hasta el coche alquilado y regresó a Valla por la autopista.

Llegó a casa a las tres de la mañana. Cerró la puerta tras sí, tiró al váter los guantes, la aguja y las ampollas de Valium. Todo lo que pudiera relacionarla con el secuestro de Leo tenía que desaparecer.

Después se acostó en la cama y salmodió una letanía en su mente.

Nada. No sabía nada. Ni del fuego, ni de Ivan Rössel, ni de Jan Hauger ni su añorada Alice Rami.

¿Qué sucedería ahora? La incertidumbre la atormentaba.

Llamó a Lilian el sábado por la mañana.

Esta respondió abatida. Hanna intentó sonar como de costumbre y le preguntó cómo había ido la noche anterior.

—No pasó nada —contestó Lilian—. Nada de nada. Rössel no apareció por la sala de visitas. Tampoco vino nadie del hospital… así que nos fuimos.

—Lo siento —dijo Hanna.

No sabía qué añadir. En realidad no deseaba hablar con Lilian, pero tenía que preguntarle algo:

—¿Te ha llamado la policía?

—No —contestó Lilian—. ¿Por qué iban a hacerlo? ¿Sospechan algo?

—No lo creo —se apresuró a replicar Hanna.

Claro que lo creía. La tumba del hermano de Lilian estaba abierta. Cuando la policía encontrara los cuerpos de Ivan y Jan bajo el saliente rocoso, también hallarían el de John Daniel y se pondrían en contacto con la familia. Por fin sabrían qué ocurrió. Y Hanna tenía que procurar que no la involucraran.

«Nada, no sabía nada.»

Lilian guardó silencio, y Hanna prosiguió:

—Pero Marie-Louise me llamó el viernes. ¿No te llamó a ti también?

—Sí.

—Entonces ya sabes que Leo Lundberg ha desaparecido.

—Sí.

Lilian no dijo nada más. Al rato añadió:

—¿Y tú? ¿Qué te cuentas, Hanna?

—Nada —dijo.

Y después colgó, y respiró hondo.

«Nada.»

Permaneció tumbada en la cama de su apartamento y pensó en Ivan. Lo había deseado durante meses, había soñado con ayudarlo y sacarlo del hospital a toda costa. Pero apenas habían mantenido unas breves reuniones en la sala de visitas, vigilados por Carl, el guardia corrupto. Hicieron el amor una sola vez, sobre el colchón del refugio.

Y ahora Ivan ya no estaba. Lo echaba de menos.

Se dio cuenta de que, en realidad, también echaba de menos a Jan Hauger.

Högsmed ha hecho una pausa en su explicación. Inspira en silencio y continúa:

—Durante esa noche se sucedieron varios incidentes. Pero al final conseguimos controlar la situación y localizar a todos los pacientes… A todos menos a uno, que fue hallado muerto junto a… —el doctor mira a Marie-Louise—, junto a la persona que creemos que le ayudó a escapar. Me refiero a Jan Hauger, vuestro colega, que se encuentra hospitalizado. Sufre heridas muy graves, pero está vivo.

Se hace un silencio. Todos parecen contener la respiración. Hanna también.

«Jan está vivo.»

Oye el suspiro del doctor antes de que añada:

—Yo soy el responsable de la selección de personal, y asumo toda la responsabilidad de haber contratado a Jan Hauger.

Marie-Louise baja la vista a la mesa y le interrumpe:

—No era fácil saberlo —señala—. Jan era una persona de total confianza, aunque es cierto que hubo algunos indicios. Hace poco me contó que había padecido problemas psíquicos. Al parecer durante la adolescencia estuvo internado en una clínica psiquiátrica.

El doctor Högsmed prosigue con su explicación. Les habla de la extraña desaparición de Leo Lundberg de la casa de adopción el viernes por la noche, de la búsqueda por parte de la policía, y de su aparición de madrugada en una granja a las afueras de Gotemburgo. No se había escapado. Se lo habían llevado en un coche.

Para acabar, Högsmed les cuenta que la policía había encontrado a Jan Hauger inconsciente en la misma zona del bosque donde Leo había aparecido. El paciente al que Jan había ayudado a escaparse yacía debajo de él, muerto. Habían dejado el coche en el camino, y dentro había una confesión escrita.

—Suponemos que se trata de una nota de suicidio —indica el doctor—. Hauger y el paciente desenterraron un cuerpo en el bosque y soltaron al niño… antes de tirarse desde la roca.

Nuevo silencio. Lo más seguro es que todos ya lo supieran, sin embargo, parecen conmocionados. Andreas está angustiado, y Hanna confía en que su mirada sea tan triste como la del resto.

—¿Cómo se encuentra el pequeño Leo? —pregunta Marie-Louise.

—No ha sufrido ningún año. No recuerda mucho, y quizá sea lo mejor —responde Högsmed—. Solo se acuerda de que alguien se le acercó por detrás en el jardín mientras se estaba columpiando, y lo agarró de los brazos. El médico encontró un pinchazo en el pliegue del codo, así que es probable que lo drogaran… Pero, dadas las circunstancias, se encuentra bien.

Hanna permanece sentada con los puños cerrados bajo la mesa. ¿Qué le habrá contado Leo a la policía? ¿Qué recordará de lo sucedido aquella noche en la roca? Estaba drogado y con los ojos vendados. ¿Se acordará de ella? Y si Jan recobra el conocimiento, ¿podrá hablar? ¿Alguien lo creerá?

Tiene que decir algo y se inclina hacia delante.

—He recordado algo.

Todos la miran, ella continúa:

—Se trata de una historia que Jan Hauger me contó una vez, y no sé si será importante… Me dijo que un día se llevó a un niño de excursión y lo abandonó en el bosque.

—¿Qué? —exclama Högsmed al instante—. ¿Cuándo ocurrió eso?

—En una guardería en la que trabajó… Al parecer fue hace unos cuantos años.

Marie-Louise la observa durante un buen rato.

—Deberías habérmelo dicho antes, Hanna.

—Lo sé. Pero creí que… que era una especie de broma de mal gusto. Jan parecía tan digno de confianza, ¿no te parece? Los niños le querían mucho. ¿No es cierto?

Högsmed la mira y carraspea.

—Esta información es de hecho confidencial —comenta—, pero la policía estuvo en casa de Hauger este fin de semana. Registraron su apartamento y encontraron algunas cosas sospechosas. Entre otras, había dibujado un cómic muy violento… Uno de los vecinos del bloque había trabajado en el hospital, y al parecer Hauger le había hecho preguntas sobre posibles maneras de fugarse de allí.

Se hace un nuevo silencio, y Hanna agacha la cabeza.

—Pobre Jan… —dice en voz baja.

Los otros se la quedan mirando. Ella les devuelve la mirada.

—Quiero decir… Debería haber recibido ayuda. Deberíamos haber estado más atentos.

—Los trastornos antisociales son muy difíciles de detectar —responde Högsmed—. A veces ni siquiera nosotros, los profesionales, conseguimos diagnosticarlos.

El silencio reina de nuevo en torno a la sala. El médico baja la vista a sus papeles.

—En fin… eso es todo.

—Muchas gracias, doctor —dice Marie-Louise. Luego junta las manos y sonríe a su personal, a Hanna y Andreas—. Seguro que tendréis muchas preguntas, pero podemos abordarlas más tarde. Ahora hay que seguir adelante… Los niños llegarán en cualquier momento.

Hanna se levanta a toda prisa, fingiendo que se trata de un día de trabajo como otro cualquiera.

Y de hecho es un día normal, un día de principios de invierno. Salvo porque Ivan y Jan ya no están entre ellos, y Lilian se encuentra de baja.

Hanna sale de la habitación, y oye una puerta que se abre.

«Los niños», piensa, y se prepara para continuar representando el papel de buena profesora infantil.

La pequeña Josefine ha llegado a Calvero, viste un grueso buzo de invierno verde oscuro y viene acompañada por su madre de acogida. La niña esboza una amplia sonrisa a Hanna, se le ha caído otro diente de la mandíbula superior.

—¡Está nevando! —exclama.

—¿Ah, sí? —responde Hanna.

Mira por la ventana. En efecto, caen grandes copos de nieve. Quizá esta vez la nieve cuaje.

—Bien —dice, y sonríe a Josefine—. Entonces saldremos a jugar cuando vengan los otros niños… Podemos hacer muñecos de nieve. Pero ahora ve al cuarto de juegos.

Josefine se quita la ropa de abrigo y desaparece hacia el interior de la escuela.

Hanna empieza a relajarse.

—Disculpe… —pregunta una voz a su espalda—. ¿Ha visto unos libros hechos a mano?

Se da la vuelta.

—¿Perdón?

La pregunta viene de la madre de acogida de Josefine. Su tutora o lo que sea. Frisa en la treintena y espera junto a la puerta de la calle. Lleva un gorro que le cubre la frente y pequeñas gafas negras.

Hanna la observa con curiosidad. Apenas ha visto a esta mujer un par de veces, ya que es un hombre mayor el que suele traer y recoger a Josefine.

—Dejé unos libros aquí el verano pasado —explica la mujer—. Cuatro libros finitos… Los hice para mi hermana mayor, pero no pudo recibirlos.

Hanna sabe de qué está hablando: los libros ilustrados de Jan. Pero niega con la cabeza.

—Lo siento. No creo haberlos visto… pero puede echar un vistazo si quieres.

—¿De verdad?

—Sí. Pase.

La mujer se quita los zapatos y se desabrocha el abrigo.

Hanna la mira y pregunta:

—¿Se llama usted Alice Rami?

La mujer asiente y endereza la espalda, aunque se muestra reservada. Clava la mirada en Hanna.

—¿Cómo lo sabe?

—Porque… he oído hablar de usted.

—¿Ah, sí?

La mujer no sonríe y Hanna sigue hablando:

—Sí… ¿no era cantante?

Alice Rami asiente.

—Durante un tiempo, hace muchos años.

—¿Qué ocurrió?

—Muchas cosas… Mi hermana empeoró y yo tampoco me sentía bien del todo. Así que dejé de tocar.

Hanna comprende que habla de su hermana mayor. Maria Blanker.

—¿Y ahora está en tratamiento? —inquiere Hanna.

Alice Rami asiente con la cabeza, y Hanna desea preguntarle por qué han encerrado a su hermana. Pero eso es algo demasiado personal. En cambio, pregunta:

—¿Cree que le darán pronto el alta?

—Sí —responde Rami—, eso esperamos. Sobre todo por Josefine.

—Bien —contesta Hanna. Asiente comprensiva—. Yo sé lo que es esperar.

—¿También espera a alguien? —pregunta Rami.

—Antes sí —reconoce Hanna—. Esperaba a un hombre… un hombre muy especial.

Se hace un silencio. De repente se oyen unas voces detrás de Hanna y esta vuelve la cabeza. Se trata de Marie-Louise y el doctor Högsmed, que acaban de salir de la cocina. Högsmed pregunta algo sobre las taquillas de los empleados y Marie-Louise responde:

—Sí, tenía una… Pero guardamos llaves de repuesto.

Hanna vuelve a mirar a Rami. La mujer que Jan Hauger ha añorado durante todo el otoño está aquí, en el lugar equivocado. La situación resulta irónica.

Jan nunca entró en contacto con Alice Rami. Nunca obtuvo respuesta a sus preguntas, pero quizá Hanna podría intentarlo. Si Lilian y ella no vuelven a ser amigas, tal vez podría intentarlo con Rami. Se siente sola. Abandonada.

—Ven —le dice a la mujer—. Si quiere, podemos buscarlos juntas.

Hanna oye un golpe seco a su espalda.

Se da media vuelta. Proviene de la taquilla de Jan.

Marie-Louise ha abierto el armario. Como estaba repleto, algunas cosas se han caído al suelo: una gabardina, una bomba de bicicleta y unos libros.

Hanna no desea ver las pertenencias de Jan. Se da la vuelta hacia Alice Rami y sigue hablando:

—Podemos mirar en los cajones de libros del cuarto de juegos… ¿Quiere?

Pero Rami no parece escucharla. Tiene la mirada fija en un punto a la derecha de Hanna.

—Ahí están —señala.

Hanna se da media vuelta. Rami mira los libros ilustrados; están en el suelo, junto a la taquilla de Jan. Y cuando Hanna se fija en ellos los reconoce:
La creadora de animales
,
La enfermedad de la bruja
,
Viveca y la casa de piedra
y
Las cien manos de la princesa
.

Cuatro cuentos sobre la soledad.

Hanna se queda parada en el recibidor, pero Rami ha entrado en el cuarto de empleados y se ha acercado a la taquilla antes de que ella pueda detenerla. Se agacha entre Högsmed y Marie-Louise y recoge los libros ilustrados, uno a uno. Los hojea.

—Alguien ha dibujado en ellos —dice en voz baja—. ¿Saben quién lo hizo?

Rami alza la mirada, pero Hanna no puede decir nada. Se limita a negar con la cabeza, a pesar de que en su mente solo aparece el rostro de Jan Hauger.

Hay un quinto libro en el suelo. Se encuentra debajo de los otros, es uno que Hanna no había visto antes.

Un viejo cuaderno negro con una fotografía en la portada. Hay una polaroid descolorida pegada con celo a la tapa. La fotografía muestra a un chico rubio que mira fijamente a la cámara desde una cama de hospital.

BOOK: El guardián de los niños
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