Para el amigo habría trabajo abundante. Porque, desde Mariafels, Knecht resolvía en su mente la idea de un juego de abalorios que quería utilizar para su primera competición solemne como
Magister
. Para este juego —aquí residía la belleza de la idea— formaría la base de la estructura y las medidas el antiguo esquema ritual de Confucio para la construcción de la casa china, la orientación según las direcciones celestes, las puertas, tos muros de los espíritus, las relaciones, proporciones y ubicaciones de los edificios y los patios su ordenamiento según los astros, el calendario, la vida familiar, además del simbolismo y las reglas de estilo para el jardín. Una vez, estudiando un comentario de
I Ching
, el ordenamiento místico y la importancia y significación de estas reglas le parecieron casi una alegoría amable y llena de sentido sugestivo del cosmos y de la posición del hombre en el mundo; también encontró que este antiquísimo espíritu, místico y popular, en esta tradición de la construcción de la casa, se fundía maravillosamente, íntimamente en realidad, con el espíritu especulativamente sabio de mandarines y maestros. Se ocupó, sin dejar que se le escapara una palabra ciertamente, a menudo y con amor con la idea de este proyecto de juego, para poder tenerlo en su mente en realidad como un todo acabadamente elaborado; sólo desde su asunción al magisterio lo habían dejado a un lado. Ahora, en un segundo, su resolución estaba tomada: construiría su torneo solemne sobre esta idea china y Fritz debía comenzar enseguida con los estudios para la elaboración y los preparativos para su traducción en el idioma del juego, si sabia penetrar en el espíritu de esta idea. Sólo había un obstáculo: Tegularius no conocía el chino. Aprenderlo ahora, sería demasiado tarde. Pero con las indicaciones que le daría en parte Knecht, en parte la Casa de Estudios del Oriente asiático, Tegularius podía muy bien llegar al simbolismo mágico de la casa china con la ayuda de la literatura, porque en realidad no se trataba de filología. Eso sí, necesitaría tiempo, sobre todo en un ser mal acostumbrado y no todos los días dispuesto para trabajar, como era su amigo; sería conveniente, pues, emprender en seguida la labor; por lo tanto, advirtió sonriendo y agradablemente sorprendido, tenía perfectamente razón el prudente anciano
Magister
en su calendario de bolsillo.
Al día siguiente, como la hora de audiencias terminara temprano, hizo llamar a Tegularius. Éste acudió, hizo su reverencia con la expresión humilde y la leve sumisión a que se había acostumbrado con Knecht, y se quedó realmente sorprendido cuando el amigo que se había vuelto tan sobrio y serio y parco de palabras, le hizo un gesto de picardía con la cara y le preguntó:
—¿Te acuerdas todavía que una vez durante nuestros años de estudiantes tuvimos una disputa y no logré persuadirte de mi idea? Se trataba del problema acerca del valor y la importancia de los estudios del Oriente asiático, especialmente de los chinos, y yo quería convencerte para que frecuentaras un tiempo la Casa de Estudios y aprendieras el chino… Sí, ¿lo recuerdas? Bien, hoy lamento una vez más que no haya podido convencerte en esa oportunidad. ¡Qué útil sería ahora si supieras ese idioma! Podríamos hacer juntos el trabajo más maravilloso.
De esta manera bromeó todavía un poco con el amigo y acució su curiosidad, hasta que expuso su propuesta: deseaba comenzar pronto con la preparación del gran torneo y, si eso le agradaba, Fritz debía ejecutar gran parte de la tarea necesaria, del mismo modo que ayudó una vez a realizar el juego de competencia de Knecht para la fiesta, mientras él estaba entre los benedictinos. El otro lo miró casi incrédulo, profundamente sorprendido y agradablemente inquieto por el tono vivaz y la cara sonriente del amigo, que sólo había conocido últimamente como jefe y
Magister
. Conmovido y gozoso, no sintió solamente el honor y la confianza que expresaba la propuesta, sino que concibió y aferró ante todo el significado de esta hermosa actitud; era un intento de curación, un volverse a abrir de la puerta cerrada entre el amigo y él. Le dejó sin cuidado el reparo de Knecht por el idioma chino y se declaró sin más dispuesto a ponerse por entero a las órdenes del Venerable, en la elaboración de un juego.
—Bien —resumió el
Magister
—, te tomo la palabra. En determinadas horas volveremos a ser como antes colegas de trabajo y de estudio, como en aquellos días que me parecen tan lejanos, cuando luchábamos y trabajábamos en común en varios juegos. Me alegro, Tegularius. Y ahora, sobre todo, debes llegar a la comprensión perfecta de la idea sobre la cual quiero construir la combinación. Debes aprender y entender lo que es una casa china y lo que significan las reglas prescriptas para su construcción. Te daré una presentación para la Casa de Estudios del Oriente asiático; allí te ayudarán. O bien —se me ocurre algo más, algo mejor— podríamos intentar algo con el Hermano Mayor, el hombre del soto de los bambúes, de quien te hablé tanto una vez. Tal vez resulte poco digno de él o muy molesto vérselas con quien no entiende el chino, pero debemos intentarlo, sin embargo. Si él quiere, es capaz de hacer de ti un chino.
Se envió un mensaje al Hermano Mayor, invitándole cordialmente ser por unos días huésped del
Magister Ludi
en Waldzell, porque su cargo no le concedía el tiempo necesario para una visita; la invitación le explicaba el favor que deseaba de él. Pero el chino no dejó el soto de los bambúes, el mensajero en lugar de otra cosa trajo una carta pintada en caracteres chinos y que decía: «Sería mucho honor ver al gran hombre. Pero el ir lleva a inhibiciones. Para el sacrificio se emplean dos tacitas. El menor saluda al Venerable». Después de esto, Knecht consiguió convencer al amigo no sin esfuerzo para que viajara hasta el soto de bambúes, para solicitar hospitalidad e instrucción. Pero el breve viaje no dio fruto alguno. El ermitaño del soto recibió a Tegularius con una cortesía casi sumisa, pero sin contestar una sola de las preguntas más que con amables sentencias en lengua china y sin invitarlo a quedarse, a pesar de la recomendación magníficamente pintada en hermoso papel por el
Magister Ludi
. Fracasado y casi molesto, Frite regresó a Waldzell, trajo como regalo para el
Magister
una hojita en la que estaba trazado con pincel un antiguo poema encima de Un pescadito dorado, y tuvo que buscar ayuda, a pesar de todo, en la Casa de Estudios del Oriente asiático. Aquí las recomendaciones de Knecht fueron más eficaces, se ayudó placenteramente al solicitante, enviado por un
Magister
, y muy pronto Tegularius estuvo tan perfectamente enterado acerca de su asunto, como era posible ignorando el chino, y en la idea de Knecht de colocar en la base de su plan el simbolismo de esa casa, encontró tal satisfacción que ya no le dolió su fracaso en el soto de bambúes y lo olvidó.
Cuando Knecht escuchó el informe del rechacado acerca de su visita al Hermano Mayor, y luego leyó para él solo el poemita del pescado de oro, lo emocionó el aura de este hombre y el recuerdo de aquella su permanencia en su chota cerca de los ondeantes bambúes y sus ejercicios con los tallos de milenrama, con la penetrante violencia de algo que le recordaba al mismo tiempo la libertad, sus días de estudioso, sus ocios, todo el pintoresco paraíso de los ensueños juveniles. ¡Qué bien supo ese valiente y caprichoso ermitaño retirarse y mantenerse libre, qué bien sabia mantener oculto al mundo su soto, de bambúes tan tranquilo, qué íntima y vigorosamente vivía en un mundo que se había tornado su segunda naturaleza, en un mundo limpio, un poco pedantesco pero sabio de cosas chinas, qué poderosamente apartado, concentrado y solo le mantenía envuelto la magia de su sueño de vida, año tras año, década tras década, y cómo había sabido convertir su jardín en China, su choca en templo, sus peces en divinidades y a él mismo en sabio! Con un suspiro se liberó Knecht de estos pensamientos. Él había ido por otro camino, mejor dicho, por otro camino había sido llevado, y ahora no quedaba mas que seguir recta y fielmente por la senda predestinada sin compararla con las de otros…
Junto con Tegularius proyectó y compuso en horas arrancadas a las tareas todo su juego y dejó al amigo toda la labor de consulta en el archivo y también el primero y el segundo planteo. Con este nuevo contenido, la amistad ganó otra vez vida y forma, distinta de la anterior, y también el juego en que trabajaban experimentó varios cambios y enriquecimientos por la originalidad y la muy aguda fantasía del «foráneo». Fritz pertenecía a la clase de gente nunca satisfecha pero sí capas de satisfacer, que alrededor de un ramo de flores ya preparado, o de una mesa ya tendida, lista y completa para cualquier otro, siguen ocupándose horas y más horas con inquieto cuidado en incansables toques amorosos, y del menor trabajo saben hacer una obra de la jornada, diligente y profundamente honrada. Y eso siguió ocurriendo también en los años sucesivos; el gran torneo solemne fue siempre obra de dos, y para Tegularius fue siempre también doble satisfacción mostrarse útil y aun indispensable para el amigo y maestro en tan importante asunto y vivir la presentación pública del juego como colaborador ignorado en la creación, pero bien conocido por la «selección».
Avaluado el otoño de ese primer año de función magistral, mientras el amigo estaba aún con los primeros estudios de las cosas chinas, el
Magister
, mientras repasaba un día rápidamente las anotaciones del diario de su cancillería, se encontró con una noticia: «El estudiante Petrus, de Monteport, llega recomendado por el
Magister Musicae
; trae saludos especiales del
Magister
anterior, solicita alojamiento y aso del archivo. Ha sido alojado en la casa de los estudiantes». Ahora bien, él podía dejar al cuidado de su gente del archivo al estudiante y su petición; eso ocurría casi diariamente. Pero los «saludos especiales del
Magister
anterior» se referían solamente a él. Hizo llamar al recién venido; era un hombre joven, reflexivo y ardiente en el aspecto, pero taciturno, y pertenecía evidentemente a la «selección» de Monteport, por lo menos las circunstancias de una audiencia del
Magister
le parecían familiares. Knecht le preguntó qué le había encargado el ex
Magister Musicae
.
—Saludos —contestó el estudiante—, muy cordiales y respetuosos saludos para vos, Venerable, y también una invitación.
Knecht invitó al huésped a sentarse. Eligiendo cuidadosamente las palabras, el estudiante continuó:
—El venerado ex
Magister
, como dije, me encargó ocasionalmente que os saludara de su parte. Al hacerlo, expresó el deseo de veros pronto, lo más pronto posible, al lado de él. Os invita y os encarece que le visitéis próximamente, suponiendo naturalmente que la visita pueda ser incluida en un viaje oficial y no os haga perder demasiado tiempo. En estos o parecidos términos fue formulado el encargo.
Knecht miró inquisitivamente al joven; seguramente era alguno de los protegidos del anciano. Prudentemente, preguntó:
—¿Cuánto tiempo piensas permanecer entre nosotros, en el archivo,
estudiosus
?
Y recibió la respuesta:
—Justamente, venerable Señor, hasta que yo vea que iniciáis el viaje hacia Monteport.
Knecht reflexionó.
—Está bien —dijo luego—.Y ¿por qué no me comunicaste textualmente lo que el ex
Magister
te encargó para mí, como había que esperar en realidad?
Petrus sostuvo con firmeza la mirada de Knecht y contestó lentamente, buscando siempre con cuidado las palabras, como si debiera expresarse en un idioma extranjero.
—No hubo, no hay encargo, Venerable —dijo—, y no hay texto alguno que repetir. Vos conocéis a mi venerado maestro y sabéis que fue siempre un hombre extraordinariamente modesto; en Monteport se cuenta que en su juventud, cuando era aún repetidor, pero considerado ya por toda la «selección» como predestinado a
Magister Musicae
, ésta le aplicó el apodo burlón de «El gran pequeño a su gusto». Y bien, esta modestia y no menos su piedad, su generosidad y su paciencia, desde que envejeció y al fin renunció al cargo, han crecido aún. Vos lo sabéis seguramente mejor que yo. Esta modestia le impediría solicitar una visita del Venerable, aunque la desea tanto. Es así, pues,
Domine
, que no he sido honrado con encargo alguno y, eso no obstante, obré como si lo hubiese recibido. Si fue error mío, vos podéis considerar el encargo inexistente tal como es en verdad… inexistente.
Knecht sonrió levemente.
—¿Y tu labor en el archivo del juego,
estudiosus
? ¿Fue mero pretexto?
—¡Oh, no! Debo extraer cierto número de claves, hubiera tenido que solicitar de todas maneras vuestra hospitalidad, dentro de poco. Pero me pareció conveniente apresurar un poco el breve viaje.
—Muy bien —asintió el
Magister
, ya serio otra vez—. ¿Está permitido preguntar la causa de este apresuramiento?
El jovencito cerró por un momento los ojos, con la frente arrugada, como si la pregunta le atormentara hondamente. Luego dirigió sus ojos inquisitivos y juvenilmente críticos, con desusada firmeza, al rostro del
Magister
.
—La pregunta no puede ser contestada, siempre que vos no resolváis expresarle más concretamente.
—Está bien, pues —exclamó Knecht—. ¿Es malo el estado de salud del ex
Magister
? ¿Causa preocupaciones?
El estudioso observó que a pesar de haberse expresado el
Magister
con la máxima calma, estaba cariñosamente preocupado por el anciano; por primera vez desde el comienzo de la conversación en su mirada algo sombría hubo un rayo de luz y su voz sonó más simpática y directa, como si se dispusiera finalmente a liquidar abiertamente lo que le importaba mucho.
—Señor
Magister
—contestó— tranquilizaos, el estado de salud del muy Venerable no es por cierto malo, fue siempre un ser ejemplarmente sano y sigue siéndolo, aunque la avanzada edad lo haya naturalmente debilitado mucho. No ocurre que su aspecto se haya alterado notablemente o que sus fuerzas hayan disminuido de pronto muy rápidamente; realiza cortos paseos, todos los días hace un poco de música y hasta hace pocos días antes dio lecciones de órgano a dos estudiantes, principiantes todavía, porque siempre prefirió en su torno a los más jóvenes. Pero el hecho de que desde pocas semanas haya despedido también a estos dos alumnos, es de todas maneras un síntoma que me llamó la atención, y desde entonces observé al venerable señor un poco más atentamente y formé mi composición de lugar a su respecto…, Éstas son las causas por las cuales estoy aquí. Si algo justifica mi modo de pensar y proceder, es la circunstancia de que yo mismo he sido discípulo del ex
Magister Musicae
, una suerte de discípulo preferido, si puedo decir así, y que su sucesor desde hace un año me ha asignado a él como una especie de
famulus
y de compañía, encargándome con el cuidado de su existencia. Para mí fue un encargo muy grato, porque no hay ser humano para quien yo alimente tanta veneración y tanto apego como para mi viejo maestro y protector. Él me reveló el misterio de la música y me tornó capaz de servirle y de servir a la música, y todo lo que yo he adquirido en ideas, sentido de la Orden, madurez y normas íntimas, todo me vino de él y es su obra. Por eso desde un año o más casi, vivo por entero cerca de él, ocupado, sí, con algunos estudios y cursos, pero siempre a su disposición, compañero en la mesa, acompañante en sus paseos y en sus horas de música, y de noche, vecino separado solamente por una pared. En esta íntima vida en común pude observar muy exactamente los estados…, sí, de envejecer, de su envejecer físico, y algunos de mis cantaradas se permiten de vez en cuando comentarios compasivos o irónicos sobre la función sorprendente que cumple un joven como yo en su calidad de sirviente y compañero de existencia de un viejísimo señor. Mas ellos no saben —y fuera de mí nadie lo sabe tan bien— qué envejecer está deparado a este maestro, cómo se torna más débil y flojo físicamente poco a poco, toma cada vez menos alimento y regresa cada vez más cansado de sus breves paseos, sin estar enfermo sin embargo, y cómo al mismo tiempo en la quietud de su senectud se vuelve cada vez más espíritu, devoción, dignidad y sencillez. Si mi función como
famulus
o enfermero ofrece algunas dificultades, ellas residen únicamente en que el Venerable no quisiera ser servido ni cuidado, porque desea siempre sólo dar y nunca recibir o tomar.